Reflexiones anarquistas

El anarquismo es pluralidad y diversidad y es por ello que hay muchas maneras de entenderlo, de vivirlo, de pensarlo y hay muchas corrientes, algunas de las cuales hasta parecen oponerse y enfrentarse. A esto concurre que el anarquismo es más una idea que vive que el resultado final y terminado de una elucubración intelectual. El anarquismo es dinámico en su identidad, por lo que quienes se encuentran interesados en esa idea nunca se consideran anarquistas sino que van siéndolo, en un proceso que es siempre enriquecimiento, renovación, novedad en pos de mejorar todo lo que necesariamente ha de renovarse con la meta de eliminar la opresión y ganar autonomía, condiciones necesarias para ser libres, que es lo mismo que ser humanos en el pleno sentido de la palabra. Esto hace que, para los que miran desde afuera, los anarquistas parecen ser un grupo radical, agitador, y hasta violento, que se oponen a todo, principalmente al Estado y las instituciones, sin que aporten mucho de positivo para resolver los problemas que nos aquejan, gente que está a la izquierda de todo1. Sin embargo, hubo y hay en el anarquismo las simientes de soluciones para muchas contradicciones y conflictos que vive la sociedad contemporánea y en este escrito haremos algunas reflexiones, o divagaciones, que no pretenden sino ser una contribución a pensar y vivir el anarquismo.

 

El anarquismo como idea

Decíamos que el anarquismo es una idea, algo que debe distinguirse muy bien de una ideología, especialmente cuando nos referimos a propuestas socialistas. Por ideología entendemos aquí un sistema de creencias apriorísticas y racionalizadas que sirve para justificar la dominación y el poder de un grupo social sobre otro, en cuyo tránsito se puede llegar hasta la mistificación del sistema o de sus personeros. En la terminología marxista, la palabra ideología se usaba para señalar toda representación que ocultara la verdadera realidad de los hechos, revistiéndola de imágenes falsas o ilusorias, lo que sirvió para denunciar a cualquier interpretación distinta a la suya2. Pero, hemos de reconocer que, cuando el marxismo-leninismo alcanzó el poder y sus propuestas se transformaron en verdad doctrinaria, con interpretaciones ortodoxas, desviaciones, revisionismos, partidos oficiales, control del gobierno, también devino una ideología con la significación que el mismo marxismo usaba.

Por su parte, el anarquismo, aunque haya tenido tendencias ideologizantes, nunca ha sido dominado o delimitado por algunas de sus teorías, ni por alguno de sus filósofos o proponentes más famosos y toda tendencia a una unificación a ultranza dentro del anarquismo ha terminado por abandonarlo. En esto se funda la calificación de utópico del anarquismo, en contraposición a las ideologías, porque da lugar a diversidades y hasta oposiciones que el realismo de otras vertientes socialistas pretenden superar pero que el anarquismo ha preferido mantener tratando de armonizarlas3.

Ubicar al anarquismo entre las ideas, cosa que ha sido una manera preponderante de entenderlo entre españoles e italianos, tampoco es sinónimo de incluirlo en el contexto del idealismo de corte hegeliano. Por idea queremos señalar un modo del pensar, al que Hegel pretendió inútilmente darle culminación, que para el anarquismo no se sitúa en el terreno de las abstracciones o exclusivamente en el plano del pensamiento, sino también en el de las convicciones, de los deseos, de una visión de mundo, cuya vigencia está en estrecho contacto con las acciones que pretenden hacer realidad esa idea, tanto en lo personal como en lo colectivo. Es una idea que expresa toda la potencialidad del ser humano en su afán de superar sus propios límites, lo que sólo es posible en el seno de un movimiento colectivo que la comparta. Es un movimiento de la mente que se traduce en gestión, es un movimiento colectivo que se expresa en vida, es acción y experiencia de cada una de las personas que lo componen. Y, por eso, más que un mero pensamiento es también un sentimiento, una ética, un método, una filosofía social, una manera de pararse frente a lo que somos para proyectarnos a lo que podemos ser, individual y colectivamente.

Cuando lo entendemos como una idea de este tenor, el anarquismo se sitúa en el universo de otras ideas que florecieron en el siglo XIX, como las de racionalidad, libertad, socialismo, igualdad, democracia, humanidad, progreso, historia, nación, con las que se amasaron las propuestas que nos llegaron al siglo XX. Como sucede también con ellas, que son ideas y no ideologías, el anarquismo no es doctrinal, se lo entiende pero no se lo define, se lo vive sin racionalizarlo plenamente, se lo comparte tanto como resultado de un pensar y como un sentimiento acerca de las relaciones entre los individuos y la identidad personal, se convierte en una meta que guía la existencia cotidiana, se hace objeto de una esperanza que fundamenta la solidaridad, que se enriquece y cambia siendo siempre el mismo, es un presente y también un horizonte que nos mueve a ir más allá. Por eso, en forma incomparable con ninguna otra idea, es un deber que es un querer y es saber lo que se quiere, es espontaneidad sin ser irracionalismo, es vital sin ser anti-intelectual, es educación en el diálogo, es crecimiento individual en compañía, es disciplina y obediencia sin sumisión, es gestión de la vida que es autogestión.

 

El anarquismo y la política

Presentamos al anarquismo formalmente como una idea, pero esa idea tiene historia y evoluciona en su contenido, proceso que se relaciona con la política. Claro que, cuando aquí decimos política, no nos referimos a la idea original griega, el arreglo amable de la vida humana en pos de la felicidad apoyado en principios racionales, discutidos y compartidos tal como el anarquismo la propone, sino a la política tal como la vemos desarrollarse en nuestros días, un arreglo estructurado del poder que permite que un grupo de personas controle a una gran mayoría en su propio beneficio, gracias principalmente a la institución del Estado y otras derivadas y dependientes.

