PIERRE CLASTRES ANARQUISMO

Pierre Clastres y las sociedades contra el Estado

“La historia de los pueblos que tienen una Historia es la historia de la lucha de clases. La historia de los pueblos sin Historia es, diremos con la misma verdad, la historia de su lucha contra el Estado”. Pierre Clastres

Recientemente, Virus ha publicado una nueva edición de la imprescindible obra La sociedad contra el Estado, de Pierre Clastres, con prólogo de Carlos Taibo. Clastres nació en París en 1934 y, desgraciadamente, desapareció de forma muy temprana en 1977 debido a un accidente automovilístico. Su trabajo antropológico se centró, sin perder la perspectiva filosófica, ni el compromiso político, en el estudio crítico de las sociedades sin Estado, o mejor denominadas antiestatales, tratando de desprenderse del etnocentrismo evolucionista1 propio de la época, que las consideraba ancladas en una especie de estadio primigenio incompleto. Por lo tanto, el gran prejuicio etnocentrista es considerar el Estado un término necesario a toda sociedad en función de un modo de entender la evolución, por lo que las sociedades consideradas primitivas, según esta visión, estarían determinadas negativamente por sus carencias: sin Estado, sin escritura, sin historia y con una economía de subsistencia al no tener economía de mercado. Clastres se preguntará qué hay de cierto en todo esto y el enfoque de su trabajo será, renunciando a catalogar a ciertas sociedades como primitivas al estar carentes de algo supuestamente fundamental y producto del desarrollo histórico como el Estado, estudiarlas como comunidades más libres e iguales, con más tiempo para el ocio y menos obcecadas en la producción económica una vez satisfechas las necesidades básicas. Por supuesto, las propuestas de Clastres causaron impacto en su momento y generaron polémica, con enormes críticas no siempre razonables y con apelativos a su persona que no merece la pena reproducir.

La sociedad sin Estado, estudiada por Clastres y como ya he apuntado, otorga una gran importancia al tiempo libre de las personas (empleado para la sociabilidad, los ritos u otras tareas propias de su tradición cultural). Sin embargo, no hablamos de sociedades de la escasez, ya que se nos demuestra, retomando Clastres las aportaciones del antropólogo norteamericano Marshall Sahlins que tanto le influyeron, que se produce únicamente lo necesario, ya que sencillamente no desean trabajar más: el ser humano es el fin y la producción el medio (no a la inversa como en nuestras sociedades “avanzadas”). Tienen, por lo tanto, estas sociedades, mal denominadas primitivas, una concepción del trabajo que nos introduce en cuestiones tremendamente interesantes, como es el progreso y el desarrollo tecnológico dentro de una visión etnocéntrica, en comparación con el número de horas que nos vemos obligados a trabajar en nuestras sociedades consideradas desarrolladas y opulentas. Y es que otro de los pretextos para desdeñar ciertas comunidades consideradas arcaicas estriba en su presunta inferioridad técnica, pero Clastres observa que se aseguran los medios para un dominio del medio natural (aunque, no absoluto), por lo que su economía de subsistencia no está determinada por la falta de un saber-hacer técnico.

Por otra parte, y de ahí el título de la obra, hablamos de sociedades en las que el poder y la política son instrumentalizados para preservar la igualdad y la cohesión social impidiendo que emerja una instancia de dominación separada de ella (el Estado). Se ha dicho que este tipo de sociedades ejerce una política conservadora, pero mostrando una especie de revolución anticipada en su seno2, que no solo lucha contra toda posible opresión, sino que se adelanta para impedir que surja. La jefatura en este modelo social se fundamenta en el prestigio, pero sin que se produzca una monopolización del poder, ya que es la propia sociedad la que lo ejerce sobre la figura del jefe. Sería una permanente vigilancia para que ese prestigio no acabe transformándose en una concentración de poder. El jefe dentro de este modelo social no posee una autoridad coercitiva, su finalidad es terminar con los conflictos entre personas, familias o linajes, por lo que constituirá una capacidad técnica y no una autoridad política. Y es que para Clastres la clave a nivel histórico es la disrupción política que se produce con la aparición del Estado, y no el cambio económico, por lo que niega que la gran revolución se produjera en el Neolítico al permanecer intacta la organización social. No existe en las sociedades primitivas división de clases al tener todos la misma capacidad de satisfacer las necesidades materiales, al mismo tiempo que, al no haber intercambio de bienes y servicios, se impide la acumulación privada y no se da el deseo de poder o de poseer más que el prójimo.

