Colin Ward hacia hincapié en lo ardua que había sido lo lucha histórica por romper con la exclusividad de las instituciones religiosas en la labor educador y por que ésta fuera obligatoria, gratuita y universal. Los grandes opositores a esta labor contra el control religioso serían los privilegiados en la sociedad, aquellos que poseían intereses económicos y deseaban que los críos trabajaran cuanto antes y siguieran en la ignorancia.
La educación universal y obligatoria se remonta a la Ginebra calvinista de 1536, las intenciones fueron plantar «una escuela y una iglesia en cada parroquia». En la puritana Massachussets, se introdujo la educación primaria, obligatoria y gratuita en 1647. En 1717, Federico Guillermo I de Prusia sería el que declarara la obligatoriedad de la escuela primaria; diversos decretos de Luis XIV y Luis XV obligarían también a la asistencia regular a las escuelas francesas. Leyendo al sociólogo e historiador Lewis Munford, podemos concluir que la escuela común no fue un producto tardío de la democracia del siglo XIX; por el contrario, la fórmula mecánico-absolutista jugó un papel decisivo al respecto. Lo que Ward nos señala es que el Estado actuaría en su propio interés, socavando los cimientos de la iniciativa local. La educación obligatoria estaría históricamente vinculada con el contexto de la imprenta, el auge del protestantismo y del capitalismo, y con el desarrollo de la nación-Estado.
Dos grandes filósofos racionalistas del siglo XVIII se ocuparían del problema de la educación popular, adoptando posturas antitéticas. Rousseau, en su Discurso sobre economía política, se declararía a favor de la educación pública «bajo los reglamentos prescritos por el Gobierno… si los niños se educan en común, en el seno de la igualdad; si se les imbuyen las leyes del Estado y los principios de la Voluntad General… no habrá ya duda de que se amarán como hermanos.. y serán en su día defensores y padres de la patria de la que durante tanto tiempo habrán sido los niños». Por el contrario, William Godwin criticará toda idea de una educación nacional en Enquiry Concerning Politican Justice. Recordando los argumentos a favor de Rousseau, se pregunta: «Si la educación de nuestros jovenes se halla confinada enteramente a la prudencia de los padres o a la benevolencia de personas privadas, ¿no seguirá la consecuencia necesaria de que algunos saldrán educados en la virtud, otros en el vicio y otros sin educación de ninguna clase?».
Ward recuerda entusiasmado las conclusiones de Godwin:
Los males resultantes de un sistema de educación nacional son, en primer lugar, que todos los establecimientos públicos son portadores de la idea de permanencia… la educación pública ha malgastado siempre sus fuerzas manteniendo prejuicios. Enseña a sus alumnos, no la fortaleza que llevarán todos los problemas a la prueba del examen, sino el arte de defender los dogmas que están previamente establecidos… Incluso en la insignficante institución de las catequesis dominicales, las lecciones fundamentales que se enseñan son una supersticiosa veneración de la Iglesia Anglicana y la reverencia a toda persona que viste un abrigo lujoso… En segundo lugar, la idea de una educación nacional se halla fundamentada en una falsa consideración sobre la naturaleza de la mente humana. Todo lo que un hombre hace para sí mismo está bien hecho, cualquier cosa que sus vecinos o su país se propongan hacer estará mal… Quien aprende porque desea aprender escucha con atención las instrucciones y asimila su significado. Quien enseña porque desea enseñar desempeñará su ocupación con entusiasmo y energía. Pero en el momento en que una institución política se propone asignar a cada hombre su lugar, las tareas de unos y otros se desempeñarán con dejadez e indiferencia… En tercer lugar, el proyecto de una educación nacional debe ser rechazado por su evidente alianza con el gobierno nacional… El Gobierno no dejará de emplearla para reforzar su brazo y perpetuar sus instituciones… Sus intenciones como instigadores de una sistema educativo serán análogas a las que tiene políticamente.
