Para responder a esta pregunta debo comenzar con una serie de aserciones sobre la historia del anarquismo:
1. Como ideología política, la anarquía fue formulada en el siglo XIX por sus padres fundadores, los cuales, como los de las otras versiones del socialismo —marxista, fabiana, socialdemócrata— tenían la visión optimista de un proceso inevitable que llegaría a la meta que ellos se prefijaban. Estaban todos igualmente convencidos del hecho que la conquista del poder por parte del ‘pueblo’, sea por vía parlamentaria, o en virtud de una acción directa en las calles y fábricas, o mediante la lucha armada, llevaría a los cambios que ellos auguraban para la sociedad. Cuando consideremos la no lograda consecución de estos objetivos por parte de los anarquistas, no debemos olvidar, sin embargo, que también el socialismo burocrático de estado, tanto en versión socialdemócrata como en la de tipo marxista, ha fallado sus objetivos. Los anarquistas pueden en realidad afirmar sin duda que setenta años de experiencia de socialismo de Estado han producido para la causa del socialismo un retraso de un siglo.
2. La posición de los anarquistas del siglo XIX ha sido única por el rechazo, no sólo del capitalismo, sino del Estado mismo. En general, esta posición ha sido considerada como una prueba de que no se les podía tomar en serio. Pero toda la historia del siglo XX les ha dado la razón. Ha sido el siglo de la guerra total, en el que la eliminación de civiles se ha hecho una consecuencia aceptada por el desarrollo de unas armas cada vez más sofisticadas, mientras las grandes potencias han rivalizado una contra otra para vender sus medios de destrucción a cada pequeño dictador local del mundo. Ha sido un siglo en que el exterminio de masas se ha convertido
en una política aceptada por los estados civilizados.
3. Los anarquistas del siglo XIX miraban con confianza el advenimiento de revoluciones populares que abrirían el camino a la que pensaban sería ‘una sociedad libre’. La realidad ha sido distinta. La revolución mejicana de 1911 ha tenido como resultado la muerte y glorificación póstuma de héroes anarquistas como Zapata o Magón, y el dominio por ochenta años de una fuerza de nombre grotesco como el Partido Revolucionario Institucional.
La revolución rusa de 1917 desemboca en la brutal supresión de los anarquistas y de todos los disidentes hasta 1921, a lo que han seguido setenta años de dictadura leninista-estalinista, de la cual sólo recientemente ha podido salir una nueva generación de anarquistas. La revolución española de 1936 llevó a la supresión de los anarquistas antes de que la guerra misma hubiese acabado, y fue seguida por 40 años de dictadura fascista. ¿Cómo responderían hoy los mejicanos, los rusos o los españoles a exhortaciones revolucionarias?
4. Hacia finales del siglo XIX algunos anarquistas comenzaron a formular la doctrina del anarcosindicalismo, tratando de transformar cada conflicto en los lugares de trabajo en una batalla por el control de los medios de producción. Ellos denunciaron como una traición el acuerdo que los sindicatos reformistas alcanzaban en relación al salario, al horario y a las condiciones de trabajo. Los éxitos obtenidos por los sindicatos se han hecho en sus países parte integrante de la legislación (tanto en la España de Franco como en la Suecia socialdemócrata). En los años 90 nos encontramos con que los patronos del trabajo de toda Europa tratan de dar la vuelta a los reglamentos con el fin de reducir el costo del trabajo a los niveles existentes en Taiwán o en Colombia.
Todo operario de la Ford es consciente del hecho de que cualquier actividad sindical a nivel de empresa dará como resultado el traslado de la producción por parte de la multinacional a otro país. Sobre este argumento está basada la ley del gobierno británico destinada a abolir los acuerdos que prevén un salario mínimo, puesta en marcha en correspondencia a la decisión de la Hoover, en el momento en que escribo, de transferir sus instalaciones de Francia a Inglaterra, así como el rechazo por parte del gobierno británico del ‘Protocolo Social’ previsto en el Tratado de Maastricht; se trata de un argumento destinado a ejercer influencia sobre las estrategias futuras de la izquierda política, (ivi) incluidos los anarquistas.
5. Los anarquistas del siglo XIX, así como toda la izquierda, daban por descontado que el nacionalismo era una superstición que el siglo XX dejaría a la espalda. La misma opinión había en lo concerniente a las creencias religiosas. La última cosa que ellos habrían podido imaginarse era el resurgir a finales del siglo XX de los fundamentalismos religiosos militantes, sean cristianos, hebreos, islámicos o hinduistas. El resultado ha sido que, como otras personas no religiosas y no nacionalistas, no disponemos de un modo de acercarnos a este indeseable problema. ¿Debemos atacar el resurgir religioso, con el peligro de alimentar, antes que reducir, el potencial divisorio? ¿O bien debemos, como anarquistas, y por eso como personas fuertemente hostiles al Estado, encontrarnos defendiendo el Estado espectacular contra estas minorías organizadas que lo quieren usar para sus propios fines? Se trata de una situación que podría no concernirnos a nosotros, pero que es sin duda actual en los EE.UU., donde se nos haya defendiendo el Estado secular contra Born Again Christians (Cristianos Renacidos), o para los anarquistas israelíes, que defienden el Estado secular contra los hebreos ultra-ortodoxos, o bien para los anarquistas egipcios, que defienden las instituciones estatales contra el fundamentalismo islámico, o también para los que en la India defienden el Estado secular.
