De unas semanas a esta parte, los medios, bien acompañados por ese templo de la mistificación que son las redes sociales, han decidido que cierto virus, cuya mortandad se sitúa alrededor del 1%, constituía el problema más terrible del mundo mundial solo comparable a otras pandemias de siglos atrás. No es que hayamos creído demasiado a la Organización Mundial de la Salud, cuyo silencio ante los problemas más acuciantes para la humanidad resulta repugnante, por lo que no sé qué diablos tenemos que hacer ante sus alarmismos ante el llamado coronavirus. Terribles y lamentables los fallecimientos por este virus de nuevo cuño, pero atendamos a unos datos. Son cientos de miles los diagnósticos anuales de cáncer, problemas cardiacos y enfermedades degenerativas. Si viviéramos en una sociedad justa, o al menos aceptablemente justa y razonable, deberían dedicarse todos los esfuerzos a curar, o al menos paliar, todos estos males. No solo no es así, sino que nuestra gran OMS calla de modo repulsivo ante los elevados precios de los tratamientos, lo cual provoca la ruina de la sanidad pública en los países.
Por supuesto, impensable resulta que se acabara con las patentes y cualquier país pudiera acceder a medicamentos que sanen o alivien enfermedades. Nada que decir ante el deleznable monopolio de las grandes compañías farmacéticas, solo comparable a una mafia criminal de gran envergadura. Por supuesto, calla la OMS, con la connivencia de cualquier organización a nivel mundial, y lo silencian los grandes medios, que podían disimular un poquito, pero ya no es necesario por el nivel de mezquinda, enajenación y estupidez. Más datos, atendiendo a la odiosa desigualdad e injusticia esta vez a escala global. Si en España, hay unos cuantos miles de fallecidos al año por una enfermedad tan común como la gripe, esos datos se elevan de modo alarmante si observamos el continente africano. Silencio permanente y absoluto ante la falta de ayudas, que salvarían tantas vidas. Por supuesto, sigue habiendo muertos de primera y de segunda.
La lógica capitalista hace que en el primer mundo se tiren un montón de alimentos, mientras millones de personas mueren de hambre cada año. Algo tan elemental como la denuncia de que siga habiendo hambruna en el siglo XXI, debe ser haberse convertido ya un simple cliché, ya que apenas ocupa un lugar en la sociedad mediática de la desinformación. Nada que hablar de la mirada hacia otro lado de todas esas organizaciones, que no pueden ir contra la lógica de lo que les alimenta. Imposible mencionar la gran cantidad de guerras que asolan todavía el mundo y que provocan innumerables muertes diarias. Mejor no señalar, si seguimos en el campo de la salud, las considerables patologías provocadas por los problemas medioambientales o aquellas originadas en unas condiciones insalubles de trabajo. No, ninguno de todos estos problemas, graves, muy graves y alarmantes, merecen ocupar un espacio permanente en nuestros nauseabundos medios o, al menos, tener una mención periódica en esas pomposas tribunas internacionales. Lo que se ha decidido colocar en el centro de atención, hasta provocar la alarma e incluso el pánico, es un virus de origen ignoto. Tal vez, no es causal que la ‘crisis’ se originara en China, una potencia económica, en este despreciable mundo político en el que vivimos, que rivaliza ya con Estados Unidos.Ju