ANARQUISMO CULTURA LIBERTARIA

¿Cultura libertaria? ¡No, gracias

¿En qué sentido se puede hablar de una cultura libertaria? Mucho me temo que sólo sea al precio de un contrasentido En efecto, las tesis, las prácticas, las sensibilidades libertarias no forman ni una cultura libertaria, ni una contracultura, ni una cultura alternativa: constituyen, antes que nada, una «anti-cultura».»

Antes de discutir esta afirmación, que puede sorprender, quisiera llamar la atención sobre tres cuestiones, sin duda menores, pero que me preocupan.

La primera se refiere a la resistible, pero sin embargo bien presente tentación totalizante.

En efecto, mientras se habla, usualmente, de «las» prácticas libertarias y no se le ocurriría a nadie fusionar la abundante diversidad de esas prácticas en el molde unificador de «la» práctica libertaria (por cierto ¿a qué se asemejaría «la» práctica libertaria?), resulta que se salta alegremente desde la pluralidad al monolitismo tan pronto como se pasa de la cuestión de las prácticas a la cuestión de las culturas. Sin embargo, querer fundir en un mismo todo a la cultura de los anarcosindicalistas, la de los comunistas libertarios y la de los stirnerianos, por ejemplo, nos obligaría a ejercer tal sinsentido que parece cuanto menos imprudente.

Si se desea hablar de «cultura libertaria», que sea al menos respetando la «s» de la pluralidad. No «la» cultura libertaria sino «las» culturas libertarias, marcadas a veces por mayores diferencias entre ellas que las que pueden presentar con otras culturas que no se colocan bajo la etiqueta libertaria. Por ejemplo, un comunista libertario y un consejista marxista pueden tener más cosas en común que un comunista libertario y un anarcoindividualista. De cualquier modo, posmodernidad obliga, la crítica de las prácticas totalizantes no debería ser menospreciada y mucho menos aún por los libertarios.

La segunda cuestión se refiere a la extraña relación que se establece entre la cultura libertaria y las prácticas o las sensibilidades libertarias.

Supongamos, aunque solo sea por un momento, que existe efectivamente algo que se asemeje a la cultura libertaria. Nadie ignora que hay por el mundo personas y colectivos que, sin haber oído jamás mención alguna a lo «libertario», desarrollan prácticas que no dudamos en reconocer como libertarias, o que manifiestan una sensibilidad propiamente libertaria. Estas personas y estos colectivos son, por así decirlo, «libertarios sin saberlo». Es una gran suerte que existan y todos nos alegramos cuando sabemos de ellos. Pero cuidado, esto significa que la cultura libertaria no constituye una condición necesaria para que alguien sea libertario.

Por otra parte, todos conocemos eruditos de la cultura libertaria, saben todo de la tradición libertaria, y son capaces de decirnos cuánto pelos tenían la barba de Bakunin, pero, sin embargo, no tienen nada de libertarios, por mucho que se llenen constantemente la boca con la palabra «anarquismo».

Existe incluso, a veces, no siempre, claro, cierta correlación entre la preocupación por un buen conocimiento de la cultura libertaria y un integrismo, un dogmatismo, una ortodoxia que se dan patadas con la apertura de espíritu propiamente libertaria.

En cualquier caso, esto significa que la cultura libertaria no constituye, tampoco, una condición suficiente para que alguien sea libertario.

¿Pero qué cabe decir sobre algo, la cultura libertaria en este caso, que no constituye ni una condición necesaria ni una condición suficiente para dar lugar a un determinado fenómeno, ser libertario en este supuesto? Lo más simple es decir que no hay ninguna relación interna entre ambos, que los dos fenómenos son independientes y que el hecho de ser libertario tan solo mantiene una relación circunstancial con la cultura libertaria. Los dos fenómenos estarían, pues, en un tipo de relación similar a la que une el cáncer y el hecho de fumar. Fumar no es ni una condición suficiente ni una condición necesaria para desarrollar un cáncer. Esto no impide que exista una relación entre los dos. ¿Por qué plantea problema la ausencia de relación suficiente y necesaria en un caso y no en el otro? Simplemente porque el cáncer no se define en términos de tabaco, mientras que el hecho de ser libertario se define en términos de cultura libertaria para quienes afirman que este concepto tiene sentido. Eliminemos el carácter internamente relacionado de los dos fenómenos, cosa que debemos hacer puesto que ni siquiera hay relación necesaria y/o suficiente entre ellos, y el concepto de cultura libertaria se convierte en una presa tan fácil para las tijeras de Ockham que lo mejor es guardarlo directamente en el armario de los objetos conceptualmente superfluos.

