¿Qué queremos decir exactamente cuando hablamos de tener una «ideología»? Huyendo de la utilización de la filosofía como herramienta elitista, y como separación del mundo de las ideas con la realidad cotidiana (algo que puede observarse como muy habitual), parece importante reflexionar sobre este aspecto, y por varios motivos. Por un lado, vivimos en una sociedad básicamente conservadora, en la que tener una ideología parece una cosa arcaica propia de personas dogmáticas que desean, inútilmente, cambiar el mundo conforme a un modelo establecido y, desgraciadamente, incluso a un nivel vulgar, es el pensamiento que ha triunfado: las grandes ideologías murieron y todo intento de resucitarlas supone el peligro de una nueva tentación totalitaria.
Si nos situamos en una posición muy diferente, personas que aseguran tener una ideología se parapetan en ello como si ya todo estuviera dado de antemano y no fuera necesario un mayor esfuerzo humano. Digamos que de la palabra «ideología» puede hacerse una lectura polisémica, en alguna de las cuales debería haber cierto nivel de profundidad, o simplemente podemos definirla como un «conjunto de ideas» (de una persona o de una colectividad). En cualquiera de los casos, reducir la ideología a algo dogmático o relegarla a algo ya superado o considerarla una actitud inmadura son visiones pobres y, diríamos, resultado de un nefasto momento que vivimos para el pensamiento. Toda persona tiene (o se ve influida) por un conjunto de ideas, por una ideología, y otra cosa muy diferente es mantenerse bien alejado, tanto de actitudes dogmáticas (adaptación de las ideas a la realidad sin verificación alguna), como del papanatismo (dejar que otros piensen por nosotros y no realizar esfuerzo crítico alguno para cuestionar la realidad que ponen delante de nuestros ojos). Desgraciadamente, nuestra sociedad es más proclive al papanatismo, es decir, a dejarse seducir por el pensamiento ajeno; además, como las personas con cierta influencia y alcance mediático no se caracterizan, en su mayoría, por un gran nivel intelectual, ni ético, el siempre reprobable papanatismo campa a sus anchas amparado en ese paupérrimo nivel.
Marx, tan brillante como excesivo, consideraba que la ideología era una ilusión de la conciencia resultado de las bases materiales y de la condición de clase, y también un retraso de la conciencia social respecto de la evolución de las necesidades materiales de la sociedad. Esta visión, tan rígida como considerar todas las formas de la superestructura cultural (filosofía, ciencia, derecho, religión…) producto de la infraestructura económica, es digna en nuestra opinión de ser tenida, al menos, en cuenta.
Marx realiza su crítica ideológica y considera que la alienación de la conciencia es el reflejo intelectual de la alienación del hombre bajo ciertas condiciones económicas (agudizada en el sistema capitalista). Bajo este prisma, el carácter ideológico del pensamiento no sería una propiedad esencial invariable de la razón humana, sino un resultado de falsas relaciones sociales. Todavía puede encontrarse otro significado de ideología en Marx, emparentado con la consideración de «teoría falsa», que vendría a oponerse al conocimiento verdadero o ciencia real y positiva. No obstante, quedémonos con la importancia de esa concepción de la ideología como «falsa conciencia» (e, insistimos, todos tenemos o nos vemos influenciados por un conjunto de ideas), desde el momento en que la clase social dominante proyecta sus intereses a través de esas expresiones culturales y morales. Algunos marxistas, no obstante, han aceptado este consideración de la ideología como falsa conciencia, pero han distinguido otra interpretación de ideología precisamente como lo contrario, como modo de luchar contra esa falsa conciencia.
Aun teniendo en cuenta esta concepción marxista de la ideología, es necesario ampliar el horizonte y huir de tanta alienación y determinismo. La ideología tiene muchas, demasiadas, caras, y solo pueden ponerse a prueba las ideas a través de la praxis ética y social. Es decir, desde nuestro punto de vista, hablar de ideología es hacerlo, necesariamente, de ética, aunque tantas veces ambos términos sean divergentes. ¿Qué hay del anarquismo? Aunque puede que no todos piensen así, matizaríamos el carácter meramente «ideológico» de las ideas libertarias. Es más, el anarquismo se vincula con muchas ideas (materialismo, cientifismo, ateísmo…), pero estaremos de acuerdo en que su horizonte es (siempre) más amplio. De hecho, es posible distinguir muchas posturas en la evolución de las ideas ácratas, de tal manera que resulte prácticamente imposible asociar «ideología» anarquista con dogmatismo.
Volviendo al terreno marxista, y sus obsesiones de clase, tantas veces se vinculó el anarquismo con una ideología propia del «pequeño burgués», de tal cosa se acusó a Proudhon, o de un «desclasado» tipo como Bakunin. Si hay que asociar anarquismo con una clase social, sería la de los más oprimidos; precisamente en España triunfaron las ideas libertarias, tanto en el proletariado urbano como en el terreno rural con los campesinos, lo que dificulta enormemente reducir el análisis a una condición de clase. Podemos aceptar, aunque sea para no estar constantemente matizando y acabar obstaculizando la comunicación, que existe una ideología anarquista formada por una tradición histórica y por un conjunto de pensadores y tendencias. Sin embargo, hay que recordar lo vinculable del anarquismo siempre a una poderosa ética que actúa como auténtico motor social.
Por poner un ejemplo, el materialismo puede abrazarse rápidamente, entendido como deseo de mejorar las condiciones materiales de la sociedad, pero solo puede desarrollarse gracias a la idea de la solidaridad, cuya práctica influye sobre la conciencia y los actos humanos. ¿Es la solidaridad, o cualquier forma ética, parte de una ideología?, ¿es parte de una (supuesta) esencia humana?, ¿es tal vez, como consideraría Marx, una falsa conciencia solo soluble en la sociedad sin clases? Tal vez hay que aceptar, en aras de la libertad, que una u otra idea es parte de una posibilidad de la existencia humana. Muchos trabajamos en gran medida en ese terreno de las ideas o de las ideologías, y no hay que desdeñar para nada la posibilidad de su influencia, aunque las relaciones sociales dificulten enormemente la posibilidad de un cambio de conciencia. En cualquier caso, quedémonos con dos ideas importantes: que todos, absolutamente, todos nos vemos influidos por una serie de ideologías (por mucho botarate, tan conservador como papanatas, que asegure lo contrario) y que el compromiso ético debería tener mucho que ver con tener unas ideas.
J. F. Paniagua