En la cartelera madrileña, puede verse una interesante película, tal vez más por cuestiones políticas y filosóficas, que estrictamente cinematográficas, llamada El joven Karl Marx; el film, al margen de los aciertos y equivocaciones de el autor de El capital, pone de actualidad temas primordiales sobre el movimiento obrero y el desarrollo económico.
La historia recupera al personaje unos años antes de la escritura de el Manifiesto comunista, en torno a 1843, cuando escribía artículos en la Gaceta Renana, periódico liberal opuesto al absolutismo prusiano, donde se vislumbra toda una declaración de intenciones sobre el personaje histórico. La secuencia inicial, donde unos campesinos alemanes que recogen leña son masacrados por soldados a caballo hilvana con un texto de Marx, leído en off, en dicha publicación. En dicho artículo se defiende el derecho de los campesinos, por costumbre tradicional, a recoger leña en la región de Mosela, y se denuncia la nueva legislación que lo prohíbe. Como bien se narra en la película, Marx no se había empapado todavía de los grandes economistas ingleses, Ricardo, Smith o Bentham, algo que hará por la recomendación de Engles, y su gran e influyente obra, El capital, tardará más de dos décadas en llegar. Desde el principio, observamos a un joven Marx, tan lúcido, como vanidoso e intransigente, con una actitud permanente de creerse mucho más listo que los demás. Un retrato que, es muy posible, sea muy fiel a la realidad. Como puede verse ya en este primera secuencia, la película va a resultar excesivamente erudita y discursiva, tal vez demasiado para los profanos, sin que la habilidad cinematográfica juegue demasiado a su favor.
Si el protagonista principal de nuestra historia no resulta excesivamente alentador, al menos desde la calidez humana, no pasa lo mismo con una serie de personajes secundarios mucho más interesantes. En esos primeros minutos, en la redacción de la Gaceta, vislumbramos a un Stirner, del que la narración no se ocupa, ni puede hacerlo por supuesto. Marx, muy pronto, abomina de aquellos autores, la llamada izquierda hegeliana, de la que él mismo había formado parte, refiriéndose muy despectivamente a sus miembros en varias ocasiones. Resulta muy interesante observar la evolución real de cada uno de ellos, empezando por el propio Stirner, que no tardaría demasiado en escribir su gran e incomprendida obra El único y su propiedad, obra a la que Marx y Engels dedicarán especial atención en La ideología alemana. Pero, como hemos dicho, Stirner es apenas un cameo en El joven Karl Marx, una película tal vez con excesivas referencias. Más atención se dedica a otros personajes socialistas, más enérgicos y libertarios que el propio Marx, como son Proudhon, Weitling y el propio Bakunin en persona. Todos estos personajes secundarios, al igual que el propio Engels, a pesar de sus desvaríos autoritarios finales, resultan mucho más atractivos y cercanos que el manipulador y vanidoso Marx. Aunque las licencias son seguramente excesivas, empezando por un discurso de Proudhon, en el que expone su conocida teoría sobre la propiedad como un robo, opuesto a la posesión de los medios de producción por parte de los trabajadores, con la actitud despreciativa una vez más de Marx. Discurso, por cierto, al que también asiste un enérgico y entusiasta Bakunin.
En prácticamente cada línea de diálogo hay toda una declaración de intenciones sobre cada personaje; es así hasta el punto, que el propio Bakunin lanzará vivas a la anarquía en ese mismo mitin de Proudhon. Algo, con seguridad, históricamente prematuro, pero que sirve para que el joven Marx niegue tajantemente su condición de anarquista, lo que provoca una sonrisa socarrona confirmadora del propio Bakunin. Sin duda, representación del germen de lo que será el enfrentamiento entre los dos grandes pensadores en el seno de la Primera Internacional, y la posterior bifurcación del movimiento entre seguidores de uno u otro. El propio Proudhon, un autor muy influyente, lúcido y radical, pero extremadamente cauto, que no creía en un gran evento revolucionario de carácter violento, y sí en una transformación gradual, es utilizado de forma manipuladora por Marx y Engles. A la escritura de sus grandes obra, Filosofía de la mísera, responderá el obsesivo Marx con Miseria de la filosofía, no por igualmente brillante, fue realizada con la intención de refutarle una vez que no servía a sus objetivos. El autor francés, de forma emotiva a poco que se tenga algo de espíritu libertario, y ajustado a la verdad histórica, le reprocha a Marx en la película, una vez abolidos todos los dogmatismos, no fundar una nueva religión en la que ellos fueran los profetas. Ese afán iluminador y autoritario de Marx y Engels se muestra correctamente en el film, cuando transforman la Liga de los Justos, muy influida por la fraternidad universal que propugnaba Weitling, en La Liga de los Comunistas. El lema de hermandad entre todos los hombres es sustituido por «¡Proletarios de todos los países uníos!».
Y es precisamente la cuestión de clase la que la historia en el film pone sobre el tapete. Marx y Engels estaban obcecados en que el proletariado, emergente en aquel momento, fuera el protagonista del cambio revolucionario. Se enfrentaron así a las concepciones de Weitling, que con seguridad influyó en Bakunin, cuya vitalidad transformadora englobaba a todas las clases oprimidas. Otra cuestión primordial que acabará enfrentando, igualmente, a libertarios y marxistas. La película, al margen de sus virtudes cinematográficas, tiene otro valor, y es poner de actualidad la cuestión de la lucha obrera y el desarrollo del capitalismo. En la secuencia final, una vez escrito el Manifiesto comunista, se intuye la posterior evolución y adaptación del capital, algo sobre lo que, sin embargo, Marx erró en su doctrina supuestamente científica sobre las leyes de la historia. El proletariado es hoy una clase difusa, no predominante en las sociedades capitalistas, por lo que la concepción libertaria, hoy como ayer, prefiere hablar de explotados y oprimidos, en general. Es tal vez algo grotesco culpar íntegramente a Marx de la praxis comunista posterior, filtrada por las tesis leninistas, revoluciones producidas en países paradójicamente no industrializados. Sin embargo, esa ilusión emancipadora que supuso la doctrina marxista, junto a esa temprana denuncia de los anarquistas por optar por una rechazable conquista del poder, resulta hoy también de una indudable actualidad.