Al igual que con el concepto de «posmodernidad», hablar de «estructuralismo» o «post-estructuralismo» y etiquetar a algunos autores según el pensamiento de estas complejas escuelas no parece sencillo. Se ha hablado de nombres como Foucault, Deleuze y Lyotard como post-estructuralistas, pero resulta complicado saber lo que defienden en el campo de la filosofía política.
Estos autores se niegan a elaborar una teoría política general y tambíen un modelo de conducta, y se dedican más bien a analizar situaciones específicas de opresión. Podemos estar de acuerdo en gran medida con los críticos de estos autores, cuando señalan que es necesario tener, a priori y para establecer posibles remedios y alternativas, una posición política alternativa para confrontar con un sistema político que se da en el presente. No obstante, el anarquismo se muestra flexible y apuesta por la pluralidad, lo cual debe evitar caer en una suerte de relativismo y discierne perfectamente, a nivel teórico y práctico, entre el concepto ideal de anarquía con el más vulgar de caos. A pesar de ello, de esa aspiración ideal que existe en el anarquismo, creo que se puede decir que una de sus señas de identidad es también el rechazo de la subordinación del individuo a ninguna abstracción. Tal cosa puede suponer una pérdida de sus capacidades, por no hablar de males mayores como en el caso de los sistemas totalitarios. Una cosa es confiar en la capacidad de perfección, ética y social, y otra muy distinta sacrificar a las personas en función de un modelo supuestamente superior (que solo podria ser impuesto desde arriba, por lo que no tiene cabida en el anarquismo).
Se trata de situar a las personas en una determinada realidad material, en la que puedan desarrollar su propia capacidad de análisis y reflexión, para buscar la autonomía y la libre asociación y resolver así todos los problemas sociales y vitales. Aquí nos encontramos con otra de las premisas clásicas del anarquismo, su fe en el individuo. No estoy de acuerdo con una visión fundamentalista, si es que existe dentro de las ideas libertarias, según la cual existe una capacidad innata en el ser humano para buscar las soluciones más justas y eficaces. Parece una confianza, casi ciega, sustentada en la mera destrucción de las instituciones represivas. Una cosa es que consideremos que el autoritarismo es un factor rechazable, con lecturas fundamentalmente negativas, y que la jerarquización social imposibilita el desarrollo del potencial individual y de valores cooperativos, y otra es la lectura, que tantas veces se hace desde fuera del ámbito libertario y actúa constantemente en su contra, de que el anarquismo es irrealizable debido a esa confianza excesiva en una naturaleza beatífica del ser humano. Se trata de perfeccionar las capacidades más nobles del individuo y de crear la estructura social que lo posibilite. No hay una visión mesiánica del individuo ni de una clase social (al igual que ocurre con el proletariado en el caso del marxismo), pero sí se deja un resquicio de confianza en el individuo sea cual fuera el contexto en que se encuentre (puede llamársele tal vez «humanismo», tan rechazable por según qué doctrinas de pensamiento).
Los post-estructuralistas renuncian, tanto a la ideología, como al sujeto autónomo, como resistente frente al poder, no piensan que el motor del cambio social (que sí desean estos autores, aunque se nieguen a extender recetas) se encuentre en ninguno de esos dos factores. Pero, ¿se puede decir que no existe la soberanía individual? Como aseguran algunos autores, ¿el sistema capitalista, y cualquier sistema autoritario, acaba absorbiendo toda subjetividad, toda capacidad de resistencia? La sociedad de consumo y el capitalismo moderno genera apatía, la tendencia es a convertirnos en un grupo de borregos y a inhibir valores cooperativos y éticos, pero de ahí a considerarnos meros actores que desconocen absolutamente los entresijos del pobre espectáculo del que participan, hay un largo recorrido en mi opinión. La idea de soberanía individual y de subjetividad, aunque pervertida por la dominación política y económica, es central en una sociedad libertaria, entendida también como equilibrio o complemento de la justicia social. Entramos aquí en otro prejuicio posmoderno, la falta de confianza en los sistemas considerados utópicos. Pero solo si entendemos como «utopía» una estructura social aparentemente perfecta, y tal vez por ello fuertemente regulada, puede resultar rechazable o meramente fantasiosa.
Dentro del anarquismo, la utopía puede funcionar como una especie de mito o modelo, como una tensión permanente hacia un ideal que no traiciona nunca sus presupuestos (que son, por así decirlo, poco o nada utópicos en el sentido clásico antes expuesto). Volviendo a las críticas de los post-estructuralistas, por supuesto que existen multitud de fuerzas que condicionan al ser humano, pero considero que su valor como entidad es apreciable en cualquier sistema, no reducible completamente por excesiva que sea la opresión, y con un verdadero potencial en el ambiente adecuado. Los análisis exhaustivos de cualquier situación represiva son indispensables para dotar de las herramientas adecuadas de liberación, la acción se lleva a cabo a nivel local por los propios actores víctimas de la situación. Algo en lo que siempre insistió el anarquismo, la ausencia de «dirigismo» y el protagonismo de los oprimidos (dejaremos de emplear en este sentido la palabra «trabajadores» para no tomar una parte por el todo). La crítica de los post-estructuralistas, además de a la elaboración de un sistema generalizado de liberación, va dirigida también a lo que ellos consideran establecer un modelo de sujeto a liberar. No puede el anarquismo establecer un modelo de «normalidad» y sí quiere apostar por la pluralidad, por dar cauce a la más diversas forma de expresión en lo individual y de entendimiento en lo social. Considerar una norma en el comportamiento humano es caer en nuevas formas de opresión.