La reflexión sobre el fracaso del movimiento obrero autónomo que arrancó en Mayo del 68 condujo a planteamientos ecologistas radicales y libertarios, a partir de los cuales quedó fijado un nuevo paradigma revolucionario con el entender mejor al capitalismo para poderlo combatir con más eficacia.
EA: ¿ Podrías explicar brevemente en que consiste la idea, el concepto o la teoría del antidesarrollismo? ¿Cuándo y dónde se origina exactamente?
MA: No es fácil explicarlo en pocos minutos. Digamos que después de un balance del fracaso de las luchas sociales obreras en los años 70 y el nacimiento del movimiento antinuclear, observamos que allí donde había grandes movimientos era, precisamente, en los escenarios de destrucción del territorio, como por ejemplo, en las construcciones de centrales nucleares, centrales térmicas, autopistas, pantanos… En mi caso fue un análisis que aunó la vieja teoría social, la vieja teoría libertaria, anarquista, con la crítica ecologista tal como la hacía Murray Bookchin, y con las críticas al crecimiento de académicos como Kenneth Boulding, N. Georgescu-Roegen, Herman E. Daly y Donella Meadows. Éstos habían señalado que el capitalismo, a medida que iba creciendo, alcanzaba unos limites, y si pasaba de ellos, podía destruir el planeta, agotar sus recursos y conducir la sociedad hacia su propia aniquilación. Tal desastre sería selectivo: los que primero pagarían y sufrirían las consecuencias serían, precisamente, las clases populares, no los responsables, las clases dirigentes.
Estos análisis, en un principio, se encontraron con un fenómeno como la globalización, que significaba un paso más adelante en el desarrollismo: era la mundialización del desarrollo, la integración de todo el planeta en un proceso de crecimiento sin fin. Este proceso devoraba muchos recursos, energéticos sobre todo, que no eran renovables y que son los primeros que dieron la alarma. A estas alturas estamos viendo ya las consecuencias de 30 años de desarrollismo extremista y salvaje: la destrucción de la agricultura tradicional, la industrialización de cualquier actividad (de la producción, de los servicios y de la vida misma, pues la vida ya se rige por pautas industriales). El antidesarrollismo es un antiindustrialismo, una oposición a la locura industrializadora de la sociedad capitalista.
El antidesarrollismo, tiene un escenario urbano, son los barrios que defienden sus modos de vida específicos cada vez más arrasados y, sobre todo, las luchas en defensa del territorio, porque el territorio se convierte en soporte de infraestructuras y, también, en fuente de recursos energéticos (el territorio es la principal fuente de riqueza explotable). No excluimos la ciudad, que forma parte del territorio. Esto sería más o menos lo que podría entenderse como crítica antidesarrollista, es decir, la crítica social tal como podría concebirse ahora, al nivel actual de desarrollo capitalista.
EA: ¿Cuál es la vinculación del antidesarrollismo con la ideología anarquista, por ejemplo?
MA: El desarrollismo denuncia la fusión de la política con la economía; a partir de un momento, el desarrollismo refleja que no hay otro tipo de política que la política en pro del desarrollo, lo que favorece la economía de mercado: es también una fusión del Capital y el Estado. El Estado ya no es una entidad política separada del Capital, sino que forma parte del mismo Capital, es la otra cara del Capital. En ese sentido atacar al Estado es atacar al Capital, y atacar al Capital es atacar al Estado. Cuando por los años 60 se produce la fusión Estado-Capital, una forma política y una forma económica, el anarquismo vuelve a la palestra, pues es la única concepción del mundo capaz de hacer una critica global, ya que es la única que critica al Estado existente.
EA: ¿Cuál es la relación del antidesarrollismo con algunas corrientes del anarquismo como podría ser, por ejemplo, el primitivismo, el insurreccionalismo o distintas corrientes más actuales? ¿Hay puntos de contacto?
