SARTRE CAMUS ANARQUISMO

Revolución, rebeldía y el efecto sartre

El inefable Mario Vargas Llosa, en la que era entonces su amplia tribuna en el diario El País de España, publica un artículo infame(1) a propósito del libro de Rafael Uzcátegui La rebeldía más allá de la izquierda(2). El prestigioso escritor, y disparatado analista político, aprovecha la obra y la figura de Uzcátegui, sociólogo, libertario y conocido defensor de los derechos humanos en Venezuela, para despacharse a gusto con el anarquismo queriendo vincularlo, cómo no, con la violencia. Escribir, sin ningún asomo de vergüenza, que los anarquistas recurrieron desde el principio a la bomba y al asesinato es, sencillamente, ser un ignorante o, me temo que es el caso, algo aún peor. Donde cae patéticamente el premio Nobel en el ridículo es al evidenciar su profundo desconocimiento de la acción directa anarquista, es decir, la búsqueda de una organización social en la que las personas puedan intervenir y decidir sobre los asuntos que les afectan, que Vargas quiere identificar patéticamente con alguna suerte de acción violenta.

Lo que plasma el escritor en el periódico español más leído es irrisorio y, obviamente, malintencionado, producto de alguien que se adscribe a la peor cara del liberalismo, ese que suele ir de la mano de la derecha más repulsiva, y que no tolera un concepto de la libertad infinitamente más complejo y sincero que el que él mismo profesa. Es dudoso, incluso, que el escritor peruano se haya leído la obra de Uzcátegui, ya que, por ejemplo, en la misma no se afirma algo como que los anarquistas “gozan de buena salud”, que Vargas espeta al principio de su artículo con un lamentable sarcasmo de dudoso gusto literario. No parece tampoco haber entendido, el autor de La ciudad y los perros, la tesis central del libro al deducir, de manera terriblemente simplista, que se atribuye sin más a la polémica entre Jean-Paul Sartre y Albert Camus, a mediados del siglo XX, el infantilismo y dogmatismo posterior de la izquierda latinoamericana. Pero, dejemos al brillante perpetrador de ficciones literarias, y vayamos con el objeto de este artículo: el libro de Rafael Uzcátegui y, efectivamente, la polémica entre Sartre y Camus, cuyo eco llega hasta nuestros días con la, defendida por los libertarios, adecuación de fines a medios.

Jean-Paul Sartre (1905-1980) fue, sin duda, un gran filósofo, admirado todavía a día de hoy, se le ha querido identificar con ese mito del intelectual comprometido con la libertad, y con un inequívoco lugar en la historia del pensamiento. La inteligencia de Sartre estuvo fuera de toda duda, con infinidad de obra escrita, donde volcó a menudo sus reflexiones filosóficas a través del drama de ficción, y con un apetito voraz por la lectura. Como considera Uzcátegui en su libro, será su disputa con Camus la que evidencie que sus sombras, al menos en el terreno ético y político, eran considerablemente más amplias que sus luces(3).

Albert Camus, nacido en 1913 y, desgraciadamente, desaparecido de forma temprana en 1960 en un accidente de coche, fue un lúcido y honesto escritor y filósofo, que al igual que Sartre fue asociado al existencialismo. Sin embargo, aunque en sus novelas y ensayos toca a menudo temas comunes a los existencialistas, los expertos han señalado notables diferencias con las preocupaciones de Camus. La cuestión filosófica primordial que abordó el autor de El mito de Sísifo fue la posibilidad del suicidio, una vez comprobado el ser humano el absurdo del mundo ante los grandes interrogantes que se le pueden hacer, pero negando por supuesto tal posibilidad y apostando por otorgarle sentido a la vida. Tal y como dice Uzcátegui en su libro, será en su novela La peste donde Camus comienza a elaborar la postura que a la postre supondrá su confrontación con Sartre. Recordaremos que la historia se desarrolla en la ciudad argelina de Orán donde unos médicos descubren la solidaridad en medio de una epidemia, un planteamiento original que tendrá una evidente influencia posterior en la ficción literaria y cinematográfica. Por cierto, La peste fue calificada de novela mediocre por Vargas Llosa, en plena pandemia del Covid, una boutade más necia que provocadora de nuestro muy peculiar premio Nobel.

