PERSONA INDIVIDUO ANARQUISMO

Sobre las nociones de persona e individuo con una perspectiva libertaria

Individuo, como la propia etimología de la palabra indica, alude a lo indiviso e indivisible. Porfirio, con una visión muy influyente en la época medieval, dio una definición de individuo como entidad singular e irrepetible, que posee unos atributos propios. En la era moderna, ha habido visiones más dispares sobre la noción de individuo, pero en general ha existido la tendencia a considerarlo como algo singular. Por ejemplo, Leibniz destacó la singularidad de cada individuo de forma extrema, aunque encontramos otra visión en Spinoza al querer ver que los entes singulares son modos de una sustancia única.

Kant consideró que la noción de singularidad está determinada por la aplicación empírica de diversas categorías universales. Para Hegel, como parte de su filosofía dialéctica, el individuo meramente particular es incompleto, solo llega a superar la negatividad de su ser abstracto con el proceso de desenvolvimiento dialéctico: se llega a la idea de un individuo universal o individuo concreto, que es a la vez singular y completo. Xavier Zubiri, ya en el siglo XX, distinguió entre individualidad singular e individualidad estricta, esta última viene a significar la constitución íntegra de la cosa con todos sus atributos (sean diferentes o comunes a otros individuos) y el ser humano sería un ejemplo.

Pasando a una época contemporánea, desde el punto de vista biológico, el individuo es visto como un conjunto de células interrelacionadas y distinguibles en el espacio y tiempo de otro grupo de células de estructura similar. En cualquier caso, lo que llamamos individuo en el mundo orgánico depende en gran medida de la función que se le adscriba (dentro de la especie, población, genes, etc.). Desde el punto de vista sociológico, ya supone algo muy diferente, ya que aunque el ser humano pertenece obviamente a una especie animal, la vida social conduce a una peculiar transformación llevando al individuo biológico a desarrollar una personalidad como tipo de variedad no existente, probablemente, en la Naturaleza.

En la Antigüedad, el término persona parece tener su origen en la máscara con la que el actor cubría su rostro; por lo tanto, persona se confundía con personaje. Se dio en llamar personas a todos los seres humanos, que difieren unos de otros, no ya por una máscara, sino por una fisonomía determinada y que de alguna manera “actuarían” sobre la escena del mundo. Es un concepto muy diferente, de forma obvia, del que tendrán luego los autores cristianos, aunque se puede intuir que algunos filósofos griegos ya asentaron la idea de la persona como personalidad que trasciende la mera pertenencia del ser humano al cosmos o a la sociedad. Será en San Agustín donde encontremos ya una concepción de la persona, que trasciende la relativa exterioridad (abstracta) para enfocarse en la intimidad (concreta y real). Los filósofos cristianos llevaron sus reflexiones sobre la persona al terreno teológico y metafísico, aunque otros autores más recientes introducen elementos psicológicos y éticos.

En la época contemporánea, se realiza ya una distinción entre individuo, que se define negativamente (un individuo lo es porque no es otro), y persona, que sería ya una entidad definible positivamente y con elementos procedentes de sí misma. El individuo estaría determinado, mientras que la persona es libre, constituida de forma ética y con capacidad para dotarse de sus propia leyes racionales. La persona es un fin en sí misma, no sustituible por ninguna otra, y el conjunto de todas ellas forma el mundo moral. Si lo queremos expresar desde un punto de vista religioso y algo simplista, el individuo está relacionado con lo material y la persona con una dimensión espiritual. No obstante, como han visto también algunas formas de fanatismo religioso, no puede decirse que individuo y persona, identificadas respectivamente con materialismo y espiritualidad, constituyan dos realidades separadas, ambas conviven en el conjunto del ser.

Más recientemente, y de forma más compleja, se tiende a abandonar la condición esencialista de la persona (racionalidad, universalidad…) para centrarse en la dinámica de sus actos teniendo en cuenta el peso de los factores volitivos y emocionales. Puede decirse que, llegando hasta nuestros días, se ha realizado una distinción entre el individuo, regido por los límites de factores psico-físicos y de su propia subjetividad, y la persona, con la capacidad de trascenderse a sí misma y reconocer verdades objetivas, la moralidad o el sacrificio por amor a otra persona.

Un filósofo cristiano como Jacques Maritain insistía en esa dimensión “espiritual” de la persona, a diferencia del mero individuo, que tiene en cuenta su trascendentalidad. No obstante, esa trascendencia de la persona no tiene que tener necesariamente un carácter sobrenatural o misterioso, puede ser hacia lo que se ha llamado históricamente Dios, pero también dirigida a una comunidad humana o incluso hacia el conjunto de la especie (fraternidad universal). Sería, en cualquier caso, una trascendencia de la persona hacia un tipo de Absoluto, que también ha sido criticada en nombre de la autenticidad y ser en sí mismo del propio individuo.

