TOMÁS IBÁÑEZ ANARQUISMO

Al Ladro! Anarchismo e filosofia. Tomas Ibáñez

Intervención de Tomas Ibáñez en el debate con Catherine Malabou, celebrado en el Instituto Francés de Milán en febrero 2024, con ocasión de la publicación de la versión italiana de su libro: Au voleur! Anarchisme et philosophie[1] por la editorial libertaria Eleuthéra.

La importancia de su libro para esclarecer la relación que mantiene la filosofía crítica con la anarquía, y también para ayudarnos a repensar el anarquismo, queda sobradamente evidenciada por la enorme repercusión mediática que ha tenido y, sobre todo, por la cantidad de reseñas, citas, comentarios y debates que ha suscitado en los medios libertarios y fuera de estos.

Le adelanto que soy una de las personas a las que su libro ha seducido, sin duda porque me siento en sintonía con sus argumentos, aunque me preocupan algunos aspectos que mencionaré al final de este comentario.

Si no voy a abordar aquí sus observaciones sobre lo que llama el «anarquismo de hecho», es sencillamente porque mi ignorancia en la materia es colosal. Aun así, comparto la importancia que otorga a este fenómeno y la idea de que, gracias sobre todo a la revolución informática, el capitalismo se ha «anarquizado», por así decirlo, pero sólo por así decirlo.

Así que sólo voy a hablar de lo que usted denomina «l’anarchisme d’éveil» (el «anarquismo emancipatorio», en una arriesgada traducción), parafraseando ocasionalmente sus propios comentarios.

Por ejemplo, hago mía su calificación de «resurgimiento del anarquismo» para caracterizar lo que ocurrió durante la gran manifestación de Seattle en el 1999, así como en todas sus sucesivas réplicas.

No es que aquellos grandes movimientos políticos se viesen «polinizados» por unas ideas libertarias que estuviesen flotando en el aire en ese momento, sino que «reinventaron» literalmente principios organizativos y tácticas de corte anarquista a partir de las prácticas desplegadas en el seno de las propias situaciones de confrontación. Y esto se repitió a lo largo del primer cuarto de este siglo en las numerosas revueltas que estallaron en todo el mundo.

Esta reinvención de principios libertarios en el seno de movimientos ajenos al recinto anarquista tradicional ha dado vida, como ya ocurriera en Mayo del 68, a lo que he llamado un «anarquismo extramuros».

Tomás Ibáñez

También estoy totalmente de acuerdo con usted en que el anarquismo debe trabajar arduamente para repensarse a sí mismo llevando a cabo un auténtico aggiornamento. En este sentido, aprecio mucho su expresión «el anarquismo que viene», algunos de cuyos rasgos ya se pueden discernir. Y, ya que nos encontramos aquí bajo los auspicios de la editorial libertaria Eleuthèra, este deseo de aggiornamento no puede sino avivar el recuerdo de aquel gran militante anarquista y excelente compañero Amedeo Bertolo cuando decía, y cito textualmente: «el viejo y sólido tronco del anarquismo es todavía vigoroso, pero debe ser podado enérgicamente, para que las ramas jóvenes puedan brotar y desarrollarse y para que pueda acoger los nuevos injertos sin rechazarlos ni sofocarlos».

Usted argumenta con acierto que la filosofía crítica contemporánea ignora «el anarquismo» y sólo se interesa por «la anarquía». Esto es cuanto menos curioso, dado que el canon anarquista clásico no estaba desprovisto de contenido filosófico e incluso exhibía una apreciable calidad filosófica. Bakunin tenía una sólida formación en este campo, y lo mismo, o incluso más aún se podría decir de Stirner, sin olvidar muchos otros como Proudhon, Kropotkin, Landauer, Malatesta, etc.

Se ha reconocido al marxismo su alcance filosófico, mientras que se le ha negado al anarquismo. Sin embargo, la diferencia entre Marx/Engels y los anarquistas no residía en la menor familiaridad de estos últimos con el corpus filosófico de su tiempo, sino en su diferente relación con la filosofía. Es cierto que ambos sectores abogaban por una salida de la filosofía entendida como mera contemplación, y ponerla a actuar sobre el mundo.

Sin embargo, por el lado de Marx se consideraba que la reflexión y el análisis debían nutrir, y por tanto preceder, a la acción transformadora a fin de poder guiarla, mientras que por el lado de Bakunin era «en el rugido de la lucha» donde se generaba y se nutría la reflexión teórica. Como bien había visto Proudhon, la idea nace de la acción y repercute en ella en una relación de perfecta simbiosis.

Es absolutamente cierto que el anarquismo no puede equipararse al discurso filosófico, pero ello se debe a que «su modo de construcción», arraigado en la práctica, difiere del de la filosofía. Así, el discurso anarquista no puede ser nunca un discurso meramente «meditativo», por utilizar una de sus expresiones; sólo es anarquista si es simultáneamente un discurso «militante».

