“Destruam et ædificabo”, la propuesta anarquista hoy

La expresión en latín es una cita bíblica que Pierre-Joseph Proudhon puso en la portada de su obra fundamental, Sistema de las contradicciones económicas o Filosofía de la Miseria, y refleja muy bien cuál es el enfoque dual que el anarquismo ha dado a la lucha contra la dominación y la opresión.
Por un lado, la clara comprensión de que aspectos clave del sistema dominante no pueden ser recuperados, sino que tienen que ser confrontados con radicalidad. Es la radicalidad que se muestra también en sucesivas tácticas de confrontación en diferentes momentos de su historia, en las que el destruam se ha empleado en sentido literal, con una propaganda por el hecho que olía más a pólvora y muerte que a construcción de un mundo nuevo. Es la que sigue presente en lemas que podemos escuchar en alguna manifestación, como «A obrero despedido, patrón colgado». En este caso tiene más de bravata inocua que de amenaza seria, pero en otros casos se tiene claro que en un momento determinado hace falta la oposición violenta, posición que recoge con coherencia el Bloque negro, o que sustenta Peter Gelderloos en su ensayo en contra de la no-violencia como estrategia prioritaria. La dominación y la opresión no van a caer sin un «empujón» serio que las haga caer.

No obstante, vuelvo al profundo sentido ético del anarquismo, para el cual el criterio ético que debe regular toda acción de lucha y transformación radical de la sociedad debe ser la coherencia entre los fines y los medios: nunca el fin justifica los medios. El uso de la violencia, que en algún caso puede estar justificado, es un recurso más bien incoherente con el fin de construir una sociedad libre y solidaria. El mismo Mijail Bakunin lo tenía claro: «Pero ¡cuidado! un problema resuelto en términos de fuerza sigue siendo un problema.» En el anarquismo español clásico, algunos pensadores eran muy reacios al uso de la violencia, como Ricardo Mella, y otros se resistían, como Salvador Seguí, aunque le tocó hacer frente a la violencia extrema de los pistoleros de la patronal.

Pero al mismo tiempo, se trata de edificar, es decir, de hacer visible otra manera de actuar y otra manera de vivir. No apostamos por la autogestión, por la horizontalidad, por la abolición de jerarquías y privilegios, porque nos gusten como ideales utópicos de una sociedad plena y reconciliada que se instaurará como meta final de un progreso ininterrumpido de la humanidad, que nadará en la abundancia y practicará la toma del montón. O como salto adelante tras una insurrección destructiva, sobre cuyas cenizas se levantará la comuna anarquista. Es quizá lo malo que tiene emplear el tiempo futuro, como hace Proudhon en su cita bíblica en latín. Muy posiblemente desde 1789 el mundo cultural y político occidental, ha vivido anclado en dos mitos, el del progreso y el de la revolución. El primero, confiando en un tiempo ilimitado hacia adelante, que iría aportando mejoras constantes y acumulativas llegaría por fin a la sociedad perfecta. La ciencia y la técnica serían los dos instrumentos fundamentales de ese progreso imparable. Eso siguen creyendo algunos transhumanistas y neoliberales. El segundo, es el mito de quienes, atraídos por la fuerza revolucionaria, mostraban una impaciencia, acompañada de una fuerte pasión romántica, que les llevaba a estar seguros de que una gran confrontación daría paso a un régimen político, económico y social totalmente nuevo. Lo creyó el sandinismo, por ejemplo, o el chavismo actuales, pero son mucho más cautos el zapatismo y el pueblo kurdo de Rojava. Tras doscientos años de experiencia, no está muy claro de qué hablamos cuando hablamos de progreso y hemos salido algo escaldados de sucesivas revoluciones que dieron a luz nuevas formas de dominación y opresión.

Por eso mismo, la dialéctica entre destruir y edificar es más bien una dialéctica siempre abierta, sin una síntesis final en la que desaparezcan las contradicciones; ya lo decían Proudhon y Mella, dialécticos, pero no hegelianos. Y por eso mismo hay otro modo de entender la propaganda por el hecho que poco tiene que ver con el destruam, pero sí mucho con el ædificabo. Se trata de edificar aquí y ahora, en el tiempo presente en el que vivimos, realidades personales, familiares, sociales, políticas y económicas diferentes. Nos puede y nos debe preocupar el futuro a corto y medio plazo, pues prever lo que puede ocurrir nos ayudará a proveernos de los recursos necesarios para afrontarlo con éxito. Pero lo verdaderamente importante es lo que tenemos que hacer aquí y ahora, en el presento denso y pleno. Incluso, como bien dicen algunas de las personas más lúcidas del ecologismo radical, ya hemos llegado a un punto de no retorno. Es decir, la batalla para frenar y revertir un proceso de degradación y colapso ecosocial se ha perdido y nuestro esfuerzo fundamental tiene que centrarse en lo que hacemos en el día a día que nos ocupa y nos urge. Utilizando el transatlántico como metáfora, la errática dirección le ha llevado ya a un punto en el que la rectificación no es posible y empieza a entrar en el puerto como elefante en cacharrería. Ya se ven con claridad los primeros destrozos.

