Primero-de-Mayo-Anarquismo-Acracia

Los precursores del Primero de Mayo. La primera jornada, La Habana 1890

Una visión general de la época. 1887

La primera vez en la historia del proletariado continental en que se tuvo un recuerdo público por parte de la clase obrera, en memoria de los Mártires de Chicago y se cumpliera uno de los acuerdos del Segundo Congreso Internacional de París, celebrado del 14 al 20 de julio de l889, fue cuando se conmemoró simultáneamente y en la misma fecha en las ciudades de Buenos Aires y La Habana. Mucho se ha escrito, y no es necesario repetirlo aquí, sobre la tragedia de Haymarket Square en l886 en la ciudad de Chicago y la posterior justicia criminal de las autoridades judiciales, condenando a la horca a Albert R. Parsons, August V. Spies, Adolph Fischer, George Engel y Louis Lingg(1). En relación al acuerdo del Congreso de París, dice textualmente: «Se organizará una gran manifestación internacional con fecha fija de manera que, en todos los países y ciudades a la vez, el mismo día convenido por los trabajadores, intimiden a los poderes públicos a reducir legalmente a ocho horas la jornada de trabajo»(2).

Muy contadas han sido las referencias históricas que se han hecho en Cuba sobre el impacto de estos sucesos, más por motivos políticos que por la desidia de los cronistas. Pero es bien cierto que ya en Cuba existía un movimiento obrero bien organizado sobre todo en la capital, que respondía a las ideas anarquistas procedentes de España ya a finales de la década de l870 y quienes fueron los precursores en Cuba de la lucha de clases, la organización sindical, el antirracismo y los derechos sindicales femeninos. Para 1883 se habían fundado ya varias publicaciones ácratas tales como El Obrero y el 12 de julio de l887 El Productor.

Bajo la orientación de Enrique Roig San Martín, Enrique Messonier y Enrique Creci iniciaron el trabajo publicitario de las ideas anarquistas. En l885 se reorganizó la Junta Central de Artesanos y en 1887 se fundó el Círculo de Trabajadores y ese mismo año se celebró el primer congreso obrero en Cuba. Para l888 se organizó una asociación obrera muy combativa llamada La Alianza.

El resultado fue que los anarquistas disponían de tres importantes instrumentos dedicados a la organización del incipiente movimiento obrero cubano. Al principio de esa década, el proletariado en Cuba estaba dividido entre los llamados unionistas, controlados por los patronos, y los anarquistas que defendían las ideas del socialismo revolucionario. En l887 los obreros agrupados en diferentes asociaciones en los distintos sectores urbanos seguían las ideas anarco-colectivistas de esos momentos y que eran en Cuba sin dudas de ninguna clase las hegemónicas. «Nadie hablaba de Marx ni de Engels (…) pero en cambio los nombres de Bakunin, Malatesta, Kropotkin, Reclus y Anselmo Lorenzo no son desconocidos entre los obreros cubanos y españoles que trabajaban en las tabaquerías donde a diario son leídas y comentadas sus respectivas producciones»(3).

Esta influencia ácrata en el movimiento obrero condujo a varias huelgas exitosas desde l887-90, logrando los obreros mejores salarios, evitando abusos patronales, mejorando la higiene de los talleres, elevando las condiciones sociales y laborares de las trabajadoras y, un hecho muy significativo dentro de aquella sociedad profundamente racista, la igualdad sindical y racial entre los obreros blancos o negros, como lo demuestran los acuerdos del congreso obrero de l887 y la notable actuación de La Alianza dentro y fuera del país, en las ciudades al sur de los EE UU como Tampa y Cayo Hueso, enclaves industriales del tabaco y que también eran organizados e influenciados por el anarquismo, que procedía esta vez de La Habana y no de Barcelona, en talleres en los cuales también se producían disputas laborales, y hasta huelgas generales que se ganaban o perdían pero siempre orientadas por los responsables ácratas «que proclaman como dogma la fraternidad universal merced a la cual desaparecen las razas y nacionalidades(4)».

Precisamente las noticias procedentes de los EE UU primero y de España después sobre los sangrientos sucesos de mayo de l886 en Chicago, conmovieron la conciencia de la clase obrera cubana que supo en su momento tomar partido por sus compañeros de lucha en el país vecino y el encarcelamiento de los anarquistas presos por sus ideas, acusados falsamente de lanzar una bomba contra un grupo represivo de policías en Haymarket Square. No había dudas de que el proletariado cubano se había hecho eco del «juicio
sucio» contra los más connotados responsables anarquistas de Chicago, condenando la decisión del tribunal con la pena de muerte a cinco de los ocho acusados y de largas sanciones carcelarias a los otros tres, Michael Schwab, Oscar Neebe y Samuel Fielden y como era de esperar la clase obrera de Cuba ya tenía conciencia del crimen que se iba a cometer. También habían denunciado los anarquistas en el congreso obrero de l887 protestando «como en el presente, para arrancar de las garras del verdugo a siete apóstoles de una idea(5)».

