La Asociación Internacional de Trabajadores, al filo del tercer tercio del siglo XIX, supuso una reactivación de un socialismo constructivo y militante. La Internacional fue un intento, en los países latinos, junto a la colaboración de obreros franceses e ingleses, de unir a los trabajadores para buscar su definitiva emancipación; la esclavitud de la clase obrera se fundamentaba en la dependencia económica de los dueños de los medios de producción.
La estructura organizativa de esa gran alianza obrera se asentaba en los principios del federalismo, lo que garantizaba a cada grupo particular trabajar según sus propias convicciones y las circunstancias concretas de cada país. El objetivo primero era acercar a los obreros de todos los lugares del mundo, haciéndoles comprender que las causas de su esclavitud eran las mismas en todas partes del mundo, buscando la solidaridad por encima de las fronteras y sin que hubiera un sistema social definido; los principios del movimiento iban surgiendo de su propio seno en base a su lenta evolución y a sus luchas cotidianas.
La Internacional llegó a convertirse en la gran maestra del movimiento obrero llegando a poner en jaque al mundo capitalista. A pesar de ello, los dos primeros congresos, en 1866 en Ginebra y en Lausana al año siguiente, se caracterizaron más bien por la moderación; no obstante, las huelgas constantes en países como Francia Bélgica o Suiza contribuyeron al impulso de la Internacional y a intensificar el pensamiento de los trabajadores. Así, en 1868, el congreso de Bruselas estuvo marcado por un espíritu fortalecido de carácter innovador con unos obreros con cada vez mayor consciencia y seguridad respecto a sus objetivos; la tendencia anarquista, predominante en los países latinos, iba tomando cada vez mayor protagonismo. El congreso de Basilea de 1869 supuso ya el cenit de la evolución ideológica de la Internacional; en él, se ratificaron resoluciones previas sobre la propiedad de los medios de producción y se vislumbró ya la importancia que tenía para la clase trabajadores la organización en sindicatos. Hay que recordar que en las escuelas estatales del socialismo no se concedía gran importancia a los sindicatos primando, como es obvio, la conquista del poder político. Se trataba, la libertaria que apostaba por el sindicalismo, de una nueva idea según la cual el futuro sistema socialista debería ir acompañado de una nueva forma política de organización social; en el congreso de Basilea empezó ya a germinar esta nueva visión anarquista, según la cual no había que imitar los modos de la sociedad burguesa, organizando un partido político para gobernar, sino que había que combatir el monopolio del poder junto al monopolio de la propiedad.
Esta visión socialista y libertaria de la Internacional negaba cualquier forma de Estado, y mucho menos una dictadura, y buscaba un socialismo constructivo en base a un sistema de consejos de obreros; este nuevo sistema debía llevarse a la práctica por medio de diversas ramas industriales y de la zonas agrarias de producción. Era el comienzo de una escisión radical en la Internacional, ya que las secciones libertarias no concebían la igualdad económica sin la igualdad política y social. De esta manera de ver las cosas surgió también la Cámara del trabajo, sugerencia de los internacionalistas belgas, opuesta al Parlamento burgués; sería una manera de representar al proletariado organizado de cada actividad económica o industrial ocupándose de todos los problemas económicos y sociales, y buscando la preparación intelectual de la clase obrera para ocuparse de los medios de producción. Estas ideas fueron difundidas en las secciones de la Internacional de diversos países, siendo en España donde mejor fueron asentadas; con el desarrollo de los partidos políticos, en el futuro serán notablemente ignoradas.