Es en esta perspectiva de la política de nuestros días que hay que entender eso que oímos a diario de políticas de educación, de salud, de gobierno, económicas, sociales, institucionales, de mayorías y minorías, que se suman la lucha política convencional4. Todas se inscriben, en mayor o menor grado, en el conjunto de recursos para que un grupo, una clase, una casta, una fracción domine a los demás. Esto es tan así que muchos son los que han llegado a confundir liberarse con pasar de una dominación a otra. En esta política es donde impera la ideología, no las ideas, el engaño, el fraude, la impostura, la compra de voluntades, los ejercicios de violencia y fuerza. Claro es que hay verdaderos intentos de real liberación que, no cabe ninguna duda, los podemos identificar claramente porque todos ellos tienen como condición desarmar la estructura de poder que prevalece en nuestros días. Sin este requisito, entonces nos estaremos engañando ya que simplemente cambiaremos de amo, de capitalista a comunista, de privado a estatal, de empresarial a militar, de transnacional a religioso.

El resultado de esta manera de considerar a la política es la amplia gama de divisiones en la sociedad generando oposiciones y enfrentamientos que disuelven la unidad: gobernantes y gobernados (nueva versión de amos y siervos), propietarios y desasistidos, empleadores y empleados, razas superiores e inferiores, fieles y gentiles, profesores y estudiantes, viejos y jóvenes, varones y mujeres, oficialistas y opositores, dirigentes y dirigidos, aprendidos e ignorantes, superiores e inferiores, libres y esclavos, primer y tercer mundo, militares y civiles, vendedores y compradores, sacerdotes y fieles, líderes y seguidores, comandantes y tropa, beneficiados y perjudicados, leales y traidores, nacionales y extranjeros, burgueses y proletarios y hasta Creador y criaturas. No en vano el refrán dice divide y triunfarás, y todas y cada una de estas divisiones tiene una ideología que la sustenta, aunque quizás ninguna tan completa como fue el marxismo-leninismo, que estimulan el enfrentamiento y la competencia entre ellas para menguar las fuerzas que podrían resultar de la eliminación de estas pseudo separaciones.

El anarquismo se puede entender genéricamente como la idea que tiende a suprimir todas estas pseudo divisiones, la negación de todo poder, soberanía, dominación, jerarquía que generan estos falsos fraccionamientos y el intento de conformar la unidad que respete a las verdaderas diferencias. El anarquismo es el deseo de suprimir toda disolución, el rechazo a toda dicotomía que dé lugar a enfrentamientos, como los de razón-pasión, physis-nomos, naturaleza-historia, creyentes e infieles. Y por eso es que el anarquismo es anti-estatal, porque entiende que el Estado y el gobierno son el reducto último, o el fundamento primero, como quieran, de todas estas divisiones ya que en pos de su dominio es que las demás se generan y fomentan5. Es, desde esta perspectiva y así visto, que el anarquismo es anti-político, quizás el único movimiento que lo sea en forma fundamental, en un sentido radical y que se expresa en la consecuente postura abstencionista en todo proceso electoral. No es que se oponga a esta o aquella particular posición partidista, ni tampoco que su posición dependa de alguna circunstancia especial sino que la postura surge de considerar a la política en otra forma, comparada con la cual la actual es una perversión, una distorsión, un engaño, que de ninguna manera puede resolver los problemas de la gente porque no es su interés primario sino, en el mejor de los casos, una concesión obligada.

El anarquismo es la filosofía social y política que se propone erradicar toda forma de pseudo divisiones entre los seres humanos, entre los que tienen y los que no tienen, cualquiera que sea la cosa tenida, dinero o conocimiento, color de piel o creencia religiosa, bienes o males. No se trata de mercadear el poder que forja esta disparidad grupal, se trata de disolverlo, ya que el poder nunca se distribuye sino que, por el contrario, se concentra6. En consecuencia, sin las múltiples divisiones que el poder y el Estado generan, los individuos se relacionarían entre sí en diferentes niveles, en diversos y variados sistemas de organización, en asociaciones voluntarias y libremente escogidas. El objetivo es la unidad y armonía de lo diverso, que no es lo mismo que la homogeneidad que anula. Hemos de reconocer que, a pesar de la declarada individualidad que hace el liberalismo, esta individualidad en su ámbito vale solamente para grupos escogidos. La gran mayoría integra la masa, el pueblo, la tropa, una multitud sin rostro. Y también vemos que las sociedades que hoy se autoproclaman socialistas (China, Cuba, Venezuela) no son otra cosa que una multitud en ciega sumisión y asentimiento acrítico a los líderes, pretendiendo eliminar toda oposición, toda disparidad, toda diferencia. Sin embargo, y cabe señalarlo, tampoco los integrantes de esos sectores supuestamente favorecidos en cada caso tienen una auténtica individualidad, porque dependen de su membresía a estas acumulaciones y no les pertenece realmente a cada uno. Son pseudo individuos porque su individualidad es permisada en tanto y cuanto pertenezcan al grupo dominante y sigan sus dictámenes. La pretensión anarquista es de una universal y genuina individualidad, sin la coerción ni las distorsiones del poder, que sólo es posible en una auténtica socialización de la vida personal que no es sinónimo de igualdad de poderes, sino ausencia de poderes que controlen, decidan, regulen o dominen a los otros. Por ello, individualidad y sociabilidad se pueden identificar como valores básicos del anarquismo.

Estos valores básicos tienen consecuencias, una de las cuales es la reconsideración de la justicia. La justicia no puede ser estimada como una excelencia distributiva, en el mejor de los casos, o como una burda herramienta de poder en los peores, porque si la justicia es tratar de enmendar los excesos de los dominadores sobre los dominados, esto quiere decir que su razón de ser está en la aceptada distinción de dominadores y dominados. En otras palabras, la justicia no pretende eliminar esta forzada distinción sino simplemente hacerla compatible con el desorden y la protesta que pudiera generar la reacción frente al poder, evitando así riesgos mayores. Abolir las artificiales diferencias es el único camino de liberalización, lo que sin duda va en contra de todo sistema capitalista o marxista actuante, devaluadores de estos reclamos y que, a lo más, disfrazan las jerarquías que promueven y que son las que, precisamente, sostienen la justicia.