MA: El antidesarrollismo es una crítica y es una práctica, no es una ideología. Es decir, no es un conjunto o sistema de creencias y opiniones cerrado. Es anarquista en el sentido de oponerse al Estado, pero no en el sentido ideológico. No es una doctrina con todas las respuestas, por encima de la historia. El primitivismo sí lo es: postula la vuelta a la edad de piedra. El insurreccionalismo también es una doctrina: postula la ausencia de doctrinas, es decir, reivindica la acción por la acción, y no la liga a ninguna estrategia. El antidesarrollismo no tiene nada que ver ni con el primitivismo, ni con el insurreccionalismo, ni, en sí, con la ideología anarquista propiamente dicha, como ideología, o sea, como doctrina compatible con el orden, como religión secularizada, como conjunto de creencias intemporales, como falsa conciencia apoyada en una serie de verdades más o menos petrificadas.
EA: ¿Consideras que la crítica antidesarrollista tiene un alcance global, occidental o sólo es aplicable a Europa? ¿Tiene sentido en América Latina?
MA: Estamos en un periodo de mundialización, es decir, todo el mundo está al alcance de las zarpas del Capital, de los movimientos del Capital. Por otro lado, en todo el mundo el Estado se remodela con el único objetivo de favorecer, cuanto más mejor, el desarrollo, la ampliación y la acumulación ampliada de capitales. Esto se aplica en todas partes del planeta, sea cual sea el nivel de desarrollo real; ya no existen mercados nacionales independientes y aislados: todos los Estados, todos los países, forman parte de un mercado global. Se puede observar, en América Latina, ese aspecto, por ejemplo, en la deforestación, en las destrucciones salvajes de tierras. Allá, el desarrollismo está en una fase mucho más destructora que en otros lados con un ecologismo institucional, como por ejemplo, los Estados Unidos, donde ponen algunas barreras legales… no muchas. En América Latina el desarrollismo sirve de base a gobiernos populistas, es decir, está justificado, incluso, desde la izquierda. Eso hace que no tenga ningún freno, que se considere la ampliación de capitales y el crecimiento del Estado como algo equivalente al bienestar social. Ahí confluye una clase política con una clase económica: son los mismos intereses y es la misma clase. Llegados a la confluencia, no se puede separar Estado y mercado o Capital, porque son esencialmente la misma cosa. El Estado no es una esfera neutral ni es posible que lo sea; permite un juego de pequeñas minorías, pero que jamás serán determinantes en los movimientos generales de la política y de la economía.
EA: En Uruguay, por ejemplo, hay grandes proyectos desarrollistas impulsados tanto por los gobiernos de izquierda como de derecha, hoy en día llevados adelante por la izquierda (la megaminería a cielo abierto, el puerto de aguas profundas, la regasificadora para alimentar la minera). El deseo de todo luchador social es destruir este sistema para crear una nueva sociedad. ¿Qué herramientas nos brinda el antidesarrollismo para lograrlo en este contexto de impulso desarrollista?
MA: La crítica antidesarrollista plantea una sociedad al margen de la mercancía, fuera de las reglas económicas. Se rige teniendo en cuenta los intereses colectivos, esto es, la comunidad, donde la economía no es una esfera separada del resto, sino que forma parte de un conjunto de comportamientos morales, orgánicos, vitales; forma parte de la vida de las personas, pero solamente parte. En ese sentido se podría decir que el antidesarrollismo es la única reflexión que presenta un modelo creíble de sociedad igualitaria, que es un modelo fundamentalmente agrario. No es que niegue el papel de la ciudad, pero sí que niega el papel de las metrópolis. Propugna un sistema de pequeñas ciudades inmerso en el campo, donde vive la mayoría de la gente organizada en comunidades. Esa es la alternativa. Por otro lado, la práctica antidesarrollista se basa, sobre todo, en el funcionamiento asambleario de la población, no en la aparición de organizaciones de tipo político, como partidos, o de tipo corporativo, como asociaciones de funcionarios o sindicatos. Se basa en la organización de comunidades. La base de la estructura orgánica del antidesarrollismo es la comunidad, no el consejo obrero, el sindicato o el partido.
EA: A menudo cuando uno critica la megaminería, la regasificadora, los más conformistas contestan cosas como ‘bueno, pero precisamos el hierro para construir, precisamos la electricidad para vivir, ¿vos no usas una computadora acaso? ¿Qué tiene el antidesarrollismo para contestar a este tipo de argumentos?