De hecho, se trata de dejar de imaginar mundos futuros eutópicos o distópicos y centrarse en los mundos presentes. De algún modo es recuperar algo del anarquismo que el marxismo criticaba: su negativa a trazar una clara hoja de ruta para la conquista del poder y la instauración de la sociedad revolucionaria. Por una parte, se debía a una profunda confianza en la capacidad creativa de la inteligencia colectiva del pueblo cuando se pone a resolver problemas. Pero también podemos entenderlo como una apuesta por el talante profético no en el sentido de adivinar el futuro, sino en el sentido de denunciar los males presentes sin concesiones y exigir la inmediata realización de proyectos de vida conforme a reglas completamente diferentes, reglas de apoyo mutuo y solidaridad, sin gobernantes ni gobernados. En sus momentos de mayor presencia social, eso hizo el anarquismo: crear realidades sociales de diverso tipo en las que se prefiguraba la sociedad en la que querían vivir. No dejaban para el mañana lo que podían vivir en el hoy.

Se trata de mostrar a la sociedad en la que vivimos que la anarquía funciona, buen título de un libro de Gelderloos. Es decir, y concretando como decía al principio en mis círculos de influencia más inmediatos, en los que puede prefigurar esos ideales en los que creo, se trata de hacer ver que un profesorado anarquista, ácrata y libertario es alguien que, junto con su alumnado, disfruta más de la relación pedagógica, sale más enriquecido. Es más, puede empezar a dar clase de una manera distinta hoy mismo. Es hacer ver que un sindicato autogestionario defiende mejor los intereses de los trabajadores y les ofrece posibilidades de interacción más enriquecedoras en la propia práctica sindical. Es mostrar que se aborda mejor la vivienda desde proyectos cooperativos autogestionados. Y podemos seguir con más ejemplos. No damos nuestra vida por la Idea, sino que la Idea enriquece nuestra vida actual.

Breve nota final, para seguir pensando en ello

Tiempos muy complejos vivimos y no es fácil ofrecer soluciones concretas para problemas tan complicados. Vivimos también tiempos de urgencias, como ha puesto claramente de manifiesto la pandemia: no es que la crisis nos vaya a llegar dentro de cinco, diez o quince años. Es que la crisis ya está aquí y no podemos pararnos mucho tiempo para pensar. No somos, ni mucho menos, los únicos que estamos ocupados en estos temas. Personas y organizaciones de todo tipo son conscientes de la situación y buscan soluciones, eso sí, no todas guiadas por los mismos objetivos ni dispuestas a aplicar las mismas soluciones. Y no es nada fácil conciliar intereses tan dispares, ni siquiera estar de acuerdo en cuáles son las estrategias de acción más adecuadas. Eso es algo que también nos ha enseñado la crisis del COVID-19: no hay respuestas claras y sí hay muchas incertidumbres. La ciencia no es tan poderosa como se pensaba y los líderes no son tan clarividentes como fingían ser. Nos damos cuenta de que el emperador está desnudo y corremos el riesgo de que pueda cundir cierto miedo, casi pánico, que favorezca a líderes iluminados con brillantes y simples soluciones, pero muy destructivos.

Por otra parte, la correlación de fuerzas es para el campo anarquista, claramente desfavorable. Es difícil calcular cuanta gente puede sintonizar con nuestra propuesta, pero posiblemente sea muy poca en cifras relativas.
No lo tenemos fácil, en principio. Ya dije antes que el capitalismo como sistema y como modo de vida está muy arraigado en la sociedad, y es capaz por el momento de tolerar la existencia de partes crecientes de la sociedad cuya vida está lejos de ser satisfactoria. Desgraciadamente, el capitalismo goza todavía de una mala salud envidiable, si bien son muchas las personas que viven al límite o sumidas en la pobreza y la exclusión. Pero sí que existe un vacío importante: podemos aquí y ahora mostrar modos distintos de vivir y de actuar que son más plenificantes para quienes los hacen propios. Dar ejemplo es siempre la mejor propaganda y la mejor escuela. Además, son modos de vida personal y comunitaria que, de ser asumidos por una mayoría significativa de la población, darían paso a una mejora de las expectativas a medio y largo plazo. En caso contrario, podemos y debemos prefigurar modos de acción directa solidaria y libre que nos permitan vivir una vida con mayor sentido en tiempos de dificultad e incertidumbre.

Félix García M.

Parte final del artículo más extenso titulado “Y ahora… ¿qué hacemos?”, publicado originalmente en la revista Libre Pensamiento # 103, Madrid, verano 2020. Número completo accesible en http://librepensamiento.org/wp-content/uploads/2020/10/LP-N%C2%BA-103_WEBl.pdf.]

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