En otros escritos hemos desarrollado las relaciones entre la autoridad y el poder, por lo que no vale la pena repetir en detalle estas posiciones7. Baste decir que lo que habitualmente se llama anti-autoritarismo anarquista es precisamente lo contrario a lo que promueve el anarquismo. Y cabe hacer la aclaración porque decimos lo contrario. Entendemos por autoridad al reconocimiento que los demás hacen de alguna virtud que cada uno de nosotros puede tener y por la que se nos reconoce, respeta y atiende. La autoridad es algo que los demás nos regalan, si lo merecemos, en atención a alguna excelencia que hayamos logrado y nada más lejano del anarquismo que la negación de los méritos y valores de los individuos. Distinguimos así autoridad de poder, ya que poder no es algo que se otorga sino algo que se toma, por cualquier medio y apelando a cualquier recurso, para desde allí ejercer la dominación sobre los demás y a esto se ha reducido el hacer política en nuestro tiempo8. Ciertamente el anarquismo está contra toda forma del poder, pero es tonto pensar que pueda estar contra la autoridad que ostente quien es reconocido como excelente en el ejercicio de cualquier actividad humana, sea carpintero o físico relativista, excelencia que no es otra cosa que la expresión del ejercicio virtuoso de la propia libertad, que es lo que el anarquismo aspira que todos y cada uno podamos alcanzar.

 

El anarquismo como conducta

En general, para la burguesía y los demócratas el anarquismo es sinónimo de fanatismo, cuando no de caos y violencia. Para los gobiernos autoritarios, el anarquismo es el enemigo en las sombras, irreductible, que no negocia ni transige. Para los socialismos marxistas el anarquismo es una señal de irresponsable desconocimiento de las condiciones objetivas y realistas que conducen la historia con la necesidad que se deriva de la dialéctica tal como la entendieron, o entienden, sus líderes de turno. Para todos ellos, el anarquismo es la posición que adoptan quienes, tras el escudo de sus principios, se abstienen de cualquier compromiso con las democracias electorales; quienes rechazan integrarse a los grupos institucionalizados como los partidos políticos; quienes no hacen concesiones ni siquiera a los favores gubernamentales a los que ni reconocen; quienes se niegan a aceptar posiciones en la estructura de poder o control; quienes buscan la caída de todo gobierno sea liberal o socialista, tiránico o democrático; quienes se oponen a las guerras y resisten el servir a los ejércitos; quienes se oponen al matrimonio civil o religioso así como otras formas de institucionalización ordenadora; quienes siempre están enfrentados a la acción policial y fuerzas que sostienen el orden establecido; quienes muchas veces hasta rechazan la ayuda de la justicia en su beneficio; quienes todo lo quieren hacer en forma directa rechazando la representación; quienes no aceptan ningún tipo de representación y desconocen las necesarias etapas intermedias de todo proceso revolucionario que necesariamente ha de hacer concesiones obligadas por la marcha de la historia9. Todo esto, dicho siempre con un acento peyorativo. A juicio de estos críticos, los anarquistas pareciera que sólo se comprometen con sus principios y con otros anarquistas y que hay en ellos una rígidez e inflexibilidad que los hace incompatibles con el resto de la sociedad organizada, hoy tan flexible, práctica y maleable.

Este cuadro tiene algo de verdad y mucho de distorsión. Para entender la conducta anarquista basta tener presente uno sólo de sus principios: la persona nunca debe ejercer, ni someterse, a ningún tipo de poder impuesto sobre las personas, sea poder personal o colectivo, sea de una minoría o de una mayoría. El consiguiente corolario es que la disolución del poder depende exclusivamente del ejercicio por todos y cada uno de este principio. Bien pudiera decirse que la negación del poder, de cualquier tipo (no de la autoridad como señalamos antes) es el principio de los principios de la conducta anarquista. Se trata de una actitud que también podemos resumir en las personas por encima del poder y no el poder por encima de las personas. Por eso la acción directa, por eso el rechazo a recibir limosnas denigrantes de nadie, por eso el no compromiso con gobiernos o Estados ni con las instituciones que se han conformado para asegurar el poder, por eso el rechazo a la representación que no sea medida y controlada, por eso no se dan cheques en blanco a nada ni a nadie, por eso la oposición radical a todo aquello que acentúe las pseudo diferencias y por eso, menos de menos, encandilarse con el fulgor de las 30 monedas al que siempre se ha apelado, como último o primer recurso, para comprar adhesiones.

Quizás se pueda aclarar el punto recordando algo de lo que hemos dicho antes. Para el anarquismo, el individuo es la base de la realidad social pero, sin la sociedad, el individuo ni siquiera puede ser. Esto hace que, a pesar de esta natural dependencia, para conformar esa realidad social se requiere del consentimiento voluntario del individuo que es lo que permite concretar libremente la cooperación necesaria para constituirla. Se trata de un consentimiento responsable, pero no de una responsabilidad para reclamarla a los otros sino para asumirla personalmente, cada uno ante sí mismo. Y cualquier forma de opresión, cualquier limitación de la libertad, cualquier tipo de coerción, cualquier tipo de dominio o poder, no sólo diminuye la libertad sino que también nos quita responsabilidad sobre nuestras acciones y entonces ¿Cómo se puede ser uno mismo si no se es libre y responsable de lo que uno piensa, dice y hace? Y, si no se es uno mismo ¿Cómo se puede conformar una sociedad sin oposiciones ni enfrentamientos en el que otros encuentren la debilidad necesaria para imponerse? Sólo individuos libres pueden hacer una sociedad libre.

Hemos mencionado el pluralismo anarquista y esto se pone en evidencia en muchas cuestiones y la conducta adoptada por los anarquistas frente a ellas. Como ejemplos citamos las referidas a la propiedad, sobre la que hay numerosas alternativas en cualidad y grado, como la propiedad privada, la colectiva, la corporativa, por supuesto que nunca la estatal. También hay discusiones en lo que se refiere a la organización entre los anarquistas. Muchos son los anarquistas que rechazan cualquier tipo de organización formal, no por alguna cuestión ética ni de eficiencia sino por el temor de que, bajo un manto semántico como asociación u organización, se oculte el germen del dominio y el poder ya que de coordinador a jefe el salto puede ser imperceptible. No dejamos de incluir las divergencias en torno al tipo de acción directa que ha de preferirse, especialmente en lo que se refiere a métodos violentos.

