Entre los factores de enajenación más obvios, dentro de los medios de comunicación de masas, está la televisión. La cosa es tan elemental que uno se pregunta cómo podemos dejar que un medio, que además alcanza cotas tan bajas de nivel cultural, puede ser tan importante en nuestras vidas. Recordaremos, brevemente y de modo elemental, lo que entendemos por enajenación o alienación: se trata de una pérdida de la personalidad debido a la dependencia del ser humano de fuerzas externas, de tal manera que se muestra incapaz de realizar lo que se espera mínimamente de su capacidad.
Para comprender más ampliamente el término, recordaremos que la etiqueta de «normal» o «sano» para un individuo posee al menos dos enfoques: adaptación a unas necesidades sociales o la posibilidad de alcanzar un proyecto vital satisfactorio. En el caso de una estructura social adecuada, que podemos denominar racional, los dos enfoques pueden coincidir y la etiqueta de «individuo sano» puede estar más cercana a la realidad. En el caso de nuestra sociedad, con tantos problemas sociales y sicológicos que sería más ajustado calificarla de «irracional», la persona adaptada a su papel social (trabajar en algo funcional, fundar una familia…) es la que se suele calificar de «sano» o «normal»; otros proyectos vitales esforzados en otras vías, y en este caso a la fuerza puede suponer tratar de escapar a las fuerzas de enajenación y poseer rasgos propios, se suelen calificar como «rarezas» o señalar lo imposible o inapropiado de sus aportaciones (en este sentido, recordaremos el desprestigio de las ideologías, que es lo mismo que decir de las ideas, de la ética y de la racionalidad).
Por lo tanto, es posible que los medios de comunicación, y muy especialmente la televisión como elemento doméstico imprescindible en la vida de las personas, sean el mecanismo de regulación, control social o «normalización» más obvio. Por mucho intelecto y capacidad racional que poseamos los humanos como especie, la repetición y el hábito adquieren un importante peso en según qué contexto social y los patrones de conducta se imponen, consciente o inconscientemente, dentro de una sociedad en la que el desarrollo tecnológico distancia cada vez más a las personas de una realidad concreta y del posible desarrollo de sus capacidades. El universo, que nos es ajeno en gran medida, que aparece en la televisión, (auto) impuesto como un ritual diario, acaba manejando, influyendo y manipulando de tal modo, que nuestros esquemas sociales y mentales es posible que estén construidos en gran medida gracias a ello. Todo lo que pensamos está condicionado por factores externos, muy especialmente por una sociedad de la información jerarquizada y centralizada, y sería importante como primer paso que fuéramos mínimamente conscientes de este hecho; en el caso de creencias abiertamente irracionales, que proliferan por doquier, comprender que son resultado de situaciones muy determinadas (en el que lo social y económico no dejan de tener gran importancia).
Si el sistema posee un gran logro es el haber logrado que, tanto dominadores como dominados (gran parte al menos), posea un esquema mental similar, algo evidentemente influenciado por patrones de conducta reflejados en los grandes medios de masas y magnificados hasta la saciedad por los que detentan el control de los medios. Las experiencias reales, con todo lo que ello enriquece en cuanto a conocimiento, desarrollo del lenguaje, de la creatividad, de las relaciones y lazos de solidaridad, se ven sustituidas por aparatos tecnológicos que muestran una realidad virtual terriblemente constreñida y empobrecida. Uno de los rasgos que parecen más evidentes en la sociedad de la enajenación, en la que la televisión cumple el papel de asomarse fraudulentamente a los problemas del mundo, es confirmar el mundo en el que vivimos (pobreza, guerra, crímenes, violencia…) sin profundizar en las causas y dejando incólumes a los auténticos responsables políticos y económicos.
Otro factor obvio es como se desvía la «conciencia fiscal», que todos poseemos, hacia elementos que no cuestionan para nada el mundo en que vivimos, ni alimentan nuestra conciencia sobre la posibilidad de profundizar en las cosas y cambiarlas: como ejemplo más elemental, los responsables de los más detestables crímenes que aparecen en los informativos suelen ser monstruos unidimensionales que el sistema elimina de una manera u otra. Todos poseemos miedos e inseguridades, máxime en una sociedad con tantos problemas, y es importante recordar cómo ciertos mecanismos mediáticos (íntimamente relacionados con muchos otros) se encargan de potenciarlos y moldear nuestras creencias y visión del mundo. Frente a los que consideran que ver y escuchar los informativos es «estar informado», invito a observarlos con mayores consciencia y espíritu crítico, para lo que habría que dejar las emociones superficiales a un lado y contrastar, profundizar y dar una respuesta más lógica a los problemas planteados; se trata, al menos, de un primer paso para desarrollar una mayor conciencia.