Los ácratas en Cuba se decidieron a actuar. Se inicia entonces una intensa campaña solidaria a favor de los anarquistas presos en Chicago por medio de El Productor, publicando artículos que denunciaban la inocencia de los reos, la pena de muerte y la evidente conspiración entre el corrupto sistema judicial y los intereses capitalistas norteamericanos en contra de la clase obrera. Se les pide entonces a los trabajadores de toda la Isla un aporte, por modesto que fuera, para ayudar económicamente a pagar el llamado proceso de apelación al tribunal. Ya para el 2 de octubre se crea un llamado Comité de Auxilio para tratar de salvar a los condenados del patíbulo y El Productor publica un artículo titulado «Protesta» con la intención de «levantar una protesta contra la pena de muerte (…) y el allegar fondos para que el comité de defensa de aquellos desgraciados pueda establecer la apelación(6)».

La colecta realizada en La Habana llegó a Nueva York y El Productor se hace eco de una carta confirmando el recibo de la recaudación por el cual expresa la siguiente: «Cualquiera que sea la suerte de esos mártires (…) los fondos que se acumulen tendrán buena aplicación (…) que esas familias no sufran los horrores de la miseria (…) Ustedes tendrán la recompensa por la ayuda (…) porque la mayor de las recompensas es la tranquilidad de haber cumplido con un deber». En esa misma edición se publican unas cortas biografías de los anarquistas condenados(7).

Unos pocos días antes de la ejecución programada, el comité de auxilio celebró una gran asamblea el 8 de noviembre en el local del Circo Jané con el propósito de solicitar el indulto para los condenados, con gran asistencia de público y la solidaridad de los distintos sindicatos y gremios de Cuba. «La recaudación ascendió a mas de dos mil pesos». Ajusticiados ya cuatro de los anarquistas (Lingg optó por el suicidio) en la triste mañana del 11 de noviembre, El Productor en su número correspondiente le dedicó un recuadro fúnebre a sus compañeros muertos en un epitafio «11 de noviembre de 1887. La redacción de El Productor. A los Mártires de Chicago».

Si no fue la primera vez que se usó la palabra «mártires» para señalar para la historia a los anarquistas ejecutados injustamente en Chicago, es muy probable que estuviera entre los primeros en otorgarles un título honroso a las víctimas de aquel capitalismo asesino que corría por las praderas estadounidenses. Por su parte, Enrique Roig San Martín en El Productor, escribió «En nuestro puesto» uno de sus mejores artículos, dentro del cual se había insertado el epitafio de recordación. «La historia, esa maestra severa y elocuente, nos demuestra que las ideas emancipadoras no se ahogan con sangre; y que el árbol sagrado de la libertad, cuando más lo poda la tiranía, más lozano se levanta. La historia nos enseña también que los cadalsos que la reacción levanta, la libertad los convierte en símbolos redentores, inscribiendo en el catálogo de los mártires a las víctimas de los tiranos»(8).

 

Demostraciones y discursos. 1890

Reunidos en asamblea en su local del Círculo de Trabajadores, en la noche del 20 de abril de l890, después de informar sobre el acuerdo del Segundo Congreso Internacional de París, nueve meses antes, se discute dicho acuerdo con el propósito de instaurar por primera vez en Cuba un día de recordación a los Mártires de Chicago, se aprueba por mayoría conmemorar solemnemente la fecha luctuosa con una demostración pública y un acto el día primero de mayo de ese mismo año. Se pasa a redactar un manifiesto a los obreros y al pueblo, que firman todos los presentes: Cristóbal Fuente, Ramón C. Villamil, Eduardo Pérez, José Fernández, Juan Tiradas, José Ortega, Pedro Blandín, José C. Hernández, Adolfo Horno, Melquíades Estrada, Federico Aguilar, Angel Patiño, José F. Pérez, José Cobo y Victorino Díaz.

