Objetivos y visiones

En un artículo de 1996, Noam Chomsky ejemplificaba de manera clara la diferencia entre un “objetivo” y una “visión” escribiendo: “Con visión entiendo la concepción de una sociedad futura que anima a lo que hacemos realmente, una sociedad donde pueda querer vivir un ser humano digno. Con objetivo me refiero a la opción y a las tareas que nos caracterizan, que perseguiremos de una u otra manera, guiados por una visión que puede ser lejana e indistinta”. En esta breve pero eficaz distinción, están contenidas numerosas cuestiones que seguramente son interesantes para nuestras reflexiones.

Sobre todo está claro que para todo el que se plantee el problema de apoyar y promover un cambio en sentido libertario, es indispensable tener una visión. Esta se configura en cualquier modo como una proyección de un “en otra parte” de los deseos y las expectativas del aquí y ahora. Se trata por tanto de un tiempo y de un espacio que se configuran como diferentes de aquellos en los que estamos viviendo hoy. Pero ¿cuánto de condicionante y cuánto de indispensable puede ser proceder según una visión? Condicionante, seguramente; indispensable, todavía más. Una visión, en primer lugar, no es un proyecto definido, y muchos menos un programa detallado: aparece más como una utopía, como un sueño con perfiles no especificados ni delimitados, como una hipótesis de gran calado. Se trata de un conjunto de sentimientos y de situaciones concretas que se presentan a menudo de manera desdibujada pero no por ello indefinida o caótica.

La visión no nos confunde, nace de un deseo profundo, se alimenta de la esperanza y del razonamiento consciente. Sin embargo, hay algo que no está completo, tal vez aparece lejano, imposible o incluso irrealizable. Este aspecto, esta perturbadora dimensión, puede condicionar pesadamente y frustrar nuestro deseo, hasta llegar al abandono y la pérdida de esperanza. Debemos por ello ser conscientes de estas dimensiones, a veces contradictorias, que cada visión puede inducir en nuestro pensamiento. La utopía entonces no es tan importante porque haga aparecer lo que debemos ser, o mejor lo que queremos, sino por el contrario, porque realiza un trabajo constante de desestabilización en lo que vivimos cotidianamente.

 

Una prisión desconocida

Otro aspecto importante sobre el que reflexionar es el relativo al análisis que el sujeto cumple respecto a su visión, es decir, cuánto condicionamiento y determinación en el aquí y ahora (la sociedad existente) están presentes en nuestra proyección. En suma, hasta qué punto nuestro imaginario social se puede liberar de sí mismo cuando pensamos e imaginamos otra realidad.
Para que una visión no se convierta en una prisión desconocida y en una hipoteca mesiánica de nuestra vida, es indispensable plantearse esta proyección. Desde luego, no es siguiendo una postura milenarista o escatológica como podremos garantizar “otra” idea que nos ayude verdaderamente en el proceso de autoemancipación y de autoliberación.

Por último, no es pensando y abandonando completamente esta visión como podremos confiar en el cambio de nuestras condiciones de sufrimiento y frustración. Cada vez es más necesario, a pesar de todo, verdaderamente a pesar de todo, alimentar la otra dimensión de la vida a partir de esta que estamos viviendo. Y si es indispensable, con la dimensión de la revuelta (Albert Camus), romper con el imaginario dominante, diluir los límites y fronteras de las lógicas de dominio en sus muy variadas formas, es también importante liberar todas las características positivas y altruistas que marcan nuestras relaciones y califican nuestra existencia. El odio y la violencia se producen y se alimentan a sí mismos, lo mismo pasa con el amor y la compasión. Está fuera de toda duda que tanto la violencia como el amor tienen el poder de contaminación y difusión de la propia práctica, por lo que debemos ser conscientes de esta enorme responsabilidad. La revuelta es la acción necesaria e inevitable, pero la degeneración de sus efectos en nombre de una visión autoritaria produce y ha producido los monstruos del totalitarismo.

Cuando se pasa al tema de la relación entre una visión y los objetivos, a menudo nacen y se desarrollan contradicciones y problemáticas que parecen irresolubles. Si el enquistamiento de los proyectos puede conducirnos a la impotencia o, peor aún, al aislamiento elitista e inconsecuente, el énfasis exclusivo en el objetivo puede determinar una fractura radical e irreparable con la dimensión estratégica del otro en el aquí y ahora. Y en esto los ejemplos son tantos, y tan evidentes para todos, que resulta superfluo enumerarlos y ponerlos en evidencia.

