Es muy posible que el poder, como sostenía Foucault, sea poliédrico, que se produzca, no solo en el Estado o en las empresas capitalistas, también en cualquier otro ámbito humano, incluso en lo que vemos a diario en el mismo entorno urbano. Desde que nació como una de las corrientes modernas más radicalmente emancipadoras, el anarquismo y los anarquistas se han esforzado por combatir ese poder entendido como cualquier forma de dominación. No es necesario, por supuesto, conocer los grandes libros anarquistas, o de teoría política en general, ya que ese rebelarse contra la autoridad coercitiva se produce, tantas veces, de forma instintiva. Desgraciadamente, de forma paralela a esa condición rebelde y libertaria, en el ser humano se da todo contrario y acaba sucumbiendo a la tentación alienadora de la servidumbre voluntaria. Por supuesto, como no creemos que existe ninguna naturaleza o esencia humana, no pensamos que una condición u otra sean totalmente deterministas, las personas son más bien producto de cierto ambiente cultural, de unas determinadas prácticas sociales, por lo que los anarquistas han hecho bien en instalar y renovar en todo lo posible ese pensamiento radicalmente emancipador de rebelión contra todo tipo de dominación.
Sin ánimo de acaparar la lucha con la dominación, sí pensamos que el anarquismo ha sido el que más ha aportado a la misma, desde la propia etimología de su denominación, desde que nació explícitamente a lo largo del siglo XIX. Hemos insistido, tantas veces, en que muchas personas no desean adscribirse a priori a la enorme familia anarquista y, sin embargo, su actitud cotidiana está impregnada de esa condición libertaria. Por eso, haríamos bien los anarquistas, a pesar de esa asunción de todo una historia de casi dos siglos de luchas concretas, en no adoptar posiciones sectarias y dogmáticas bajo la bandera de una identidad colectiva (por muy roja y muy negra que sea). No es posible olvidar la historia, hay que recordar que en este mismo país hubo un intento de una revolución libertaria, tal vez la experiencia transformadora más avanzada de la historia. Sin embargo, mucho ha pasado desde entonces en el desarrollo de la modernidad, consolidado un sistema estatal y capitalista, opresivo y explotador, por lo que los anarquistas debemos revisar nuestras propuestas y confianza en un futuro mejor. Es cierto que el anarquismo se ha mostrado como la más coherente de todas las corrientes emancipadoras, especialmente en su comparación con el marxismo, convertido en una triste praxis en ese monstruo falaz denominado «socialismo real», por lo que a la fuerza está obligado a replantear sus certezas de forma continua. No obstante, el anarquismo, aunque exento de dogmas, y con la fuerza de sus convicciones éticas, debe luchar permanentemente para no quedarse estancado en la historia, para mantenerse vivo en todo ámbito humano.
El desarrollo de la historia contradice lo que, como doctrina supuestamente científica, afirmaba el marxismo. Es, tal vez, una muestra de la tendencia más dogmática del ser humano, incluso dentro de ideas que se pretenden emancipadoras. Así, incluso desde finales del siglo XIX, el marxismo ha sido objeto de revisión continua, aunque tantos se hayan refugiado en la ortodoxia y en una fidelidad a unos principios originarios con tintes más bien religiosos. A pesar de ello, y gracias a esas aportaciones renovadoras y heterodoxas, no hay que identificar al marxismo solo con la realidad de ciertos regímenes totalitarios, y como gran ejemplo tenemos la muy valiosa escuela de Fráncfort, precisamente como superación tanto del totalitarismo como del liberalismo, que ha tenido diversas etapas. Desde nuestro punto de vista, todas esas revisiones de la doctrina marxista, como transformación revolucionaria de la sociedad, se han acercado indiscutiblemente a diversas luchas contra la dominación, que mucho tienen que ver con el anarquismo: feminismo, ecologismo, antimilitarismo… Como han sostenido autores libertarios, tantas veces esa actitud dentro de la revisión marxista ha servido para justificar prácticas que no cuestionan radicalmente el poder jerárquico y caen de nuevo, de forma honesta o no, en viejos vicios que conducen a lo mismo. No hace falta dar nombres de fuerzas políticas, en la realidad actual de España, donde se han instalado ciertos populismos de izquierda cuyo origen es más bien explícito para quien lo quiera ver.
A diferencia del marxismo, el anarquismo no está obligado a confrontar una determinada visión política y de la historia con la realidad. Precisamente, desde los orígenes de ambas corrientes en el siglo XIX, es uno de los puntos que las ha distanciado, ya que la «conquista del poder» no es más que una estrategia del marxismo que forma parte de sus «certezas». Las ideas anarquistas no pueden, o no deberían, a pesar de ciertas actitudes reprobables, convertirse en teorías cerradas, doctrinas aceptadas o meras ideologías, ya que como sostiene Octavio Alberola, «el corpus ideológico del anarquismo (está) compuesto por una galaxia de pensamientos antiautoritarios suficientemente diversos», aunque a veces su muestran aparentemente discordantes: sindicalismo revolucionario, liberación personal, autogestión social, acción directa, educación emancipadora, amor libre… Las distintas manifestaciones que ha tenido, y sigue teniendo, el anarquismo (o antiautoritarismo) son producto, como suele aclarar Tomás Ibáñez, más de muy concretas prácticas sociales por parte de las propias personas, que de una teoría escrita a modo de guía. Es por eso que, a diferencia de otras corrientes convertidas en doctrina, el anarquismo se esfuerza permanentemente en poner en cuestión en sus experiencias transformadoras todo aquello que ya no resulta válido en el mundo actual. Una búsqueda permanente de un pensamiento liberador más consecuente con la realidad del momento.
Aunque siempre se ha insistido en las ideas libertarias en la adecuación de medios a fines, es tal vez una convicción que conlleva el peligro igualmente de la esclerosis, por lo que hay buscar un compromiso no dogmático con la realidad cotidiana, más que la confianza en grandes principios y discursos. Así, algunos han querido hablar de un nuevo anarquismo, aunque no dejaremos de insistir en los vínculos con el pasado, que no confía ya necesariamente en movimientos de masas que conducirán a un futuro revolucionario, ya que no dejaba de ser una forma de teleología, sino que trata de transformar la realidad aquí y ahora. Sea como fuere, además de esas valiosas prácticas, hay que seguir insistiendo en un pensamiento radicalmente emancipador, antiautoritario y exento de «certezas». Máxime, cuando vemos a las personas continuamente buscar refugio en viejas o nuevos formas de alienación social y política.
Lo que define al anarquismo es justo esa coherencia de fines y medios, si se busca más eficiencia se olvida el asunto. Si cambias la táctica, por pragmatismo, lo conviertes en otra cosa. No hay más. El PSOE abandonó el marxismo y la economía socializada, y se sigue llamando ‘socialista’ sin serlo, ¿esto es la coherencia que busca el neoanarquismo?