Acabo de leer en la revista Catalunya de la CGT del mes de noviembre dos artículos que encajan bastante bien con la tónica que mantiene ese periódico desde que el “Govern” decidió convocar en octubre del 2017 el referéndum sobre la independencia.
Esos artículos celebran la espectacular y contundente respuesta que se ha dado en la calle a la sentencia condenatoria de una parte del Govern, de la Presidenta del Parlament, y de los dos máximos dirigentes de las dos grandes organizaciones nacionalistas catalanas.
En ambos se saluda el coraje, la contundencia, la determinación de esa respuesta popular frente al Estado español y a las fuerzas represivas que de él y de la Generalitat dependen. No solo se justifica la presencia anarquista en esas movilizaciones sino que se celebra esa participación, se llama a intensificarla y se descalifica la presunta inhibición de los y las anarquistas que se encierran en “su torre de marfil”, que no asumen las contradicciones propias de todas las luchas, y que se refugian en “la pureza anarquista”: Anarcopuristas Go Home concluye uno de los dos textos con cierto regusto a aquel Yankee Go Home de tiempos pretéritos.
Resulta, sin embargo, que aludir a la defensa de “la pureza anarquista” para dar cuenta del motivo que incitaría a no involucrarse en la actual movilización revela que nada (o bien poco) se ha entendido del talante que anima al anarquismo. Nadie que se pretenda anarquista y sea mínimamente coherente basaría su negativa a implicarse en las actuales movilizaciones en la preocupación por preservar la pureza del anarquismo, por la sencilla razón de que el anarquismo es radicalmente antitético con cualquier pretensión de pureza.
La pretensión de preservar la pureza del anarquismo resulta totalmente absurda para cualquier anarquista porque el anarquismo es constitutivamente impuro. Es mestizo, es diverso, es polifacético, es cambiante y es inevitablemente abierto. La idea de pureza es propia de los planteamientos los más reaccionarios en todos los ámbitos, desde la religión, a las supuestas razas, a las ideologías, a las culturas, etc. etc. Así que, pensar que si se critica una determinada movilización es en nombre de “la pureza anarquista” indica, lo repito, que no se acaba de entender el anarquismo.
Imputar la crítica contra las actuales movilizaciones a “la pureza anarquista” o al encierro en “la torre de marfil” es una manera cómoda y fácil de eludir el debate político acerca de esas movilizaciones.
¿Acaso se puede discrepar políticamente de la implicación anarquista en las actuales movilizaciones sin que sea por la absurda preocupación de preservar una inexistente pureza anarquista, o porque se prefiera contemplar las cosas desde una supuesta torre de marfil? Por supuesto que sí y está claro que no faltan argumentos para contraponerlos a quienes defienden, celebran y alientan esa implicación.
Escribía en un texto reciente: “Por bellas que sean las llamas de las barricadas y por indignantes que sean los disparos de la policía no deberíamos dejar que esas llamas nos impidan ver los caminos engañosos que alumbran, ni dejar que esos disparos nos impidan oír las enseñanzas proporcionadas por la larga historia de nuestras luchas emancipadoras». No cabe duda de que quemar contenedores, arrojar objetos o cócteles a la policía, bloquear autopistas y estaciones de ferrocarril, son formas de lucha que nos entusiasman cuando consiguen romper la pasividad y la sumisión reinantes y despiertan solidaridades.
Pero, ¿acaso no conviene interrogarnos acerca de quiénes son los que diseñan las estrategias y articulan los medios para que esas movilizaciones sean posibles?, ¿preguntarnos cómo y porqué lo hacen?, ¿para conseguir qué fines? ¿No deberíamos interrogarnos, por ejemplo, acerca de la supuesta horizontalidad de las decisiones que articulan las movilizaciones del Tsunami Democràtic?
¿Acaso basta con que una movilización se produzca y adopte formas de enfrentamiento contundentes para que debamos sumarnos a ella? ¿Acaso nuestro lugar estaba en la plaza Maiden, por muy masiva y popular que fuese aquella revuelta y por muy represoras que fuesen las autoridades ucranianas? ¿Acaso el anarquismo no dispone de herramientas para decidir de forma genuinamente autónoma cómo, cuando y para alcanzar qué fines debemos involucrarnos en las luchas?
Frente al mantra de que lo importante es luchar y ya veremos después hacia dónde nos lleva, y qué efectos produce, quizás valdría la pena reconocer la importancia de pensar esas cuestiones y de debatirlas sin recurrir a descalificaciones que obstaculicen el análisis, la reflexión, la discusión, y la plena legitimidad de tomar eventualmente una postura fuertemente crítica ante la implicación anarquista en la movilización actual.
Tomás Ibáñez