Desde el sábado pasado, una oleada de chalecos amarillos se ha difundido por el hexágono [Francia] para denunciar, inicialmente, el aumento del impuesto sobre el carburante. Si creemos los últimos cálculos [gubernamentales], en el momento en que escribimos estas líneas, estas concentraciones sumaron el sábado alrededor de 290.000 personas en todo el país. En el programa, cortes de carretera, operaciones de bloqueo y “filtración”, pero también muchos excesos racistas, homófobos y violentos.
Movimiento de orígenes muy vagos, el lema amplio del rechazo a las subidas fiscales ha hecho, desde el inicio, saltar los conflictos de clase reuniendo en las mismas filas a proletarios, pequeña burguesía y empleadores. La prueba está en que algunos operadores del transporte, viendo en el aumento del impuesto sobre el carburante una pérdida de sus beneficios, se han unido al movimiento y han participado en los cortes de carreteras este fin de semana. Al mismo tiempo, la extrema derecha (que debido a sus ideas neoliberales se encuentra muy a gusto en el frente anti-fiscal personificado en los chalecos amarillos) se ha unido rápidamente a este movimiento de protesta antes de llenarse de corrientes políticas de todo tipo, de derechas y de izquierdas, que obviamente no querían dejar de estar presentes en el contexto de un movimiento de tal amplitud.
Por otro lado, al ir tras el primer llamamiento contra el aumento del impuesto sobre el carburante parece que se han encontrado rabias y reivindicaciones de todo tipo. Vemos entre estos chalecos amarillos tanto a personas en situación precaria, constreñidas al máximo por las políticas de carnicería social de los gobiernos que se han sucedido, como manifestantes con afirmaciones francamente discutibles, incluso claramente neoliberales, que echan la culpa a los funcionarios y a la asistencia social. Gracias a ellos, Macron tiene la excusa perfecta para legitimar sus futuros ataques a lo que queda de los servicios públicos y de los mecanismos de seguridad social, haciendo saltar sus fuentes de financiación.
En cualquier caso, los numerosos ataques homófobos y racistas de este fin de semana son prueba de la ideología nauseabunda que afecta a un cierto número de chalecos amarillos. Los episodios de la joven con velo, obligada a quitárselo bajo la presión de militantes del movimiento, o de la agresión racista a una mujer joven, hacen vomitar. El último ejemplo es un bloqueo de chalecos amarillos que descubre a inmigrantes escondidos en un camión y llama a la policía para que los detengan. Estos episodios nos muestran que algunos, poniéndose el chaleco amarillo, en realidad sueñan con ser policías, administrando su pequeña justicia reaccionaria, racista y expeditiva en una rotonda. Digámoslo claramente: estos chalecos amarillos, si bien son expresión de una rabia profundamente legítima frente a los líderes y el sistema político actual, también tienen algo de espantoso, especialmente cuando se transforman en milicias improvisadas, sin principios claros ni reglas, a veces juzgando y castigando a las personas que conducen un automóvil.
Una cosa es cierta: este movimiento de chalecos amarillos muestra que en muchas personas hay una rabia muy real y legítima, fruto de la precariedad construida por los empresarios, los políticos y los propietarios. Esta rabia es tanto más comprensible en las zonas rurales, lugares en los que año tras año desaparecen hospitales, maternidades, estaciones ferroviarias, autobuses, escuelas. No es imposible la eclosión de un futuro movimiento social frente a las reformas que el gobierno de Philippe está preparando para nosotros. Desgraciadamente, agrupando a patronos y trabajadores con lemas comunes, los chalecos amarillos son también un signo de la desaparición de referencias culturales y de clase. Por eso es hoy más necesario difundir masivamente nuestro discurso y nuestras ideas, para recordar nuestra oposición de clase y el hecho de que este movimiento, en su forma actual y con las ideas que difunde, está preparando el terreno a la extrema derecha y abre también el camino a las futuras políticas ultraliberales del gobierno, incluida la próxima reforma de las pensiones.
Frente a las cuestiones de movilidad planteadas por este aumento del impuesto sobre el carburante, debemos tener las ideas y peticiones claras, exigiendo la creación de transporte público en zonas en las que no existe y su gratuidad para los trabajadores, y el aumento salarial y de las pensiones. Pero no debemos olvidar que estas reivindicaciones inmediatas, absolutamente necesarias, no podrán responder a largo plazo de la miseria social que el sistema capitalista produce estructuralmente.
Por eso, como anarquistas, planteamos una sociedad federal, libre de toda explotación, organizada en torno a asociaciones de consumidores y trabajadores, garantizando la producción, la salvaguardia de los oficios y el bienestar de cada uno. La revolución que debemos llevar adelante no tiene que ser un movimiento de violencia desatada, sin referencias de principio o de clase, tomando por enemigo a quien no canta La Marsellesa o lleva velo, sino un movimiento fundamental de reconstrucción de nuestras instituciones sociales apoyado por los propios trabajadores que ponen como centro de su funcionamiento los principios de solidaridad e igualdad.
Grupo Salvador Seguí
Publicado en Tierra y libertad núm.365-366 (diciembre 2018-enero 2019)