En 1949, Camus estrenó Los justos, para entonces ya se sabía parte de los horrores estalinistas y en dicha obra de teatro reflejó las tensiones dentro de la izquierda sobre la justificación de la violencia; uno de los personajes dice: “Se empieza por querer la justicia y se termina organizando la policía”. Desde muy joven, se interesó Camus por la política siendo miembro durante pocos años del partido comunista, con el que acabó rompiendo por su subordinación a los intereses de la URSS en su estrategia sobre la lucha anticolonialista; recordemos que Camus nació en Mondovi (hoy, llamada Dréan), Argelia. Será un activo militante contra la ocupación nazi en Francia, especialmente a través de la dirección del periódico clandestino Combat, una peligrosa confrontación abierta contra el totalitarismo. Y es que el escritor y filósofo argelino, fue además un ejemplo de periodismo honesto y valiente en búsqueda permanente de la verdad, ejemplo de una rigurosa deontología, eso que tanto se echa en falta en la actualidad en dicha profesión.

Una de las obras primordiales de Camus es El hombre rebelde, escrito en 1951, con la que los anarquistas se vieron identificados. Efectivamente, el conocido no de Camus de su hombre rebelde puede observarse como un no libertario a la opresión, pero también se trata también de un no a la violencia en cualquiera de sus formas. La relación de los ácratas con Camus fue notable y, por ejemplo, pudo leerse 25 años después de su muerte en el periódico Solidaridad Obrera lo siguiente:

«Camus nos enseñó a no tender los puños a la cadena; el amor a la libertad; la repulsa a todas las tiranías; no matar nunca, aunque lo mande el César; desechar el odio; ser humildes entre los humildes; abrir surcos de redención y disipar tinieblas. Y a pesar de su agonía intelectual supo decir con optimismo: ‘El día de mañana es nuestro’» (4).

Desgraciadamente, el siglo XX acabó suponiendo el abandono de la libertad en los movimientos revolucionarios, el socialismo libertario terminó convirtiéndose en “socialismo cesáreo y militar” y, por eso, bien entrado ya el siglo XXI es más necesaria que nunca la visión de Camus: la libertad es el único camino para llegar a la libertad, tal y como siempre sostuvieron los anarquistas. No es posible construir un mundo mejor adoptando medios extraños al objetivo buscado, ni sacrificar al ser humano de la sociedad de hoy por el que, supuestamente, vendrá en el futuro. Camus criticó, tanto el capitalismo, como el autoritarismo comunista; se negó a formar parte de esa falaz dialéctica adoptando, especialmente en los últimos años de su vida, un punto de vista libertario, que adecuara medios a fines, y una militancia activa al respecto. Las acusaciones de falta de compromiso, por parte de la izquierda autoritaria, fueron absolutamente infundadas. De origen español por parte de madre, Camus denunció el trató que se dio a los republicanos y anarquistas, que buscaron refugio en Francia tras la derrota en la guerra civil. Fue un firme defensor de los perseguidos en cualquier régimen dictatorial, ya fuera el soviético o el franquista; los anarquistas españoles en el exilio supieron reconocer los actos solidarios de Camus, así como su convergencia en ideas políticas y, por supuesto, morales.

Será la publicación de El hombre rebelde la que desate la confrontación entre Camus, que se negaba a justificar el sacrificio de la personas en nombre de un supuesto ideal superior, y el propio Sartre, que miraba hacia otro lado ante los crímenes de la URSS o se limitaba a denunciar la crítica para él desmesurada de los mismos que hacía la prensa burguesa. Una critica del libro devastadora, aunque tiene más de un ataque personal al autor, acusándosele de poco menos que albergar un pensamiento inconsistente, aparecida en Les Temps Modernes, revista que servía de plataforma para las ideas de Sartre, supondrá la definitiva ruptura entre los dos intelectuales franceses. Entre los reproches a Camus, estaba el de hacerle el juego a la derecha, una estrategia usual en algunos revolucionarios, si no es directamente acudir a acusaciones inventadas; algo que se remonta a Marx, cuando aseguró que Bakunin era nada menos que un agente del zar, pasando por los estalinistas en la Guerra Civil Española tildando a miembros del POUM, partidarios junto a los anarquistas del proceso revolucionario paralelo al conflicto bélico, de colaboración con el fascismo. Por supuesto, Camus se defendió y, entre las argumentaciones que usó ante sus detractores, se encontró una especialmente interesante visto lo visto en el devenir del siglo XX: el silencio o el escarnio sobre toda tradición revolucionaria no marxista. Además, empleando una retórica netamente libertaria, acusó a sus críticos, partidarios del socialismo autoritario, de hipócritas al considerarlo la principal experiencia revolucionaria y negar, al mismo tiempo, la existencia de los campos de concentración. Años después de la muerte de Camus, la historia pondría a cada uno en su sitio al admitir Sartre, por fin, que había empleado la mentira sobre la Unión Soviética y que sí conocía los crímenes que allí se estaban cometiendo en nombre de una revolución que jamás condujo a ningún paraíso.