Lo que se critica es la perpetuación de la desigualdad social, gracias a una aceptación de los roles producto de esa educación nacional aliada del gobierno e insertada en instituciones jerarquizadas y coactivas. Como ya denunciara Bakunin, gran parte del pueblo se mantiene en una constante «minoría de edad», incapaz de poseer el conocimiento para escapar de la tutela de sus mayores. Colin Ward añadía, a todos estas objeciones al papel educador del Estado, la afrenta que realiza a la justicia social. Si existen educadores bienintencionados que han logrado ciertas condiciones igualitarias, al menos en su punto de partida, muy pronto la carrera se torna injusta. El dinero invertido en los sistemas educativos no beneficia a los estratos más bajos, más bien al contrario, parecen un medio más de que los pobres subvencionen a los ricos. La explicación está, según diversos informes, en que las clases más altas se benefician más del sistema educativo mientras contribuyen bastante menos que las bajas, que financian a través de los impuestos los presupuestos para la educación pública. Las cifras resultan tan escandalosas que, aunque gran parte de las cifran fueran gasto privado, la cosa sigue siendo muy flagrante.
Se deduce que el Estado, en los sistemas de educación, tiene un papel determinante en la perpetuación de la injusticia económica y social. Ward hablaba, en gran medida, de la situación de Gran Bretaña y es por eso que se preguntaba si, verdaderamente, estábamos hablando de una educación insertada en un sistema estatal. Paradójicamente, las escuelas británicas, con las excepciones de las independientes y de las directamente subvencionadas por el gobierno, están dentro de las pertenencias y jurisdicción de las autoridades locales; estas, obtienen sus ingresos de los impuestos locales, pero siendo estos insuficientes para sufragar los gastos el Gobierno subvenciona a las autoridades locales para cubrir la diferencia (el control estatal está, así, asegurado). Es por eso que, existiendo una aparente descentralización, se trata de un sistema educativo estatalizado, demostrable en muchos detalles a nivel administrativo e institucional. No obstante, Ward recordaba que los métodos experimentales en educación eran más sencillos de llevar a cabo a nivel local, en el que se puede captar el interés y apoyo de los habitantes directamente interesados, que si se trata de erosionar el enorme monstruo burocrático estatal. Es un ejemplo más de la tradición anarquista, insertada en el federalismo y en la descentralización (antiestatalismo, en suma) y opuesta claramente a otras corrientes que la historia ha demostrado perniciosas (naturalmente, hay que seguir hablando de muchos otros valores, para mostrarse como alternativa al liberalismo).
Colin Ward denunciaba que la parte central del problema educativo estaba en el hecho de que las opciones están determinadas por la obligación del ciudadano de financiar mediante los impuestos el sistema tal y como está establecido. Las opciones, de esta manera, quedan limitadas y las personas de bajo nivel adquisitivo, sin ingresos marginales como suelen tener las clases altas, quedan determinadas por esta situación fiscal. Si los ricos, y algunos sectores de las clases medias, encuentran alternativas a la educación de sus hijos, hay que recordar que gran número de las escuelas llamadas «independientes» son idénticas a las oficiales. Todos, en mayor o en menor medida, y a pesar de las alternativas que queramos buscar, acabamos financiando el sistema a traves de impuestos y contribuciones. Naturalmente, el sistema nunca financiará proyectos de educación «libres» o alternativos, ya que de esa manera contribuiría a debilitar su propia estructura.
Se demanda un sistema educativo que ofrezca auténticas posibilidades de elección entre modos de aprendizaje diversos. La educación no debería limitarse a un sistema escolar unitario ni a una determinada etapa de la vida del individuo, tendría que estar abierta para que en cualquier momento, por razones personales o laborales, se pudiera acceder a ella (sin generar élite en la llamada «educación superior»). Colin Ward, sin pretender aportar una medida revolucionaria y sí dar una alternativa al sistema desigualitario y elitista, hablaba de un sistema de «vales de educación», que recibiría cada ciudadano al nacer y que le supondrían un derecho a unas determinadas «unidades de educación», canjeables en cualquier momento de su vida. De esa manera, quería buscar alternativas educadoras, en las que incluso puede tener cabida a temprana edad la desescolarización y aprendizaje en casa si así lo desean los padres. Naturalmente, estamos hablando de una medida reformista que no supondría el fin del elitismo, solo conseguible con medidas radicales, pero al menos el sistema daría cabida a experimentos alternativos para los que hoy no existen recursos. El sistema de vales sería, además, una medida estatal (que, al día de hoy, no ha adoptado ningún gobierno), por lo que hay que aprovechar el grado de descentralización, que permite el sistema, para generar alternativas sólidas.