En la Conferencia de Londres de 1871, Marx y Engels hicieron valer su influencia para provocar que las diversas federaciones nacionales participaran en la acción parlamentaria. Como es lógico, eso supuso la oposición de los elementos libertarios de la Internacional; a pesar de la circular de Sonvillier, que hizo pública la Federación jurasiana, en protesta por los manejos iniciados en Londres, el congreso de La Haya de 1872 supuso la culminación de la política parlamentaria y provocó la escisión en la Internacional, dramática para el movimiento obrero. Después del Congreso de La Haya, los delegados de las federaciones más importantes y enérgicas de la Internacional se reunieron en el Congreso Antiautoritario de Saint-Imier donde negaron las resoluciones del congreso anterior; era una división irreconciliable para la corriente socialista entre los partidarios de la acción directa y los que abogaban por la política parlamentaria. Otros factores, como la guerra francoprusiana y la derrota de la Comuna de París, contribuyeron también a echar tierra sobre la idea de un sistema de consejos obreros; las secciones de la Internacional en Francia, España o Italia, mientras que en Alemania no existía una tradición revolucionaria en el movimiento obrero, llevaron una vida subterránea frente al fortalecimiento de la reacción. No fue hasta que despertó el socialismo revolucionario en Francia que fueron rescatadas del olvido las ideas constructivas de la Primera Internacional para revitalizar el movimiento obrero y socialista.
El sindicalismo revolucionario
El sindicalismo revolucionario en Francia, con el campo de influencia de la CGT, tendrá una gran incidencia en el movimiento obrero europeo; fue una revitalizadora reacción contra el socialismo político objeto de diversas escisiones. Los anarquistas, desde 1883, habían ejercido una gran influencia entre los obreros de ciudades como París y Lyon, lo que contribuirá notablemente a conformar un sindicalismo revolucionario opuesto a la acción parlamentaria. En el Congreso de Limoges de 1894, la CGT renunció al socialismo político, lo que supuso un gran esfuerzo organizativo y de unificación de los trabajadores. No obstante, hay que señalar que una gran parte de la CGT estaba compuesta por sindicatos reformistas, que sí habían sido conscientes de la desdicha que suponía la dependencia de los partidos políticos; a pesar de ello, la parte más enérgica y activo del movimiento contribuyó al desarrollo de las ideas del sindicalismo revolucionario hilvanando con el ala libertaria de la vieja Internacional. El sindicalismo revolucionario se extendió por Europa fortalecido por el ocaso de los partidos socialistas, divididos entre revisionistas y marxistas ortodoxos, y empujados a la fuerza al reformismo parlamentario. En el continente americano, se fundó en 1905 en un congreso de Chicago la Industrial Workers of the World, que recogía del sindicalismo los métodos de la acción directa y la idea de una reorganización socialista en base a las organizaciones agrícolas e industriales de los propios trabajadores. No obstante, frente a la neta tradición libertaria del sindicalismo revolucionario europeo, en la IWW existía una fuerte influencia marxista; a pesar de ello, son notables sus esfuerzos combativos frente a la represión capitalista. No podemos dejar de mencionar, como uno de los precedentes de la creación de la IWW, los trágicos sucesos de los Mártires de Chicago por la jornada de ocho horas de trabajo, donde nace la dimensión internacional del Primero de Mayo y también la conciencia de la huelga general como arma revolucionaria.
En Europa, después de la Primera Guerra Mundial y de los sucesos de la Revolución rusa, hubo un llamamiento por parte del partido bolchevique a los sindicatos revolucionarios para celebrar un congreso en Rusia; era un intento, que supuso la fundación de la Tercera Internacional, para instrumentalizar el movimiento obrero en Europa con un mecanismo dictatorial en su organización. Para 1921, se convocó en Moscú un nuevo congreso internacional de sindicales como intento de confirmar el dominio comunista sobre los sindicalistas de todos los países; a pesar de que una conferencia en Berlin, en diciembre de 1920, intentó asegurar la independencia del movimiento obrero frente a los partidos políticos, esas organizaciones sindicalistas estuvieron en minoría en Moscú y se aprobaron todas las resoluciones por parte de la Alianza Central de las Uniones Rusas del Trabajo.
