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El parlamentarismo como dictadura política

El parlamentarismo es un sistema político dictatorial debido a que excluye a la sociedad de la participación política y por tanto de los procesos decisorios. El parlamento es en esencia un órgano de colaboración de clases que se encarga, por medio de elecciones periódicas, de legitimar el sistema de poder que representa el Estado. Así pues, el parlamento se encarga de ocultar las diferencias económicas y sociales bajo la igualdad jurídica y la  igualdad del voto de explotadores y explotados, al mismo tiempo que oculta la separación que existe entre la sociedad y esta institución en la medida en que la primera no participa en las labores parlamentarias.

El parlamento legitima al poder establecido para crear el debido consentimiento en la sociedad. Además de esto se limita a ratificar las decisiones del poder lo que demuestra que este último no reside en dicho órgano. Por el contrario nos encontramos con que las leyes que son aprobadas en el parlamento son redactadas en los despachos ministeriales de los altos funcionarios y de los asesores gubernamentales, por una elite que no sólo no ha sido elegida por nadie sino que ni tan siquiera da cuenta de sus decisiones ante la sociedad. De esta forma comprobamos que el politiqueo de los partidos únicamente es parte del circo mediático para entretener a las masas, embrutecerlas, enfrentarlas y ocultar así la verdadera realidad de que con el voto no deciden absolutamente nada.

Como consecuencia de lo anterior descubrimos que los políticos y los gobiernos pasan pero que el Estado, con su sistema de dominación parlamentarista y sus elites dirigentes, permanece. Y con este sistema de poder también permanecen las relaciones de explotación que le son inherentes, las mismas que a través del voto son legitimadas y confirmadas. De esta manera la clase sometida colabora con la clase dominante al proveerle de legitimidad, y con ello manifiesta su conformidad con las relaciones de explotación y de dominación que organizan el sistema de poder que la sojuzga. La clase oprimida, al actuar así, es al mismo tiempo víctima y verdugo de sí misma.

El Estado representa la gran cárcel que la elite del poder utiliza para controlar las necesidades, la vida y el futuro de la sociedad para, así, forzar su voluntad al obligarla a hacer lo que no desea. Esta elite la componen no sólo los altos funcionarios de los ministerios y los asesores gubernamentales, también los generales de los ejércitos, los jefes de los servicios secretos, los jueces, los mandos policiales, la patronal, los intelectuales, etc. Ellos son los dueños de la cárcel, las leyes son los muros que mantienen al pueblo en la cautividad y los políticos son sus carceleros. El parlamentarismo únicamente ofrece a la sociedad la ilusión de elegir periódicamente a sus carceleros. Decimos que ilusión porque la propaganda y la manipulación de las estructuras de dominación ideológica dirigen, y en última instancia determinan, su elección.

La naturaleza del sistema de dominación que representa el Estado ha permanecido intacta desde sus mismos orígenes, mientras que las formas que ha adoptado han variado según las circunstancias históricas, sociales, económicas, internacionales, etc. Por este motivo a lo largo de la historia se han sucedido diferentes tipos de regímenes políticos y formas de Estado: regímenes monárquicos y republicanos, absolutismo, parlamentarismo, totalitarismo, etc. El régimen parlamentario sólo es un momento organizativo estatal de la clase dominante. Su naturaleza autoritaria es idéntica a las de los restantes regímenes políticos de dominación. En este sentido puede afirmarse que cada régimen político persigue los mismos fines de dominación a través de procedimientos distintos.

En el contexto del sistema de poder que caracteriza al Estado parlamentarista los partidos políticos se presentan públicamente como candidatos para realizar reformas que hagan más confortable por dentro la cárcel en la que vive la sociedad. Pero reformar un sistema existencialmente opresivo y regresivo significa perfeccionarlo, y por tanto mejorar y hacer más eficaz la dominación sobre la clase sometida. Inevitablemente esto implica crear una sociedad compuesta por individuos hiperdominados, incapaces de nada por sí mismos, extremadamente deshumanizados, que lo esperan todo de las instituciones y del poder establecido. En última instancia significa que los esclavos amen las cadenas de su esclavitud. En lo que a todo esto respecta el parlamentarismo, por medio de las elecciones, ha conseguido un alto grado de consentimiento social a esta situación y que la sociedad vea como legítimo un orden de cosas en el que una minoría privilegiada impone su voluntad e intereses al resto. Todo esto puede resumirse en que la última esperanza que alberga la sociedad es la de aspirar a tener algún día unos amos justos. Pero la mera existencia de amos ya es de por sí una injusticia que tiene su origen en la falta de libertad e igualdad.

Los partidos políticos históricamente han demostrado que no son agentes del cambio, sino que por el contrario se han encargado de perpetuar la dominación mediante una administración mejorada de la misma. Así, en la medida en que su finalidad no es otra que la de gestionar las instituciones establecidas, o en su caso reformarlas para mejorarlas en su función dominadora, demuestran ser agentes de la reacción al operar como elementos conservadores del orden constituido. Por este motivo es habitual que en su afán de medrar y de rentabilizar electoralmente sus posibilidades de ascenso político no duden en desarrollar discursos políticos profundamente demagógicos, de manera que intentan captar parte del descontento y desencanto social para aumentar sus cuotas de poder. Este es el claro ejemplo de la izquierda que históricamente ha sido el pararrayos del sistema establecido al canalizar a los sectores más contestatarios y refractarios de la sociedad hacia las instituciones oficiales.