Dicho esto, como usted muy bien sostiene, renunciar a la filosofía sería suicida para cualquier pensamiento político, y está claro que el anarquismo no debería hacerlo. Pero, de hecho, no hay en absoluto un rechazo anarquista de la filosofía, hay un rechazo anarquista a «ser una filosofía», a ser un elemento perteneciente a dicho orden del discurso.

Además, hacia finales del siglo pasado, filosofía y anarquismo volvieron a encontrarse, como lo demuestra el impacto del post-estructuralismo en el pensamiento anarquista, en particular con las contribuciones de Todd May, Jason Adams o Saul Newman, quienes articularon un anarquismo post-estructuralista fuertemente impregnado de filosofía y que se nutrió del «anti-esencialismo radical» de Foucault, extrayendo de su caja de herramientas unos instrumentos que son totalmente necesarios para entender, entre muchas otras cosas, el poder y la dominación.

Pero, si bien el anarquismo ha incorporado elementos filosóficos, usted demuestra elocuentemente que la filosofía permanece impermeable al anarquismo, incluso tratándose de pensadores que se inclinan por valorar positivamente la anarquía.

Esto se debe, según usted a la estricta separación que establecen entre anarquía y anarquismo, interesándose sólo por un concepto de anarquía escindido del movimiento anarquista.

Ahora bien, si es cierto que anarquía y anarquismo son dos conceptos distintos, también lo es que están «íntimamente entrelazados». Es el movimiento anarquista el que construye la idea de anarquía al mismo tiempo que esta inspira sus pasos, y erramos gravemente si descuidamos este entrelazamiento.

De los seis filósofos que usted comenta, son Michel Foucault y Reiner Schürmann los que más aprecio y mejor conozco, por lo que a ellos limitaré mis comentarios para no aventurarme en terrenos -Derrida, Levinas, Agamben, Rancière- insuficientemente acotados por mi lectura.

No sé si Foucault había leído a Schürmann, pero lo cierto es que Schürmann estuvo profundamente influido por Foucault, como atestigua su magnífico texto «Se constituer soi-même comme sujet anarchique» («Constituirse a sí mismo como sujeto anárquico»[2]).

Leyendo la obra de Heidegger en sentido inverso a su elaboración, Schürmann, olvidado durante un tiempo, pero cuyo redescubrimiento está agitando a una parte de la filosofía contemporánea, contribuyó a dirigir nuestra mirada hacia «la anarquía ontológica».

Mediante su crítica de la «arkhè» aristotélica, mostró cómo una anarquía que hubiese descartado los «principios primeros» que legitiman el dominio de la teoría sobre la práctica, no podía sino descubrir la contingencia de su propio camino y remitirse consecuentemente al «a priori práctico».

Entendiendo por «a priori práctico» que las situaciones concretas son las que deben definir, en su multiplicidad, los principios particulares y, por tanto, necesariamente también múltiples  ̶pero nunca primeros o únicos-  que guían la acción, protegiéndola de cualquier teleocracia preestablecida.

El análisis de Schürmann podría contribuir a la construcción de un anarquismo que describo como «no-fundacional» (cuidado, no como post-fundacional), despojándolo de sus proclividades instituyentes y, por tanto, de su propensión a producir dominación. Esto lo convertiría en una fuerza radicalmente destituyente, del mismo modo que Stirner conceptualizaba el proceso de «insurrección» como diferente del de revolución.

Gracias a su libro, algunos y algunas hemos descubierto a Derek C. Barnett y su recuperación del énfasis que ponía Foucault sobre «la resistencia», pero centrando ahora este concepto directamente en el anarquismo. Sostiene, por ejemplo, y usted lo cita, que «la lógica principal del anarquismo es que donde hay poder, también hay necesariamente resistencia».

Según Barnett, el anarquismo se define ante todo y necesariamente como «un dispositivo de resistencia» frente a toda forma de poder, es decir, se define por una relación antagónica con el poder, una relación que promueve «una ética de la revuelta» en lugar de inspirar una épica de la revolución.

La resistencia al poder no se hace en nombre de la moral, la razón, el bien, la humanidad, la salvación o la preparación de una revolución, aunque sea libertaria. En otras palabras, no se hace en nombre de «nada» que trascienda las situaciones concretas en las que surge la resistencia. No se trata de avanzar hacia un determinado horizonte, por resplandeciente que parezca, ni de obedecer a tal o cual mandato axiológico, se trata simplemente de decir ¡No! No a una determinada situación considerada inaceptable, y de resistirse a ella para neutralizarla y, en el mejor de los casos, eliminarla.