MA: Quien necesita el hierro, electricidad y todas esas cosas es el sistema capitalista. Se puede crear electricidad sin necesidad de crear represas y se puede obtener hierro con hornos artesanales. No se puede tener una electricidad de fuentes renovables dentro del capitalismo, porque éste lo que va a crear, son macroeólicas, macrofotovoltaicas, macrodigestores de biomasa, etc., que funcionan con la lógica de las centrales industriales y no son realmente renovables, pues el gasto energético para construirlas y mantenerlas no compensa el ahorro en energía de origen fósil. Además, el Estado se protege contra los pequeños productores. En España, no se puede producir energía de origen renovable directamente sino que, cualquier producción tiene que ir conectada a una red eléctrica, un monopolio multinacional. Aquí pagas cuatro veces más por la misma energía que has producido. Dicen que producen riqueza, pero no producen riqueza real, sino capital. Sí que producen algunos puestos de trabajo, no muchos, menos de los que ayudan a suprimir. El salario es necesario si se lleva un estilo de vida totalmente dependiente, donde todo se paga y todo se compra. Una forma abstracta de vivir que depende, sobre todo, de la circulación del dinero y el crédito. Esa es la forma que te proporciona el desarrollo, un modo de vida esclavo de las leyes de la mercancía.
EA: A menudo, en tus textos, hablas de un retorno a la cultura campesina de antaño. Para desarrollar estas prácticas, esta otra forma de vida, en Uruguay, si bien hay mucha tierra fértil no existe ni una cultura campesina, ni campesinos propiamente dichos, dado que predominó históricamente la producción ganadera, que precisa poca mano de obra. ¿Cómo se podría instrumentar un rechazo a la ciudad y su cultura si no se conoce una experiencia distinta en su historia?
MA: En América Latina la cultura campesina predomina en muchos países. En México produjo el “ejido”, cuya vitalidad se mantiene. Se tienen conocimientos agrarios y botánicos enormes en el mundo indígena, el mundo de antes de la llegada de los españoles y los portugueses. Los tratados botánicos de la época de la conquista contenían gran cantidad de conocimientos, descripciones de hierbas, de animales, de cultivos, de propiedades, de medicina, de cualquier cosa, que no ha tenido parangón. Es una riqueza, casi toda perdida, que habría que recuperar. Sólo recuperando esto, habríamos dado un gran avance. La agricultura no tiene demasiados secretos, cultivar un huerto es fácil y la autonomía alimentaría no es difícil de conseguir. Otra cosa es la vida en comunidad, el trabajar bienes comunales, como seria en la cría de ganados, que se ha hecho bastante en Europa. Esto se ha ido perdiendo, pero todavía quedan algunos vestigios.
La ruralización de la sociedad se puede efectuar, sobre todo, alrededor de las ciudades, con huertos periurbanos, de manera que se relacionen con ella equilibradamente, que sean un poco el jardín de la ciudad y la ciudad sea la que proporciona a los habitantes rurales aquellos servicios que necesitan, de tipo educativo, técnico, cultural, o de cualquier otro. Lo que se trata, en general, no es sólo separar la producción industrial del campo, sino al revés, diseminar la pequeña producción, los talleres, escuelas, bibliotecas, etc., por el campo. No concentrar todo en ciudades, sino diseminar por el campo este tipo de actividades productivas, pero siempre en función de las necesidades de la población real, no en función de las necesidades de propietarios o de empresarios.
EA: En Uruguay, históricamente, desde los años 60, suele pensarse el conflicto contra el Estado y el Capital, en el marco del concepto de lucha de clases. ¿Tienen sentido esos parámetros hoy en día, o desde qué categorías debe pensarse actualmente el conflicto social?