El escritor y anarquista Paul Goodman, en los comienzos de la década de los 60 del siglo pasado, realizó una serie de proposiciones para aquellas escuelas o comisiones educativas que decidieran arriesgarse de veras:
-«Suspender la escuela» en algunas ocasiones, algo que no sería perjudicial, ya que está comprobado que un niño puede recuperar sus primeros años de escolaridad en unos pocos meses de buena enseñanza.
-Renunciar al uso de las instalaciones escolares, utilizar el contexto de la ciudad como escuela.
-Invitar a adultos de la comunidad de diversas profesiones, dentro y fuera de la escuela, a ser educadores de los pequeños.
-Abolir la obligatoriedad de la asistencia a clase.
-Profundizar en la descentralización, convertir las escuelas urbanas en pequeñas bases locales de 20 a 50 estudiantes.
-Utilizar el presupuesto escolar para enviar a los niños dos meses al año a granjas especiales.
Hay que reconocer que la primera de estas medidas no parece tener posibilidades de ser llevada a cabo, ya que es muy posible que los padres se sintieran engañados. En cuanto a la última, tal vez pudiera pasar por un truco para generar mano de obra barata. Sin embargo, el resto parece que se ha implantado con éxito en no pocas ocasiones; Colin Ward veía como la más interesante en cuanto a su aplicación la de crear pequeñas unidades educativas en lo que pudieran ser locales comerciales vacíos. Erradicar los muros en la escuela es un experimento que se ha demostrado que funciona, la educación puede desarrollarse perfectamente en el conjunto de la comunidad y la búsqueda de instalaciones considerarse una parte del proceso educativo. «La ciudad ofrece una variedad increíble de laboratorios de aprendizaje; los estudiantes de arte usan el Museo de Arte, los estudiantes de biología se reúnen en el zoo y los cursos de enseñanza profesional tienen como punto de reunión las instalaciones correspondientes a su especialidad; los periodistas en un periódico y los mecánicos en un garaje…». Se aboga por programas escolares que no aíslen a los estudiantes y que les posibiliten la comprensión funcional de cómo se produce la vida en el seno de una comunidad. Ésta, es una parte importante en la educación de sus hijos, y también sufre las consecuencias en el caso de una mala calidad de enseñanza.
Ward demandaba una fuerte presión «desde abajo» que ayudará a proyectos de desescolarización, a crear sistemas de enseñanza alternativos que no supusieran la gran masa de excluidos y rebeldes que, año tras año, se ven abocados a una carrera de obstáculos en la que son los perdedores. Se cree firmemente que el ser humano, en los inicios de su vida, está dispuesto a aprender, pero que es tantas veces un sistema pernicioso, del que quieren escapar más tarde, el culpable de la falta de atractivo en la enseñanza. Ward predecía que, en un futuro próximo, se abundaría en medidas autoritarias, en las que las autoridades escolares tomarían el control de todas aquellas medidas a pequeña escala, como los centros o talleres comunitarios de acogida a chavales, para evitar que estos se encuentren en las calles. La escuelas, a su vez, estarán encantadas de estas medidas para deshacerse de aquellos escolares que les impiden llevar a cabo su tarea de domesticación y de formación en la meritocracia.
A comienzos del siglo XXI, la situación es incluso peor: con una tremenda crisis de valores, una visión permanentemente errada de la autoridad en la escuela y con los cimientos intactos de una sociedad desigualitaria. La visión anarquista nos dice que no se pueden pedir medidas al Estado que socaven su propia naturaleza, ya que se trata de una institución creada para proteger los privilegios de clase. A lo que sí estamos obligados a apoyar, al margen del sistema sociopolítico en el que nos encontremos, es a generar métodos educativos alternativos capaces de competir de manera firme con los oficiales. Algunos presupuestos educativos ácratas han sido adoptados por el tiempo, ya que se ha demostrado su buen funcionamiento, además de la justeza de sus planteamientos. Sin embargo, las medidas más radicales y atrevidas solo están en nuestras manos, al margen de toda tutela, en un proceso de progresiva descentralización.