Miquel Amorós es historiador, teórico crítico y militante anarquista. Preso en diferentes cárceles durante el franquismo, desde los años 70 a la actualidad ha colaborado en diferentes colectivos -como Bandera Negra, Tierra Libre, Barricada, Los Incontrolados, entre otros- y revistas –Enclyclopédie des Nuisances o Argelaga (ésta última activa desde 2013), defendiendo siempre el antidesarrollismo y el territorio desde planteamientos libertarios en sus charlas. Su crítica al ciudadanismo y su estudio sobre la guerra civil revolucionaria y el anarquismo son hoy día importanes elementos para comprender nuestro presente.
– Como historiador, ¿por qué es importante para ti la Historia? ¿Qué crees que puede decirnos?
Miquel Amorós. La Historia es el escenario de la guerra social, el lugar de la resistencia a la opresión, donde se configura un sujeto revolucionario. Es pues el hogar de la verdad, que, ante todo, es tanto el resultado del proceso de luchas como el proceso mismo. El conocimiento histórico no solamente trae al presente la verdad contenida en las revueltas pasadas, su parte no vencida, sino que es imprescindible para elaborar una estrategia eficaz en las revueltas presentes y futuras.
– ¿Cómo ves el orden de las cosas, política y vitalmente hablando, en la actualidad?
M. A. Padecemos las consecuencias de la explosión de burbujas financieras generadas por una rápida mundialización capitalista. La traducción geopolítica del proceso mundializador se concreta en una pugna por el control de las fuentes de energía principales, gas y petróleo, pero también minerales, agua y tierra, responsable último de las guerras actuales. El capitalismo ha entrado en una fase extractivista que se apoya en desarrollismos emergentes, pretendiendo mediante la explotación intensiva del territorio superar la contradicción entre una capacidad productiva enorme y un mercado mundial todavía limitado. Dicha contradicción desemboca en una tendencia acelerada a la caída de beneficios. Las clases dirigentes confían en un crecimiento económico como salida para que el vacío personal de una vida sometida al consumo mercantil, las catástrofes ambientales, las enormes desigualdades y las grandes injusticias sociales no generen conflictos radicales.
– ¿Y la teoría y la praxis revolucionarias de hoy? Parece ser que el pensamiento débil es la norma. Pero, ¿qué ocurre con el pensamiento fuerte que nunca termina de explotar? ¿Se hace querer?
M. A. La praxis revolucionaria existe y podemos traer a colación ejemplos como la autoorganización de barrios en Grecia, la conducta de los kurdos sirios en la guerra contra diversas autoridades, las luchas de los indígenas y pobladores mexicanos, el movimiento Pase Libre en Brasil, la revuelta mapuche en Chile… En cambio, no podemos afirmar con igual rotundidad que la teoría revolucionaria existe, pero en fín, si bien no hay una teoría unitaria presente que sirva para la comprensión de la época actual y la explique con contundencia, tampoco su campo es un desierto, pues hay indicios de sobra de la existencia de un pensamiento libre, manifestándose en revistas, libros, radios libres, charlas, etc. Por suerte, el pensamiento débil todavía no es la norma, aunque haya colonizado el imaginario de un sector juvenil determinado, mayoritariamente de origen estudiantil, cuya mentalidad es fuertemente deudora de la ideología burguesa.
– Herederos de una serie de derrotas, el derrotismo sigue con fuerza entre nosotros. Si bien es cierto que han llegado caras nuevas con la esperanza por bandera. ¿Qué opinas acerca de la «nueva política» o la «mesocracia»?
M. A. Olvidar las derrotas pasadas obliga a partir de cero, es decir, a hacer borrón y cuenta nueva de la experiencia histórica, de la memoria en suma. Esa amnesia es interesada puesto que permite que la vieja política se presente con caras nuevas, o más bien, con nuevo maquillaje. En el estado español estamos contemplando esa clase de renovación, cuya credibilidad reposa en el bombardeo mediático, la mistificación de la política y la ignorancia completa de las enseñanzas de las luchas pasadas, o lo que viene a ser lo mismo, en el espectáculo (entendido como relación social mediatizada por imágenes). Tal reteatralización de la actividad pública es obra de los representantes políticos de la nueva clase media asalariada –empleados, funcionarios, licenciados precarios y estudiantes-, aquella a la que los situacionistas denominaba “cuadros”, eslabón intermedios en el proceso de racionalización capitalista. Los nuevos partidos y coaliciones ciudadanistas defienden los intereses de dicha clase, bastante afectados por la crisis, a menudo recurriendo a una retórica radical que ha demostrado un innegable poder de desmovilización.
– Con respecto a tu cercanía con los situacionistas. En Nuda Vida creemos que la construcción de situaciones es importante, pero ¿cómo construir una situación en un espacio-tiempo tan sometido al control policial del Estado y a los polis vestidos de civil?
