Como es sabido para los que sigan este lúcido blog, soy un ateo recalcitrante, y no solo por por una obvia ausencia de creencia, también por ser un feroz combatiente (intelectual y moral, se entiende) de todo tipo de religiones y derivados. Podría resumirse, creo que también lo he aclarado en no pocas ocasiones, en que soy enemigo de todo dogma: es decir, de toda idea inamovible e innegable no sujeta a libre examen; esto es propio de la religión, pero también de ciertas doctrinas, que podríamos considerar herederas de aquella, aunque se presenten con cierto rostro diferente. Supongo que no es nada fácil ser un librepensador, pero al menos sí sabemos lo que es no serlo, lo mires como lo mires. Sí, podríamos entrar en un interesante debate sobre el dogmatismo (absolutismo) y el relativismo, pero trataremos hoy de emplear un lenguaje más mundano y accesible en nuestro irreductible crítica al pensamiento religioso. No abordaremos, algo que es francamente difícil de dilucidar y con lo que juegan los que pretender defender sus propias creencias, qué religión es más dañina. Una de las cosas que me irritan, de las muchas que lo hacen al observar tanta falta de actividad neuronal, es esa memez tan repetida, algo así como «sí, mucha crítica al cristianismo, pero no os atrevéis a meteros con la religión musulmana». Veamos.
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Fanatismos religiosos (valga el pleonasmo)
Hace escasos días, el escritor Salman Rushdie fue apuñalado repetidas veces por uno de esos fanáticos dispuestos a hacer cualquier cosa en nombre de sus creencias. Hacía ya más de tres décadas que el ayatollah Jomeiní lanzó una fatwa (o como se diga eso) en la que pedía nada menos que el asesinato para el autor del libro Los versos satánicos; al parecer, por haber provocado la ofensa para los musulmanes, pero que dudo mucho que haya leído cualquiera de esos cretinos fundamentalistas. Son las cosas de la religión, mezcladas en este caso con la opresión política para mayor inri. Era yo muy jovencito cuando aquella situación se produjo, que obligo a Rushdie a vivir oculto y protegido durante años; tiene bemoles que el agresor homicida actual ni siquiera había nacido. El bueno de Rushdie, al pasar tanto tiempo, debía haberse relajado en su protección y estas son las consecuencias sangrientas, que deberían reforzarnos en nuestra condena del fundamentalismo religioso, que viene a ser una suerte de pleonasmo; la realidad es que durante esos años no pocos políticos y clérigos habían ratificado la sentencia iniciada por el inicuo Jomeiní, que por cierto murió al poco de lanzar su repulsiva fatwa, e incluso se había aumentado la recompensa económica por servir la cabeza de Rushdie. Una de las grandes vergüenzas de la humanidad, que no son pocas. Por supuesto, hubo numerosas voces de figuras públicas que dieron todo su apoyo al escritor en su momento, aunque la sensación es que no se produjo una condena unánime por gran parte de las instituciones que forman esta civilización tan cuestionable que hemos creado. Valga como ejemplo qe la Academia Sueca, que concede el premio Nobel, no acabó condenando la fatwa hasta hace pocos años.
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