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La dominación nuestra de cada día

La dominación es algo de lo que se habla de cuando en cuando en el ambiente anarquista, así que os planteo hoy alguna cosilla al respecto de cómo se domina. En otros artículos he expuesto tres tipos puros de dominación (según Weber), que son la burocrática (obedezco porque así está escrito), la tradicional (obedezco porque siempre ha sido así), y la carismática (obedezco porque ese tío es guay). A su vez, (según Goffman) (1), existen varios modos de acomodo a la dominación, que son: la regresión (uno se aísla cortando relaciones con el mundo cruel); la colonización (uno se adapta montándose un chiringuito en la selva urbana), la conversión (uno acepta todo el tinglado convirtiéndose en un ferviente acólito) y el desafío (uno resiste en todo momento y lugar a la dominación). Todas esas actitudes, creencias, aceptaciones, se mezclan de forma particular en cada persona, dando lugar a diversas reacciones, más o menos intensas dependiendo de cada cual. Pero al final, la dominación impera.

A mí me fascina el tema de la dominación, el comprobar una y otra vez cómo la gente hace caso y obedece a mil normas desde el momento mismo en que despierta y va al cuarto de baño a echar la primera cagada del día. Pisas una baldosa, y estás pisando el PGOU del Ayuntamiento, unas tasas, una hipoteca, unas ordenanzas laborales, normas sobre consumo de agua y papel, mil reglamentos están funcionando hasta que coges la hoja de periódico para limpiarte minuciosamente el culo, tal como te enseñó mamá. Y todos esos condicionantes pasan desapercibidos a no ser que te desahucien y te corten el agua o la luz: es decir, son muy eficaces, ya que no se perciben, la obediencia es automática, y queda cubierta bajo una pátina de libertad.

Porque es sabido que toda dominación, exige por parte de los dominados, aceptación, aquiescencia, complicidad. Eso no quiere decir –ni mucho menos–, que los dominados sean los culpables de su propia dominación. Lo que pasa es que las estructuras de cada sociedad, sus fundamentos (ya sea el parentesco con sus familias, clanes, fratrías, tribus…, ya sea el Estado con sus escuelas, iglesias, policías, siquiatras, televisiones…), producen formas de pensamiento que son pacientemente inoculadas, inculcadas, introducidas en los individuos desde el momento de su nacimiento.

Los niños de azul, las niñas de rosa, hay mil ejemplos. Se trata de un gasto de energía increíble, tácito y no acordado, para llegar a producir una madre, un guerrero o un ciudadano, y son los propios dominados los que realizan los más grandes esfuerzos para inscribir, integrar e insertar a sus hijos en la estructura (escuelas, clubs, reuniones, actividades, tareas) de cara a que adopten los hábitos adecuados a su estatus, lo incrementen, y no caigan más bajo de lo que están. Y una vez ha obrado el aprendizaje estructural, sucede el milagro. Queda grabado en la persona de tal forma, que no se quita ni con agua caliente. La obediencia a la norma, es automática, y el dominado lo justifica de mil modos, hasta el punto de producirse lo que se llama histéresis, o sea, que si desaparecen las causas que motivan un comportamiento, esa forma de pensar, de obrar y de actuar, va a persistir en el tiempo, probablemente hasta que esa persona muera.

Todo esto hace que sea tiempo perdido el intentar cambiar la manera de pensar y actuar de las personas que han sido adoctrinadas en esta cultura, mediante cursillos, conferencias y bienintencionadas comeduras de coco. Hace unos días me decía un chaval que yo, precisamente yo, tenía que deconstruirme para «ser libre»…, y le molestaban mis histriónicas carcajadas ante tan funesta declaración. Porque yo lo que digo, es que si coges una tortilla de patatas y la deconstruyes, sigues teniendo patatas y huevos, solo que con mala presentación. Bueno, puedo parecer triste, fatalista, determinista, pero no tanto en realidad.
Ya sigo otro día, que toca el reparto de medicación de la cena, y si no acudo presto, la enfermera se cabrea. Hay que cumplir, con la cotidiana dominación.

Acratosaurio rex

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(1) Weber, Goffman… No soy un pensador original, y muchísimo menos…, profundo.

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