 

El anarquismo y la violencia

Otro punto, vinculado con estos temas, es que, a pesar de que hay acuerdo de que la sociedad anarquista ha de ser no-violenta, la tradición revolucionaria ha apoyado la violencia de distinto tipo y en distinto grado, como medio para la destrucción de los aparatos de fuerza y las estructuras que sostienen el poder10. La violencia no es en sí misma algo deseable ni tampoco el medio idóneo para alcanzar una sociedad libre porque es una forma de opresión y poder, pero muchos son los que defienden el uso de la violencia contra la violencia que ejercen los opresores y dominadores, considerando que en este caso la violencia es defensiva y no opresora. La diferencia no siempre es clara. Bien podemos decir que quienes defienden o condonan la violencia parecen afirmar que la disolución de la oposición amo/esclavo tiene prioridad sobre los reclamos de respeto a la vida de los amos, o de quienes son sus instrumentos para lograr sus propósitos. O también puede que, en este particular aspecto, los anarquistas que defienden la violencia hagan concesiones a principios útiles, como los que dan prioridad a los fines por sobre los medios con que se alcanzan, suspendiendo los principios éticos propiamente anarquistas.

El tema de la violencia entre los anarquistas es complejo y, en muchos casos, las circunstancias imponen su urgencia11. Las situaciones en la Guerra Civil española abundan en todos los sentidos. Pero también cabe decir que, sin pretender dar una justificación aunque tampoco debe ignorarse, en comparación con el terrorismo de las fuerza del poder, las persecuciones y matanzas de trabajadores, las cárceles y campos de exterminio de los activistas, las guerras por intereses grupales, los recursos del terrorismo de Estado, las guerras a las que el Estado nos ha conducido y nos conduce, la violencia anarquista es una muestra pálida de violencia, aunque sí muy publicitada, caracterizada en su mayoría por ser puntual, específica, escrupulosa. Por otra parte, aunque las hubo, hemos de reconocer que cuando se dieron estas manifestaciones en su más alto grado durante el siglo XIX y comienzos del XX, las corrientes estrictamente pacifistas no predominaban entre los anarquistas ni tampoco en otros movimientos de cualquier otro tinte o color. Claro que en el anarquismo, como siempre, el tema fue discutido y nunca dejó de haber corrientes no-violentas y hasta fueron los suficientemente influyentes, al punto que actualmente tienen un importante lugar en el movimiento.

El pacifismo anarquista acentúa los principios de respeto al ser humano sin distingos, se apoya en un concepto de solidaridad y amor mucho más fuerte que la fraternidad habitual entre los grupos de afinidad de cualquier índole, otorgando una impronta novedosa a la noción de individuo y sus relaciones con otros individuos. Bien puede decirse que, para estos grupos, el amor entre los seres humanos (no necesariamente a la Humanidad como una abstracción) se hace el último concepto que nos caracteriza como humanos al punto que, si este sentimiento no se ha sentido y sólo se ha pensado, se puede afirmar que no se ha experimentado el fondo último del anarquismo y la idea queda todavía como una empresa por realizar plenamente en cada uno de nosotros. Sin embargo, el Estado, y el gobierno, que tienen el poder, tienen también la fuerza física para imponerse -ejército, policía- y cabe esperar que en algún momento el conflicto por disolverlo se tenga que resolver en términos materiales de violencia debido al uso monopólico de tales recursos que hacen en su favor.

Mencionamos antes la utilidad o la conveniencia, o también la eficiencia, relacionada con la violencia y éste es un aspecto a tener en seria consideración. Aclaramos nuevamente que no se trata de la utilidad o la eficiencia en el sentido de que hacer algo exitosamente que vaya en favor de nuestros intereses, que es deseable, sino en el sentido de priorizar los fines sobre los medios empleados para alcanzarlos. La conveniencia es algo que afecta las decisiones en una particular circunstancia, por ejemplo el apoyo a los aliados por Kropotkin en la Primera Gran Guerra Mundial, o por Rocker en la Segunda. Pensamos que estas situaciones son de las más difíciles para el anarquismo, porque la utilidad no forma parte de sus principios fundamentales, como sí lo son los de libertad, felicidad o realización óptima del ser humano, que incluye el respeto a la vida. Evaluar en una dada circunstancia la conveniencia del apoyo o no a una acción dudosa es lo que hace más necesario que nunca el diálogo y el intercambio de experiencias, conocimientos, perspectivas entre los muchos individuos12. Por supuesto que adoptar una acción por utilidad no es señal de inconsistencia, especialmente si el beneficio tiene un sentido amplio, pero dado que el provecho a corto plazo es hoy por hoy la regla que domina la mayoría de las decisiones en los sistemas dominadores, se debe ser muy cuidadoso en su justificación, criterio y alcance cuando se adopta como guía de las acciones del anarquismo.

 

Anarquismo en positivo

El principio que hemos delineado de rechazo al poder, un principio negativo, tiene valor en tanto se busca la sociedad que se desea, pero sin duda que no puede ser un principio dentro de esa sociedad cuando se la alcance, ya que en ella no habría poder alguno. Pero que no debiera haber poder de nadie sobre nadie no señala lo que debiera haber, lo positivo que debe primar en las relaciones entre las personas en una sociedad libre. El anarquismo, en cualquiera de sus vertientes, tiene una aspiración socialista, que podemos considerar pre-doctrinal o pre-filosófica como diría Heidegger, que se relaciona con las políticas de generación de bienes y distribución de carencias. Esto significa que, en una sociedad anarquista, si se quiere eliminar el poder como motor de las acciones colectivas, debe predominar la responsabilidad personal y tener confianza en que los seres humanos podemos colaborar sin necesidad de obedecer órdenes y coacciones, que podemos expresarnos y comunicarnos dando objeciones y consentimientos para que prevalezca el acuerdo voluntario, puede que tácito en muchas oportunidades, especialmente frente a quienes gozan de autoridad en algún sentido particular. En otras palabras, en una sociedad sin poder, la fe, la confianza en las personas debe dejar de ser un acontecimiento contingente de las relaciones sociales y convertirse en el modo habitual de actuar de todos. Fácil es decirlo, pero para muchos es hasta difícil de imaginarlo luego de tantos siglos de un poder sembrando la desconfianza con sus pseudo divisiones, de las que muchos han sido, y son, víctimas. Sin duda que éste es uno de los aspectos más difíciles de los que propone el anarquismo, porque pasa por la modificación de un modo personal de establecer las relaciones sociales que sólo puede alcanzarse con la propia vivencia. No se trata, asumiendo la distinción de Ortega y Gasset, de modificar una idea que el intelecto propone sino una creencia que es aquello que somos y con lo que contamos13.

