Lo que se ha conocido como socialismo en el siglo XX, siempre a través de la vía estatista, ha sido de manera más que obvia un estrepitoso fracaso. Resulto paradójico que se hable en algunos casos de «socialismo para el siglo XXI», lo cual debería dar una idea de la necesidad de renovación, y se insista al mismo tiempo en fórmulas periclitadas. No obstante, una vez más, insistiremos en que el llamado socialismo de Estado hay que describirlo más bien como capitalismo de Estado, especialmente en su expresión más totalitaria, la marxista-leninista.
No hay que olvidar, ni el fracaso que supusieron aquellas políticas, con numerosas víctimas por necesidades de primer orden (al igual que en el capitalismo), ni el horror represivo concretado en experiencias como el gulag soviético. Recordar esto, no solo no nos sitúa en ninguna postura de justificación de los horrores producto del capitalismo, resulta también muy necesario para encontrar fórmulas que compatibilicen la libertad y el antiautoritarismo con la justicia social.
Hoy, el mundo es muy diferente de hace escasas décadas, al menos, para lo que conocemos como sociedades desarrolladas. Es posible que el tercer mundo pueda aportarnos todavía muchas sorpresas, pero la realidad es que las intenciones de los oligarcas capitalistas es seguir dando la impresión de que los avances técnicos posibilitan cualquier cosa; muy al contrario, la realidad es que gran parte de la población mundial se mantiene en la precariedad y no tiene acceso a ese mundo supuestamente globalizado, basado en un progreso cultural y tecnológico más que falaz. Embarcado en una nueva crisis, el sistema económico pretende una vez más salir reforzado a costa de lo esfuerzos de los trabajadores y encontrando innumerables víctimas entre los más humildes. Aunque el mundo pretenda mostrar una cara muy diferente a la del siglo pasado, viejos conceptos libertarios son más reivindicables que nunca para, verdaderamente, renovar esa socialismo para el siglo XXI.
El anarquismo, al que podemos calificar sin ningún problema de socialismo libertario, es capaz de respuesta a las demandas humanas; afortunadamente, el desconocimiento que ha existido hasta hace poco sobre estas ideas (extensible a una notable ignorancia y falta de conciencia política, perfectamente estimulada por la sociedad de consumo y su consecuente borreguismo) se está empezando a paliar y ya no sorprende demasiado sus rasgos más evidentes: libertad, equidad, pluralidad, solidaridad, apoyo mutuo, respeto a las minorías, autogestión, cooperativismo, federalismo, crítica al poder (dominación), reivindicación de la potestad individual, apuesta por un sentido amplio de la educación, respeto por el medio ambiente, internacionalismo…
Todo esos conceptos, aunque no son paradigmas mayoritarios en la mayor parte de las sociedades, son ampliamente aceptados por los seres humanos. No podemos olvidar que fueron ya reivindicados en el siglo XIX, en parte por el socialismo utópico y posteriormente ya por el anarquismo. Éste, resulta tan utópico, abriendo camino a nuevos experiencias más humanas, como pragmático al observar las necesidades de la gente y mirar siempre hacia adelante. Desgraciadamente, lo que todavía resulta una asignatura pendiente es una critica radical al Estado, ya que las luchas políticas suelen reducirse a su mera gestión. De nuevo, parece que han sido los anarquistas los más acertados cuando han señalado lo inevitable corrupción inherente al poder, aunque pretenda estar legitimado en la (supuesta) elección del pueblo. La realidad es que el Estado, y esta definición es bastante objetiva, está compuesto por una serie de instituciones, entre las que se encuentran las que se encargan de la violencia y la coerción, gestionadas por una minoría, enmarcadas en un territorio bien delimitado y con la potestad de crear una serie de normas con la obligación de su cumplimiento para los habitantes dentro de su jurisdicción.
Particularmente, me gusta la reivindicación de la palabra «anarquismo», en sentido amplio y sin adjetivos, algo que ha ayudado a que no se vea ya en gran medida como algo peyorativo, aunque estoy seguro que otras personas se encontrarán más a gusto con el concepto de «socialismo libertario». La realidad es que el anarquismo moderno nació dentro de las corrientes socialistas, y en el aspecto económico tiene que seguir reivindicando esa condición si quiere conservar su amplia visión humanista. Un movimiento de carácter socialista libertario no tendría nunca que abandonar ese horizonte amplio que supone el anarquismo, combatiendo toda forma de dominación y resistiéndose a cualquier tentación totalitaria. Donde también acertaron, Bakunin y los primeros anarquistas, fue en combatir la vía estatista para el socialismo, advirtiendo con notable lucidez que algún día provocarían un rechazo visceral a la palabra «comunismo». Así ha sido, y solo los desmanes del capitalismo han mantenido de forma débil ciertas políticas autoritarias inaceptables y alguna reformulación más que cuestionable, como es el caso de la llamada revolución bolivariana en Venezuela. El ser humano tiene una peligrosa tendencia a la sumisión y a la enajenación, negando con ello el contacto con una realidad concreta; por ello, la vía libertaria es más reivindicable que nunca.
No es, obviamente, una empresa fácil la antiautoritaria, después de tantas formas de dominación a lo largo de la historia de la humanidad. Solo el ejercicio de la libertad, junto a la predominancia del paradigma de solidaridad frente a cualquier otra, puede dar lugar a una sociedad libertaria. Adecuación de medios a fines, por supuesto, aunque tantas veces se haya advertido a los anarquistas que esta máxima hay que observarla con cautela, no convertirla en un dogma que imposibilite el avance. Lo que quiero decir es que el rechazo a toda conquista del poder, a imponer al conjunto de la sociedad una visión política y vital, no debe hacernos olvidar que siempre hay una realidad basada en una estructura de dominación, de la que también formamos parte y a la que hay que atender de un modo o de otro tratando de poner a prueba nuestras propuestas. Bajo mi punto de vista, el anarquismo no es meramente idealista en sentido filosófico, lo que supondría salvaguardar sus convicciones en una torre de marfil de una realidad que no es la que le gustaría. No, las ideas hay que ponerlas a prueba con los hechos, y ahí es donde se comprueba que determinadas convicciones son las que funcionan y las que nos ennoblecen en un verdadero progreso humano. Si los movimientos libertarios suelen tener un historial encomiable es por ello, por haberse mantenido firmes en sus convicciones y haber contribuido, al mismo tiempo, a generar notables experiencias para transformar la realidad.
Capi Vidal