Tras el aislamiento, la reconstrucción nacional. ¿Qué puede salir mal?

El miedo atenaza, de eso no hay duda, y el pánico, aún más. Tres meses de pandemia traen una buena dosis de miedo. Miedo a la enfermedad. Miedo a la muerte, ya sea nuestra o de nuestros seres queridos. Y ahora, miedo a la nueva normalidad. La antigua normalidad tampoco es que fuera muy alentadora, pero la nueva tiene un tufo a distopía que echa para atrás. Miedo al contagio en desescalada, pero aún más miedo a la pérdida de socialización, a la atomización y a la falta de empatía. Y por si todo esto fuera poco, miedo a una derecha radicalizada en crecimiento, que toma las calles, nos amedrenta y centra el debate público.

El miedo nos rodea, se come nuestra energía, y en medio de tanto miedo llega la hora de la reconstrucción de la economía nacional. Esa misma economía que servía de excusa para enviarnos a trabajos tan esenciales como la construcción cuando no podíamos ni cruzarnos en el ascensor con nuestros vecinos. O esa misma que nos mantiene de forma perenne entre la precariedad y el paro. Pero ahora debemos unirnos para reconstruirla. En mitad del miedo, llega su reconstrucción. Sobre el miedo, el pacto de pactos. La Comisión para la Reconstrucción Social y Económica echó a andar con el sobrenombre de Nuevos Pactos de la Moncloa. El misticismo de la Transición era retomado por Pedro Sánchez, en tiempos de crisis nada mejor que un regreso a la épica.

¿Pactos de la Moncloa?

Así que nada, volvamos la vista atrás, y echemos un vistazo a esos gloriosos años de la Transición: pactos, consensos, altura de miras e interés nacional; es lo que ha trascendido a los libros de Historia. Una época que se convirtió en leyenda, con lo que ello conlleva a la hora de repensar lo sucedido. La Transición con mayúsculas se nos presenta como el paso de la oscuridad a la luz, el abandono de los negros años de dictadura y la gloriosa entrada en la democracia parlamentaria; un corto periodo de tiempo que corre desde la muerte del Dictador en 1974, pasando por las primeras elecciones de 1977 y la Constitución de 1978, para terminar en la victoria electoral del PSOE en 1982.

Más allá de esta versión edulcorada y servicial de este periodo de nuestra historia reciente, podemos acercarnos a la Transición desde otras perspectivas, desde la posición de aquellos que lucharon contra el franquismo pero que también lo hicieron por una transformación social radical que nunca llegó. Los aires de cambio parecían inminentes, pero la ventana de oportunidad acabó por cerrarse. Esta visión ofrece un panorama más complejo, no tan estático como el oficial. En este sentido, no puede hablarse de una Transición con mayúsculas, sino más bien de muchas transformaciones socioeconómicas y políticas que se alargan en el tiempo más allá de unos pocos años. El final de la Dictadura coincide con el final de un proceso de profunda transformación en el modelo productivo español que se había iniciado en los años 60. Tras décadas de autarquía, terratenientes y ciertas formas de capitalismo de Estado, el franquismo se abre hacia un capitalismo moderno, aunque obviando muchas reformas políticas y sociales. Durante esta década de los 60 se inicia un gran proceso de industrialización, que trae, de la mano de grandes partidas de capital europeo y americano, un torrente de fábricas, refinerías, pantanos, centrales eléctricas… Todo ello genera una migración masiva a nuevas y antiguas aglomeraciones urbanas. De la mano de estos cambios, aparece la consecuente, aunque aún incipiente, sociedad de consumo, una serie de importantes cambios en la movilidad (migración y turismo), modificaciones en la negociación entre el capital y el trabajo (Ley de Convenios Colectivos de 1958) y una nueva etapa en la lucha de clases. Es esta importante transformación, que engloba a un tipo de sociedad, a unas ideas y a un modelo productivo, de la que se apropia la Transición, que más bien supone un cambio a un nivel político-administrativo.

Estas modificaciones en el capitalismo imperante en España trajeron una recomposición del movimiento obrero. La derrota proletaria en la Guerra Civil dio paso a una dictadura que llevó a término la revolución burguesa en nuestro país, pero una revolución burguesa atípica, fruto de nuestra historia, en la que la voz cantante no la llevó la burguesía industrial, sino la comercial y la agraria. La población obrera era escasa en los años 30, en gran medida centrada en Barcelona y sus alrededores, y se agrupaba en empresa de pequeño tamaño. A ello hay que sumarle que la represión franquista eliminó físicamente a gran parte de los sectores más activos de este incipiente proletariado, con lo que el nuevo movimiento obrero de los 60 era en gran medida población pobre, no especializada, con precariedad a nivel de sanidad y vivienda, recién llegada a la ciudad y con unas tradiciones de cultura proletaria y de luchas muy escasa. A pesar de ello, cambios normativos como la ley de Convenio Laboral ya citada anteriormente, que trasladaba la lucha contra la administración a una disputa directa entre trabajador y patrón, así como el auge económico entorno al año 1962, dio lugar al comienzo de un ciclo de luchas laborales centradas en los salarios y las condiciones de trabajo. Este ciclo de luchas se extendería hasta finales de los años 70 y supondría unos de los elementos más desestabilizadores de la dictadura.