Como usted lo afirma, la proclamación anarquista de que no es necesario gobierno alguno para vivir en sociedad está rodeada de un halo de escándalo frente a lo que se ha esgrimido como una evidencia absolutamente indiscutible desde la época de la Grecia clásica: la incapacidad de las poblaciones para gobernarse directamente. Una evidencia que Proudhon calificó de «prejuicio gubernamental».

Es precisamente el rechazo anarquista del prejuicio gubernamental lo que los filósofos se niegan a admitir, salvo sin duda Foucault cuando afirma con contundencia que «ningún poder es nunca necesario» y detalla su magnífico concepto de «anarqueología» en su curso «Du gouvernement des vivants».

Por mi parte, confieso que no sé si es posible o no que los humanos tal y como somos hoy, vivamos sin gobierno, pero estoy absolutamente convencido de que «pensar y actuar como si fuera posible» es absolutamente imprescindible si queremos desarrollar formas de lucha que hagan tambalearse al gobierno y abran campos de experimentación para otro tipo de vida.

Resulta, además, que pensar que podemos vivir sin gobierno me parece mucho menos decisivo para definir el anarquismo que afirmar que debemos «resistir siempre y en todas partes a todas las formas de dominación», que es, en mi opinión, donde reside realmente el corazón del anarquismo.

Por último, me gustaría abordar lo que me parece problemático. Me refiero a sus reflexiones sobre «lo ingobernable», como antagonismo al poder, es decir, como desobediencia, insubordinación y negativa a obedecer, y sobre «lo no gobernable» como lo externo, lo ajeno al campo de acción del gobierno, lo que no es del orden de lo gobernable y, por tanto, es indiferente o no se ve afectado por los órganos de gobierno y sus prácticas.

Es innegable el valor heurístico de esta distinción, que enriquece el pensamiento anarquista y nos incita a repensar, en particular, la relación entre libertad y poder. También es innegable que existe un vasto campo de la realidad que no se puede gobernar. La vida, que no depende de otro principio que de sí misma en su creatividad y mutabilidad, por no decir en su plasticidad, es un buen ejemplo de ello, y hay, como usted dice, y cito, «regiones del ser y de la psique a las que ningún gobierno puede llegar».

Lo no gobernable es, por tanto, una realidad innegable que marca los límites del gobierno y desafía su supuesta omnipotencia y omnipresencia. Además, la ontología anarquista  ̶porque el anarquismo sí tiene una ontología propia, que difiere radicalmente de la propagada por la metafísica desde Aristóteles̶- postula una realidad hecha de movimiento, multiplicidad y contingencia, que desafía el campo de lo gobernable.

Dicho esto, entiendo que lo no gobernable excluye la posibilidad misma de resistencia, porque no nos resistimos a lo que no existe, y no luchamos contra lo que no nos afecta ni puede afectarnos en modo alguno al ser totalmente ajenos a ello. Ser no gobernable es, en definitiva, no poder oponer resistencia al gobierno porque estamos fuera del alcance el uno del otro, el otro de uno.

En mi opinión, la esencia del anarquismo es manifestarse como ingobernable en toda la medida de lo posible y, al hacerlo, socavar «el poder del poder» contribuyendo a hacer ingobernables al mayor número posible de personas y colectivos.

Al igual que Diógenes, volverse indiferente al poder puede significar escapar a sus garras, pero también significa volverse incapaz de oponerle una resistencia, la cual se manifiesta entre otras cosas en forma de lo ingobernable.

En otras palabras, es muy cierto que «Diógenes no puede ser gobernado», pero eso se debe a que su resistencia  ̶y no su indiferencia, que no es más que una estratagema-  lo convierte en ingobernable, ajeno a la obediencia y firmemente arraigado en la negativa a acatarla.

Reconozco que esta parte de su libro me confunde un poco, pero al mismo tiempo tiene la enorme ventaja de animar a que nuestro pensamiento se salga de los caminos trillados y escape de ellos.

No quisiera terminar, porque ya voy a concluir, sin mencionar otro punto en el que mi coincidencia con su pensamiento es total. Dice, en una frase que me parece sumamente bella y sugerente:
«…el anarquismo nunca es lo que es, es en esto que es. Su plasticidad lo define» y, en efecto, yo también sostengo que el anarquismo deja de serlo en cuanto se petrifica; «es movimiento o no es anarquismo».

Usted, Catherine Malabou, contribuye a mantenerlo en movimiento y, como anarquista, militante y meditante, no puedo sino estarle agradecido por ello.

____________________________________________________

[1] Catherine Malabou (2023): ¡Al Ladrón! Anarquismo y filosofía. Argentina/España, La Cebra, Palinodia, Kaxilda.
[2] Simón Royo Hernández (2019): El sujeto anárquico: Reiner Schürmann y Michel Foucault. Madrid, Arena. Anexo: Reiner Schürmann «Sobre constituirse a sí mismo como sujeto anárquico».

Deja un comentario