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Apuntes sobre la yihad

Según las enciclopedias, yihad significa “ejercer el máximo esfuerzo”. Es palabra árabe que comprende un amplio espectro de significados, desde la lucha interior espiritual para alcanzar una perfecta fe hasta la guerra santa, y hace referencia a una de las instituciones fundamentales del islam. Durante el periodo de la revelación coránica, cuando Mahoma estaba en La Meca, la yihad se refería esencialmente a la lucha no violenta y personal, es decir, al esfuerzo interior necesario para la comprensión de los misterios divinos. Tras el traslado de La Meca a Medina en 622, y con la fundación de un Estado islámico, el Corán (XXII, 40) autorizó el combate defensivo y comenzó a incorporar la palabra yital (combate o estado de guerra) con fines defensivos. Hoy, sin embargo, es usada en numerosos ambientes como si tuviese una dimensión exclusivamente militar.
Descubrir la génesis del significado me suscita una ulterior repulsa. Los movimientos que hoy se autodenominan yihadistas desde hace más de veinte años reivindican con orgullo ser autores feroces de hechos de sangre perpetrados para el triunfo de su fe. Aparte del horror y la atrocidad, también son responsables de atribuciones del significado que desvían del sentido original para inducir a agresiones militares e imposiciones esclavizantes. Me cuesta llamarlos “fundamentalistas”, que quiere decir reclamarse a los fundamentos de base. Me parece, por el contrario, que son intransigentes y acríticos en su interpretación de la doctrina y que, viviéndola fanáticamente como exclusiva, la llevan a extremas consecuencias queriéndola imponer. Por eso prefiero llamarlos “integristas extremos”.

Su objetivo fundamental me parece el servicio a las oligarquías teocráticas que tienen el mando, las mismas que, con un absolutismo desconcertante, declaran su intención de someter a la humanidad a su visión del mundo. No por casualidad proponen el califato, sistema de gobierno adoptado por el primitivo islam el mismo día de la muerte de Mahoma, con un califa como jefe, el “comendador de los creyentes”, entendido en sentido más político que espiritual como el sucesor legítimo del Profeta. El califa, que debería constituir la representación temporal de Alá sobre la tierra, tiene la tarea de realizar la Ummá, la unidad de los musulmanes, y reinar aplicando la Sharya, la ley de dios. Una visión teocrática y totalitaria que no admite críticas ni forma alguna de libertad de pensamiento. En sus realizaciones las mujeres son tratadas con enorme inferioridad, relegadas a papeles sometidos de hecho a los papeles masculinos, mientras la homosexualidad es un pecado grave castigado hasta con la muerte. Todo esto representa la punta del iceberg del autoritarismo y es la completa negación del principio de libertad.
A mi entender de libertario, tal concepción es terrorífica y no puede ser más que contestada en cuanto tal. Si por un desdichado desarrollo de los acontecimientos triunfase, sería el fin de cualquier aspecto humanista y laico, de toda posibilidad de esas libres expresiones por las que los rebeldes de todo tiempo y de todo el planeta han luchado durante milenios y continúan luchando. Equivaldría a aniquilar el espíritu originario de la humanidad.

 

Poder incondicional

Con el atentado en la redacción de Charlie Hebdo en París, enésimo y ruidoso acto cruel de esta tendencia teocrático-absolutista, es la primera vez que se masacra a un grupo de individuos cuya única arma eran las viñetas satíricas. Es un flamigerado mensaje de la más despiadada intolerancia, una amenaza que declara explícitamente que hay una guerra para otorgar poder incondicional a una doctrina que quiere imponer a todo el mundo cómo pensar, qué hacer, qué decir y cómo moverse. Si venciera, sería la apoteosis de un oscurantismo absoluto.
Frente a tal epopeya ultrarreaccionaria, tan cristalina en su horripilante ferocidad antihumana, se tritura todo contorno, todo ápice, todo aspecto que de algún modo pudiera justificarla. Sé perfectamente que el Occidente colonizador es altamente responsable y cómplice más o menos directo de la actual hegemonía yihadista en el mundo islámico. Todos hemos leído en muchos sitios que Bin Laden fue adiestrado por la CIA, que el Estado Islámico fue inicialmente fomentado y armado por los americanos para derrocar al déspota sirio Assad, que Boko Haram ha sido infravalorado y continúa impasible en Nigeria perpetrando aterradoras masacres de civiles y estupros masivos, de igual forma que en los años noventa fueron prácticamente ignoradas las matanzas argelinas que a golpes de machete asesinaban en sus casas a todos aquellos que osaban ponerles en entredicho.