Ortega distingue entre idea, que es una ocupación intelectual, de la creencia que es aquello en lo que, conscientemente o sin saberlo, estamos (estar en una creencia), que somos, con lo que contamos sin pensarlo, para enfrentar la existencia. Es fácil pensar en el favor del otro, no lo es tanto poder contar con el otro, creer en el otro como algo que, sin pensar, contamos al punto que nos sorprenda cuando no hay tal solidaridad. Si algo los anarquistas hemos de mostrar en nuestras agrupaciones es que, difícil o no, es posible contar siempre con el otro, y esta confianza en los otros no puede aprehenderse intelectualmente sino que tiene que vivirse. Intelectualmente, nada asegura que alguien puede ser confiable o no, la duda siempre es posible y las alternativas son igualmente probables, sea entre dos personas o en un grupo o entre grupos. Que la confianza en el otro sea la alternativa más posible sólo se puede experimentar, constatando en la práctica del anarquismo, en la realización continua de acuerdos a partir de desacuerdos, que aceptar francamente la opinión de otro no es perder sino ganar, que colaborar voluntariamente no es someterse sino expresión de libertad, que nuestra individualidad se afirma en la coherencia y sintonía con los demás. Todo lo cual es el alma del anarquismo y por eso, si el anarquismo es, es una idea que se vive.

Desde otro ángulo, sin duda que la perspectiva del anarquismo es la perspectiva del sometido, del gobernado, del oprimido, del postergado. Pero se trata de las personas sometidas, gobernadas, oprimidas, postergadas, no de abstracciones como las supuestas clases sociales oprimidas, o pueblos sometidos, porque una vez establecidas tales abstracciones, terminan por darle prioridad a la pertenencia a la clase, el partido o el grupo, por sobre su cualidad de personas y estableciendo un determinismo que es totalmente ajeno a la libertad individual. Para el anarquismo no se trata de un enfrentamiento entre grupos en el que hay que ganar, como en un combate, sino de una idea que se debe difundir para impedir que haya tales combates. Así como hay que rescatar al oprimido en su individualidad y calidad humana, también hay que hacerlo con el que oprime, que también ha perdido su individualidad y calidad humana. El anarquismo atañe a la persona, no busca eliminarla, y no atañe a un club deportivo ni a un casta ni a una raza ni a una clase social. Esto es también parte de lo que entendemos cuando decíamos que el anarquismo es plural, porque anarquista puede ser un príncipe y un mendigo, un santo y un pecador, un blanco y un negro, un hijo de empresario y un hijo de obrero, un estudiante y un analfabeto. Derrotar el ejercicio del dominio de unos sobre otros para restaurar, o construir, la persona, el humano como humano, es la expresión de voluntad del anarquismo frente a lo que vemos, es una institucionalidad que conduce al cese del ser libre que somos. Cuando Hobbes sentó las bases del Estado, y habló de ceder ciertas libertades para crearlo, no atendió a que de esta forma se cedía mucho más que lo dicho, porque la libertad no es algo que se posee y que pueda fraccionarse sino que es un ejercicio, es un modo de ser y actuar que no tiene partes, aunque puede tener grados14. Entonces, ceder parte de la libertad puede ser sinónimo de dejar de ser libres completamente.

En el aspecto positivo, la partícula negativa “a” de anarquismo ilustra claramente muchas de las cuestiones que se discuten en nuestro tiempo. Nos referimos, por ejemplo, a que la cuestión racial es un problema que en el anarquismo carece de sentido. En una sociedad anarquista desaparece eso que se llama identidad racial como una categoría definida en términos de opresión y dominio y la característica racial pasa a ser un término descriptivo, como ser gordo o calvo o ingeniero, sin ningún tipo de repercusión social, política, normativa o de cualquier otra índole. En forma similar, tampoco tiene alguna significación el problema de predominio de un sexo sobre otro. Mujeres y varones somos iguales, tal como lo dice la Biblia en el primer relato de la creación del hombre, Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó que luego corrige con la versión de Adán y Eva. Somos con nuestras diferencias, sean fisiológicas, reproductivas, intelectuales, de perspectivas, modos de estar en el mundo, pero los sexos no son clases sociales, la identidad sexual tiene el significado que cada uno desee darle y la pregunta de cómo serían las relaciones entre sexos en una sociedad anarquista carece tanto de sentido como la anterior entre razas o como la que hay entre amigos. En todos los casos, se trata de relaciones entre personas, sometidas hoy a estos prejuicios y falsas concepciones que se derivan del poder y afán de dominio que introduce miles de fracciones y divisiones entre lo que no es sino una humanidad integrada por todos los individuos en igual grado y medida.

Tampoco en la anarquía tienen sentido expresiones como El poder al pueblo, Democracia participativa, Protagonismo de la gente, El Gobierno de todos, porque todas estas propuestas, de contenido emocional indudable, se refieren al gobierno que sabemos finalizará por resolverse en algún grupo que represente a ese pueblo, a esa gente y se sacrifique asumiendo el gobierno para reproducir los mismos vicios de todo gobierno del Estado. Como decía Rousseau, gente representada es gente esclavizada. En una sociedad anarquista no hay un grupo que toma decisiones, las decisiones las toman todos y cada uno. Claro es que, en una sociedad pequeña, puede ser más sencillo que en grupos mayores donde pueden ser necesarios acuerdos de largo plazo, mayor grado de confianza en los demás, establecimiento de ciertos códigos de procedimiento (no coercitivo ni fundado en el dominio) u otros mecanismo para alcanzar las metas establecidas y nadie ha dicho que hacerlo sea fácil y que no se cometan errores en el camino. Pero esos errores son subsanables si tenemos claro que el principio de decisión individual responsable, el compromiso personal y la confianza en los otros son las actitudes que evitarían que la elección de usar metros o yardas, si se conduce por la derecha o la izquierda o si mantenemos las bases adoptadas para una determinada línea de producción, tengan que ser reconsideradas a cada momento y en forma permanente porque desconfiamos de los demás. Hemos de creer en el otro, contar con el otro tal como contamos con nosotros mismos.

