Hablar de socialismo a estas alturas en la jerga política, es algo que no conlleva una transformación social verdadera. Voy a obviar las dos corrientes estatalistas del socialismo, el llamado «socialismo real», que conllevó desastrosas consecuencias, y la socialdemocracia, o «cara amable» de un siempre dañino capitalismo (al que algunos solo se le ven sus males, como a ciertas enfermedades, cuando afecta al bienestar del primer mundo).
Un socialismo libertario, más que cualquier otro, supondría la transformación radical de las condiciones económicas, la eliminación de cualquier privilegio y la aspiración solidaria de satisfacer todas las necesidades de todos los miembros de la sociedad. Desgraciadamente, el autoritarismo influyó sobre gran parte de las corrientes socialistas con las consecuencias que todos conocemos. Tal vez fue Proudhon el primero que comprendió la importancia de la libertad para la construcción del socialismo y de una nueva cultura social, así como la supremacía de los hechos económicos sobre la «metafísica» política. El francés asoció la abolición de los monopolios económicos con la supresión de toda clase de gobierno en la vida social, la superioridad del contrato libre en una comunidad de hombres libres sobre toda legislación estatalista. La alternativa al centralismo político, al Estado, sería la federación de esas comunidades en base a pactos libres.
Si la alternativa de Proudhon gana puntos en la historia o no poco importa, dada la confusión estatalista que forma parte de la política federalista y el odioso fomento de las aspiraciones nacionalistas que la sustenta. Como no creemos en ninguna «necesidad histórica», ni en ningún fatalismo, seguimos insistiendo en las vías adecuadas para lo que consideramos una sociedad libertaria (una sociedad en la que se da un auténtico sentido a la libertad y a la igualdad de oportunidades). Decir que el desarrollo histórico ha contradicho a Proudhon, o a cualquier otro pensador, me parece una soberana estupidez. Tal vez habría que seguir insistiendo, como aquellos pensadores socialistas que amaban la libertad, en la cuestión económica, que provoca en mi opinión un detestable determinismo social en las personas. Tomar las riendas de la economía, demostrar que la autogestión es posible en las circunstancias actuales, y olvidar el camino político que no supone ninguna verdadera transformación social (como demuestran todas las vías estatalistas).
El fracaso del socialismo lo ha sido por su adaptación a la lógica parlamentaria y su insistencia en el autoritarismo, por lo que supone una gran falacia el negar sus posibilidades, y urge recuperar su papel como ideal cultural que se esfuerza en suprimir el privilegio económico y toda dominación. La conquista del poder es ya un fracaso histórico y la supresión de todo poder coercitivo en la vida social es la principal característica del verdadero socialismo cargado de futuro. La igualdad de las condiciones económicas es una condición previa de la libertad del hombre, pero nunca puede ser un substituto, por lo que socialismo y libertad, tal y como han mantenido los anarquistas siempre (al menos, la mayoría, ya que la tradición libertaria es plural), es una misma cosa. La actividad social, y socialista, tiene que fijarse tanto en lo más pequeño como en lo más grande, con ese objetivo de eliminar el monopolio en todos los ámbitos de la vida, y de enriquecer la vida con la suma de las libertades personales en el contexto de la cooperación social.
Son bellas palabras que otros muchos pronunciaron antes, y que solo cobran sentido con los hechos. No me parece que sea menor aceptar la importancia del liberalismo o de la democracia en el desarrollo de las teorías socialistas, pero hay que señalar los obstáculos que han traído también aquellas, con su fantasía de una «voluntad general» que legitima la dominación o la entrada en juego de una falsa libertad económica que ha supuesto el fortalecimiento de los monopolios. El socialismo democrático ha contribuido a seguir confiando en el Estado. El socialismo inspirado en el liberalismo ha fortalecido al primero dando lugar al anarquismo, a esa aspiración social e individual de no estar tutelado por una entidad superior y lograr la armonía social y económica mediante el acuerdo mutuo. No sé si todo el mundo estará de acuerdo con esta aceptación de una tradición liberal en el anarquismo, ya que la palabra «liberal» tiene tantas connotaciones peyorativas como positivas. Un liberalismo que no tuvo muy en cuenta la cuestión económica en la búsqueda de la auténtica emancipación social, por lo que a diferencia del anarquismo acabaría traicionando gran parte de sus postulados.
Capi Vidal