Alguien me llama la atención, por mi anterior columna, sobre el uso del término «denigrante«, que se señala como racista al querer decirse que lo negro es pernicioso. No era mi intención en absoluto, huelga decirlo, y lo cierto es que era algo ajeno totalmente al significado como creo que es obvio; simplemente, uno camina hacia un callejón sin salida a veces en el uso de sinónimos, ya que su léxico es más limitado de lo que le gusta admitir. Por cierto, ahora que caigo, lo mismo «pernicioso» tiene un origen en el mismo sentido (o vaya usted a saber), pero no voy a ir tan lejos de momento. Sea como fuere, lo que está claro es que el lenguaje refleja tantas veces los valores de una determinada cultura y hay quien considera que puede ser un instrumento de agresión y causar dolor al que se siente ofendido, de ahí la extrema precaución que adoptar algunos al respecto. Yo, lo admito, no suelo ir tan lejos. De hecho, no estoy muy seguro que la palabra en cuestión tenga un origen racista, de toda la vida luz y oscuridad han representado el bien y el mal; algo por supuesto totalmente cuestionable, aunque creo yo que por otros motivos que los de discriminar a la gente por algo tan superficial que el pigmento de su piel. A mí, particularmente, le voy la vuelta al asunto y reconozco que me encanta el negro; de hecho, la bandera por la que siento más respeto está tintada de ese color (o, quizá, ausencia de todos esos colores tan cuestionables).
Cierto es que hay expresiones que, de manera evidente, sí tienen un origen racista. Así, «trabajar como un negro» alude claramente al sometimiento que el hombre blanco colocó a personas de piel oscura. Tal vez, con origen en esa frase se encuentra el uso de «escritor negro», con el que se denomina a aquel que realiza un trabajo por el que otro se lleva la gloria; es posible que se le pueda haber dado la vuelta a esto y, al margen del color de la piel, quiera denunciarse una situación injusta. Curiosamente, los anglosajones usan una expresión al respecto descargada de tintes raciales: «ghost writer» (escritor fantasma). Una locución especialmente odiosa es la de «merienda de negros», usado como equivalente de desorden o caos; afortunadamente, creo que son expresiones en desuso y quizá no de manera demasiado forzada. Otras, muchas, que equiparan lo negro con algo abiertamente malo siguen en activo: «tener la negra», «llevar negras intenciones», «dinero negro», «poner a alguien negro», «vérselas negras»… Veo posible, como ha pasado con otros vocablos de origen peyorativo como fue el caso de «queer», tratar de dar la vuelta al asunto; por ejemplo, ya he aludido a lo mucho que me gusta una enseña negra, entendida como negación de las mistificaciones patrióticas que enfrentan a los pueblos. Lo mismo que ser una «oveja negra», en una sociedad tan falsa y acomodaticia como la que sufrimos, puede ser algo sencillamente estupendo enfrentándose al gregarismo biempensante y defendiendo una individualidad crítica y honesta.
Si echamos mano de la sagrada Real Academia, encontramos nada menos que veinte acepciones de «negro/a»; algunas aluden claramente al color de la piel, otras más bien a esa concepción maniquea tan cuestionable, aunque en mi opinión no por cuestiones necesariamente racistas, de ver como oposición lo blanco como inmaculado y salvífico. En cualquier caso, entramos aquí en toda una polémica sobre la función performativa del lenguaje, sobre de qué manera incide sobre la realidad; dicho con otras palabras, sobre si son las palabras las que cambian el hecho social o más bien todo lo contrario. Es toda un debate de plena actualidad, cuando tantos (y tantas) insisten en eso del lenguaje inclusivo, a veces es cierto que hasta extremos algo grotescos. Particularmente, doy mucha más predominancia a la realidad social, totalmente desprendida de tintes racistas, homófobos o sexistas, que me parece que es lo auténticamente sólido y transformador. No me quiero mostrar categórico al respecto, pero siempre he sido mucho más partidario de cambiar más el significado, que el significante, e incluso como dije dar la vuelta al primero; no obstante, es muy posible que ambas posturas se alimenten mutuamente, pero soy claramente excéptico sobre los que creen cambiar la realidad únicamente con el uso del lenguaje. El debate está abierto y, lo más importante, la lucha contra todos esos bodoques reaccionarios que se aprovechan de él para seguir apuntalando una sociedad plagada de discriminaciones y clasismos. Volviendo al vocablo que dio origen a este texto, «denigrar», su uso solo fue en un sentido creo que evidente, desprendido de cualquier connotación racista; no obstante, agradezco a la persona que me señaló su origen etimológico y, con seguridad, me lo ha hecho ver con otros ojos.
No sé si estaré dormido o despierto pero amo lo negro. No veo, ni a personas blancas, ni a personas negras, pero amo lo negro.
La ausencia de color me permite dar paseos a oscuras por lugares recónditos e imaginarme el entorno.
Lo negro es, para mí, la adopción de un término para significar la nada.
Lo blanco es diferente para mí… Tantos matices me desesperan.
¡Claro!: debemos estar hablando de colores luz. Porque en los colores pigmento, amo lo blanco.
Nunca he visto una persona blanca. Tampoco negra.
Para mí, los parámetros sociales no son los que me dicen lo que está bien o lo que está mal.
La oscuridad es bonita… Y la luz también pero me resulta sosa.
🙂