Como afirmó Octavio Paz en una entrevista, lo vertido en El hombre rebelde apareció como una herejía para cierta izquierda y, como cualquier otro partidario de una doctrina dogmática, acabó condenando como hereje a su autor. Resulta inevitable recordar las palabras que ya Proudhon dirigió a Marx, cuando este comenzó a atacar a quien no comulgara con su pensamiento: “no nos transformemos en jefes de una nueva intolerancia, no nos situemos como apóstoles de una nueva religión”. Desgraciadamente, como sostiene Rafael Uzcátegui, aunque la historia ha ido dando la razón a los libertarios, y al propio Camus a pesar de ser anatemizado por la izquierda autoritaria, la postura cínica y pragmática de Sartre ha continuado influyendo en los procesos revolucionarios, incluso, del siglo XXI. No podemos dejar, desgraciadamente, de darle la razón. Hace unos años, se produjo una nueva oleada de protestas ciudadanas en la Venezuela gobernada por los chavistas con la obvia represión policial, como como por otra parte ocurre en cualquier otro Estado, aunque la violencia alcanzó allí cotas inasumibles con varios muertos. Recuerdo cómo algún medio izquierdista en España, incluido alguno que pretendía ser vocero de los movimientos sociales con una mirada crítica sobre la actualidad, no solo no se mostraba crítico con el Estado chavista, sino que publicaba algún texto culpando exclusivamente a la derecha de lo ocurrido. Del mismo modo, personas que denunciaban abiertamente la vulneración de derechos humanos en otros lugares, se mostraban muy tibios cuando ocurría en Venezuela. No he podido dejar de recordar todo aquello leyendo el libro de Uzcátegui, en el que se queja del silencio de tantos conocidos suyos cuando él mismo pedía solidaridad con las víctimas y repudio a la represión.

El autor de La rebeldía más allá de la izquierda establece una conexión directa entre esa forma de ver la Venezuela chavista, con el silencio ante lo desmanes del gobierno por parte de cierta parte de la comunidad internacional progresista, y la polémica entre Camus y Sartre décadas antes. De esa manera, Uzcátegui acuña lo que denomina El efecto Sartre, que define como “la conducta de una persona que olvida, conscientemente, sus principios éticos y políticos en el mismo momento que dice ratificarlos” e incluso culpa al mismo de que buena parte de la izquierda del siglo XXI haya dejado a un lado la lucha por la democracia y los derechos humanos en Venezuela. Resulta paradójico que en esta época que algunos llaman posmoderna, donde las grandes ideologías políticas surgidas de la Modernidad son puestas en duda, algunos se enrocan en un maniqueísmo insultante sin atender a que las propuestas emancipatorias, en la práctica, han sido un rotundo fracaso y provocando una polarización pueril. Ocurre con el socialismo estatista, asociado hoy en día a la izquierda, lo mismo que con un liberalismo, normalmente vinculado a la derecha, sucumbido a un capitalismo devastador.
Uzcátegui, a propósito de dicha división tajante entre lo que supuestamente es bueno y lo que supuestamente es malo, aborda algo interesante y es lo que denomina, recordando un ensayo de Saul Newman(5), de política del resentimiento, según la cual se construye una identidad política en base a lo que no se quiere ser, que podría ser un punto de partida para promover valores nuevos, pero que acaba redundando en la carga negativa y se muestra incapaz para definir algo propio, cayendo en la mera oposición, en lo maniqueo y reduccionista, en una dicotomía sin matices, y termina cosificando a los que no piensan igual. Desgraciadamente, cierta izquierda ha abundado en este llamado resentimiento, en esa dinámica de nosotros y ellos, y hay que recordar las palabras de Camus, cuando se le acusó puerilmente de tener un discurso semejante a los otros: “No se juzga la verdad de un pensamiento según se le coloque a la derecha o a la izquierda, y aún menos de acuerdo a lo que la derecha y la izquierda puedan hacer de él”.