 

Capacidad y responsabilidad ética

En nuestro caso, en la consolidada tradición del pensamiento anarquista, estamos habituados, con razón, a recurrir a la conocida máxima de que fines y medios deben estar ligados entre sí por una relación coherente. Dado un cierto fin, los medios que utilicemos para conseguirlo deben contener las características determinantes del fin en sí mismo. El medio es un fin en potencia. Pero si esto está claro y es fácilmente definible en determinadas situaciones, en otras ocasiones esto es como poco más problemático y no está tan rígidamente conectado. Y también tenemos muchos y conocidos ejemplos.

En este caso, lo que marca la diferencia es la capacidad y la responsabilidad ética del individuo o del grupo que debe intervenir, al tomar conciencia de la contradicción que se está expresando y, al mismo tiempo, al comprobar con continuidad y severidad los efectos que un determinado medio está produciendo. Llegados a este punto, me parece oportuna una reflexión de Paul Goodman: “Supón que has hecho la revolución de la que estás hablando y con la que sueñas. Supón que tu tendencia ha vencido y que habéis logrado la clase de sociedad que queríais. Personalmente, ¿cómo vivirías en esa sociedad? Empieza a vivir de ese modo ahora mismo. Cualquier cosa que harías entonces, hazla de ese modo ahora mismo. Cuando te topas con obstáculos, personas o situaciones que no quieren dejarte vivir de ese modo, comienza a pensar en cómo podrías superar o dar la vuelta a ese obstáculo, o en cómo lo podrías empujar fuera del camino, y tu política será concreta y práctica”.

Existen situaciones que parecen difícilmente comprensibles y, sobre todo, modificables en sentido libertario, no tanto si se sitúan en el espacio y en el tiempo de la visión, sino en el de hoy y ahora, como el deber de responder a preguntas precisas, el deber escoger comportamientos inmediatos en la confrontación con los demás, con los que compartimos trabajo, amistad, aficiones, gustos, etc. En estos casos, ¿qué hacer? ¿Cómo tomar postura? ¿De qué manera reaccionar? Quizás estemos constreñidos a realizar una resiliencia en lugar de una resistencia, somos propensos a adoptar una condición de compromiso que no nos parece en absoluto satisfactoria pero que resulta de hecho inevitable. Muchas veces, cada día, nos encontramos con situaciones de este tipo y muchas veces sentimos una profunda insatisfacción interior y un deseo de rebelarnos a todo esto. Pero igualmente actuamos, vivimos, nos relacionamos, sufrimos derrotas y acumulamos frustraciones y, al mismo tiempo, ¡no fustigamos nuestra visión!

 

Dar voz a la desobediencia

Trazamos un límite, eso es lo que hacemos en estos casos. Trazar un límite significa saber que hay un momento, un espacio, un tiempo, por el que no podemos ni queremos transitar. Significa utilizar nuestra coherencia en definir concretamente el límite de aguante del dominio y la contradicción; en la práctica quiere decir transformar la resiliencia en resistencia y decir ¡no! Fácil no es, no siempre es automático, pero es necesario.
Trazar el límite, como sugería Paul Goodman, es dar voz a la desobediencia, liberar nuestra energía, no sucumbir a la asfixia del dominio y el servilismo. Esta acción no es suficiente si no se acompaña de otra de similar intensidad pero colectiva. Mucho se puede hacer para señalar objetivos concretos, aunque limitados, pero que son, en la vida diaria, los únicos que nos permiten vivir dignamente nuestra autonomía y libertad. Porque, en el fondo, tenía razón Alexander Herzen cuando escribía: “Una meta que se sitúe infinitamente lejana de nosotros no es una meta, es una burla”.
Siempre tenemos la necesidad de alcanzar objetivos que vayan en la dirección de acercarnos a una mayor libertad y a una más completa igualdad. Tenemos necesidad ahora mismo y esto no nos impedirá mantener, e incluso potenciar, nuestra visión. Porque no solo es una lucha, son muchos los lugares y los tiempos en los que es posible trazar un límite.

Francesco Codello

Publicado en Tierra y libertad núm.332 (marzo de 2016)

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