No debería resultar necesario aclarar que Clastres no alabó sin más este tipo de sociedades para proponer alguna suerte de primitivismo anarquista ideal3; es más, entre los hechos controvertidos, algo también mostrado por el antropólogo en sus estudios, está el hecho que la mujer no se encontraba las más de las veces en el mismo nivel que los hombres para tomar decisiones. El objetivo de Clastres era que se produjera un diálogo, con sociedades a punto de desaparecer (más bien exterminadas), con una estructura social y política muy diferente al modelo occidental que había acabado justificando la dominación con el Estado. El trabajo de Clastres puede, muy bien, servir para una reflexión en la actualidad sobre la posible construcción de una sociedad libertaria, para mostrarnos ferozmente críticos con un modelo cultural evolucionista y etnocéntrico e indagar en otros alternativos que nos ayuden a la transformación social. Para la mirada occidental, prima la visión hobbessiana de una sociedad previa al Estado, donde se da la guerra de todos contra todos, y consecuentemente es necesario el llamado contrato social para instaurar la paz y el orden en forma de una instancia dominadora que limite la libertad de los individuos.

Muy al contrario, el trabajo de Clastres nos dice que la guerra en ciertas sociedades, no es signo de violencia indiscriminada de unos individuos contra otros, sino parte de su estructura interna para preservar la unión y la autonomía sociales e impedir que surja un órgano que monopolice el poder4. La guerra, entonces, es contra el Estado y constituye un rasgo interno de la propia sociedad no-estatal. Desde esta visión, algo por otra parte evidente para cualquier sensibilidad libertaria, el Estado no es producto de ninguna necesidad histórica, sino algo contingente consecuencia de ciertas circunstancias, mientras que observamos que ha habido otras estructuras sociales en el pasado que han impedido su surgimiento preservando la cohesión y autonomía de la sociedad. Cuando Clastres habla de sociedades cohesionadas, indivisas, no significa tampoco que se renuncie a la pluralidad y a la heterogeneidad, sino que no hay una división nítida entre dominadores y dominados.

La huella de Clastres puede rastrearse en los trabajos de otros antropólogos, como el recientemente fallecido James C. Scott, Brian Morris o David Graeber, que tratan de contradecir la idea de que el surgimiento del Estado es un signo determinante de progreso en las comunidades humanas. El propio Graeber nos legó una fundamental obra póstuma, coescrita con el arqueólogo David Wengrow, editada en castellano en 2022: El amanecer de todo. Una nueva historia de la humanidad. En ella se nos muestra la gran cantidad de comunidades humanas que se han dado, negando esa narrativa lineal de la historia que acaba justificando la dominación, y se sugiere que el gran dilema es el hecho de cómo las sociedades modernas han perdido los rasgos de flexibilidad y creatividad producidos en el pasado. Continúan siendo objeto de la investigación antropológica los paradigmas sobre la sociabilidad humana, y, consecuentemente, sobre la posibilidad de comunidades más libres e igualitarias. Toda esta antropología de la anarquía puede darnos una nueva perspectiva sobre nuestra historia social y orientar a aquellos movimientos sociales que caminen hacia la autonomía y la autogestión de la sociedad.

  1. Ver el artículo fundamental de Augusto Gayubas “Pierre Clastres y las sociedades contra el Estado”: http://acracia.org/pierre-clastres-y-las-sociedades-contra-el-estado/ ↩︎
  2. Esto nos otorga la perspectiva de una sociedad que, no solo integre en su estructura ya una forma revolucionaria, sino que la misma no se acabe diluyendo con el tiempo. ↩︎
  3. Algunas visiones anarcoprimitivistas observan ciertas comunidades arcaicas de modo ideal, como pacificas y exentas de ningún tipo de violencia, pero al parecer la evidencia arqueológica y etnográfica apunta a todo lo contrario, aunque en ciertas casos la violencia y la guerra son mecanismos importantes para enfrentarse a la lógica estatal de dominación al mismo tiempo que actúan como factores sociales de cohesión. ↩︎
  4. De nuevo hay que acudir a la visión occidental, de la que estamos impregnados, y hablar del lugar común del Estado como monopolio legítimo de la violencia; la antropología nos demuestra que han existido sociedades donde, sin embargo, se impide estructuralmente esa expropiación y la violencia se usa para, precisamente, entablar una guerra permanente para impedir el surgimiento el Estado. ↩︎

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