La Modernidad supuso el apartamiento del oscurantismo religioso, pero hay que darles la razón a los filósofos posmodernos al señalar que en realidad se produjo una secularización sustituyendo el concepto de Dios por otros absolutos. No resulta difícil rastrear también en cierta izquierda rasgos tradicionalmente atribuidos a la religión: escatología, dogmas, mesianismo, creencia ciega, congregación en iglesia/partido, cosmovisión única y reduccionista, promesas de salvación/felicidad… Hoy, sabemos o deberíamos saber, aunque muchos parecen ponerse una venda en los ojos, a qué ha conducido todo ello, a ninguna construcción del paraíso terrenal y sí a una triste realidad totalitaria de persecuciones a contrarrevolucionarios/herejes, cárceles y asesinatos. Por supuesto, los anarquistas siempre denunciaron, incluso antes de que se produjeran, esas prácticas autoritarias en nombre de un ideal superior; no obstante, para no eludir en absoluto la autocrítica, no afirmaremos que han estado siempre todos los ácratas exentos de cierta tendencia dogmática y bien haríamos en reflexionar sobre ello si trabajamos de verdad por una sociedad plural no coactiva. Insistiremos, parafraseando a Tomás Ibáñez, en que no hay anarquismo más genuino que aquel que dirige la mirada más crítica sobre sí mismo. Y entramos aquí en una reflexión y debate sobre las propias ideas libertarias, las cuales no pueden ser vistas, al menos no en su conjunto como una mera ideología, si por tal cosa consideramos una caja de herramientas única con todas las respuestas disponibles para las necesidades humanas. Michel Onfray reivindica un llamado derecho al inventario dentro del pensamiento anarquista(7), lo cual requiere una lectura crítica e innovadora del rico corpus ácrata, con otras aportaciones filosóficas recientes, desechando, no solo las respuestas anticuadas, también las propias preguntas al respecto.

Es posible que haya una tendencia conformista y dogmática en el ser humano, pero es seguro que convive en tensión permanente con una condición rebelde, ese decir no al que aludió Camus a una intrusión tolerable al mismo tiempo que se dice sí a un buen derecho, y puede aparecer tarde o temprano el horizonte de un nuevo imaginario social que recoja nuestros deseos y aspiraciones. El camino que adopte esa rebeldía es, claro está como la propia sociedad, plural e insistiremos los libertarios que la acción política consecuente sea coherente en medios y fines, es decir, se prefigure hoy la sociedad que queremos para mañana; del mismo modo, se trabajará por potenciar los movimientos sociales, que lógicamente serán diversos y recogerán muchas formas de pensar, con el respeto a la libertad individual, frente a las inevitables, presentadas también a menudo como movimientos de rebeldía, tentaciones partidistas y de renovación de Estado.

Capi Vidal

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1.- “El efecto Sartre”, Mario Vargas Llosa; El país, 5/6/2022.

2.- La rebeldía más allá de la izquierda. Un enfoque post-ideológico para la transición democrática en Venezuela, Rafael Uzcátegui; Náufrago de Ítaca de Ediciones, 2021. Disponible descarga gratuita en https://rafaeluzcategui.files.wordpress.com/2024/01/larebeldiamasalla_web.pdf?force_download=true

3.- Carlos Semprún Maura escribió un devastador y quizá excesivo libro, editado por Nossa y Jara en 1996, de significativo título: Vida y mentira de Jean-Paul Sartre; se afirma en él que el filósofo francés “siempre defendió la marcha ineluctable y justa de la Historia hacia el comunismo. (…) Con una permanente y peculiar obsesión, que no ha sido suficientemente señalada, a mi modo de ver, ni por sus pocos críticos ni por sus numerosos admiradores: su obsesión por el terror revolucionario como vía obligatoria hacia la ‘liberación’».

4.- Reproducido en Albert Camus. Su relación con los anarquistas y su crítica libertaria a la violencia, de Lou Marin; Editorial Eleuterio, 2013.

5.- El anarquismo y la política del resentimiento, Saul Newman; descarga directa en https://es.theanarchistlibrary.org/library/saul-newman-anarquismo-y-politica-resentimiento

6.- Como dije al principio de este artículo, resulta curioso que Vargas Llosa considere que Uzcátegui sostenga que el movimiento anarquista goza de muy buena salud, cuando en cierta medida realiza una mirada muy crítica, al menos, a lo que él ha vivido en Venezuela lamentándose de haberse dado más Sartres que Camus.

7.- El posanarquismo explicado a mi abuela: El principio de Gulliver, Michel Onfray; Biblioteca Nueva, col. Ensayo, serie Pensamiento radical, Madrid, 2018.

Un pensamiento sobre “Revolución, rebeldía y el efecto sartre”

  1. Me llevo preguntando desde hace mucho tiempo, si Sartre era zurdo…

    Os invito a conocer mi proyecto actual que se llama «Bosque Profundo»; tengo más redes pero desde esta es desde donde mejor se sigue: deviantart.com/sentetosen

    Camus es una figura que me llama la atención y tuve que leerme «La Nausea»; si me ha tocado, me ha tocado muy poco.

    Me alegro que estos dos pensadores fueran fumadores aunque el tabaco no es muy bueno.

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