La tercera cuestión se refiere a una sospecha que merecería ser disipada.

¿Qué es lo que se oculta detrás de lo que yo llamaría «la voluntad de cultura libertaria»?

Probablemente no se trate de una voluntad de poder, seamos generosos, pero en cualquier caso deviene en una producción involuntaria de efectos poder.

Querer que haya una cultura libertaria, o incluso culturas libertarias, es establecer un dispositivo de clasificación, jerarquización y exclusión al estilo de los que Foucault describió con tanto acierto.

En efecto si hay una cultura libertaria, entonces se dan las condiciones para poder decir quién está «dentro» o «fuera» de ella, y para los que se están dentro incluirían quiénes son más «interiores» que otros, quién está más impregnado por ella, quién la conoce mejor, etc. Clasificación ordinal pues, con todo lo que eso implica en términos de relaciones poder:

  • legitimación, o al contrario, deslegitimación del «discurso libertario» según que quien los pronuncia se encuentre en la cima o en la parte inferior de la escala ordinal;
  • producción de «guardianes» de la pureza de esa cultura;
  • aparición de evaluadores del grado de adecuación personal a esa cultura, etc.

¿Para cuándo un examen y diplomas de cultura libertaria? ¿Y quiénes serán los examinadores? ¡Ojo! No saber quién era Malatesta puede hacerles perder al menos un punto.

Efectos de poder que son difíciles de evitar tan pronto como se instituye un referente más o menos estable y más o menos cuantificable que permite distribuir las personas, los discursos y los actos en función de dicho referente. Por supuesto, eso vale también para el propio término «libertario». Si hay lo «libertario» hay también lo «no libertario», el interior y el exterior, y hay también «más» y «menos» libertario, por lo tanto una posibilidad de ordenar. Lo que vale, en realidad, para cualquier indicador categorial; querer evitar completamente esos efectos de poder nos condenarían a no pronunciar palabra, o incluso a no pensar nunca.

Sin duda, me he excedido al hacer soportar a la cultura libertaria una carga que la sobrepasa con mucho, lo sé y me disculpo por ello, pero conviene a veces exagerar las cosas cuando se presiente un peligro.

Después de estas tres cuestiones preliminares, vayamos a la argumentación sobre el fondo. El concepto de «cultura» es, por supuesto, un concepto muy polisémico, pero solo me dedicaré aquí a dos acepciones que denominaría,  respectivamente, «la cultura en sentido débil» y «la cultura en sentido fuerte».

En el sentido débil, no cabe duda que hay muchas culturas libertarias. Pero eso no es más interesante que el hecho de que haya también culturas de filatelistas, de pescadores deportivos o de recolectores de setas.

El conjunto constituido por el repertorio de canciones, la galería de retratos, la lista de efemérides, el corpus de textos, la hemeroteca, la crónica de hechos y gestos más o menos ejemplares, un subcódigo lingüístico particular, etc., todo este conglomerado da lugar a culturas libertarias, en el sentido débil de la palabra cultura.

Se trata en realidad de un recorte específico que opera sobre las producciones discursivas, las representaciones y las prácticas sociales, las memorias colectivas, es decir, sobre la historia de una cultura en sentido fuerte. Recorte que enfatiza sobre los fragmentos recortados y seleccionados.

