Ya ha pasado la hora de disertar sobre los factores que han conducido a la situación actual, entre los cuales figuran sin duda un justificado cabreo de buena parte de la población catalana contra el gobierno del PP, una serie de indiscutibles agravios con sus correspondientes indignaciones, pero, también, la constante y prolongada excitación de la fibra nacional mediante el férreo control de las televisiones y radios públicas catalanas, sin olvidar, tampoco, la fuerte voluntad de acceder a un mayor grado de Poder por parte de unas élites políticas y económicas fascinadas por la perspectiva de convertirse en Estado.
Lo que requiere el momento actual, desde una perspectiva libertaria, es más bien una reflexión sobre las estrategias y los planteamientos en los que se ha adentrado una parte del sector anarquista, y del conglomerado libertario muchísimo más amplio en el que se encuentra incluido. Y confieso que esa reflexión me provoca una creciente perplejidad, a la vez que me conduce a reafirmar algunas certezas ancladas en la memoria libertaria de las luchas.
La perplejidad es inevitable cuando se observa como se transita paulatinamente desde una obvia simpatía, y hasta una participación, en el multi-referéndum vinculado al “derecho a decidir sobre todo” (por cierto, reprimido por la policía del Govern en Mayo del 2014) al apoyo a un uni-referéndum que solo contempla el derecho a decidir si se expresa en clave nacional.
La perplejidad es inevitable cuando se observa cómo se produce un imperceptible desliz desde el hecho de llamar a la movilización, cosa harto positiva, a llamar a acudir a las urnas y a participar en el referéndum. Perplejidad porque, ¿cuál es el quid de la cuestión, y cuál es el objetivo? ¿ Que haya una gran movilización contra el Gobierno y sus aparatos represivos, o bien que se llenen las urnas? ¿Acaso la fuerza de la movilización se establecerá en base al numero de papeletas en las urnas, en lugar de valorarla en función del número de personas en las calles, y, sobre todo, en su grado de determinación para luchar?
Es cierto que el nervio de la protesta popular toma actualmente la forma de la defensa de las urnas (del “derecho a votar” en este referéndum, y del ejercicio factual de ese derecho: “votando”). Pero, desde una posición anarquista ¿acaso es necesario llamar a votar, o incluso integrarse en los Comités de Defensa del Referéndum, afín de conectar con la protesta popular y procurar radicalizarla? ¿No se puede hacer frente a la represión, junto a la gente, sin legitimar por ello un referéndum que enfrenta a dos gobiernos, respaldados ambos por una parte de la población? ¿ Hay que gritar “Votarem” en lugar de “Resistirem” o de “Vencerem”, para participar legítimamente en la movilización?
La alternativa no es la de no hacer nada o bien defender las urnas, la alternativa no se plantea en términos del falso dilema entre tomar partido por quienes defienden el referéndum, o bien permanecer al margen de la lucha popular. Y, desde luego, luchar contra el capital y el Estado, incluso en el momento actual, es perfectamente compatible con negarse a engrosar las filas que se sitúan bajo una bandera nacional, y que son convocadas al amparo de un Gobierno, de sus parlamentarios y de su policía.
“La legalidad mata”, nos recuerda Santiago López Petit en un interesante escrito (“Prendre partit en una situacio estranya” www.elcritic), claro, pero también lo hace aquella legalidad en la que se ampara “el actor necesario” y principal artífice del referéndum, es decir el Govern. Hacer saltar por los aires la legalidad española es algo que resulta extraordinariamente valioso (…si eso de verdad se consigue, más allá de las grietas que ya se han producido), sin embargo, ya no resulta tan valioso si eso se lleva a cabo al amparo de otra legalidad instituida, por mucho que se apueste por hacerla saltar ella también por los aires después de haberla acatado y confortado en el momento presente. ¿No sería más coherente no contribuir a reforzarla en lo inmediato, y empezar ya a quebrar esa otra legalidad desobedeciendo su exhortación a acudir a “su” referéndum?
Por supuesto, resulta imposible prever el desenlace del órdago planteado por el Govern. ¿Qué puede pasar el domingo y los días siguientes? ¿Quién puede saberlo? Lo que es obvio es que el gobierno del PP ya está ahora mismo notablemente debilitado tanto en la esfera internacional, como en Catalunya, y en ciertos sectores de la opinión pública española reacios, por suerte, a todas las manifestaciones represivas. Lo que también parece probable es que, por muy tensa que sea la situación la noche del domingo y el día 2 de octubre con eventuales encierros de los parlamentarios independentistas en sede parlamentaria y ocupaciones de espacios al estilo de la plaza ucraniana de Maidán (en menos sangriento), se abrirá un espacio para calmar el juego, rebajar la tensión, “restablecer el orden” y posibilitar un inicio de negociación entre los dos Gobiernos, a partir de las posiciones de fuerza alcanzadas por cada uno de ellos.
¿Negociación para atender las demandas de los sindicatos que han convocado la huelga general del 3 de octubre? No hay condiciones para ello, porque el escenario principal no es el de una lucha laboral ni el de una lucha de clases y, salvo que se hayan producido muertes y que la huelga general se haya generalizado, la entrada de CGT y CNT en esta batalla solo habrá servido a la causa independentista, para nada a la de los trabajadores.
Ojalá me equivoque. En lo que no creo equivocarme es en el pronostico de que el nacionalismo español saldrá reforzado, lo cual no solo podría dar alas a la extrema derecha sino que también podría asegurar una victoria electoral al PP si se disuelven las cortes en un plazo breve. No sé si la perspectiva de que también salga reforzado el nacionalismo catalán puede servir de consuelo a quienes tienen un mínimo de sensibilidad libertaria. Si ese fuese un pronostico acertado, dicho con todo respecto por los compañeros que tienen otros análisis, tan legítimos como el que aquí se expresa, quedaría patente el error cometido por un sector del anarquismo al adoptar una perspectiva muy, pero que muy cortoplacista.
Tomás Ibáñez
Barcelona 29 de septiembre 2017