MA: El conflicto social es un conflicto entre los que tienen y los que no tienen, pero lo que consiguió el desarrollo capitalista a través de las macrociudades, de los sistemas metropolitanos, fue un espacio concreto donde albergar a una gran cantidad de asalariados desclasados. Hay sociólogos que señalan a las clases medias como factor principal de las masas desclasadas, porque tienen iniciativa política. Es el asentamiento de una sociedad de consumidores con una mentalidad individualista, comprimida, separada; no es exactamente una sociedad como era la sociedad de clases. Clase es un concepto que refleja siempre la existencia de un mundo, el mundo obrero, el de las barriadas, caracterizado por una manera de pensar, unas maneras de relacionarse, una sociabilidad básica, unas reglas morales, unos medios de expresión, unas organizaciones, que hoy, en absoluto existen. En lugar de una sociedad de clases. Prefiero hablar de una sociedad de masas. Los viejos esquemas de clases para lo único que sirven es para justificar una ideología. Y detrás de cada ideología hay toda una serie de personas que intentan promocionarse y tocar poder, o, al menos, gestionar su propio gueto. Yo diría que sí se puede formar una clase revolucionaria si logra constituirse una comunidad de lucha en defensa del territorio. Si se consigue eso, se tendría una segregación de un sector de las masas alrededor de prácticas antidesarrollistas y, entonces, sí tendríamos la constitución de un sujeto colectivo antagónico, de un nosotros y ellos, de un mundo aparte. Lo que no se puede, en absoluto, es tener una vida enormemente sumergida en las reglas capitalistas, una vida de consumidores, y por otro lado, considerarse una clase anticapitalista. Es imposible, si eres un consumidor estás trabajando para el capitalismo, estás trabajando para consumir.
EA: ¿Qué hacer en algunas situaciones que ocurren, por ejemplo, en Uruguay donde grandes terratenientes se unen a la lucha contra la megaminería porque perjudica sus intereses en los latifundios?, ¿hay que unirse a estos enemigos en una lucha común o hay que luchar sólo entre afines? ¿Cómo se resuelve este dilema que el desarrollo capitalista plantea?
MA: Sí, eso pasa en España, por ejemplo en las zonas turísticas donde existen prospecciones de gas de pizarra y de petróleo, por ejemplo, o con la creación de bolsas de almacenamiento de gases residuales. Entonces se moviliza todo el mundo, porque se está perjudicando el negocio del turismo, que es el factor principal del desarrollismo y, por consiguiente, un poder fáctico de consideración. Hay una confluencia objetiva, diremos, de lucha, pero más que aliarse con los empresarios turísticos, lo propio sería caminar en la misma dirección para impedir las agresiones al territorio, para impedir, por ejemplo, que un proyecto de megaminería, prospere. Hay una contradicción secundaria entre sectores del capitalismo que ya no son predominantes, que no son hegemónicos, y sectores del Capitalismo más ligados al Estado y a la Globalización. No se trata de apoyar un sector de capital contra el otro, sino de coincidir en la lucha momentáneamente con el sector perjudicado. Ir en la misma dirección, pero sólo hasta que el proyecto se pare. Luego, la lucha antidesarrollista debe ir mucho más allá. No hay que dejar de lado eso. Es una cuestión de táctica: mirar por dónde se puede avanzar con el menor desgaste para conseguir los resultados que interesan, sin olvidar que, cuando se presente la ocasión, haya que ajustar cuentas con todo el capitalismo.
EA: Vos venís de una familia anarquista. ¿De ahí en más es que te vinculas con el movimiento anarquista? ¿En que época y circunstancias empezás a participar en el anarquismo o el movimiento social en general?
MA: Mi anarquismo es más bien vital, es una reacción a una sensación de agobio, de opresión, que tienes cuando eres adolescente, cuando te enfrentas a un mundo que te resulta extraño y hostil. Esa situación personal la experimenté, sobre todo, al empezar, dentro de una lucha contra la dictadura franquista en las universidades. Apenas tenía formación política; ésta la adquirí, precisamente, jugándome el tipo en las manifestaciones. En aquel momento, cualquier participación en algo así significaba una condena de cuatro años, con mucha facilidad. Ese sería mi punto de partida: la lucha antifranquista.
EA: ¿En de tu trayectoria, cuáles son los momentos que consideras más interesantes a lo largo de tu militancia y de tu participación en las luchas sociales?