El documento declara que los firmantes son responsables de esta actividad y que, «habiéndose hecho cargo del aspecto que anima a la mayor parte de los obreros de esta capital, de celebrar una manifestación pública, pacífica, que termine en un gran mitin el primero de mayo, han determinado celebrar dicha manifestación para que el gobierno, las clases elevadas y el público en general sepan o puedan apreciar cuáles son las aspiraciones de este pueblo obrero», y en la cual, «dominará el espíritu de orden y tranquilidad que acreditado tienen las clases obreras de La Habana». Finaliza el manifiesto indicando el lugar del acto y la ruta del mismo a las tres de la tarde desde el Campo de Marte (actual Plaza de la Fraternidad) y «siguiendo por las calles de Calzada del Monte, calle Águila, Calzada de Reina, Galiano, San Rafael y Consulado». El desfile culminaría en el Skating Ring, un local con pista de madera para patinaje, donde se celebraría el mitin, «sujetándose los oradores a exponer las necesidades y aspiraciones de la clase obrera, únicamente de forma moderada, para que nuestros conceptos puedan ilustrar la opinión»(9).

Se deben tomar en cuenta ciertos hechos acontecidos dentro del sistema de gobierno colonial español de esos años, para entender lo precario y peligroso de una organización anarquista en la «Cuba española». Las «leyes especiales» que aplicaban los gobernantes españoles en Cuba con respecto a los ácratas nunca les fueron favorables, al igual que en España. La poca libertad de imprenta, censurada; un sindicalismo espiado; la represión huelguística siempre a favor de los patronos; los actos públicos vigilados por un funcionario policial, capaz de interrumpir al orador, suspender el mitin y multar a los responsables, quedando siempre la amenaza de represión carcelaria o la deportación. Todo dependía, no de la interpretación legal de los derechos ciudadanos, sino del temperamento del capitán general que gobernara a Cuba con poderes omnímodos desde principios del siglo. Por estas fechas la muerte súbita y misteriosa del capitán general Manuel Salamanca a principios de l890 y la temporalidad del general José Sánchez Gómez y del teniente general José Chinchilla marcaba cierta cuidadosa tolerancia custodiada que fue bien aprovechada por los anarquistas.

Como esa primera convocatoria a un acto masivo y público, de carácter proletario, cayó un día jueves, con un desafío tácito a sus patronos, los obreros cubanos demostraron una alta conciencia clasista. Desde las dos y media de la tarde, grupos de obreros empezaron a ocupar el mismo centro de la capital en los alrededores del Campo de Marte y ya cerca de las tres una muchedumbre de más de tres mil personas se había reunido para la manifestación. El desfile se inició a las cinco de la tarde, encabezado por una banda de música que interpretaba el Himno de Riego, lo cual provocó un «viva a la clase obrera, que contestado frenéticamente por aquel pueblo, atronó el espacio». Cuando la manifestación entraba en la Calzada de Reina, la banda sustituyó el himno republicano por La Marsellesa, lo cual motivó un «aplauso ruidoso y vivas a Francia». No hubo incidentes a pesar de haberse movilizado casi toda la policía de La Habana y el mismo gobernador civil, Rodríguez Batista, recorrió todo el desfile para comprobar que no se comprometía el «orden público».

Por su parte los manifestantes mantuvieron la corrección y no desplegaron banderas ni se produjeron provocaciones. Portales, aceras, balcones y azoteas de todas las calles recorridas, estuvieron ocupadas por curiosos y público que presenciaban sin saberlo un acto histórico, realmente nuevo en las calles del centro habanero, un largo desfile de obreros, blancos y negros, cubanos y españoles, hombres y mujeres unidos, «en completa hermandad, respondiendo al mismo ideal de fraternidad de todos los trabajadores».
El amplio salón del Skating Ring estaba lleno a reventar. Sobre la izquierda se levantaba una tribuna para la prensa, los oradores y el segundo jefe de la policía, un censor llamado Pérez que representaba al Gobierno, según la costumbre ya explicada. Maximino Fernández fue elegido por aclamación para presidir y hacer el resumen del mitin y se dio comienzo al acto. Hicieron uso de la palabra veintitrés oradores, todos y cada uno de ellos con su estilo peculiar: elocuente o sencillo, violento o enérgico, expresivo o provocador. Los temas fueron varios pero se centraron en la razón y causa del acto que se conmemoraba, el recuerdo a los anarquistas ahorcados en Chicago.