Si nos ajustamos a la filosofía política (indisociable, en mi opinión, del campo psicológico y moral), podemos entrar en un terreno diferente y, quizá, más interesante. En términos muy generales el individualismo que caracteriza la modernidad reclama una realidad formado por individuos y una sociedad en la que el sujeto individual sería la entidad básica, por lo que aquella se entendería como un «conjunto de individuos». La noción más peyorativa de individuo etiqueta al ser humano como un simple «átomo social» opuesto a determinadas realidades (sociedad, Estado, el resto de los individuos…), pero un significado más positivo aludiría a una serie de cualidades irreductibles como inherentes a un determinado ser humano.

No está del todo claro si podemos considerar esa última acepción más cercana a la de persona, pero lo que sí podemos afirmar es que el anarquismo no se enmarca necesariamente en la noción primera, la negativa, o si se le trata de enmarcar se hará de manera reduccionista. Esta concepción negativa del individuo, por «oposición a», se la ha vinculado al Contrato Social, al liberalismo, al filósofo Max Stirner y, en ocasiones y sin que estemos de acuerdo, a diferentes corrientes llamadas en ocasiones anarquistas.

Por su importancia, para la historia del anarquismo y también para el asunto que nos ocupa, dedicaré un espacio a Stirner y su obra El único y su propiedad. Este filósofo, que se caracteriza habitualmente con un individualismo extremo, consideró que el universo que solo cobra sentido para cada ser humano, observado como único, es el propio. El único estaría en constante peligro de alienación, permanentemente acosado por entidades que le son extrañas y Stirner arremete, en nombre de la voluntad individual, contra toda causa general y contra toda abstracción que empujen a seducir al individuo e impidan el desarrollo de su personalidad y de su conciencia.

El filósofo alemán no parece realizar una distinción entre individuo y persona, más bien nos otorga una interesante visión en la que aboga por el ser humano concreto, dispuesto al desarrollo pleno de su personalidad (entendida como única), en lucha contra toda trascendencia e ideal con mayúsculas. Stirner no niega solo la dimensión espiritual y trascendente del ser humano, también lo hace de cualquier idea sacralizada y ello se realiza en el nombre de la auténtica realidad y el verdadero valor para él: el individuo. En un primer vistazo, la mayor parte de los pensadores anarquistas, creadores de poderosas filosofías sociales, no parecen estar en la línea de Stirner, pero recordaré que las ideas libertarias siempre han colocado al individuo como valor supremo. Alabado por los anarquistas, aunque también criticado, la filosofía del único es tal vez un complemento impagable a una visión libertaria, que suele confiar en la dimensión social y moral del individuo, lo cual le acerca a ciertas concepciones históricas de lo que se ha entendido como persona.

Y es que, de modo general, el anarquismo trata de conciliar el individualismo con la cooperación social, con diferentes formas de socialismo o comunitarismo que no agredan a la libertad individual o que traten al menos de confirmarlas en la justicia social. Resulta curioso que enemigos del anarquismo de diversa índole le reprochen, desde un extremo y desde el contrario, su supuesta condición «colectivista» o «excesivamente individualista».

Teorías anarquistas hay muchas en la historia, ninguna que merezca ser considerada como tal niega la libertad individual, ni la justicia o el equilibrio social. Hay autores y corrientes que han insistido en converger «individualismo» y «personalismo», una especie de síntesis entre ambas tendencias, en beneficio del bien común sin caer en el totalitarismo. Se le podrá poner la etiqueta, nueva o vieja, que se quiera, se podrá especular filosóficamente de la manera que fuere, pero podemos estar hablando de una forma de anarquismo.

Ser «individualista» resulta hoy algo comúnmente peyorativo, sinónimo de estar «atomizado» debido a la sociedad de consumo y al capitalismo o de convertirse en una persona que solo mire por sus intereses personales o individuales (vemos la confusión lingüistica de ambos términos). El «individualismo» que reclama el anarquismo atiende a un desarrollo pleno de la personalidad, en cuestiones del intelecto y de la moralidad (llámese si se quiere «espiritualidad”, lo cual puede entroncar con la concepción histórica de persona, pero sin caer en disquisiciones metafísicas), en los que por supuesto los factores emocionales buscarán siempre un equilibrio sin pedir nunca el sacrificio completo (algo que me parece clave), y sin perder nunca la posibilidad de cooperar socialmente ni de la solidaridad con el resto de individuos (reconocimiento del otro).

La adhesión a una determinada causa ajena de manera altruista, al contrario de lo que sostienen algunas concepciones liberales (meramente individualistas), no supone desde esta perspectiva libertaria ningún sacrificio para el desarrollo individual. Todo lo contrario, podemos observarlos como parte de propio desarrollo del individuo, máxime tratando de mantener cierta lucidez, profundidad y conciencia social.

Capi Vidal

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