MA: Pues he tenido bastantes, he tenido cambios evolutivos. En la lucha antifranquista discutí con aquellos compañeros que se conformaban con un cambio político pues, más bien, yo, como muchos otros, defendía un cambio social. Hubo una clara distinción entre aquellos que esperaban una democracia política a la europea y los que queríamos una sociedad, que llamábamos socialista. Eso me acercó al mundo obrero, cosa que no me resultó difícil ya que provenía de ese mundo. Y en el pasado éste había sido profundamente anarcosindicalista. En aquel momento existían las clases y yo creía que los trabajadores se podían radicalizar. El ejemplo histórico de la CNT fue de gran ayuda (de la CNT del exilio, mejor no hablar). Al final del franquismo un sector del proletariado se radicalizó, y entonces, apostamos por él, pero fue derrotado en el 77 y su retirada nos dejó sin saber por donde tirar. Tardamos bastante en analizar esto. En los 80 empecé a relacionar la crítica antinuclear, ecologista, con las aportaciones del Mayo del 68 y de la Internacional Situacionista. Conocíamos las nuevas teorías y nos habían influido, pero tampoco servían para captar la realidad y guiar la acción, puesto que conservaban intacto el obrerismo. Entonces vino la ruptura con el pasado: empezamos a criticar la tecnología y el progreso. En torno a la Enciclopedia de las Nocividades, una revista, empezamos a leer a Lewis Mumford, Hannah Arendt, Georges Bataille, a los filósofos de la escuela de Frankfurt (Theodor Adorno, Mark Horkheimer, Herbert Marcuse, Erich Fromm), Jacques Ellul, Simone Weil, Gunther Anders, Walter Benjamin…, una serie de autores que apenas conocíamos pero, en cambio, sus análisis nos parecían mucho más pertinentes. Era gente que se había avanzado en su época. No es que renunciáramos a los clásicos, a Marx, Bakunin, Anton Pannekoek, Karl Korsch, György Lukacs, pero aquellos nos abrían otras perspectivas, nos servían para tender puentes teóricos con la nueva época.
En los años 90 ya se realiza un nuevo relanzamiento de la lucha antinuclear, sobre todo después del accidente de Chernobil, y damos una vuelta de tuerca más a la critica antiindustrial. Aparecen los primeros grupos con los que tengo relación, como el Comité de los irradiados y la Alianza contra toda la nocividad. La lucha social vuelve a la calle. Y bueno, bien haciendo traducciones, bien escribiendo mis propios textos, que empiezo a firmar por los años 90, me doy de bruces con el antidesarrollismo. La palabra desarrollismo se utilizaba en política para expresar esa obcecación de los ministros franquistas por el crecimiento a cualquier precio. En la época franquista, cualquier lucha que se lesionara los intereses de la clase dirigente era una lucha antidesarrollista. Luego, por los años 90, esas reflexiones adquieren un aire más unitario y coherente, y pueden expresarse en un discurso y un análisis completo. No es simplemente el viejo análisis libertario, marxista o marxista-libertario corregido, es una interpretación de la realidad que asimila más lecturas que las decimonónicas.
EA: Hablaste recién del progreso, allá todos los gobiernos de izquierda hacen hincapié en el concepto, en la idea de progreso. ¿Qué implica el progreso exactamente desde tu perspectiva?
MA: El progreso es una idea burguesa que luego pasó al proletariado a través de Marx y la socialdemocracia, pero también a través de los anarquistas, fundamentalmente de Kropotkin. Es la idea burguesa que afirma, desde el siglo XVIII, que el futuro es siempre mejor que el pasado. Proviene del mundo cristiano y hay quien la atribuye a San Agustín, pero son los burgueses quienes la hacen suya, es Turgot, en concreto, el primero que la formula. Es la idea de que la humanidad a través de los conocimientos filosóficos y económicos, y a través del desarrollo científico y técnico, adquiere cotas más altas de desarrollo moral y humano. Para un progresista, la sociedad va mejorando cada vez más gracias a los avances económicos, tecnológicos y científicos. Pero la realidad es la contraria, como se encargaron de demostrar el fascismo y el nazismo, y eso hizo que muchos pensadores, especialmente los filósofos y sociólogos de la escuela de Frankfurt, abominaran de la idea de progreso, demostrando que la humanidad nunca había progresado. Para Anders, el extraordinario avance tecnológico-económico de la posguerra creaba individuos totalmente ajenos e inconscientes de lo que producían: la humanidad estaba produciendo tecnologías que escapaban a su control y que la destruían.
