Rudolf Rocker (1873-1958) es uno de los nombres fundamentales del anarquismo moderno. Esta excelente obra se publica por primera vez en un momento dramático, cuando la Guerra Civil de España está en su última fase y el fascismo va a derrotar a los trabajadores y campesinos del país; tal y como el mismo Rocker expresa en un epílogo realizado en 1947: «El pueblo español tuvo que seguir su valiente lucha por la libertad, dignidad humana y justicia social, casi con una sola mano, mientras que el resto del mundo observó pasivamente la desigual batalla».
Ese momento de auge fascista supone para el movimiento libertario internacional un período de reorganización y será la CNT española la organización que más sufra, con miles de militantes muertos y otros tantos en el exilio. A pesar de ello, de las deplorables condiciones socieconómicas del momento, Rocker se mostraba optimista y confiaba en que las fuerzas libertarias no tardarían en resurgir. Las grandes ideas de libertad y justicia social, a pesar de los duros tiempos que haya que vivir, perduran después de los grandes desastres que las personas han tenido que soportar en todos los países.
En Anarcosindicalismo. Teoría y práctica, Rocker desarrolla el tema con su rigor y exhaustividad habituales; como militante, da cuenta de la necesidad de profundizar en las ideas anarcosindicalistas con clara vocación pedagógica. En el capítulo primero, llamado «Anarquismo: sus aspiraciones y propósitos», muy difundido a lo largo del tiempo, repasa a los pensadores clásicos e incide en su idea del anarquismo como una síntesis del liberalismo y del socialismo, la mejor respuesta a la condición humana por sus valores fundamentales de libertad y cultura. Rocker da muestras de un envidiable conocimiento de las ideas anarquistas señalando el original aporte de cada autor. El mutualismo proudhoniano, el colectivismo de Bakunin y el comunismo libertario de Kropotkin; las ideas básicas de los anarquistas clásicos, tal y como afirma Rocker, no suponen en ningún caso sistemas cerrados que impidan el posterior desarrollo de la sociedad, ya que una comunidad libre supondrá diversas formas de cooperación y el progreso es inseparable de la libre experimentación cada vez que las circunstancias lo permitan. El anarquismo supone la superación de las contribuciones liberales y socialistas, ya que el desarrollo del capitalismo implica el fracaso de la igualdad de todos los hombres ante la ley (propia del Estado democrático inspirado en Rousseau) y del libre derecho del individuo a su personalidad (axioma liberal). El anarquismo vincula libertad individual y social, dentro de la igualdad económica, declarando la guerra tanto al capitalismo como al poder político. Tal y como desarrollará ampliamente en otra gran obra, Nacionalismo y cultura, Rocker cuestiona la rigidez interpretativa del marxismo sobre las evoluciones políticas, sociales y económicas, para llegar a una crítica amplia del propio concepto de Estado. En cualquier caso, el anarquismo no supone ningún ideal utópico de perfección humana, ya que no cree en verdades absolutas ni metas definitivas, por lo que confía siempre en lo perfectible de las soluciones sociales.
En el segundo capítulo, «El proletariado y los comienzos del moderno movimiento obrero», se señala la inglaterra de la segunda mitad del siglo XVIII como centro originario del movimiento obrero, debido a la Revolución Industrial. Rocker recuerda algo importante, que la ideas por sí solas no dan lugar a movimiento alguno, ya que deben producirse las necesidades concretas, lo que denomina «el precipitado intelectual de determinadas condiciones de vida»; así, los movimientos surgen de la vida social, de sus necesidades y sus prácticas, no de ideas abstractas, aunque sí cobran vigor si están fecundados por grandes aportaciones intelectuales. De esa manera no es el socialismo el que da lugar al movimiento laborista, sino que el mismo se produce por la reconstrucción social debida al nuevo mundo capitalista. Rocker establece una historización del movimiento obrero, situando su punto de partida en Inglaterra (aunque ello no implica que haya diversos antecedentes históricos), y no parece casualidad que las bases teóricas del anarquismo moderno, a cargo de William Godwin, se produjeran también en aquel país.