En esto, que cada uno decide, el punto central a tener en cuenta es que el mundo no puede ser el que cada uno quiere, sino que hemos de decidir cuál es el mundo que hemos de tener, porque hay sólo un mundo para todos. He de proponer el mío y he de escuchar las propuestas de los otros que seguramente pueden contraponerse a la mía. Pero, seguramente, si otras opciones diferentes se establecen, tendré a cambio de la postergación de alguna de mis propuestas, el beneficio de disfrutar con los otros, que también han elegido para el bien de todos enriqueciendo mis ideas originales, porque esto no los hace dominadores ni superiores en ningún sentido. Será un ejercicio de libertad ofrecer y aceptar, admitir y rechazar, que nos hará mejores humanos. Claro que, nuestra actual experiencia, educación y prejuicios hacen que tengamos poca, o ninguna, confianza en que los demás piensen en mi beneficio tanto como en el de ellos mismos y lo hagan sin pretensiones de dominio. Por esto vivimos en una maraña de controles, coacciones, impedimentos, que tratan, con mayor o menor éxito, de conducir el dominio. Éste es sin duda uno de los grandes desafíos de una sociedad anarquista y, aunque la tarea parece ciclópea, estimamos que hace falta muy poco para lograrla: sólo hay que tener el coraje de vivir la idea y cambiar los prejuicios inculcados para conformar las características del ser humano que nos permitan ser mejores. Sea como sea, lo que sí es claro es que en una sociedad anarquista no puede haber una clase o grupo que tome decisiones y otra clase que obligatoriamente deba obedecerlas.

Si todos participamos en la toma de decisiones, algo que sin duda la técnica disponible puede hacer relativamente fácil, esto impone un gran peso en cada uno de nosotros, un aspecto que atañe a la práctica del anarquismo. Muchos y diversos problemas son los que se debaten a gran escala y, si hemos de participar en sus soluciones responsablemente, esto obliga a que tengamos noticia y adoptemos posiciones respecto a ellos no sólo pensando en nuestro limitado egoísmo, tal como se nos educa, sino en el bien de todos. La marcha de la técnica, los modos de producción, la distribución de los bienes han sido dirigidos hasta ahora por los grupos de poder, por lo que no basta simplemente oponerse al actual sino pensar en alternativas que la técnica, la producción y el consumo han de seguir15. Como dice el refrán, es fácil pedir agua, lo difícil es obtenerla y distribuirla. En esto se debe ser consciente que el anarquismo esté todavía limitado en sus soluciones, o que la tarea puede que hasta sea imposible, porque muchas son las líneas que parecen moverse con autonomía, como el crecimiento demográfico, el desarrollo técnico, los avances científicos, las deficiencias energéticas, problemas a los que no se puede enfrentar con los mismos procedimientos utilizados hasta ahora de control, represión, coacción a favor de pequeños intereses. En estos aspectos, el anarquismo enfrenta fuertes desafíos, y el marxismo dirá que en la conciencia de esta limitación radica la debilidad y el carácter utópico del anarquismo, mientras que las llamadas ideologías del progreso dirán que en estas situaciones se deben adoptar decisiones en función del interés de los factores de poder que naturalmente lideran la marcha. Frente a estas situaciones, y atendiendo a estas críticas, el anarquismo debe construir sus propuestas sin abandonar los principios que lo guían y sobre los que estamos reflexionando. Como en todo, entre los anarquistas hay muchas propuestas de solución, pero entre todos hay que buscar la solución, aunque no sea permanente ni única.

Pero tomar conciencia de una limitación, no es signo de debilidad, puede ser el signo de fortaleza para enfrentar los futuros imprevisibles de la historia, que también se construye con lo que no podemos fiscalizar ni dominar ni entender. El pretendido determinismo de los hechos y de la historia no parece haber sido sino resultado del afán de poder y señorío sobre la naturaleza y la marcha de los acontecimientos. Puede que el indeterminismo del futuro también contribuya a abrir espacios para la libertad presente y, a su vez, que el presente no sea asunto de absoluto control sino de armonía dinámica, de establecer ritmos compatibles para favorecer la vida y evitar necesidades. Porque la clave no está en satisfacer necesidades, sino en que no las haya. Aunque en esto, pretender la anulación de todo tipo de sorpresas e imprevistos en vista de la cantidad y magnitud de actividades que realizamos, de la evolución que hacemos en nuestras metas y ambiciones, de los desastres que nosotros mismos producimos con nuestros errores, es pretender congelar la vida, o reducirla a estadios anteriores, que también tuvieron dificultades similares o mayores. En una sociedad anarquista no faltarán problemas, sólo que el modo de resolverlos será diferente y, lo que es más importante, el modo de vivirlos será mejor. Y puede que también las soluciones.

 

Anarquismo, individuo y sociedad

Dos corriente surgen naturalmente de lo que hemos visto del anarquismo, según sea el predominio que tomen en uno y otro los dos aspectos que la idea de anarquismo pretende resolver, la vida individual y la vida colectiva. En consecuencia, se puede encontrar una vertiente que llamaríamos individualista y otra que llamaríamos socialista, para darles un nombre que las identifique.

