Creo que este partido llamado Podemos, creado si no me equivoco a principios de 2014, y que contaba con un gran apoyo de una sociedad civil con ganas de cambio, resulta sintomático del sistema político que tenemos y sufrimos. Recordemos aquel movimiento ciudadano, con un afán transformador, y con cierta naturaleza horizontal y autogestionaria, que se inició en mayo de 2011, pero que, justo es decirlo, desembocó en cierta medida en la construcción de un partido representativo como Podemos. La táctica de esta organización, al menos en un principio, y de cara a captar el mayor número de votantes, era de cierta ambigüedad ideológica. Es decir, como se insiste en la terminología política cuando se oculta o desconoce la orientación, de carácter transversal, de tal manera que no resultaba solo atractiva al imaginario izquierdista, sino a todos aquellos hartos de la “vieja política”. Recuerdo que así fue descrito de manera muy crítica por Alberto Garzón, hoy todavía coordinador de Izquierda Unida, en la actualidad coalición unida electoralmente a Podemos con el nombre de Unidas Podemos. Las cosas de la política y de este país, escaso de memoria histórica y de conocimientos políticos. Y, ojo, estas cosas las digo a priori, de modo crítico sí, pero con cierto distanciamiento objetivo. Espero que no se me tilde de reaccionario ni de hacerle el juego a la derecha (¡ay, los pobres lugares comunes!), por criticar a Podemos, que ya cansa esa visión simplista de la política íntimamente unida a una maniobra electoralista.
La realidad es que, y solo tiene que indagar un poquito el que no lo crea, que Podemos fue la clásica refundación de los partidos izquierdistas más o menos radicales (léase, marxismo-leninismo y derivados), en este caso de IU, por lo que resulta lógico que acabaran unidos (y unidas). La cuestión es que la jugada salió bien, al menos en un principio, y Podemos se convirtió en el gran partido del «cambio» a nivel cosmético. Era una poderosa izquierda a la izquierda del PSOE, lo cual tampoco es que tampoco sea tan difícil, que podemos denominar a priori «radical». De nuevo advierto al que me llame reaccionario, que el término radical no tiene para mí connotaciones peyorativas en absoluto, todo lo contrario, ya que aludimos a la profundización en unos cambios del que este sistema está muy necesitado. El problema, desde ese punto de vista, es si Podemos o Unidas Podemos, o como se quieran llamar en el futuro, son verdaderamente «radicales». Es posible que haya gente, también militante, que así lo considera, pero entramos en otro dilema: si la participación en el sistema, lo que antiguamente se llamaba «la conquista del poder», puede o no transformar de verdad las cosas. En el caso de Podemos, además, se han producido, también prácticamente desde el principio, lo que ocurre en cualquier otro partido: las luchas intestinas por el poder. De un modo especialmente flagrante, hasta el punto que, yo al menos, uno se pierde con la progresiva fragmentación partidista.
Se argumentará que Podemos tiene un funcionamiento interno diferente al resto de los partidos, con su democracia supuestamente real, sus asambleas y sus círculos de base. Hay quien sostiene, por supuesto desde una visión radical y transformadora (huyamos ya definitivamente, por favor, de las acusaciones de reaccionarios), que todo eso es solo un revestimiento amable para una organización tan jerarquizada como cualquier otra. Por otra parte, hay quien hablad de la creación de Podemos hace escasos años como una estrategia llamada «disidencia controlada» para desactivar a los movimientos sociales verdaderamente transformadores. Desconozco si es así, quién podría estar de algo como eso, tal vez se trate de una nueva teoría de la conspiración a las que somos tan dados a veces, tal vez sea excesiva a todas luces. Lo que sí sé es que las conclusiones de dicha teoría o visión son las mismas, más de un lustro después de la creación de Podemos, los hechos parecen darle la razón a los que pensaban que de radical poco o nada y su deriva socialdemócrata está cada vez más evidenciada. Las escisiones y luchas por el poder podemitas son hoy más frecuentes, y más patéticas, que nunca ofreciendo un triste espectáculo. No me cabe ninguna duda que mucha gente que todavía sigue militando a día de hoy en Podemos es honesta, que cree en un auténtico cambio social. Sin embargo, el escenario social y político que hoy tenemos, en el que sus dirigentes son cada vez más moderados, debería hacerles reflexionar sobre si ese es el camino, . Hace tiempo, un anarquista me ofreció una excelente metáfora ferroviaria: por mucho que te empeñes en cambiar al conductor y a la tripulación, incluso aunque modernices el tren, las vías te acaban llevando al mismo sitio. Pues eso, que lo mismo hay que dinamitar las vías. Ojo, que se trata de una metáfora.