Mujeres

A propósito de las recientes, y multitudinarias, manifestaciones del 8 de marzo, no tenemos más remedio que acoger sobrecogidos al espectáculo que nos regala nuestra clase política más reaccionaria. Uno, ahíto de acracia y nihilismo, lo aclararé por enésima ocasión, es incapaz de confiar en ningún partido político. Es más, asisto gustoso a los logros que está haciendo el movimiento feminista, cuyos colectivos, al igual que otros movimientos sociales en permanente conquista de sus derechos, recogen en gran medida los valores libertarios, horizontales e igualitarios. No obstante, realizado esta matización, y comprendido que los jerarquizados partidos, no importa el pelaje, que tengan,  pretenden arrogarse no pocas veces los logros sociales, en lo que respecta al feminismo el discurso de la derecha que sufrimos en España también nos produce escalofríos. Ideologías repulsivamente reaccionarias aparte, hablamos de algo de tan sentido común como el feminismo, es decir, el principio de igualdad de derechos entre hombre y mujer. Como no podía ser de otra manera en este inefable país, donde venció el fascismo y eso ha determinada nuestra tradición política contemporánea, el dicursos feminista es dervirtuado por los más conservadores y reaccionarios.

El Partido Popular, este año, sencillamente, se desmarcó de la convocatoria del 8-M y no acudió finalmente a las manifestaciones. Los indescriptibles miembros de Ciudadanos, con una notable ausencia de ridículo, presentaron una especie de manifiesto que, por no dar su brazo a torcer, colocaba al feminismo el apelativo de «liberal» y con el que, lo han adivinado, no proponía nada original más allá de unos cuantos lugares comunes. Por cierto, este partido encabezado por Rivera, pretende reivindicar figuras como las de Clara Campoamor, aunque para ello debería también revindicar cierta tradición republicana y democrática finalmente aplastada por el fascismo. Ciudadanos, obviamente, no tiene la valentía ni la honestidad para ello, no sea que pierda un buen puñado de votos entre las masas más conservadora del país. Qué ocurre con la tercera pata de esta triada magnífica de la derecha, que es Vox. Resulta tan peculiar como terrible que, en este caso, no es que se eche tierra sobre la historia para hacer una penosa tabla rasa en defensa del statu quo, no, es que se dervitúa el discurso hasta producir cabriolas dialécticas que insultan la inteligencia. Así, mencionan hasta el sonrojo peculiares conceptos como «supremacismo feminista» o «burka ideológico», cuya lectura solo puede hacerse en términos de defensa de la reacción de toda la vida ante la conquista de derechos de colectivos tradicionamente reprimidos. Resulta estremecedor que esta gente de Vox, en cuyos discursos, entre otras políticas abiertamente autoritarias, está muy presente la defensa armada de la nación y la represión de todos los que la cuestionan o intentan traspasar sus fronteras, acuse a los demás de lindezas como totalitarios o sectarios. Es decir, que son ellos la víctimas, los que ven su libertad en peligro y los que tienen todo el derecho a defenderse frente a la «dictudura progre» (sic).

Los referentes históricos de este partido, nuevo y reaccionario en homenaje a la figura retórica del oxímorn, que es Vox, en lo que atañe al menos al «feminismo», tienen que remontarse algo más atrás que los de otras fuerzas conservadoras. Así, se menciona a Concepción Arenal, mujer fuerte e inteligente, que allá por la segunda mitad del siglo XIX, fue una de las primeras en ocupar un puesto relevante en la Administración. Era Arenal, también, una persona católica, que aportó mucho sin duda para no considerar a la mujer inferior intelectualmente al hombre, pero cuyas ideas y moral le hacían no cuestionar a fondo aquella retrógrada sociedad. Sin duda, esta figura merece su lugar en la historia, pero hubo otros mujeres posteriores, republicanas, socialistas o libertarias, a las que Vox y otras fuerzas políticas ningunean lastimosamente buscando referencias algo delirantes para aquellos que no condenan abiertamente el golpe militar del 36 y la posterior dictadura. Un régimen franquista, apoteosis del modelo patriarcal todavía influyente en muchos lugares del mundo, en el que la mujer tuvo una, si cabe, mayor represión que los hombres de su generación. Además de sufrir cárcel, tortura o pena de muerte, padecieron una represión de género por haberse atrevido a cuestionar y transgredir una feminidad tradicional, que las relegaba a unos determinados roles privados y domésticos. La memoria histórica de este país, donde venció la reacción y aún lo padeceremos hasta que no haya un proceso de esclarecedora lucidez, tiene si cabe mayor deuda con ellas.

Juan Cáspar

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