M. A. Los situacionistas, en su primera etapa, aquella en la que creían que la creación artística podía contribuir a la revolución sin abandonar su propio medio, aquella pues en la que el capitalismo no se había apoderado de dicha creación, elaboraron una estrategia de intervención en la cultura que llamaron “construcción de situaciones”. Se trataba de construir nuevos ambientes, en el ámbito cultural y artístico, susceptibles de despertar comportamientos disolventes. Es lo que en su forma más integrada al mercado recibió los nombres de happenings y performances. En las condiciones culturales posmodernas, que son las de hoy, es absurdo ir por ese camino, a no ser que se quiera reivindicar una sospechosa etiqueta de “artista” o “creador”. Ya era absurdo en 1960, en los comienzos del mercado del arte de vanguardia, y los situacionistas lo comprendieron así puesto que abandonaron esa estrategia para dedicarse a la crítica revolucionaria y a su comunicación escandalosa. En efecto, ¿cómo usar medios artísticos que resulten prácticos si el sistema, o bien los ha integrado, o bien los mantiene separados de las luchas reales gracias al control institucional?
– Si hay algo por lo que se distinguen los tiempos que corren, donde la unidimensionalidad propagada por el Espectáculo está en todas partes, es por la espera, la espera de esa utopía intransigente, todavía por transformar. Como decía la canción chilena, ¿hasta cuándo?
M. A. Se hace camino al andar, decía Machado. Al luchar, diría yo. Las utopías forman parte del combate. Nacen, adquieren consistencia y se manifiestan en su desarrollo. No es algo fijo de antemano que espera su momento para darse a conocer.
– ¿Cuál es tu opinión acerca del Viejo Mundo?
M. A. Antes había que correr para dejarlo atrás (“cours, camarade, le vieux monde est derrière toi”, decían en Mayo); ahora en cambio, lo tenemos delante. Más que correr, habría que pararse. Ha desarrollado tal extraordinaria capacidad de cambio destructivo que no se puede sabotear más que con la conservación de todo aquello que aún podría servir para la causa de la libertad. Los revolucionarios de hoy son conservadores, o mejor antiprogresistas, pues saben que cualquier futuro, con los actuales dirigentes y en las condiciones que sin cesar van renovando, será peor.
– Tenemos en Latinoamérica una gran fuente de recursos para la descolonización de Europa. ¿Qué acciones o actitudes de allí echas en falta aquí? Sabemos que estamos hablando de múltiples realidades muy diferentes entre sí, pero los nodos están ahí y se pueden potenciar. ¿Cómo hacer?
M. A. En Latinoamérica existe una clase campesina numerosa y consciente, con su propia cultura, no capitalista, sus propios valores y sus propios métodos de lucha, capaz de enfrentarse a la nueva casta desarrollista que se adueñó del Estado, motivo de inspiración del ciudadanismo ibérico, la nueva socialdemocracia. Los comuneros campesinos vertebran la resistencia al capitalismo extractivista, dando sentido y abriendo horizontes a las luchas urbanas, más centradas en la oposición a los grandes eventos espectaculares, los grandes proyectos inútiles, las subidas tarifarias del transporte y la corrupción generalizada. En Europa, después de Mayo del 68, y después de las derrotas proletarias de los setenta y del hundimiento del bloque estalinista, no ha emergido ninguna clase capaz de constituirse en sujeto portador de valores universales representando al conjunto de los oprimidos, o sea, en sujeto revolucionario.
– ¿Nos podrías hablar un poco acerca del antidesarrollismo? Hablando con varios amigos sobre el antidesarrollismo y el decrecimiento, no queda del todo claro cómo diferenciarlos. ¿Qué tienes que decirnos al respecto?
M. A. El antidesarrollismo es un pensamiento crítico que saca balance del periodo histórico anterior, y es a la vez una práctica antagonista que afronta una época caracterizada por la fusión del Capital y el Estado, del territorio y la metrópolis, y como colofón, de la industria y la vida. Sus análisis -especialmente su teoría de la crisis y su crítica de la idea de Progreso-, beben en manantiales semejantes a los decrecentistas, por lo que no es de extrañar que se den coincidencias a ese nivel. Sin embargo, las similitudes acaban ahí. Los antidesarrollistas critican las ambigüedades de las ocho erres del decrecimiento, su indiferencia ante los conflictos cotidianos, su conformismo político y su reformismo. Los decrecentistas dan la espalda a la cuestión social, que es un tema de clase a resolver mediante un largo proceso de luchas, porque apuestan por una frugalidad sin peligro. Por nada del mundo se implicarían en asuntos con posibilidad de derivas violentas. Ellos se limitan a fórmulas económicas, principalmente cooperativistas, que apoyadas por el Estado, por instituciones de menor rango o simplemente por socios altruistas, conducirán a una transformación social pacífica dentro del capitalismo. Naturalmente, el Estado puede favorecer una cohabitación con el Capital si se atreve a promover los sectores alternativos en detrimento de los mercados globales. Los antidesarrollistas no comulgan con tales recetas voluntaristas. Para ellos, el Estado y el Capital son la misma cosa, por lo que resulta ingenuo pensar que ambos hayan de actuar en contra de sus intereses. No se puede usar uno contra el otro, ni tampoco podemos acabar con uno si al mismo tiempo no acabamos con el otro. Para la desglobalización y desindustrialización no valen fórmulas por magistrales que sea, sino revoluciones.