Unos de los valores fundamentales del anarquismo es su apertura, que deberá ser constante de cara al futuro, a ideas y autores -que no han estado, ni tienen que estar, claramente dentro de la órbita anarquista- de las más diversas procedencias. Claro está, como bien señala Anibal D’Auria en el importante estudio colectivo El anarquismo frente al derecho, existe el peligro de caer en la confusión y de que las premisas esenciales de las ideas libertarias queden diluidas en ese crisol de influencias y aportes. A pesar de las críticas, su falta de rigidez teórica (que no escasez) es para mí una de las principales bazas del anarquismo; sin embargo, es necesario establecer unos límites a nivel histórico (de ahí, el hilo conductor con el pasado, sin permitir que actúe como lastre), al menos en los aspectos social y político.
En cuestión de autores, el recorrido histórico ofrece pocas dudas a partir de Proudhon (aunque hay matices sobre la importancia del aporte de ciertos nombres), el primero que utilizó el término «anarquía» como orden sin coacción externa. Otra cantar es la cuestión pre y protoanarquista; D’Auria está de acuerdo con Guerín y García Moriyón en las influencias de la Revolución francesa y de los primeros socialistas asociacionistas (Saint-Simon, Owen y Fourier), yo menciono sin dudarlo a un autor esencial que opino que estableció el puente: William Godwin.
Guerín señala como ideas básicas del anarquismo su rebeldía visceral y su rechazo del Estado, de la democracia burguesa (representativa) y del socialismo autoritario (estatal). García Moriyón se extiende mucho más: una concepción de la historia diferente que la del marxismo (menos dogmática y más compleja); el Estado como un mal con lógica propia (no solo como epifenómeno de la economía); un antiteísmo militante (la idea de Dios como el origen del principio de autoridad); los conceptos de individualismo y sociabilidad como indisociables; federalismo y autogestión como propuestas constructivas; educación integral (multidisciplinaria, no coactiva y teórico-práctica); revolución social sin jacobinismo (sin centralismo); un socialismo incompatible con el Estado; una ética vitalista sin sanciones, y la coherencia entre medios y fines. Guerín habla de estos conceptos, no como «ideas básicas», sino como caminos de búsqueda de una nueva sociedad. D’Auria prefiere sintetizar o reducir el núcleo básico del anarquismo a dos principios básicos: socialismo antiautoritario y coherencia entre medios y fines.
El socialismo anarquista, antiautoritario y antiestatista, desconfía del Estado como gestor de la economía, ya que considera que podrá ser incluso más déspota que los capitalistas privados; también rechaza al Estado como instrumento revolucionario, aspecto que entraría dentro de la idea de «coherencia entre medios y fines». El Estado no sería un fenómeno resultante de cómo está estructurada la producción y la economía, sino un mal en sí mismo con sus propios intereses (al igual que la Iglesia). El anarquismo puede coincidir con el liberalismo en su antiestatismo, pero, a diferencia de éste, apuesta por la gestión colectiva de los medios de producción y rechaza el ánimo de lucro (concepto intocable dentro del liberalismo capitalista). El anarquismo, a pesar de su múltiples influencias y de la asimilación de importantes corrientes individualistas, es inequívocamente socialista (término demasiado reducido a las vertientes estatalistas y digno de ser explicado una y otra vez). El auténtico orden no lo aporta el Estado, sino que será el resultado de la organización espontánea de la sociedad sobre bases libres, sin ningún tipo de instancia coactiva.
Autogestión y federalismo son conceptos claves en el anarquismo, conceptos nada utópicos ni desfasados, sino pendientes de una dotación plenamente libertaria en la sociedad. Pero el rechazo a la autoridad, dentro del anarquismo, va mucho más allá del Estado y del Capitalismo, llegando hasta el importante punto filosófico de encontrar el principio de autoridad en la idea de Dios. El equilibrio y compatibilidad entre libertad e igualdad es también esencial en el anarquismo, no debe haber tensión alguna entre esos dos conceptos sociales. Como señala D’Auria, «Es claro que el anarquismo parte de una antropología y una psicología filósoficas diferentes a la de los liberales burgueses: para los ácratas el egoísmo (la satisfacción individual) no es incompatible con la cooperación y solidaridad (ayuda mutua)». Frente a esa idea reduccionista (de la persona y de la sociedad), que sostiene que el Capitalismo sería el sistema al que mejor se adapte la condición del hombre, el anarquismo va a por todas en su conciliación entre libertad y justicia social, sin inhibir ni eludir ninguna pasión humana.
Capi Vidal
Si partimos ya de lo que muy justamente señalas al comienzo, la «falta (ausencia) de rigidez teórica (doctrinal)» en el anarquismo, es imposible considerar un anarquismo que no esté abierto a todas las formas de pensar la libertad en la convivencia humana. Cómo pues no inferir que las premisas del anarquismo no pueden ser reducidas a principios básicos cerrados y que éstos deben ser también abiertos. Que es a cada uno de encontrar la coherencia «entre medios y fines» en el caminar hacia una sociedad de libertad (necesariamente de igualdad) para todos y todas.