He dejado pasar un tiempo para digerir que la Francia de Macron haya considerado a Louise Michel como una de las diez «heroínas doradas» de la historia francesa homenajeadas en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos.
Ignoro qué y quién estableció los criterios para que fuera una de las diez mujeres elegidas para ese reconocimiento dorado. Louise Michel fue una mujer anarquista condenada por los sucesos de la «Comuna de París» a diez años de destierro en Nueva Caledonia y no comprendo el porqué de su elección salvo que la consideren un personaje reapropiado y domesticado para formar parte del espectáculo de los Juegos Olímpicos.
La Comuna de París, pese a que solo duró diez días (del 18 al 28 de marzo de 1871), fue un episodio de gran repercusión que rápidamente fue interpretado como la primera revolución proletaria de la historia. La Comuna resonó como una advertencia y como la imagen de un desorden y un caos insoportable para la burguesía. De hecho, la Comuna certificó que la burguesía había dejado de ser revolucionaria capitaneando una represión que fue terrible: las personas ejecutadas ascendieron a varias decenas de miles, incluidos niños y niñas1.
A la represión le siguió una cruel campaña de demonización en el campo de la memoria que alentó una fiebre anticommunard cultivada por los intelectuales del momento. La campaña contra la memoria de los communards llegó incluso a los cementerios puesto que los caídos no pudieron referirse a la Comuna en sus tumbas hasta el año 1906.
Y resulta, haciendo referencia a nuestra «heroína dorada», Louise Michel, que las principales dianas fueron las mujeres, injuriadas bajo la etiqueta de pétroleuses o incendiarias y a quienes se les dedicó todo tipo de epítetos peyorativos. Fueron mostradas y señaladas como mujeres furiosas, enloquecidas y portadoras de un delirio criminal y satánico con el que pretendían incendiar París y a sus dos millones de habitantes. Desde estas frecuentes narrativas la pétroleuse representaba no solo a la mujer peligrosa y descontrolada, sino un mundo completamente del revés. Una Louise Michel uniformada y armada simbolizó como pocas ese mundo al revés. Feminista y anarquista dedicó su vida a la revolución y así lo escribió en sus Memorias, publicadas en 1886:
«Sí, bárbara como fui, amaba el cañón, el olor de la pólvora y la metralla en el aire, pero por encima de todo, estaba enamorada de la revolución».
Louise Michel contribuyó, durante la Comuna, a la organización de la educación infantil, a la movilización y organización de las mujeres y a la incorporación de las prostitutas a las tareas de la comunidad. Las mujeres, organizadas en asociaciones locales, crearon cooperativas de trabajo y actuaron en todos los frentes de la Comuna. Louise Michel formó parte de los Comités de Vigilancia de la Comuna y debatió con otras mujeres y hombres las estrategias y el rumbo de la Comuna.
Volviendo al espectáculo de los Juegos Olímpicos, ¿qué le ocurriría en 2024 a cualquier mujer anarquista y feminista que tuviera un comportamiento similar al de Louise Michel o que participara en un acontecimiento parecido al de la Comuna? ¿La considerarían una «heroína dorada» o sería objeto de castigo represivo?
No, Louise Michel continúa teniendo una impronta de rebeldía y de luchadora anarquista y feminista contra la dominación y a favor de la libertad, que no cuadra con ese reconocimiento mercantilizado y domesticado que nos endilgaron los creativos del espectáculo de la ceremonia de inicio de los Juegos Olímpicos.
Laura Vicente
- Resulta interesante para entender el significado de la Comuna el libro de Edgar Straehle (2024): Los pasados de la revolución. Los múltiples caminos de la memoria revolucionaria. Madrid, Akal. Igualmente, interesante es la última edición del libro de la propia Louise Michel (2023): La Comuna de París. Madrid, La Tormenta. ↩︎