Hay personas que confunden la crítica, en mi caso, tan feroz como razonada, con una suerte de censura, motivos ocultos, manía antialgo e incluso, abundaremos en ello más adelante, con una persecución represiva y violenta. Voy a dedicar mi (sobradamente) lúcida columna de hoy, como se ve en el título, a una cuestión religiosa muy concreta, pero extiendo el razonamiento a cualquier otro ámbito. Insisto, cuando uno se muestra razonable y radicalmente crítico, algo que me parece indispensable para el avance hacia alguna parte (vamos a presuponer que es hacia adelante), gran parte del personal tuerce el morro y se queda observando el dedo que señala sin atender a argumentos sólidos ni profundización alguna. Es una tendencia obvia, del ser humano, el acomodo intelectual (y moral), y la clase dirigente siempre se aprovechará de ello con discursos básicos, vacuos o manidos, si no directamente falacias. Es más, creo que el autoritarismo y la violencia están tan arraigados en el vulgo que, como ya insinué al principio, si uno se declara sin ambages anticlerical inmediatamente muchos lo identifican con comerse a los curas y quemar iglesias. En otras palabras, que si te muestras contrario a una determinada organización, y a la clase mediadora (por lo tanto, autoritaria) que la sustenta, seguro que eres un elemento violento.
Vamos con el catolicismo, ejemplo que uso, no porque no me atreva a meterme con otra clase religiosa (como argumentan algunos bodoques reaccionarios), sino porque se trata de la institución religiosa que venimos sufriendo en España durante centurias. Sí, sé que hablamos de una corporación mundial, con sucursales en infinidad de países, y con cientos de millones de seguidores. ¿Y? Esos datos no pueden excluir la posibilidad de una crítica hacia una institución vergonzosamente jerarquizada, hasta el punto de que la suma autoridad terrenal está en comunicación con un ser fantástico todopoderoso, plagada de dogmas absurdos y creencias atávicas que deberán ruborizar al más pintado a poco que se analicen con calma. Estas palabras, en lugar de provocar el enfado y asumir la ofensa (como es lo tristemente habitual, incluso pretendiendo que la legislación represiva actúe), deberían hacer recapacitar pensando que el que suscribe, un tipo con una retórica tan temible, es posible que esté cargado de razón (algo usual en mí, por otra parte).
Vamos ahora con una serie de argumentos anticlericales, si bien de evidente naturaleza libertaria, también perfectamente válidos para cualquiera dotado con comunicación interneuronal. No olvidemos de entrada, e insistiré de manera concreta en la cuestión católica, que dicha institución y creencia, a pesar del maquillaje actual, tiene el afán universal de convertir a todo cristo. Es decir, el cristianismo es la religión verdadera, como por otra parte proclama cualquier otra confesión, y el catolicismo la verdadera Iglesia en la tierra y en el cielo. Un motivo más para oponerse, filosófica y moralmente, a la doctrina que nos ocupa en nombre del rechazo del absolutismo, el dogmatismo e incluso de la universalización. Sí, todo ello me coloca en un campo más cercano al relativismo, que requiere de matices que exceden este espacio, pero diré de momento que creo que ello me sitúa en una posición más sólida de defensa de unos valores libertarios y antiautoritarios. Solo hay que observar la cantidad de barbaridades que ha hecho el ser humano en la historia en nombre de esa abstracción sobrenatural, supuestamente benévola, llamada Dios y de sus versiones secularizadas. Y, sin embargo, son los defensores del absolutismo los que se siente normalmente agredidos por cuestionar sus creencias e incluso señalarlas como absurdas y nocivas. La libertad religiosa, tan enarbolada por los creyentes, es una parte de la indispensable libertad de conciencia; como parte de esta, está también la total libertad de crítica, aunque muchos se ofendan.
Pues yo fui educado en el catolicismo y, cuando con diecinueve años empecé a implicarme en la politica en la universidad, llegué a la conclusión que la ideologia política más coherente con el catolicismo era el anarquismo, influido posiblemente por Emmanuel Mounier. Desde entonces, además de una tesis doctoral sobre el pensamiento anarquista milité en organizaciones anarquistas o cercanas. Primero en la editorial Zyx. Muerto Franco, brotó con fuerza el anarconsicalismo, y en 1985 me afilié al sector que hemos terminado siendo la CGT, ocupando diversos cargos. Siempre he visto que había algunas tesis del anarquismo incompatibles con el catolicismo, pero yo siempre he mantenido que, por encima o por debajo de las discrepancia fuertes, es posible la compatibilidad. Desde luego, en el sindicato nunca me han dicho mucho, salvo a veces argumentos como los que tu expones. En alguno textos lo he argumentado, pero no es el momento ahora. Es decir, me considero al mismo tiempo católico y anarquista. No somos muchos, pero…
Hace mucho tiempo que me educaron en El Catolicismo y no me gustan sus ideas y dogmas.
¿Espiritual? Soy materialista. Un materialista muy básico pero materialista.
Se oye un «run-run»… Vivo así.
Por cierto: siempre me acuerdo de «La Fiesta Pagana» y aunque encuentro más sentido a un cierto tipo de paganismo, tampoco comulgo con «La Fiesta Pagana».
Deberíais ver como absolutamente toda mi clase copió en el examen de religión más duro y muy absurdo que tuvimos en sexto de primaria. No se salvó nadie.
Y, por cierto, no me resulta desagradable estudiarme las religiones.