Es conocido que Bakunin es uno de los pensadores protoanarquistas más conocidos y, tal vez, el más carismático. Pero, más allá de su veneración (excesiva, a veces) por ser uno de los principales representantes de la historia del anarquismo, es interesante preguntarse si este hombre es un pensador primordial para el pensamiento contemporáneo. Para considerar la respuesta afirmativa, es importante revisar su obra (bastante caótica, todo hay que decirlo, comprensible en una agitada y apasionantes vida llena de conspiraciones) y disfrutar de ella desprendido de prejuicios (positivos o negativos). Demasiado conocida es también su ruptura con Marx, pero también inestimable su juicio avant la lettre respecto al socialismo de Estado o autoritario (la expresión de Bakunin sobre ese «comunismo de cuartel» en que iba a desembocar el marxismo se convirtió en una triste realidad). El gigante ruso conoció muy bien el pensamiento de su época, pasando de Kant a Fichte, de ahí a Hegel, y relacionándose con personalidades relevantes del momento. Desde el punto de vista filosófico, el pensamiento bakuniano se funda en un completo materialismo (que él llamó «el verdadero idealismo», afirmación de la realidad en el mundo terreno), en el ateísmo (o antiteísmo: para afirmar la libertad terrenal del hombre es necesario desterrar la mística leyenda del libre albedrío metafísico, que acaba negando la auténtica libertad, social y política, del hombre) y en la unión de los mundos físico y social.
Consideraba que la libertad de la voluntad existe, aunque considerándola relativa y cualificada en última instancia y no incondicional, y definió la libertad como «el dominio sobre las cosas exteriores, basado en la observación respetuosa de las leyes de la naturaleza». En cuestiones éticas, para Bakunin la «moralidad anarquista» es la «moralidad verdaderamente humana». Consideró que el concepto de divinidad expropiaba la vida real y los más altos valores humanos (justicia, amor, razón…) en nombre de la nada y convirtiéndolos en insondables para los hombres. Por otra parte, el Estado moderno, no muy diferente del Estado teológico, se legitima en un supuesto contrato libre y se arroga la capacidad de distinguir entre el bien y el mal, la moral se reduce finalmente a «razón de Estado». La diferencia entre Estados no es en el fondo más que un cambio de religión y el nuevo Estado laico pregonará la fe del «patriotismo». Bakunin reconocía los méritos del liberalismo en la evolución del pensamiento (al restarle atributos al Estado), aunque recordaba que finalmente requería de la protección del Estado para preservar los privilegios de la burguesía. Pero la crítica a los liberales no es solo ésta, también negó el anarquista ruso el contractualismo y la existencia ontológica del individuo previa a la de la sociedad: para él, la libertad humana es una creación histórica y social, el hombre solo puede ser auténticamente libre en sociedad mediante la reflexión y el reconocimiento en los demás (solo la igualdad y cooperación hacen verdaderamente libre al hombre).
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