Como creo que ya he manifestado en alguna de estas magníficas columnas que pongo negro sobre blanco, tengo la (no siempre) sana costumbre de leer y escuchar a gente de todo pelaje. Sé que es una botarate tendencia del ser humano la de solo atender a lo que pueda confirmar sus creencias, pero no es mi caso. Precisamente, como uno es un lúcido ácrata de tendencias nihilistas, se deja guiar por su curiosidad, escepticismo, crítica e incredulidad para ir dando forma a un pensamiento exento de dogmas, ya que el compromiso con los valores, quizá de forma solo aparentemente paradójica, se muestra más sólido desde posiciones no absolutistas y enarbolando una pequeña bandera (figurada, of course!) nihilista. Y, por mucha tabarra que nos den algunos, la historia y el pensamiento ayudan sobremanera a llegar a estas conclusiones. El caso que los intelectuales reaccionarios (valga el oxímoron), vertiente católica, son muy, muy pesaditos nombrando hasta el hastío al escritor y filósofo Chesterton. A este fulano se la atribuye una frase, que sus seguidores fundamentalistas no dejan de repetir hasta la saciedad con orgullo algo estólido; algo así como que, si el ser humano deja de creer en Dios, acaba creyendo en cualquier cosa.
He de decir que el pensamiento del tal Chesterton, por motivos algo obvios, no me ha estimulado gran cosa, aunque este buen hombre nos ha legado, eso sí, un gran número de entretenidas novelas policiacas. Por cierto, entre las mismas, hay una especie de sátira llamada El hombre que fue jueves, protagonizada por un grupo de anarquistas donde acabamos descubriendo que todos sus integrantes eran policías infiltrados; hay que reconocer que la cosa tenía su gracia, aunque el autor demuestra no tener ni repajolera idea de las ideas libertarias (seguro que no todo era así en su persona). Pero, vayamos con la engañosa, irritante y distorsionadora frase de marras, soltada reiteradamente como una verdad eterna e inmutable. No diré yo que no sea cierto que un número considerable de presuntos sapiens ha sustituido la creencia dogmática tradicional por cualquier otra disponible en el mercado moderno o posmoderno, pero la cosa es digna de análisis. En primer lugar, la argumentación reaccionaria tiene algo de continuación y un mucho de trampa; vienen a decir que si se abandona esa abstracción, que la historia ha denominado Dios, se adopta cualquier otro concepto absoluto y se acaba haciendo barbaridades en su nombre.
Claro, se obvia que precisamente el problema radica en la creencia en verdades absolutas, aunque se presenten como el bien con mayúsculas (que supongo que es lo que consideran los monoteístas sobre su creencia, ¡uf!), y es posible que las mayores aberraciones las hayan hecho los presuntos sapiens en nombre de esa abstracción trascendente, todopoderosa y dudosamente benovolente llamada Dios. Sí, es obvio que muchos cambiaron una creencia dogmática por otra, pero el terreno abonado para imponerla al prójimo y fundar instituciones consecuentemente autoritarias ya lo había realizado la religión, amiguetes. Suelo mencionar una argumentación que escuché de boca de una amiga filósofa, según la cual la posmodernidad ha tratado de acabar con ese absolutismo entronizado que era la divinidad; sin embargo, el error ha sido no haber dinamitado también el trono, de tal manera que cualquier otro poder absoluto acaba colocando en él sus posaderas. Parece algo similar a lo que dijo el fervoroso creyente Chesterton, pero sin arrimar el ascua reaccionaria a su voluminosa sardina y con todas las intenciones libertarias (y, desde mi nada modesto parecer, algo nihilistas).
¡Interesante argumentación!