Conjuntamente con la FAUD (Unión de los Trabajadores Libres de Alemania), reunido en Dusseldorf en octubre de 1921, se produjo una conferencia internacional de organizaciones sindicales con delegados de Alemania, Suecia, Holanda, Checoslovaquia y de Estados Unidos (de la IWW); se redactó en ella una declaración de los principios del sindicalismo revolucionario. Del Congreso Internacional de Sindicales, que tuvo lugar del 25 de diciembre de 1922 al 2 de enero de 1923, en Berlín, con numerosas organizaciones presentes, pero sin la presencia de la CNT española, en lucha con la Dictadura de Primo de Rivera, y con una escisión ya minoritaria de la CGT francesa tras el drama del conflicto mundial, reproducimos la siguiente declaración:
El Sindicalismo Revolucionario es enemigo declarado de toda forma de monopolio económico y social, y se propone su abolición por medio de comunidades económicas y de órganos administrativos de los trabajadores del campo y de las fábricas, a base de un sistema de consejos libres, completamente emancipados de toda subordinación a ningún gobierno ni poder político. Contra la política del Estado y de los partidos, levanta la organización económica del trabajo; contra el gobierno de los hombres, proclama la administración de las cosas. Por consiguiente, su objetivo no es la conquista del poder político, sino la abolición de toda función del Estado en la vida social. Estima que, juntamente con el monopolio de la propiedad, debe desaparecer el monopolio del dominio, y que toda forma de Estado, incluso la dictadura proletaria, sería siempre engendradora de nuevos monopolios y de nuevos privilegios: nunca podrá ser instrumento de liberación.
Se trata de una evidente profesión anarcosindicalista, y de una crítica y definitivo distanciamiento frente al bolchevismo y sus adictos. A partir de aquel Congreso, nacerá la Asociación Internacional de Trabajadores, y puede decirse que el sindicalismo revolucionario pasa a denominarse definitivamente anarcosindicalismo. La española Confederación Nacional del Trabajo no tardará en adherirse a los principios de la AIT, y será la organización más influyente y poderosa en esa organización internacional. La CNT demuestra que el sindicalismo de carácter libertario tenía un fuerte carácter revolucionario, tal y como se demostrará con la creación de la colectividades agrarias e industriales durante la Guerra Civil; se trataba de una idea muy clara de la sociedad que se deseaba para el futuro.
Para terminar, por ahora, este texto recordaremos la visión escéptica de un lúcido y pragmático anarquista como Errico Malatesta sobre el sindicalismo. Consideraba que la organización obrera, aunque era un medio idóneo para que los anarquistas ejercieran su influencia, no podía valerse por sí sola para lograr la emancipación de los trabajadores a estar sujeta también a intereses de clase: «En el seno de la clase obrera existen, como entre los burgueses, la competencia y la lucha. Los intereses económicos de tal categoría obrera están en oposición irreductible con los de otra categoría. Y se ve que económica y moralmente ciertos obreros están más cerca de la burguesía que del proletariado». Los intereses de clase solo pueden desaparecer con una sociedad sin clases y hay que preguntarse, ya en el siglo XXI, sobre formas innovadoras de lograrlo.
Capi Vidal
Fuentes:
-Abel Paz, Los internacionales en la región española. 1868-1872 (EA, Barcelona 1992).
-Heleno Saña, Sindicalismo y autogestión (G. del Toro, Madrid 1977).
-Juan Gómez Casas, Nacionalimperialismo y movimiento obrero en Europa (CNT-AIT, Madrid 1955).
-Max Nettlau, La anarquía a través de los tiempos (Júcar, Madrid 1977).
-Max Nettlau, Miguel Bakunin, la Internacional y la Alianza en España. 1868-1873 (La Piqueta, Madrid 1977).
-Miklós Molnár, El declive de la Primera Internacional (Edicusa, Madrid 1974).
-Rudolf Rocker, Anarcosindicalismo (Teoría y práctica) (Fundación Anselmo Lorenzo, Madrid 2009).