Bertrand Russell, seguramente ya en oposición al marxismo, consideraba que el socialismo no era una doctrina estricta y definible. Así, una aproximación al mismo consiste en el derecho a la propiedad colectiva de la tierra y del capital; naturalmente, esa propiedad puede aludir a un Estado o, en el caso de los anarquistas, a la propiedad en común por la libre asociación de hombre y mujeres sin la intervención de gobierno alguno. Como es sabido, y tal como Russell indica, existe gran diversidad de escuelas dentro del socialismo.
Para Russell, las aportaciones esenciales de Marx pueden reducirse a tres: la interpretación materialista de la historia, la ley de concentración del capital y la lucha de clases.
Según la interpretación materialista de la historia, los fenómenos de la sociedad tienen su origen en las condiciones materiales; éstas, según esta visión, están incorporadas a los sistemas económicos. En términos generales, para Marx la política, las leyes, la religión o la filosofía son expresiones del régimen económico de la sociedad en que se han producido. No hay que hablar de que el motivo económico sea consciente, sino de que las condiciones económicas forman el carácter y la opinión, constituyen la fuente principal de multitud de hechos aparentemente inconexos. El materialismo histórico observa dos revoluciones: la de la burguesía contra el feudalismo, del pasado, y la que vendrá, el proletariado contra la burguesía, que dará lugar al sistema socialista. Se trata de una interpretación inevitable de la historia que conducirá finalmente hacia lo bueno, el socialismo; los capitalistas son también víctimas, en la sociedad burguesa, de esa necesidad histórica hasta que la posesión privada de los medios de producción pasen a ser comunales.
La ley de concentración del capital predice que las empresas capitalistas tienden a un desarrollo progresivo, mientras que los dueños irán disminuyendo. Así, la injusticia del capitalismo sería más visible y se iría potenciando las fuerzas del proletariado para lograr su fin. La lucha de clases, según Marx, considera antitéticos al capitalista y al trabajador; esta oposición entre burguesía y proletariado, con intereses antagónicos, iría también en aumento y se produciría el enfrentamiento final. Los trabajadores se irían asociando, de lo local a lo internacional, para triunfar finalmente y lograr la sociedad sin clases. Estas ideas esenciales de Marx aparecen ya en el Manifiesto comunista (1848), para luego alcanzar mayor vigor y erudición en El capital (el primer volumen fue editado en 1867).
En Los caminos de la libertad, que Russell escribió en 1918, poco antes de ser encarcelado por sus ideas pacifistas ante el gran conflicto, ya consideraba que había muchos defectos en las teorías de Marx sobre las leyes de evolución histórica. Los capitalistas aumentaron, la clase trabajadora no se empobreció al nivel que consideraba Marx y los obreros aparecieron muchas veces divididos, por lo que la lucha de clases tampoco se agudizó. Por otra parte, Russell explica el revisionismo reformista de las tesis de Marx tomando como ejemplo el partido socialdemócrata en Alemania; el crecimiento en la riqueza en todas las clases, obligó a dicho partido a adoptar una actitud más evolucionista que revolucionaria. Bernstein fue uno de los que inauguraron esa corriente revisionista, criticando la lectura ortodoxa de las doctrinas de Marx; su postura se propagó antes de la guerra, con la prosperidad económica, y los socialistas acabaron convirtiéndose en el ala izquierda del liberalismo.
Otra crítica al marxismo, desde una óptica sindicalista y revolucionaria, la realiza George Sorel; para este autor, lo esencial de Marx es la lucha de clases; Russell considera esta crítica a Marx por parte del sindicalismo revolucionario francés más profunda que la revisionista de Bernstein, ya que aunque las tesis de desarrollo histórico de aquel estén equivocadas, el socialismo es un sistema igualmente deseable. El sindicalismo revolucionario no confía ya en el Estado ni en el partido, por lo que rechazan toda acción política parlamentaria y electoralista; lo que se preconiza es la acción directa mediante el sindicato revolucionario y la unión de los trabajadores. Aunque no todos los sindicalistas revolucionarios fueron anarquistas, Russell sí considera que el origen de esta corriente se fortaleció gracias al conflicto entre marxistas y antiautoritarios. En verdad, la diferencia entre sindicalismo revolucionario y anarquismo fue mínima, hasta tal punto que Russell habla de aquel como «anarquía organizada».