Mediante esta estrategia el sistema ha aplacado las protestas sociales y cualquier veleidad rupturista que cuestione el sistema establecido, de tal modo que la izquierda siempre ha sido un carcelero eficaz que ha logrado abortar el más mínimo atisbo de revolución a través de la sumisión del voto.

Ante unos nuevos comicios electorales siempre vuelve la misma cháchara propagandística y los habituales discursos políticos cargados de demagogia. En el contexto social y político del Estado español estos discursos han alcanzado un nivel de toxicidad inusualmente nauseabundo que ha hecho que amplios sectores del radicalismo político hayan pasado a entrar en la órbita electoral de la socialdemocracia más recalcitrante, y que por tanto hayan pasado a formar parte del gran proceso de reorganización de la izquierda institucional puesto en marcha por el Estado y el Capital con el lanzamiento de Podemos, hoy Unidos Podemos.

La verborrea por momentos rimbombante y pretendidamente radical y rupturista que únicamente denota populismo, así como elevadas dosis de estulticia y demagogia, trata de encubrir una realidad por momentos aterradora como es la del nuevo partido de la izquierda encargado de defender a la patronal, a la banca, al ejército, a la policía y a la guardia civil. Es el partido cuyo líder máximo no duda en afirmar que son los empresarios (pequeños y medianos) los que sacan el país adelante, y no los millones de trabajadores que están empleados en unas inmisericordes condiciones de explotación. Un líder que no duda en reivindicar el patriotismo español y en dar vivas a la policía nacional, al ejército y a la guardia civil en sus mítines, al mismo tiempo que sus listas electorales están copadas por individuos tan inquietantes como el teniente general Julio Rodríguez, antiguo Jefe del Estado Mayor de la Defensa (JEMAD) y colaborador de la CIA, o guardias civiles como Antonio Delgado, portavoz de la Asociación Unificada de Guardias Civiles. O que dirigentes como Jesús Montero, secretario general de Podemos Madrid y con un sueldo semejante al del presidente del gobierno, afirmen que los dueños del Banco Santander no son casta sino que forman parte de una cultura empresarial que quiere contribuir al bienestar social.

No es aceptable la complicidad y la colaboración con quienes pretenden refundar el capitalismo tratando de humanizarlo a través de medidas keynesianas y socialdemócratas que persiguen relanzarlo. Es el momento de denunciar y desenmascarar a quienes quieren ser burguesía de Estado, repartirse los cargos institucionales, las prebendas y demás privilegios con sus amigos y familiares, además de reforzar a las instituciones que mantienen y reproducen las relaciones de explotación y dominación vigentes. Son los nuevos carceleros que bajo una apariencia amigable y desenfadada no van a dudar en reformar el actual sistema de dominación para reorganizarlo y perfeccionarlo en una forma mucho más agresiva y brutal con vistas a satisfacer las ansias de poder y riqueza de altos funcionarios, empresarios, banqueros, militares, etc. Son, en definitiva, quienes llegado el momento no tardarán en aplicar las mismas medidas que hoy aplica Syriza en Grecia para convertirse así en cipayos de los poderes internacionales.

La respuesta popular a las elecciones, y más concretamente a ese engendro electoral del Estado y del Capital que representa Unidos Podemos, no puede ser otra que la abstención activa el día de las elecciones, lo que significa la propagación de la abstención en el resto de la sociedad. Pero además de esto es preciso el repudio público de este partido señalando los intereses a los que sirve verdaderamente y lo que pretende, y recordando a quienes le den su voto que obrando de este modo se hacen cómplices de la patronal, la banca, el ejército, la guardia civil y, en suma, de un sistema opresivo que, además, es esencialmente corrupto. Por todo esto se hace necesario romper las urnas que nos relegan a la permanente postración y en las que sólo se eligen los colores de las cadenas de nuestra esclavitud.

Cierto es aquel refrán que dice que no hay mayor ciego que el que no quiere ver. Pero si abrimos los ojos veremos que el lanzamiento de Podemos a la palestra política nacional lo hizo el capital financiero a través de su entramado mediático, y que contó con el apoyo inestimable de altos funcionarios además de mandos de las fuerzas armadas y represivas del Estado. Y hoy observamos cómo la derecha le está haciendo la campaña a este partido al delimitar la lucha electoral como una confrontación política exclusivamente entre el PP y Unidos Podemos. Todo esto da claras muestras de quién está detrás de un partido que en muy poco tiempo ha irrumpido en la política y ha logrado instalarse en los confortables sillones de las instituciones.

Pero la abstención no significa nada si no se combina con la igualmente necesaria autoorganización colectiva y la lucha para, así, proceder a la creación de espacios autogestionados al margen del control de las instituciones e introducir en la población aquellos valores e ideas dirigidas a crear las condiciones para lanzar la revolución social que ponga fin al Estado y al capitalismo para, de este modo, instaurar una sociedad sin clases.

Esteban Vidal

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