Hace unos años, un libro resultó muy vendido (vamos a presuponer que, también, muy leído) con ese pretencioso título, Sapiens. De animales a dioses. El autor era un tipo israelí, creo que historiador, Yuval Noah Harari. El caso es que, recientemente, alguien que me aprecia me regaló la obra y uno, a pesar de la desconfianza manifiesta hacia todo best-seller en la sociedad del consumo fácil, tiene la sana costumbre devorar toda lectura que cae en sus manos. Veamos. La tesis central del libro es que el homo sapiens acabó dominando el mundo gracias a su capacidad para crear grandes ficciones (léase mitos como los dioses, las naciones o incluso el dinero) y hacer que gran número de personas crean en ellas para crear estructuras sociales de todo tipo. No todas esas estructuras nos gustan, por supuesto, pero podríamos interpretar que cualquier sociedad es posible si nos empeñamos en que lo que mueva al mundo sea algo medianamente decente (no es el caso actual). Hay también en la obra de Harari algunos lugares comunes, como el hecho de que el llamado homo sapiens ha acabado devastando a su paso a otras especies en el momento en que llegó la agricultura, los asentamientos y se reprodujo de manera indiscriminada. Uno se pregunta cómo es posible que fanáticos en la actualidad adviertan sobre los peligros de la falta de natalidad, sustentada principalmente en esa estupidez de la puesta en peligro de la familia tradicional, cuando sobra gente por todos lados y no todo el mundo tiene unas condiciones dignas de existencia. Se trata de que los que estamos vivamos mejor, no de que sigamos trayendo desgraciados a este cuestionable mundo. Pero, volvamos con la obra en cuestión.
Me gustó de la misma que pareciera desprenderse que es posible la cooperación entre grandes comunidades humanas gracias a determinados factores, por muy ficticios que quieran presentarse, pero no tardé mucho en comprender que el asunto tenía trampa. A pesar de las críticas de Harari a la especie humana y sus métodos, se desprende de su tesis una visión lineal y determinista de la historia; podemos criticar al Estado-nación y al capitalismo, la civilización a la que hemos llegado, pero es lo que hay y estamos seguramente abocados a estructuras jerarquizadas con gran número de papanatas creyendo en mistificaciones. Lo he expresado de manera un poco burda, pero para que se me entienda. Sin embargo, como a uno le gusta compensar sus lecturas, me he lanzado presto a devorar otra voluminosa obra, que se publicó más recientemente. Se trata de El amanecer de todo. Una nueva historia de la humanidad, del antropólogo David Graeber y del arqueólogo David Wengrow. Los autores afirman las diversidades de las primeras sociedades humanas para criticar esas visiones populares y lineales, como la de Harari, herederas de la Ilustración, que observan la historia desde el primitivismo hasta la civilización.
De esa manera, en el pasado ha habido muy probablemente, debido a los datos expuestos, grandes estructuras políticas descentralizadas sin que ello sea posible solo bajo imperios y estados. Del mismo modo, se echa por tierra el mito del contrato social, ya esté fundado en Hobbes o Rousseau, ya que no existe una única forma original de la comunidad humana. Si a menudo se nos ha dicho que la llegada de la agricultura y la propiedad privada sentó las bases para desigualdad social o que los asentamientos condujeron a la pérdida de libertades sociales y al surgimiento de élites gobernantes, Graeber y Wengrow argumentan que eso resulta más que cuestionable. A lo largo de la historia, se han producido estructuras autoritarias y jerarquizadas, lo mismo que se han dado sociedades sin clases dirigentes y con sistemas políticos igualitarios. Con ello, no podemos más que cuestionar el Estado como el culmen de la civilización, más producto de la conquista que de la evolución social, y poner en cuestión su monopolización de la violencia o el control de la información por parte de unos pocos o el paradigma de la competencia como motor económico. La gran pregunta es cómo podemos recuperar la flexibilidad y creatividad política que en algún momento se han dado en las sociedades humanas para dar formas a nuevas formas de organización social en la actualidad. Por cierto, desde que David Graeber falleció en 2020, en plena crisis sanitaria, el mundo es un poquito más triste. Pudo dejarnos esta última obra coescrita con David Wengrow que, con seguridad, no venderá tantos ejemplares como la de Harari, al exigir un mayor esfuerzo innovador e intelectual.