Los libertarios proceden a ese recorte y acentúan, por ejemplo, algunos fragmentos, pero lo repito, los filatelistas y los pescadores deportivos también lo hacen, y tienen todos, en este sentido, una cultura particular. Sería absurdo negar esta cultura a los libertarios mientras que la reconocemos a los pescadores deportivos. Si, cuando hablamos de cultura libertaria, es a eso que nos referimos no hay ningún problema, pero tampoco ningún interés especial. Dicho sea de paso, el hecho de cultivar esa cultura libertaria es quizá gratificante a nivel emocional pero es bastante más empobrecedor, mutilante y peligroso de lo que pueda parecer a primera vista, ya que eso conduce a un repliegue sobre sí mismo, a un cierre respecto del exterior y, finalmente, a una esterilización de las capacidades innovadoras, cuestiones estas que transforman a los libertarios de creadores de novedad en simples vigilantes de museo.

La cultura en sentido fuerte es algo bien distinto. Ni siquiera es lo que nos marca y se inscribe en nosotros, porque decir eso sería decir que se inscribe en sí mismo.

La cultura en sentido fuerte es simplemente lo que nos produce y lo que nos moldea subrepticiamente.

La absorbemos en todo instante, metáfora de la esponja que no puede sino llenarse del líquido donde se encuentra inmersa, pero también la construimos nosotros mismos en todo instante, metáfora, aparentemente más activa, de laberinto en el que descubrimos por nosotros mismos, las salidas previamente instauradas por otros.

La cultura absorbida pasivamente y reconstruida activamente, se constituye en una «rejilla de lectura» a través de la cual vemos el mundo y nos vemos a nosotros mismos. Pero como tal rejilla de lectura, ella misma se coloca «fuera de lectura». El ojo no puede verse viendo y recurrir a un espejo no resuelve nada, aunque solo sea porque la imagen del ojo no es el propio ojo.

Cualquier cultura, entendida en sentido fuerte, es totalitaria puesto que nos conforma sin que nos demos cuenta, y se camufla en una mirada que ella misma constituye. Por cierto, ni siquiera hay un «yo» preliminar que sería moldeado sin que se diese cuenta de ello. Es, por supuesto, en relación al «yo» ya constituido por la cultura, que toma sentido la expresión «sin que se dé cuenta de ello».

En tanto que aspiración antitotalitaria, el ethos libertario constituye básicamente un dispositivo de evasión fuera de la cultura; es, en este sentido, un mecanismo para quebrar la cultura, toda cultura, y por eso podemos definirlo como una anticultura. Lo que la lucha libertaria pone fundamentalmente en juego se encuentra situado en el punto preciso donde la cultura se rompe y donde su rejilla de lectura deja de constituir un punto ciego.

La libertad del sujeto, no abstracto sino ya constituido por la cultura, se encuentra precisamente en la divergencia con la cultura, y es porque anarquismo se afana en cavar la brecha que hace posible esta divergencia que puede presentarse como una exigencia de libertad, y, quizá, la mayor posible.

Lo que conforma la fuerza del pensamiento libertario, lo que constituye su atractivo, lo que en realidad forma su belleza, lo que lo vuelve tan peligroso, es, precisamente, su alcance anticultural. Es el hecho de que resiste a toda reducción a la cultura. Entonces, por favor, no soñemos con hacer de él una cultura.

Hablar de cultura libertaria es hundirse en la antítesis, es hacer referencia a la cosa menos libertaria que se pueda imaginar. Si fuese una cultura sería una cultura del mayor imposible que se pueda dar para una cultura, puesto que sería una cultura de la imposibilidad de ser una cultura. Y es por eso por lo que no puede haber nunca una sociedad libertaria, sino solamente un deseo de sociedad libertaria. El anarquismo es una utopía o no es nada.

Pero tranquilicémonos, no hay cultura libertaria y si por casualidad se crease una, sería necesario que nuevas generaciones de libertarios se lanzasen a romperla en mil pedazos, sin la menor contemplación.

Tomás Ibáñez

Este texto apareció originalmente en  La Culture Libertaire. Actes du colloque international, Grenoble, mars 1996. Atelier de Création Libertaire. Lyon. 1997

Un comentario sobre “¿Cultura libertaria? ¡No, gracias”

Deja un comentario