No es la primera vez que me califican, no sé muy bien todavía si como elogio o de manera condescendiente, de optimista antropológico. Creo que todo aquel que simpatiza con las ideas libertarias debería serlo, tal calificativo conlleva una confianza (real, pragmática, consecuente, nada de «locos soñadores») en el progreso hacia una sociedad libre e igualitaria (los dos valores, libertad e igualdad, no soportan tensión para el anarquismo).
Sin embargo, la visión anarquista se distancia de liberalismo y marxismo (ambas corrientes, con su propio optimismo antropológico) en diversos aspectos. El determinismo histórico propio del marxismo (que, a estas alturas, no sé si habrá quien lo defienda, retrasando la consecución, no ya del «paraíso comunista», sino de la fase del «socialismo» a vete tú a saber cuándo), aún teniendo en cuenta el importante factor evolutivo que es la lucha de clases, chirría enormemente.
El anarquismo, y yo con él, observa la historia con mucha más flexibilidad que el socialismo marxista. Por otra parte, las ideas libertarias parten de una concepción antropológica (y sicológica) diferente de la del liberalismo burgués (triunfante política y socialmente, de momento). No debe ser incompatible el egoísmo, o búsqueda de la satisfacción individual, con la cooperación y solidaridad, basadas en la ayuda mutua.
El logro y coherencia anarquistas no se pospone para una sociedad futura, empieza aquí y ahora, individual y colectivamente, en la medida en que las circunstancias lo permitan, en un ejercicio práctico de libertad. La revolución social no surge espontáneamente (como una especie de advenimiento, término más bien místico), empieza a prepararse en este momento.
El anarquismo es también educación, lo que supone más optimismo (palabra que me voy a empeñar en desprender de sus connotaciones «utópicas») ante la confianza en esta educación hacia la libertad. No es tarea fácil esta labor educativa (y auto-educativa) no adoctrinadora, que deberá potenciar valores y eliminar dogmas y prejuicios.
Se puede ser anarquista (muchos quizá no empleen esta palabra, ante el desprestigio que sufre), es decir, un optimista antropológico anti-autoritario, desde muchas perspectivas y filosofías, lo que propiciará convergir con múltiples personas y colectivos (son anarquistas, para mí, entre otros rasgos, aquellos que mantengan una coherencia entre medios y fines).
En fin, como casi siempre, me he puesto muy solemne. Lo que sí me parece es que me he convencido, por fin, de que soy un optimista, al menos en cuestiones antropológicas. ¡Cómo no serlo, si confías en que los valores libertarios predominen en la sociedad!
Pienso que la posmodernidad se lleva muy bien con los fatalismos sociológicos y filosóficos tan en boga dentro del academicismo. Es evidente que ello se vuelve, muchas veces inadvertidamente, conservador y reaccionario.