Hoy en día, la idea de progreso se usa en política a partir del desarrollismo de los 60. Es, en realidad, la doctrina Truman de Estados Unidos, la del desarrollo económico por encima de todo. Esa política se universalizó pronto; según sus partidarios, el progreso era el crecimiento económico, la creación de empleos, el fomento del comercio, el desarrollo de las instituciones, la construcción, el progreso de la economía, de la mercancía. Ese progreso implicaba una especie de sometimiento, de esclavitud, cada vez mayor, a las exigencias de crecimiento capitalista. Tenemos, por un lado, lo que ha sido la formulación filosófico-política del progreso por parte de la burguesía. Pero también creían los obreros que la maquina al servicio de la clase trabajadora llevaría al socialismo. Sin embargo, la maquina sirvió por un lado para masificar y destruir a la clase obrera. La prueba de ello es que vivimos en un mundo de servicios, en una sociedad terciarizada, no en una sociedad de fábricas. Por otro lado, no nos ha hecho más libres: ha creado dependencia y exclusión en un grado nunca visto, ha atado a los individuos a necesidades ficticias, los ha hecho menos autónomos y más vulnerables. La tecnología va en esa dirección, y, en ese sentido, estamos en contra el progreso. El Estado actual, el Estado uruguayo, está a favor del progreso porque ahora esa es su función. Está a favor del desarrollo capitalista, que ya no pueden garantizar los clásicos sectores oligárquicos. Como el desarrollo histórico nacional ha sido distinto en cada país, hay una historia particular en Uruguay, otra en Chile, otra en Argentina, otra en Perú, otra en Venezuela, etc., pero el objetivo del Estado en la fase globalizadora es el mismo para toda Latinoamérica: el desarrollo absoluto del Capital.
EA: ¿Qué perspectivas le ves al anarquismo en la actualidad?
MA: Al Anarquismo, como amalgama de tópicos, como doctrina de un gueto, o peor aún, como guiso posmoderno o juvenilismo existencial, no le veo ninguna. Sí que le veo perspectivas a la lucha contra el Estado y contra la política. A la herencia que nos han dejado los anarquistas le veo mucho porvenir, porque, si el combate por la libertad consigue dar un primer paso serio, éste tiene que ser, como pensaba Bakunin, la abolición de todas las instituciones. En cambio, en tanto que humanismo ambiguo, antihistórico, sindicalero, sin demasiada relación con las luchas reales, tiene el futuro lánguido de las sectas. Si el anarquismo todavía se mantiene vivo es porque la critica anarquista de la vida cotidiana, de la sexualidad, de la relación con la naturaleza, de la alienación individual, etc., era bastante innovadora en su época y mal que bien ha sabido actualizarse.
EA: ¿Qué mensaje quieres dejarle a los compañeros del Uruguay y la región?
MA: A los compañeros de Uruguay, deseo que profundicen en el análisis antidesarrollista, por su cuenta, que lo apliquen a la realidad que tienen allí, que dejen de lado los dogmatismos y que estén menos pendientes de las modas norteamericanas o europeas, especialmente las que se originan en la universidad, verdadera bazofia reaccionaria. La lucha durará bastante, a no ser que el Estado colapse por su cuenta, cosa que ojalá pase, pero por lo menos a medio plazo, pongamos que de aquí a un par de docenas de años, no creo que el capitalismo tenga serios problemas. Para entonces, probablemente ya habrá agotado gran parte de sus recursos y la sociedad será mucho más inviable que ahora. Espero que estas ideas, no dogmáticas, les sirvan para encarar un futuro que va a ser duro y encauzarlo hacia soluciones libertarias, igualitarias y justas, que, desde luego, desde el campo de la política o de la economía no saldrán.
Entrevista a Miguel Amorós en el Forat de la Vergoña, Barcelona, 23 de mayo de 2014. Publicada en El Antidesarrollista, nº 1, Montevideo, agosto de 2015.
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