Los símbolos de la infamia

Uno se pregunta qué pueden pensar los trabajadores que, esta mañana, han repuesto la memoria del fascista Millán-Astray en forma de calle madrileña. Mejor no especular sobre la respuesta, dado el nivel de gran parte de la población. Al parecer, a los jueces de este país sin remedio les parece que el fundador de la Legión, admirador confeso de Hitler y Mussolini, amigo personal de Franco, nada tuvo que ver con aquel repulsivo golpe de Estado de 1936, que acabó desencadenando el sanguinario conflicto. No debe ser suficiente motivo que fuera este cruel fulano nada menos que jefe de la oficina de propaganda de los golpistas durante la Guerra Civil. Recordemos, por otra parte, que sigue el proyecto de erigir todo un impresionante monumento de homenaje a la Legión, uno de los cuerpos militares más infames de la historia de este indescriptible país, en plena Plaza de Oriente de Madrid. En un momento en el que se cuestiona, con toda razón, las estatuas a los pasados «gloriosos» de las naciones, en forma de conquistas, colonialismo y esclavitud, en España se homenajea a un general abiertamente fascista de todas las formas posibles. Y estamos hablando de una época contemporánea, no de tiempos lejanos, con su gran disrupción histórica, que todavía tiene visos de dar mucha guerra dada la derecha patria que padecemos.

Uno no sabe cuánto se puede tragar después de que la Guerra Civi la ganaran los reaccionarios, fundando una cruel dictadura de casi cuatro décadas. El generalísimo Franco, en un discurso de 1969, dijo ya que el futuro de la gran España quedaba «atado y bien atado». No le faltaba razón al amamantar él mismo al heredero Borbón y designarle como su sucesor; algo que terminó ocurriendo tras la muerte del dictador y la llegada de una democracia meramente formal con, por supuesto, el sistema económico incólume. No importa que en la actualidad esté saliendo a la luz que Juan Carlos I, como buen miembro de su estirpe, sea un ladrón sin límites, algo de sobras conocido sobre lo que se guardó silencio durante décadas. Por cierto, el que estaba al frente de los medios en los que hablaba el dictador, en los últimos años del franquismo, era nada menos que Adolfo Suárez. Sí, uno de los grandes protagonistas de la Transición, que llegó a ser todo un alabado presidente del Gobierno. La realidad es que muchos que se acostaron franquistas se levantaron «demócratas» en aquel proceso de maquillaje y transacción. Por supuesto, se puede comprender que había mucho miedo, junto a hastío de un régimen infame y en un momento convulso, pero las claudicaciones fueron muchas y, lo peor, llegan hasta el día de hoy.

En otros países, se sorprenden al comprobar que, en la inenarrable España, todavía andemos con discusiones sobre si el mal adopta uno u otro rostro. Es tan sencillo como esto, Millán-Astray fundó un cuerpo militar repulsivo inmerso en una guerra colonial en el Rif donde son conocidos sus actos salvajes. Por otro lado, en un primer momento este despiadado general no estaba en España cuando se inició la sublevación militar, pero se sumó enseguida a ella siendo, además, uno de los más grotescos apologistas del futuro dictador. Cuestionar la naturaleza, maligna para cualquier persona de bien, del fundador de la Legión, admirador confeso del fascismo, sería solo una broma de mal gusto en otras circunstancias que no fueran honrar su memoria con una calle en Madrid. No sorprende demasiado cuando los restos de otro criminal de guerra, el general golpista Queipo de Llano, reposan con honores en la basílica de la Macarena en Sevilla. Claro que los que gobiernan ahora la comunidad andaluza son los abiertos nostálgicos de otras épocas. Es una broma esperpéntica que, en boca de tantos elementos, se critique estar recordando el franquismo constantemente en un inefable país en el que, una y otra vez, se ensalzan los símbolos de su más oscuro pasado reciente. Y así seguimos.

Juan Cáspar

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