Los más sesudos aseguran que vivimos en una época llamada posmodernidad, algo tal vez ignoto para gran parte de los mortales. Esto es, valga la perogrullada, una sociedad en la que las características de la modernidad ya no tienen vigencia. Es más, las promesas que tuvieron su punto de partida en la Ilustración, con la confianza exacerbada en el Progreso, en la Razón y en la Ciencia -el uso de las mayúsculas no es casual-, que nos acabarían conduciendo al paraíso terrenal, obviamente, no han tenido lugar. No solo eso, sino que es tal vez el siglo XX uno de los que mayores horrores ha producido, si no el que más, precisamente, gracias al «progreso» científico, pero sobre todo a poderes autoritarios muy concretos, que han sabido usarlos en su provecho. Las cabezas pensantes defensoras de esta llamada posmodernidad se congratulan de que demos por periclitada a la época moderna, la cual consideran que ha supuesto una continuidad de la creencia dogmática en forma secularizada. Si antes, las barbaridades se hacían en nombre de un Absoluto denominado Dios, acabamos sustituyéndolo por otros secularizados, como los anteriormente mencionados, de ahí la inicial mayúscula. Desde este punto de vista, muy generalista, podríamos estar incluso de acuerdo con los postulados posmodernos.
Lo que ocurre es que hay otros rasgos, de la época esta de marras, que ya hacen que se nos lleven los demonios: sumisión a la tecnología, inmediatez, frivolidad, nuevas formas de misticismo, elección por lo ‘alternativo’ de una manera algo descerebrada, etc., etc. Dejaré claro, adelantándome a la críticas, que no me resulta baladí que nos sorbamos algo los sesos por estas cosas, ya que es posible que explique, o al menos justifique, la cantidad de imbecilidades que vemos a diario. Otra de las características de la posmodernidad sería que la Verdad no la escribiríamos ya con mayúsculas, no sería absoluta y definitiva, lo cual nos conduce inevitablemente a cierto relativismo. Ojo, no como aseguran los dogmáticos reaccionarios, al relativismo moral y en todos los ámbitos de la vida, que eso es una excusa para sus creencias normalmente asociadas a privilegios. No puedo estar más de acuerdo que si la Verdad se identifica con un absoluto, llámese Dios o su traslación al plano terrenal, que viene a ser el Estado-Nación, soy el primero que quiere defenestrarla sin remedio. No obstante, la verdad debería tener sentido en un contexto muy concreto, en contacto con la realidad, en cualquier ámbito de la vida humana. Muy serio me he puesto, pero no es para menos.
A pesar de estos rasgos posmodernos, en los que insisten sesudos a veces desapegados de la realidad, seguimos viviendo en una sociedad con poderes muy concretos (y muy absolutos). Uno de ellos es el sistema económico que sufrimos, explotador y consumista, que a la fuerza tiende a generar personas con una tendencia a los rasgos mencionados más arriba; es decir, es muy probable que tengamos insertos en nuestra condición la posibilidad de ser unos papanatas sin remedio, pero también hay un contexto cultural y económico que explica por qué lo acabamos siendo. No obstante, otra perogrullada mía, no hacemos un favor al estado de las cosas generalizando y simplificando. Los más reaccionarios tuercen el gesto y aseguran que los jóvenes, hoy, no creen en nada. Y, ojo, los que de alguna manera seguimos confiando en los ideales de la Modernidad es posible que, tal vez con otras palabras, podríamos decir o sentir lo mismo. Diré en primer lugar que prefiero esa ‘nada’, una forma vulgar de ‘nihilismo’ si se quiere, a la creencia dogmática. En nombre de estas, con sus dioses, reyes, patrias y banderas, se ha enfrentado a la humanidad y se ha masacrado a otros pueblos y culturas. No me siento añejo si siento que los bellos ideales de la modernidad, encabezados por la triada de libertad, igualdad y fraternidad, deberían seguir siendo vigentes. Claro, y de ahí la crítica, sin vías autoritarias ni tentaciones dogmáticas. Para ello, creo que ayuda una buena dosis de sano «nihilismo», el cual, siempre quiso dinamitar todo lo caduco para que germinaran nuevos valores.