El tercer capítulo, «Los precursores del sindicalismo», repasa las relaciones entre los movimiento burgués y proletario. Así, los trabajadores acabarán comprendiendo que el conflicto entre el capital y el trabajo nunca se resolverá mediante mejoras concretas de las condiciones de trabajo, por lo que se radicalizará la crítica al poder legislativo y al capitalismo. La solución revolucionaria solo pasaría por un sistema económico basado en la cooperación entre los productores. En 1834, nace la Gran Unión Nacional Consolidada (GNC), concebida como alianza entre sindicatos y cooperativas, cuyos propósitos no distaban de los que luego tendría la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), aunque confiando en que los cambios revolucionarios se producirían dentro de una transición pacífica que resolvería los conflictos y convertiría el Parlamento en innecesario. El desarrollo posterior hará ver lo imposible de tal cosa y en 1864 nace en Londres la Asociación Internacional de Trabajadores, la cual proclama en sus estatutos como objetivo final y primordial la liberación económica de la clase obrera; el carácter internacional se justifica por la opresión similar de los trabajadores en todos los países y por la necesidad de superar las fronteras artificiales de los Estados mediante la solidaridad global. En el Congreso de Bruselas de 1868, tercero de la AIT, se decide la colectivización de la tierra y de los medios de producción; la tendencia anarquizante va cobrando fuerza y en el Congreso de Basilea del año siguiente se propugna la organización de la clase obrera en sindicatos. Si otras tendencias socialistas no daban importancia a esa opción, más que para lograr mejores condiciones en el sistema capitalista, los anarquistas subrayan la importancia de la unión progresiva de los sindicatos hasta constituir el sistema de los Consejos Obreros, que supondrían el fin de los gobiernos. Como es sabido, esta postura radical supone el fraccionamiento de la Internacional y en el Congreso de La Haya, en septiembre de 1872, la tendencia marxista logra cambiar los estatutos para animar la participación obrera en los parlamentos y en las instituciones burguesas. Unos días después, se celebrará el Congreso de Saint Imier (Jura suizo), en el que la tendencia anarquista sentará las bases para mantener el espíritu y la letra de la AIT.
El cuarto capítulo, «Los objetivos del anarcosindicalismo», es tal vez el más importante. Rocker señala la condición opresora de toda opción parlamentaria e institucional, así como su ineficacia. La verdadera transformación social, realista y nada utópica, la establece en una vía anarcosindicalista que nunca puede cerrarse a las posibilidades de desarrollo ulterior. Como ejemplo claro, muestra los logros de la Revolución española dentro de lo que las circunstancias históricas pudieron permitir. El anarcosindicalismo supone una reacción directa contra los métodos del socialismo de intervención política, el cual acaba asimilando los planteamientos del desarrollo capitalista y del orden burgués. Por un lado, el anarcosindicalismo aporta fuerza a los trabajadores frente a los patrones, y eleva su nivel de vida, y por otro prepara intelectualmente a los obreros para la dirección técnica de la producción y de la vida económica en general para que, en el momento de situación revolucionaria, se muestren aptos para tomar las riendas socioeconómicas. De esta manera, el sindicato no es un simple fenómeno de transición, sino que es escuela de socialismo y el germen de la economía del futuro. Rocker tiene una visión organicista, perfectamente lógica, según la cual las revoluciones no pueden crear de la nada y deben desarrollar lo que ya estaba en germen en el orden social anterior. En el mismo sentido, son los conflictos dentro del statu quo los que dan lugar a una nueva ética que posibilite el cambio social.
El quinto capítulo, «Los métodos del anarcosindicalismo», se ocupa de dos cuestiones primordiales: la acción directa y, respecto a las instituciones burguesas, el abstencionismo votante. No obstante, reclama para el anarcosindicalismo una acción política y social que defienda unos derechos políticos que se van arrancando poco a poco al poder establecido; el máximo exponente de acción revolucionaria sería la huelga general y los diferentes tipos que existen de la misma. Como es sabido, el anarquismo no confía para nada en el sistema legal, pero puede y debe luchar permanentemente por los derechos políticos entendidos como derechos civiles; no se confunden en ningún caso ley (jurídica) y derecho, que puede ser humano, natural o consuetudinario. El marco donde se produce la lucha libertaria es el de los derechos civiles y el de las libertades, no el que incumbe a las prácticas institucionales que tienen como fin asegurar el dominio social mediante el gobierno. El rasgo original de esa lucha libertaria es que se produce sin mediador alguno y por la acción directa de los interesados.
En el sexto y último capítulo, Rocker explica la situación del anarcosindicalismo en aquel momento, extendiéndose sobre la aparición del sindicalismo revolucionario en Francia (mantenido durante cierto tiempo por la Confédération Générale de Travail). La Revolución Rusa repercutirá notablemente en el movimiento obrero interncional, pero las ilusiones se desvanecerán poco a poco. En 1920, nace la III Internacional con la pretensión de convertir a todo el movimiento obrero europeo en una herramienta de la política exterior del Estado bolchevique. El sindicalismo revolucionario se muestra cauto, pero a pesar de ello asisten en 1921, en Moscú, a la reunión fundacional de la Internacional Sindical Roja, solo para comprobar que sus temores son ciertos y los planteamientos de la III Internacional eran controlar la organización. Las propuestas bolcheviques fueron rechazadas y se convocó, en octubre de 1921 en Düsseldorf (Alemania), una conferencia que sería el germen para el Congreso que un año después refundaría en Berlín la Asociación Internacional de Trabajadores. Rocker termina su capítulo historiando y extendiéndose sobre las organización que formaron la nueva AIT, y deja sentado que el término «sindicalismo revolucionario» dejará paso al de «anarcosindicalismo».
Capi Vidal