Vaya por delante que lamento el temprano fallecimiento de la escritora Almudena Grandes. Dicho esto, me resultan inevitables unas reflexiones sobre su visión de la guerra civil, y por extensión sobre su imaginario político; no por una cuestión personal, y ni siquiera por poner en cuestión su calidad literaria, sino por resultarme dicha visión harto peculiar y ser el conflicto de una enorme complejidad, que llega hasta nuestros días de forma irresoluble y que siempre acaba por sorprender. Aclaro, también, que todos tenemos simpatías, las mías son los libertarias, aunque trato de mantenerlas lejos de idealización ni maqueísmo algunos; las de Grandes parecía estar netamente con los comunistas oficiales, dedicando gran parte de su obra a su memoria. Era así hasta el punto que no parecía tener fisuras su admiración por Juan Negrín, último presidente gubernamental de la República durante el conflicto, muy vinculado a los comunistas; efectivamente, Negrín ha sido ensalzado o demonizado, esto último por parte de la propaganda reaccionaria, pero también desde el bando republicano por su supuesta sumisión a la URSS, junto a su obcecación en extender una guerra ya perdida con el consecuente sacrificio de más vidas. Una muestra de la complejidad del conflicto con los enfrentamientos dentro del mismo bando republicano compuesto por muchas tendencias, por lo que difícilmente podemos observarlo de forma simplista y maniquea. Volvamos a Almudena Grandes. Por una parte, la escritora consideraba que, tras la muerte del dictador Franco, tenía que haberse restaurado la democracia en base a su propia tradición; en otras palabras, sobre la memoria de la Segunda República y, hasta ahí, podemos estar de acuerdo, aunque siempre aceptando las limitaciones y fraudes de una democracia parlamentaria y supuestamente liberal, tanto ahora como en los años 30, que viene a suponer una forma amable de dominación. No obstante, recordemos que los terribles anarquistas, tras el alzamiento militar, se lanzaron a combatirlo situándose al lado de los que defendían el sistema republicano e incluso terminaron por participar en sus instituciones. No obstante, nunca diría que los libertarios eran partidarios de esa forma de Estado que era la república, ni por supuesto tampoco de la democracia representativa, más allá de circunstancias históricas muy concretas, que les obligaron a combatir el fascismo de la forma más razonable y pragmática.
Almudena Grandes sí considera que la democracia debe mucho a los comunistas, y hablo más en concreto de lo que era el PCE, sometido a los designios de la Rusia de Stalin, ya que otros marxistas en otros partidos llevaron a cabo otra política durante el conflicto. Tremendamente discutible verlo de una manera tan simple y lineal; la defensa de la democracia por parte de los estalinistas era una cuestión meramente táctica, mientras que puede decirse que los ácratas estaban decididos a acabar con el fascismo y, para ello, acabaron traicionando sus propios ideales al formar parte del poder estatal. Imposible juzgarlo desde la perspectiva actual, eran tiempos crueles con circunstancias extremas, que empujaban a decisiones extremas donde la coherencia no tenía demasiada cabida. Con algo de imaginación, esfuerzo y algún que otro alarido, podemos aceptar una visión reduccionista sobre el conflicto como enfrentamiento entre democracia y fascismo; al menos, la lógica más elemental, y puede que en esa dirección apuntara Grandes, dice que toda sociedad democrática que se precie debería ser antifascista. No es el caso del régimen actual en España, claro, donde la reacción tiene el poder suficiente para seguir distorsionando y, como constantemente señala desde fuera gente poco sospechosa de revolucionaria, todavía no se tiene claro que la guerra civil la ganaron los malos. Recordemos también que los anarquistas, junto a otras tendencias revolucionarias, se lanzaron al inicio del conflicto a una transformación económica y social con la creación de las llamadas colectividades, con importantes logros y no suficientemente investigadas en la historiografía.
Los comunistas estalinistas se opusieron a ello, por interés estratégico de Stalin, con enfrentamientos en las mismas filas republicanas y un partido con escasa representación parlamentaria como el PCE, gracias a la ayuda y el poder de la URSS, acabó teniendo un gran poder durante el conflicto; recuerdo un despectivo comentario de Grandes, aunque coherente con su visión y simpatías, que decía algo así como que algunos, en lugar de a la guerra, se lanzaron a hacer la revolución. Es otro topicazo sobre la Guerra Civil, pero plagado de falsedad, los revolucionarios no dejaron nunca a un lado el combate contra el fascismo. En cierta entrevista, que le realizó cierto exlíder de Podemos, Grandes se indignaba por la visión inicua que de los republicanos se daba a nivel cultural, poniendo como ejemplo la película Pan negro, que quería observar emparentada con la que el franquismo había inculcado durante décadas como seres ignorantes y manipulados. La escritora también afirmaba algo así como «ya sé que luego me llaman maniquea» y, sin embargo, no me sorprendió en esa ocasión tanto su visión en ese aspecto, como la pobreza al observar la condición humana; para los que no hayan visto el film, ni leído la novela, un republicano, cuya ideología exacta no recuerdo, ni creo que importe demasiado, resulta ser el responsable de un crimen terrible. La película, que me gustó bastante en el momento de su estreno, retrata un contexto terrible de la posguerra, con la maldad de los vencedores y, en este caso, el envilecimiento de los vencidos. Me sorprendió mucho el comentario de Grandes, como el del entrevistador cuando, en esa supuesta visión del conflicto donde no hay buenos ni malos recordó que, incluso «uno de los nuestros» como Berlanga hizo La vaquilla; sorprendentes, esta vez, dos cosas: que Pablo Iglesias Turrión considere al director valenciano, un peculiar ácrata, «uno de los suyos»; y esa visión, de nuevo tremendamente pobre, sobre la sátira coescrita por alguien tan poco sospechoso como Rafael Azcona.