Se aprovechaba además la ocasión para hacerle una crítica social al sistema colonial español y lanzar acusaciones sobre los abusos laborales y morales, las lacras de aquella sociedad injusta, al mismo tiempo que se ponía fe en una aurora de fraternidad y libertad universal.
En orden hablaron Sandalio Romaelle que reclamó las ocho horas de jornada diaria; Cristóbal Fuente que exigió la igualdad racial; Juan Tiradas exigiendo que «la tiranía termine»; Prendes pidió la igualdad total y la destrucción del orden actual; Ruz se declara contra el «orden existente» y pide «el triunfo del socialismo (…) que éste y la anarquía asoman por todas partes». Victoriano Díaz clamó por la libertad de los obreros, «en peor condición que los de antes» refiriéndose a la esclavitud africana recientemente abolida. Ramón C. Villamil felicita a los cocheros por el triunfo de su huelga; Jenaro Hernández ataca a la burguesía, pidiéndole a los obreros «hacerle frente». Enrique Messonier defiende las ideas anarquistas y explica el significado del Primero de Mayo, declarando que «los que proclaman el socialismo están con la libertad y contra la reacción». Anselmo Álvarez en una oración muy significativa promete que «todos los años habrá una celebración similar y les dedica un recuerdo a los Mártires de Chicago».

Continúan los discursos con Pablo Guerra reclamando la igualdad de las razas; Eduardo González Boves declara que el acto que se celebra es el principio del anarquismo en Cuba y que las ideas representan «la igualdad y la doctrina del futuro”. González Bobes es aplaudido delirantemente. Toma la palabra Pérez, el delegado del gobierno que en varias ocasiones había interrumpido al orador de turno pidiendo moderación, cuando el auditorio, enardecido por el orador, gritaba y producía protestas dando vivas o mueras. No siempre tuvo éxito y era abucheado por el público; intervenía entonces Fernández que calmaba a la multitud en su papel de moderador persuasivo. Continúa el acto con Eduardo Rey, que protesta contra la opresión y pide que no se aplauda a ningún líder (aludiendo a Boves) sino «a las ideas que el orador representa»; García y Gerardo Quiñones, «ambos estuvieron tan enérgicos y radicales que merecieron grandes aclamaciones» y por supuesto la interrupción gubernamental; Manuel M. Miranda recitó una décima que comenzaba «Abajo la explotación» y terminaba «y sea un hecho la anarquía», Enrique Creci se pronuncia combativo y desafiante. Recuerda «la cuestión social» y termina diciendo que sólo abraza una bandera «la roja, con una palabra en el medio, anarquía». Velarmino le hace homenaje al internacionalismo, «la patria universal» reconociendo sólo «las leyes de la naturaleza»; Ramón Otero saluda a los obreros de La Habana en nombre de los de Batabanó; Adolfo Horno aconseja a los trabajadores ir menos a los cafés y más a las escuelas y grita «viva la anarquía» haciéndose eco en los asistentes; Francisco Vega por su parte, reafirma lo dicho por los anteriores oradores y es aplaudido calurosamente. El acto termina con las palabras de Maximino Fernández que resume en perfecto y común acuerdo con todo lo expresado en el mitin y recomienda que al terminar el acto, los obreros se disuelvan «pacíficamente» para evitar «que la policía los atropelle, que ya llegará el día en que nada tendrán que temer», esto debido sin duda a la numerosa cantidad de «agentes del orden» que merodeaban por las afueras del acto(10).

La conmemoración proletaria terminó a las nueve de la noche sin incidentes con la autoridad y se dispersó por el centro de La Habana. Los precursores del Primero de Mayo en La Habana habían logrado su propósito de dejar sentada una fecha para otra reunión masiva similar, muy satisfechos por el éxito de aquella jornada obrera que había demostrado su organización, su valor y les tocó el honor de haber sido los primeros obreros anarquistas en este inolvidable recuerdo a los Mártires de Chicago.

Frank Fernández

Publicado en Germinal. Revista de Estudios Libertarios 8
(octubre de 2009)

Notas:


1.- Paul Avrich, The Haymarket Tragedy, Princenton University Press, Nueva Jersey 1984.
2.- Ricardo Mella – Maurice Dommanget, Primero de Mayo, Antorcha, México 1977, notas p.188.
3.- José Rivero Muñiz, El primer partido socialista cubano, apuntes para la historia del proletariado en Cuba, Universidad de Las Villas, 1962, p.11-12.
4.- «El dictamen del congreso»: El Productor, La Habana, 11 noviembre l887. Cfr. El movimiento obrero cubano. Documentos y artículos, Ciencias Sociales, La Habana 1977, p.54.
5.- El Productor, La Habana 17 noviembre l887. Cfr. El moviento obrero…, op. cit. p.53.
6.- Ibídem, 6 octubre 1887.
7.- Ibídem, 27 octubre l887.
8.- Ibídem, 17 noviembre l887.
9.- El movimiento obrero…, op. cit. p.72.
10.- La lucha, La Habana 1 y 2 mayo l890. Cfr. Rafael Soto Paz, «Nuestro primer 1 de Mayo»: Bohemia, La Habana 1952, p.124-126. Guángara Libertaria 38, Miami 1989, p.6-8.

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