En mi opinión, estos cinco puntos sobre la diferencia entre el mundo de los anarquistas a finales del siglo XIX y el XX, indican la necesidad de adoptar un estilo distinto para la propaganda anarquista, en el umbral del siglo XXI. Ante el eclipse no sólo del anarquismo, sino también del gran filón del socialismo, me parece importante subrayar como hice ya hace 20 años en el libro Anarchy Action, que la anarquía no es una teoría de la utopía, sino de la organización. Estoy de acuerdo con Paul Goodman cuando observa que «una sociedad libre no puede estar en la sustitución por un “nuevo orden” del viejo orden; ella debe ser la extensión de la esfera del libre actuar, hasta que haya cambiado la mayor parte de la vida social». Esta convicción me excluye automáticamente de la fila de aquellos que piensan en términos de revolución de masas (cuyas primeras víctimas, desde China a Cuba han sido los anarquistas), sino que me pone entre aquellos que, como en la útil polarización propuesta por Murray Bookchin, creen en la ecología social más bien que en la ecología profunda. Pienso que la anarquía sacará un mayor apoyo en el siglo XXI no por los partidos verdes, sino por el más amplio movimiento
de los verdes.
Las ideas anarquistas del siglo XIX eran inevitablemente eurocéntricas, también cuando eran llevadas a Japón, China y las ciudades de América Latina por estudiantes e inmigrantes. Pero una de las mayores ampliaciones de finales del siglo XX está representada por la contribución aportada por uno de los estilos distintos del pensamiento anarquista, con una etiqueta distinta, que es la del movimiento Savodaya en la India [1] y por la transformación de las iniciativas de autosuficiencia y de autoorganización en África, Asia y América Latina. [2]
Los éxitos obtenidos por la economía no oficial, que permiten a la sociedad ir adelante en el clima desesperado de América del Sur, ante una clase gobernante depredadora y una casta militar que pasa periódicamente al terrorismo de Estado, son ahora comúnmente definidos como basismo, esto es, como una sociedad que debe ser construida por la base. [3]
Estoy convencido que un anarquismo inteligente del siglo XXI continuará haciendo más densos sus vínculos con el mundo de los movimientos verdes y con las economías no oficiales e informales del mundo pobre, así como con la de los pobres en el interior del mundo rico, con el fin de sacar de ellos lecciones anarquistas sobre la supervivencia humana. Pienso que las lecciones impartidas del siglo XXI darán mayor fuerza al mensaje anarquista, pero nuestro lenguaje debe tener en cuenta las nuevas y complicadas realidades sociales.
Colin Ward
Notas
[1] Geoffrey Ostergaard. «Indian Anarchism: the case of Vinoba Bhave» in The Raven, vol. 1, nº 2 agosto 1987 (Londres, Freedom Press).
[2] Ver por ejemplo, Jorge Hardoy y David Sattertwaite, Squatter Citizen: live in the urban third world (Londres, Barthscan, 1989) y Berta Turner (a cargo de) _Building Community: a third world case book_ (Londres BCB, 1988).
[3] Ver el capítulo final de «Basismo, as if Reality Really Mattered, or Modernisation From Below» en David Lehmann. Democracy and Decelopment in Latin America (Cambridge, Polity Press, 1990).
No sé si existe un anarquismo «inteligente», como lo nombra Colin Ward; pues eso significaría la existencia de un anarquismo «tonto» o «imbécil». Lo que si sé es que hay personas que se proclaman anarquistas: unas que me parecen hacerlo «inteligentemente», por parecerme coherentes con lo que yo entiendo por anarquismo, y otras que me parecen hacerlo «tontamente», «imbecilmente», por parecerme incoherente el anarquismo que pregonan o defienden.
No existe pues un anarquismo referente, que sirva de norma para poder calificar otros anarquismos de «tontos», «ingenuos», etc.
Lo que si podemos comprobar es una progresiva «evolución», desde ayer a hoy, del anarquismo/ideología a un anarquismo/actitud. Es decir: que deja de ser una doctrina para convertirse en actos, en lo que hacemos, sea instintivamente o reflexivamente.
No sé si seguirá teniendo mañana este significado; pero, en todo caso, es lo que desearía y por lo que yo lucho.