Ante todo, la corriente individualista no debe confundirse con el individualismo burgués y sus posiciones que en nada se asemejan al anarquismo16. Por otra parte, recordemos que ésta fue la acusación de Marx a Stirner, el más grande representante de la corriente individualista dentro del anarquismo, aunque el mismo Stirner nunca se llamó a sí mismo anarquista. Sin duda que para Stirner el egoísmo es absoluto y los otros están allí meramente para mi satisfacción. Sin embargo, se ha de tener muy claro que esta expresión no ha de leerse en términos psicológicos o capitalistas, sino filosóficos, porque este egoísmo no anula el amor a los otros ni tampoco la asociación cooperativa voluntaria, la unión libre. Más aún, cuando Stirner escribe su trabajo no lo hace en los términos del único entendido como miembro de un grupo superior presente o futuro, sino que habló de una rebelión de los únicos, de cada uno de nosotros en nuestro carácter de únicos. La propuesta de Sitrner señala con energía lo profundo de la concepción de que la sustancia última, la realidad última, es el individuo, poniendo en evidencia que la sociedad de los últimos siglos ha sacrificado a ese individuo en el altar de los absolutos, sean Dios, el Estado, la Patria, la Empresa, el Espíritu de un Pueblo, el Poder, la Revolución o cualquiera otro que se le ocurra y el grupo que asume la representación de ese absoluto se ha encargado de institucionalizarnos, ordenarnos, clasificarnos, determinarnos en su nombre17. La gran mayoría hemos dejado de ser de únicos para ser masa, pueblo, clase, en un afán simplificador de la complejidad de la vida humana individual para poder dominarla18.

La corriente socialista refuerza la aspiración colectivista del anarquismo, eso que anteriormente llamamos un socialismo pre-doctrinal, con un carácter más social que filosófico, orientado a establecer las mejores formas de producción y distribución de la riqueza. El interés central de esta corriente está en la resolución de los problemas que se derivan de la vida colectiva, fuera de la cual el individuo no puede ni siquiera existir. Sin embargo, este movimiento no hace de la sociedad o la clase, al modo marxista, la realidad primaria y no dejan de reconocer que no son sino ficciones impuestas por el poder dominante en su afán separador puesto que la verdadera vida colectiva no es sino la suma de las acciones voluntarias de los individuos. Porque, sin duda, el individuo no llega a ser tal a menos que pueda superar las coacciones que el poder impone y esto no lo puede hacer en soledad ni aislado de los otros individuos. Cambiando el acento de lo que dijimos antes, sólo una sociedad libre puede hacer individuos libres.

No podemos negar que entre el individualismo y el socialismo hay una tensión que, para los críticos del anarquismo, es lo que lo torna indeciso, ambiguo e ineficaz. Pero, si atendemos al anarquismo como lo estamos haciendo, como una idea que busca satisfacer una visión del ser humano, trabajando tanto en el desarrollo intelectual de la idea como en la experiencia que se deriva de vivirla, la tensión puede ser precisamente la que nos impide caer en el dominio del todo sobre el individuo o el abandono del todo en beneficio del egoísmo individual. Mientras no se tenga una sólida experiencia de una sociedad sin poder, no hay que eliminar esta dificultad entre opuestos, porque esta tensión dialéctica es el motor para que el anarquismo nunca se detenga en la constante oscilación entre estos extremos, sin que nunca se instale en uno de ellos ni tampoco se detenga en un equilibrio paralizante. Ni el individuo es una realidad plenamente realizada en su potencial, ni tampoco la sociedad ha logrado estructurarse en el modo que haga posible actualizar ese potencial, de forma que la tensión es el elemento que inquieta, incomoda y nos mueve a buscar lo imposible para que lo posible se haga realidad.

 

Anarquismo, Dios y naturaleza

La percepción del anarquismo ha sido de ateísmo y puede que la mayoría de sus miembros lo sean. Pero no creo que refleje exactamente la posición del anarquismo en su complejidad. Ciertamente, podemos calificar al anarquismo de anticlericalismo, de oponerse al manejo de la religión como un recurso para dominio de un grupo, pero no necesariamente esto sea sinónimo de negación de la espiritualidad que para muchos se canaliza en un sentimiento religioso. El anarquismo, quizás mucho más católico que protestante en sus raíces para situarlo de alguna manera, no hace de Dios una proyección feuerbachiana del humano, como lo hizo Marx que también proyectó esta desacralización de Dios a la naturaleza, a la que hay que transformar. El anarquismo no considera el tema desde esta perspectiva y reconoce en Dios una referencia más seria que la que puede derivarse de un total materialismo. Bien podríamos señalar que en las rebeliones anarquistas contra el poder de la Iglesia, hay una manifestación de espiritualidad más profunda que las meras formas y usos que las instituciones religiosas han hecho de la divinidad para el dominio. La relación que el individuo puede tener con el Absoluto, cualquiera que sea la forma que ese Absoluto adopte, forma parte de las muchas opciones que cada uno tiene en la existencia y de la cual es responsable.

En forma similar, y a diferencia del marxismo o del capitalismo, para el anarquismo la naturaleza no es un enemigo que hay que dominar, transformar, someter, aunque tampoco es un ámbito que nos determine y domine con sus leyes inmutables de las que no podemos escapar. Así como vivimos en relación con otros individuos en una sociedad humana, vivimos en relación con el entorno, con otros seres vivos entre los que afirmamos nuestra creatividad, nuestra unicidad, nuestra libertad, pero no para someter, que implicaría alienación de la circunstancia y antagonismo suicida. La armonía que se persigue en la sociedad se puede extender a la armonía con nuestro medio ambiente, lo que seguramente no es la posición más fácil de lograr pero probablemente la que pueda brindarnos mayores satisfacciones a largo plazo.

 

Conclusión

Revisando lo escrito cabe señalar, a modo de resumen, lo que hemos tratado y las conclusiones parciales:
El anarquismo es una idea que se piensa y que se vive.
Para el anarquismo, la realidad social última es el individuo.
El individuo es esencialmente libertad, indeterminación, construcción de sí mismo, autonomía, autogestión.
En consecuencia, el individuo es responsable de sus acciones.
La verdadera cooperación es resultado de acuerdos libres y voluntarios.
La libertad encierra la responsabilidad de construirnos y construir la sociedad en que vivimos.
La admisión del dominio y poder en cualquier ámbito es una negación de nuestra humanidad.
El Estado es la expresión máxima del poder y, por tanto, del proceso de anulación de la humanidad del ser humano.
Las múltiples divisiones entre los humanos que hoy se debaten, y la Justicia que intenta resolver sus conflictos, son pseudo diferencias y manifestaciones del poder.
La autoridad es una categoría diferente del poder.
El centro de una ética anarquista es la confianza en el otro, que debe otorgarse y merecerse.
La alternativa a la toma de decisiones fundadas en el dominio es que todos y cada uno decidamos, aunque la manera de hacerlo puede variar de una circunstancia a otra.
Un sociedad libre sólo puede serlo con individuos libres y los individuos libres sólo pueden serlo en una sociedad libre.
Individualismo y socialismo generan en el anarquismo una tensión que no debe anularse sino que es el motor de la búsqueda de soluciones. No hay solución definitiva ni equilibrio permanente frente a la dialéctica de opuestos, hay armonía dinámica.
Los anarquistas, de formas muy variadas, sostienen una espiritualidad que se manifiesta tanto en su posición frente al Absoluto como frente a lo que coexiste con el hombre, la naturaleza.

