La razón de ser del anarquismo ha sido siempre la lucha contra todas las formas de la dominación y por ello los anarquistas han pretendido y pretendan ser los más indominantes, la indominación supone el rechazo de soportar o de ejercer la dominación.
En realidad, la negatividad y la positividad anarquistas han sido y son la más radical contestación del Orden autoritario y por ello merecen que se haga de ellas un «encendido elogio» a pesar de que estas no han logrado «destruir nuestra dócil sumisión a la execrable autoridad de lo instituido» (Tomás Ibáñez).
Efectivamente, ¿cómo negar esta docilidad y lo retórico de nuestra indominación? Es decir, lo inconsecuente de nuestro comportamiento.
He aquí por qué, para ver si nuestras practicas indominantes son o no consecuentes con tal pretensión, me ha parecido muy pertinente el neologismo indominación; pues, más que el Poder y la Autoridad, es la dominación la que nos obliga a plantearnos el dilema de soportarla o rechazarla. Además de ser esas prácticas, las que nos permiten saber si hay tal consecuencia entre discurso y praxis o si nuestra indominación solo es hoy retórica.
Por la investigación antropológica sabemos que la dominación no ha existido siempre en las sociedades humanas y, por consiguiente, tampoco la sumisión y la resistencia; puesto que es la existencia de la dominación la que da origen a la sumisión y a la resistencia. Es decir: a la posibilidad de dar respuesta al dilema de soportarla o rechazarla.
Además, esta investigación nos enseña también que, en las llamadas «sociedades igualitarias», era el apoyo mutuo el que regulaba su funcionamiento y que fue la colaboración la que evitó en ellas la dominación y la división entre dominantes y dominados.
Es pues la existencia de la dominación en las sociedades humanas, más que la del Poder y la Autoridad, la que provoca esta división y la de los dominados en sumisos y resistentes -aunque su resistencia no haya sido siempre consecuente-.
¿Cómo no considerar la dominación y la indominación las más pertinentes para proceder al análisis de «nuestra dócil sumisión a la execrable autoridad de lo instituido»? Y, ¿cómo obviar en este análisis el rol decisivo de los niveles evolutivos de la sociedad y del aparato cognitivo de la gente a cada estadio evolutivo del homo sapiens y su sociedad?
Sí, ¿cómo obviarlo sabiendo que son estos niveles evolutivos los que determinan lo que la dominación y la indominación son y, por consiguiente, las conductas de los contemporáneos en cada estadio evolutivo?
Efectivamente, la indominación del homo sapiens actual es pues la que el estadio evolutivo de hoy posibilita y por ello no puede ser considerado su estadio evolutivo último y mucho menos definitivo para siempre.
De ahí que la negatividad y la positividad del anarquismo de hoy sean las que el aparato cognitivo actual del homo sapiens hace posible. Es decir, las correspondientes al estadio evolutivo actual de nuestra especie. y por ello su operatividad es la de los patrones culturales y estándares actuales.
Guste o no guste, los homo sapiens actuales somos lo que la evolución de nuestro aparato cognitivo nos permite ser y por ello la negatividad y la positividad de los anarquistas actuales son tan inoperativas y contradictorias e inconsecuentes. No solo por nuestra integración al funcionamiento de la sociedad capitalista sino también por nuestra «dócil sumisión a la execrable autoridad de lo instituido» y pretender superar esta inoperancia e inconsecuencia con la retórica de nuestras practicas indominantes.
Hablando claro, el anarquismo de los anarquistas hoy es el de los anarquistas tal como ellos son y no como pretenden serlo: pues, nos guste o no, también los anarquistas somos lo que la evolución del aparato cognitivo nos posibilita ser.
Más claro aún: cuando analizamos el funcionamiento del mundo de hoy, los anarquistas tendemos también a denunciar la «dócil sumisión a la execrable autoridad de lo instituido» de los otros y a obviar la nuestra, pese a ser nuestra resistencia solo retórica.
Reconocer esta inconsecuente contradicción es pues necesario para no autoengañarnos y poder plantear la cuestión de muestra negatividad y positividad en términos reales y no ficticios; pues, plantearlo en estos términos es la única manera -como para los problemas- de saber si esta inconsecuencia y esta contradicción son superables.
Los anarquistas deberíamos ser lúcidos y tener la honestidad y la valentía de reconocer lo que realmente somos, el deseo, o a lo sumo una frustrada tentativa, de ser verdaderos anarquistas indominantes. No solo porque la necesidad de sobrevivir en la sociedad capitalista nos obliga, como a los demás, a someternos al Orden dominante sino también por ser conscientes de la imposibilidad de nuestro aparato cognitivo de funcionar de otra manera que la que nos impone el nivel evolutivo actual. Un nivel aún insuficiente para hacer más operativo nuestro deseo de indominación.
En resumen, más allá de lo que pueda ser la radicalidad de nuestra retórica opositora en esta sociedad (no hay otra), nuestra existencia en ella nos convierte en cómplices de esta. La única manera de no serlo es la construcción de una sociedad alternativa basada en la igualdad y la ecosolidaridad. Pero también en este caso el deseo de indominación no deberá quedarse en retórica.
Saberlo y reconocerlo es lo que puede ayudarnos más a decidirnos ser indominantes consecuentes y a encontrar la manera de construir esa sociedad alternativa a la capitalista.
Octavio Alberola