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Anarquismo y religión, unas nada modestas reflexiones

Alguien dijo, tengo que reconocer que con un tono sarcástico encomiable, algo así como que si los ateos empleamos tanto tiempo en hablar de ese ser de ficción que la historia ha llamado Dios es porque, en el fondo, somos fervorosos creyentes (no recuerdo si dijo exactamente ese adjetivo, pero lo añado yo, que tampoco estoy exento de buen humor). El caso es que, es cierto, a poco que se eche un vistazo a este lúcido blog, se verificará que no pocas veces lo he dedicado a una crítica feroz a las creencias religiosas. Luego incidiré en motivos más profundos, pero también reconozco que me inquieta sobremanera la capacidad que tiene el homo sapiens para arrodillarse ante entes sobrenaturales y generar toda una suerte de ritos disparatados alrededor. Y, efectivamente, no distingo demasiado entre religiosidad, idolatría o creencias fantásticas; creo que los que lo hacen es por intereses muy concretos de defender sus propias convicciones ultraterrenales y adornarlas con una terminología más asumible. En los orígenes de la modernidad, las filosofías críticas con la religión, entre las más radicales se encontraba la libertaria (¡santa anarquía!), observaron algo que parece muy evidente: la creencia religiosa convertía la existencia más soportable a los humildes y trasladaba un posible bienestar a una realidad sobrenatural en forma de paraíso.

De forma hoy vista como algo ingenua, se consideraba que el progreso acabaría con toda superstición y creencia religiosa (tampoco las distingo mucho) para acabar conquistando el cielo en la tierra. Esto último, tal vez, revela que a dichas doctrinas aparentemente ateas les quedaban resabios religiosos en forma de una visión lineal de la historia, vista hoy, totalmente nociva y criticable (uno no deja de ser algo posmoderno). Efectivamente, es muy posible que la realidad comprobable actual sea mucho más compleja y que es un hecho que la religión, en cualquiera de sus formas, se ha mostrado pertinaz en la resistencia a ser periclitada. La filosofía anarquista, que como es sabido es de mi predilección junto a una dosis no desdeñable de nihilismo, siempre la he considerado, sobre todo, contraria al teísmo. Que me digan cómo es posible asumir, desde una perspectiva emancipadora libertaria, la idea de una gran deidad personal, omnisciente, todopoderosa y, además, creadora y legisladora de la realidad terrenal. Ah, que luego alguien inventó el deísmo (seguramente, para ir apartando un poco a la reaccionaria Iglesia), según el cual al benévolo Dios se la repampinflan los asuntos humanos; para ese viaje, no necesitábamos esas alforjas. Y es que, por lo que sé de la teología, sus retruécanos para acabar haciendo algo parecido a un argumentación de apariencia presentable acaban haciendo bueno aquello, que dijo algún religioso honesto, de «creo porque es absurdo».

Por cierto, el viejo Bakunin consideraba algo así como que el poder político muy terrenal (el Estado) tenía su origen en la autoridad metafísica (Dios); al parecer, no es cosa de un loco anarquista, ¡ha sido todo un fundamento jurídico en el tremebundo siglo XX! Pero, no limitemos nuestra crítica al teísmo y a las peculiares religiones del libro. A menudo se ha querido, por ejemplo, observar el budismo como una religión más presentable, incluso exenta de dioses a los que adorar; lo siento, pero a mí me sigue pareciendo algo plagado de dogmas, como el resto, y también con un evidente afán de humillación muy pernicioso, según mi nada modesto parecer. Si nos ponemos estupendos y queremos observar una realidad dualista, aunque no sea para nada mi caso, también lo lamento profundamente, toda esa espiritualidad (nueva o añeja) que se nos quiere vender me resulta extremadamente alienante y no poco estomagante. Uno, tal vez es para eso más proclive a la modernidad, pero quiere pensar que de forma obvia existe un fundamento material de la existencia; con todo lo amplio que es eso, sin ningún afán dogmático ni doctrinario, y con todas las inquietudes morales al respecto (algo que revela con seguridad mi parte más ácrata). En cualquier caso, lo confesaré ahora que nadie me lee, en el fondo sí pienso que las comunidades humanas parecen necesitar algo parecido a una religión. Es posible que el anarquismo, con toda su fuerza moral y con su confianza en la cooperación, la solidaridad y el apoyo mutuo, pueda ocupar ese espacio y, esperemos, dar lugar a otro tipo de sociedad.

Juan Cáspar

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