Quienes nos proclamamos revolucionarios deberíamos saber que, si tomar nuestros deseos por realidades es engañoso para nosotros mismos, aún resulta más perjudicial cuando intentamos propagar social y políticamente ese autoengaño revistiéndolo con el ropaje de lo factual.
Sin duda, debemos celebrar como una importante muestra de rebeldía y de dignidad popular el hecho de que el pasado 27 de septiembre decenas de miles de personas se movilizaran en todo el país para protestar con rabia por el genocidio que Israel está cometiendo en Gaza. Como suele ser habitual estos últimos años, buena parte de las manifestaciones estaban compuestas por un gran proporción de personas jóvenes, muchas de ellas mujeres.
Es obvio que, quienes a lo largo de los años no hemos dejado de estar en la oposición activa al sistema social establecido, encontramos en esas movilizaciones importantes alicientes para seguir confiando en la capacidad de resistencia y de lucha que alberga una parte de la población. Y, por supuesto, debemos manifestarlo públicamente infundiendo ánimos a quienes protagonizan las protestas, alegrándonos, cómo no, de la importante presencia juvenil.
Todo eso está claro. Ahora bien, infundir ánimos no significa difundir mentiras. Una cosa es que la protesta del 27S fuese multitudinaria en las calles (aunque por debajo de lo que nos hubiese gustado) y, otra bien distinta, afirmar que la convocatoria de huelga general fuese un éxito, asociando sistemáticamente de forma demagógica huelga general y manifestación para dar crédito a esa afirmación. En realidad, no hubo ni un atisbo de huelga general, sino algunas huelgas localizadas. Y no se puede aludir a la huelga de estudiantes en las universidades para avalar la tesis del éxito de la huelga general, menos aún cuando se afirma, por ejemplo, que el rotundo éxito de la jornada demuestra que la clase trabajadora de nuestro país no se ha rendido… y que su energía creadora sigue intacta.
Si esa distorsión de la realidad me preocupa, no es tanto porque sea engañosa, sino porque se utiliza para promover una visión de la acción revolucionaria que nos retrotrae a prácticas y a concepciones que han quedado ampliamente desfasadas y que, al ser promovidas hoy, solo desempeñan el papel contrarrevolucionario de desactivar las formas que toma la acción revolucionaria en nuestra contemporaneidad. Porque, en la actualidad, ya no es la creencia en la revolución al estilo de cómo la concebían nuestros antepasados la que tiene efectos transformadores radicales, sino que lo que hay son prácticas que son revolucionarias aquí y ahora sin quedar supeditadas a la construcción de las herramientas estratégicas y de los proyectos organizativos que propiciarían una futura revolución.
Tratar de desviar hacia prácticas de debate y construcción de proyectos revolucionarios globales las energías de quienes crean múltiples espacios ajenos a las normas del sistema, hacen germinar subversivos modos de vida que transforman, aquí y ahora, sus existencias a la vez que sabotean lo establecido y que llevan a cabo, además, unas luchas radicales contra dominaciones concretas y situadas es, en definitiva, realizar una actividad contrarrevolucionaria.
Parece como mínimo frívolo descalificar como divagaciones teóricas y abstractas de autores académicos y “pensadores de moda”, (entre los cuales veo que se me incluye), las posturas que abogan sin descanso por fomentar la resistencia permanente contra toda forma de dominación y por desarrollar una ética de la revuelta permanente que tienda a hacernos ingobernables. Si eso es difundir pesimismo entre la juventud confieso que se me escapa el sentido de las palabras.
Tomás Ibáñez
https://redeslibertarias.com/2024/11/22/sobre-una-forma-de-contrarrevolucion-que-esta-en-marcha/
Imagen: Montecruz Foto CC BY-SA 3.0