La manipulación mediática, grandemente favorecida por el desarrollo tecnológico y la consecuente enajenación, es un obstáculo evidente para ese desarrollo de una conciencia (política, social, histórica) como germen del cambio hacia un pensamiento, más libre y riguroso, y la construcción de una sociedad más justa y solidaria. Si no se comprende esto, es decir, si no se profundiza en ello, únicamente nos ocuparemos de los síntomas de una sociedad enferma sin acudir a la raíz de los problemas. Cuando se habla de «manipulación» en una sociedad que se denomina «democrática» y «liberal» hay que olvidarse de aquellas propagandas obvias en regímenes totalitarios, los cuales son plenamente combatibles, y ocuparse de todos esos factores de enajenación en la más sutil realidad actual, los cuales nos impiden acceder a una realidad concreta y desarrollar nuestras capacidades intelectuales. A pesar de la dificultad que ello conlleva, es encomiable el esfuerzo de los movimientos sociales para desarrollar sus propios medios, los cuales hablan de problemas reales dentro de una realidad palpable.
El intento de manipular, para dominar en el nivel que se haga, es siempre rechazable, ya que reduce a la persona a objeto, a una reducción ilegítima de sus capacidades. Se realice como se realice, la manipulación convierte a un miembro de una comunidad en masa. Recordaremos la idea de «medios de masas», hoy en día tal vez poco nombrada por tener connotaciones claramente despectivas. Sin embargo, la intención y/o el resultado siguen siendo los mismos, convertir a las personas en un montón amorfo de individuos (la masa) desprovistos de capacidad creadora. En democracia, la dominación audiovisual no es tan sencilla como en un régimen autoritario, por lo que se realiza sin que las personas lo adviertan y resulta así más eficaz y duradera. No hay nada mejor para la dominación que el hecho de que el dominado se vea libre, por lo que es primordial ser consciente de todos los factores externos que moldean nuestras creencias.
De modo algo elemental, podemos entender por ser libre el hecho de que, teniendo diversas posibilidades para actuar, elegimos la que nos permite desarrollar nuestra personalidad de modo más cabal. Sin embargo, si no hay reflexión, si no se pide justificación ante la información recibida, si no se profundiza en ello ni se ejerce un espíritu crítico, está asegurada la manipulación y la elección estará distorsionada. Naturalmente, resulta imposible aplicarlo durante todo momento, pero sí es posible discriminar y jerarquizar la información, como por ejemplo detectando su fuente, aplicando un método cuando sea necesario y siendo consciente de ciertos mecanismos que nos condicionan. Los medios para manipular al público son muy variados, y no siempre es necesario acudir a la mentira, basta con alterar la realidad.
Si se ofrece, por ejemplo, una imagen sesgada de la realidad, la manipulación está conseguida sin que pueda decirse que se haya mostrado algo irreal; otro procedimiento de la televisión es repetir ideas o imágenes, cargadas con intención ideológica (algo que no deberíamos olvidar frente a los que insisten en la desaparición de las ideologías), de tal manera que acaban configurando la opinión pública. Recordaremos, de modo también evidente, que en la sociedad democrática, por muchos rasgos irracionales que posea, es la fuerza del número la que manda y es obvio que la opinión pública puede ser modelada por los que detentan los medios de comunicación. Desgraciadamente, y basta para ello escuchar en la calles, la opinión pública refleja todo ese clima de superficialidad y desinformación que impera en los grandes medios.
Puede decirse que el gran problema de las sociedades tecnológicamente avanzadas, en las que la imagen es tan importante (más que la palabra, que debe representar la racionalidad), es que existe una gran distancia entre la comunicación y la verdad: no se habla de algo porque sea verdad, sino que se toma como verdad porque se habla de ello. Muy especialmente la televisión, la cual ha conseguido alcanzar un gran prestigio al penetrar en cada hogar privado, es la que refleja este hecho: se acepta acríticamente lo que se recibe. Para no resultar tan catastrofista diremos que los factores internos y los condicionamientos externos son elementos constantemente presentes en nuestra existencia; en aras de la creatividad resulta imposible anular, por ejemplo, todo lo que nos rodea por considerarlo extraño. Es por eso, con especial atención para los chavales en proceso de educación (aunque, todos deberíamos estarlo a lo largo de nuestra vida), que es tan importante inculcar un espíritu crítico hacia las costumbres, los hábitos, y toda la información manipuladora e irracional, como el hecho posterior de canalizar esa rebeldía para realizar algo constructivo. Desgraciadamente, la televisión parecer formar parte importante también del proceso formativo de los niños.
Capi Vidal