Este nuevo movimiento obrero fue forjándose y madurando a lo largo de los 60, para en los 70 alcanzar su punto álgido. A pesar del encuadramiento de las recientemente creadas Comisiones Obreras por parte del PCE, una parte de este movimiento se encauzó en dinámicas y tendencias autónomas. El ciclo de bonanza económica dio pasó a una nueva crisis del capitalismo, que traspasó nuestras fronteras sobre 1974 como consecuencia de la crisis energética del 72. Las huelgas y movilizaciones masivas continuaron creciendo, y ante esta coyuntura, el gobierno no pudo llevar a cabo las medidas económicas correctivas necesarias para afrontar la crisis, pues la presión en los tajos y las calles era muy grande, de modo que esto se dejó sentir en la estructura productiva. La productividad empezó a ir por detrás de los incrementos salariales (algo que se mantuvo hasta el año 1977), lo que suponía en la práctica una apropiación de una parte cada vez más creciente de la riqueza social por parte de la clase trabajadora en detrimento del proceso de acumulación del capital. Los beneficios empresariales se resentían, y eso no se podía permitir.

A esta situación económica y laboral acompañaba un momento político que ya asumía el fin de la Dictadura. La función de la misma como garante de las condiciones represivas que habían posibilitado la acumulación de capital había llegado a su fin. Ya no daba más de sí en este sentido, se requería de un nuevo ciclo histórico, donde el cambio político se presentaba como una necesidad. Se llamaba a las puertas de Europa, y eso requería un cambio político profundo. El ala reformista del franquismo lo vio claro, y supo hacerse con las riendas del régimen. En esta tesitura, la Oposición política ya estaba inserta en negociaciones con este ala reformista del franquismo. Así las cosas, las dinámicas del movimiento obrero amenazaban con convertirse en una fuerza desbordante, no por plantear un proyecto político rupturista y concreto (aún), sino por su propia acción desestabilizadora de la economía nacional. La dupla PCE-CCOO se jugaba su participación en las negociaciones, pero el papelón era complicado. Por un lado, tenían que mostrar músculo, y eso implicaba hacer gala de su inestimable capacidad de movilización de este movimiento obrero, pero el problema era cómo controlar aquello que ponían en movimiento. No era sencillo. Al final llegaron los pactos, el principal, los Pactos de la Moncloa en otoño del 77. Unos pactos suscritos por las fuerzas políticas del momento, pero que CCOO y UGT aceptaron más tarde que pronto. Estos pactos ponían sobre la mesa una gran cantidad de cuestiones políticas que más tarde se trasladarían al nuevo texto constitucional, pero a nivel económico supusieron una aceptación de las normas del juego capitalista: la acumulación de capital es innegociable, y para ello se recondujo la economía en el sentido de incrementar las rentas del capital, poniendo coto a los incrementos salariales por debajo de las tasas oficiales de inflación, disminuyendo la conflictividad laboral y dando carpetazo a las huelgas a tumba abierta. Todo se centró en el discurso de la economía nacional y la necesidad de que todos contribuyéramos a la recuperación económica. Lo que vino con los años ya es historia, reconversión industrial, despidos masivos, cierre de empresas, entrada en juego de las ETTs, desregularizaciones a nivel laboral y así un largo etcétera.

Asamblea de trabajadores en la huelga de Roca, Alcalá de Henares, 1976.

Al final, el movimiento obrero precipitó la Transición, aceleró unos pactos que atajaban una realidad que se volvía incontrolable para todos los actores políticos con poder de decisión. No se podía permitir una lucha laboral en la que la clase obrera se afirmaba unilateralmente en su condición de asalariados, unas luchas que inducían a la indisciplina laboral, a un desbordamiento de los límites reivindicativos a nivel salarial que desestabilizaban la economía y a una dinámica asamblearia que comportaba una supresión práctica de la legalidad vigente. La Transición se precipitó, pero esa misma fuerza que lo había logrado no era suficiente para condicionar los pactos, y muchos menos para propiciar una ruptura. Las razones son miles, pero cabe destacar la debilidad estructural de este movimiento obrero autónomo y su inmadurez, que le hicieron incapaz de hegemonizar o ni siquiera mediatizar el proceso social en ciernes, la naturaleza de este ciclo de luchas en los 70, la no despreciable falta de politización de una parte importante de la población española (el vivir sin meterse en política) o el marco internacional de la lucha de clases.

¿Y ahora qué?

Tras todo lo dicho, ¿de verdad estamos ante unos nuevos Pactos de la Moncloa? ¿Realmente nos hayamos ante una coyuntura meridianamente similar? ¿O sólo se trata de vestir esta comisión de reconstrucción de la pompa y el boato de una historia artificialmente engalanada? El tiempo nos dirá hasta donde llegan estos pactos, pero la metáfora de la Transición no nos augura un camino hacia posiciones muy beneficiosas para quienes ya empezamos a sufrir las consecuencias de la enésima crisis del capitalismo.

Para más información sobre el proceso de la Transición, os recomendamos encarecidamente el texto del colectivo Etcétera “Transición a la modernidad y transacción democrática (de la dictadura franquista a la democracia)” que ha sido la base de este somero e incompleto análisis. Podéis encontrarlo en el siguiente enlace: https://sindominio.net/etcetera/files/5-transicion.pdf

Tras el aislamiento, la reconstrucción nacional. ¿Qué puede salir mal?

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