Estas informaciones, de dominio público, no pueden prejuzgar nada. El hecho de que el Occidente de la política corrupta y de los negocios (siempre sucios) sea en buena parte responsable y cómplice, que continúe secretamente permitiendo que estos se armen y se financien con el comercio más o menos lícito, o que sean financiados por Estados y multinacionales potentes que solo piensan en sacar beneficio, no puede en modo alguno influir respecto al juicio y a la consideración de estas hordas de asesinos y carniceros que hacen propaganda actuando en nombre de su dios. Lo que el movimiento yihadista actual representa está por encima de las connivencias, más o menos ambiguas y más o menos cultas, que le permiten perpetuarse.

Creo, en cambio, que para comprender mejor lo que está sucediendo, hay que ir más allá de las contingencias relativizantes, llegar a la esencia del proceso actual e intentar identificar la maquinaria que controla todo, el arquetipo que empuja al conjunto de las cosas a manifestarse más allá de las múltiples diferencias. En esta actualización del yihadismo el primer aspecto determinante que salta a la vista es la potentísima tensión androcrática (poder del macho) que la inspira y la forja. Se ve que estamos atravesando una transmutación (trans, paso; mutación, cambio radical irreversible) de tipo epocal, que nos estamos transportando hacia una dimensión colectiva, cultural y antropológica a la vez, cualitativamente diferente de aquella en la que la llegada de la modernidad nos había ilusionado con poder continuar avanzando. Estamos viviendo un cambio de paradigma socio-existencial.

Está alzándose una fortísima ola totalitaria-autoritaria que asume la actual forma yihadista. Una propensión simbólica y un cambio de sentido que quiere retornar a cuando, alrededor del año 2.500 antes de nuestra era, los asentamientos permanentes, en los que predominaba la complementariedad entre géneros y la reciprocidad de las relaciones comunitarias, fueron aniquilados por la furia bélica de hordas de nómadas que con brutal violencia impusieron un cruel despotismo androcéntrico empapado de esclavismo*.

 

La lección de Kobane

Con la decadencia del capitalismo, en esta fase de hegemonía financiera, que por su naturaleza no es ni andrófilo (amigo del varón) ni ginófilo (amigo de la mujer) pero que por la apropiación personal egoísta, el aplastante predominio de los sistemas fundados en el despotismo y la sumisión, está comenzando a resquebrajarse seriamente. Si este proceso que ha tomado cuerpo continuase, existe el riesgo para el poder de que deje espacio a ciudades y niveles de relaciones sociales fundados sobre la cooperación y el apoyo mutuo, hacia una futurible anulación de jerarquías y estructuras de dominio. La tensión androcrática, todavía muy fuerte e imperante por doquier, frente a este renacimiento de un pasado que creía haber sepultado definitivamente, está intentando alzar la cabeza para llevarlo todo a las condiciones de sometimiento que consiguió imponer con fuerza apabullante hace alrededor de 4.500 años.

También por eso es fundamental la lucha que los compañeros y las compañeras libertarios kurdos están llevando, con las armas en la mano, en Kobane para frenar el avance del califato Estado Islámico. A pesar de ser abandonados y sin armas eficaces, continúan oponiéndose heroicamente a un enemigo superarmado y entrenado. Lo han declarado cada vez que han tenido ocasión: su resistencia no es solo para ellos mismos, sino para la libertad universal, comprendidos los valores que tanto exaltamos nosotros. A pesar de ser hasta ahora el único baluarte de resistencia eficaz, Occidente sigue sin apoyarles y mostrándose ambiguo en el conflicto contra la avanzada yihadista que le ha declarado la guerra.

Andrea Papi

Publicado en el periódico Tierra y libertad núm.321 (abril 2015).

* Todo esto está ampliamente documentado en las investigaciones arqueológicas de Marija Gimbutas (The Civilization of the Goddes, 1991) e indirectamente confirmado por numerosos estudios antropológicos que muestran cómo en épocas prehistóricas tuvo gran importancia un extenso nivel de relaciones comunitarias no centralistas, mutualistas, no agresivas y no androcéntricas (Ashley Montagu, Il buon selvaggio, 2012).

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