Alfredo D. Vallota

Notas:


1.- En este sentido no compartimos la 12ª tesis de C. Díaz y F. García, 16 tesis sobre el anarquismo (Madrid 1978), p.71 de que el anarquismo es la izquierda del marxismo, porque el anarquismo no es una parte del marxismo, ni siquiera su izquierda, al punto que estimamos entre ambos existen grandes diferencias teóricas y prácticas que la marcha de los tiempos no hacen sino hacerlas cada vez más evidentes.
2.- Cfr. A. Cappelletti, La ideología del anarquismo (Caracas 1985). Cappelletti no usa en su trabajo el término ideología con la significación que aquí le damos y más bien podría asociarse a nuestra idea de anarquismo, o conjunto de ideas sobre el anarquismo.
3.- Cfr. E. Malatesta, Pensamiento y Acción revolucionarios (ed. de Vernon Richards, Buenos Aires 1974), p.217. En el Congreso de la Internacional de Berna de 1876 dijo: “Seguimos a las ideas y no a los hombres, y nos rebelamos contre este hábito de encarnar un principio en un hombre”.
4.- En este sentido, estimamos que más grave es la situación en Venezuela, donde el lenguaje del gobierno ha abandonado la terminología de políticas de una u otra clase para adoptar la nomenclatura de planes estratégicos, con una connotación claramente militar y de enfrentamiento agresivo. Este carácter alcanza el punto que la Universidad Central de Venezuela ha establecido un Comando Estratégico como la instancia a nivel rectoral encargada de elaborar lo que anteriormente se conocía como Planes Académicos y que ahora son Planes Estratégicos de estudio e investigación.
5.- Cfr. S. Gijer, “Sociedad civil” en E. Díaz y A. Ruiz Miguel (ed.), Filosofía política II. Teoría del Estado (Madrid 1996), p. 125: “Su inclinación a entender el Estado como mero subproducto de la dominación clasista, forzó a Marx a no considerar sistemáticamente su autonomía y dinámicas propias ni tampoco la de las demás organizaciones y asociaciones propias del orden civil capitalista”.
6.- Cfr. A. Vallota, “Ambivalencia metafísica del poder”: Capítulos 67 (2003). http://www.sela.org/public_html/AA2K3/ESP/cap/N67/cap67-4A.htm.
7.- Ibídem.
8.- Como ejemplo de esto que decimos, la autodenominada Revolución Bolivariana que detenta el poder en Venezuela y se autoproclama socialista, originalmente organizó los llamados Círculos Bolivarianos con el slogan de que serían grupos de discusión política de base pero que progresivamente se han transformado al punto que les ha cambiado la denominación, muy acorde con la tendencia militarista dominante, por la de Unidades de Batalla Electoral. Esto lo dice todo.
9.- Baste recordar al respecto la sentencia con la que Paulino Scarfó rechazó los pedidos de clemencia por su condena a muerte en Argentina en 1930 diciendo “Un anarquista no pide gracia”. Cfr. O. Bayer, Severino Di Giovanni (Buenos Aires 1999), p.355.
10.- Entiendo por violencia en este caso, para delimitar un término empleado con una amplitud de significaciones que lo torna casi sin sentido, la forma de agresión que involucra acciones físicas. En consecuencia, las conductas que no involucran acciones físicas, como gritos o insultos, no serían violentas, aunque no por ello dejarían de ser modos de agresión. Cfr. A. Vallota, Ser no-violentos, http://www.nodo50.org/ellibertario/tripalibros.htm
11.- Basta recordar figuras como las de Diego Abad de Santillán, que tanto se opusieron desde el periódico La Protesta en Argentina a los atentados violentos de Severino Di Giovanni a finales de los años 20, tratando de distinguir entre atentados limpios de otros denigrables, y apenas seis años después estaría inmerso en la violencia indiscriminada de la Guerra Civil Española. Cfr. O. Bayer, Severino Di Giovanni (Buenos Aires 1999), p.112.
12.- Cfr. E. Malatesta (ed. de Vernon Richards), Pensamiento y acción revolucionarios (Buenos Aires 1974), p.55: “La violencia sólo es justificable cuando resulta necesaria para defenderse a sí mismo y a los demás contra la violencia. Donde cesa la necesidad comienza el delito (…) el esclavo está siempre en estado de legítima defensa y, por lo tanto, su violencia contra el patrón, contra el opresor, es siempre moralmente justificable y sólo debe regularse por el criterio de la utilidad y de la economía del esfuerzo humano y de los sufrimientos humanos” (tomado de Pensiero e Volontà del 1 de julio de 1925).
13.- Cfr. J. Ortega y Gasset, Ideas y creencias (Madrid 1976), 18 y ss.
14.- Cfr. Hobbes, Leviatán.
15.- Cfr. N. Méndez y A. Vallota, “Una perspectiva anarquista de la autogestión”: Revista venezolana de Economía y Ciencias Sociales 1 (2006), p.66.
16.- Cfr. A. Vallota, “Liberalismo y anarquismo”, en N. Méndez y A. Vallota, Bitácora de la Utopía (Caracas 2001), p.90-92.
17.- Vale recordar lo que decía Stirner: “La libertad del pueblo no es mi libertad”. Cfr. M. Stirner, El único y su propiedad (Barcelona 1985), vol. 11, p.65.
18.- Sobre las corrientes individualistas y sus fundamentos, cfr. X. Díez, “La insumisión voluntaria”: Germinal 1 (2006), p.27-38.

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