Cuba, una mirada libertaria y emancipadora

Hace unos años, cuando hacía ya más de medio siglo del comienzo de la revolución cubana, y a propósito de la muerte de Fidel Castro, escribí un artículo, similar a este que ahora actualizo en septiembre de 2025. Empezaba aquel texto recordando las pasiones y los rechazos que producía, al igual que que ocurre con otros experimentos socialistas de Estado, como el caso del chavismo, y muchas veces sin posibilidad de matizar entre los dos extremos ante la visceralidad de las posturas a favor y en contra. Desde posiciones transformadoras y socialistas, pero también amantes de libertad en todos los ámbitos de la vida, solo podía denunciar una vez más el rotundo fracaso que había supuesto el comunismo de Marx, filtrado posteriormente por el leninismo, tanto en su teoría supuestamente científica, como en su praxis política llevada a cabo en no pocos países. Sin embargo, a pesar de esta evidente práctica fallida, con una negación de la libertad en todos los ámbitos de la vida, y con una fracasada política económica (que, en cualquier caso, nunca fue autogestión por parte de los trabajadores, ni pareció haber caminado en ningún caso hacia ello) cierta izquierda encontraba, al menos hasta hace no tanto, nuevos referentes una y otra vez en estas experiencias de Estado.

Los debates sobre el régimen cubano se han perdido en discusiones sobre si aquello es o no una dictadura, sobre la supuesta participación popular intrínseca no homologable con las democracias liberales o, incluso, al menos hasta hace no tanto por parte de algunos intelectuales europeos, sobre que había que dejar que los cubanos llevaran a cabo su propia vía hacia el socialismo libres de injerencias y tutelas externas. Los más recalcitrantes defensores de la revolución señalaban a todos aquellos, entre los que supongo que me encuentro (un vínculo familiar me une con la isla y he estado en dos ocasiones), que pretenden juzgar su sistema político y económico solo por haber estado allí unas semanas haciendo turismo, y se esforzaban en mostrarnos supuestos datos benévolos, especialmente sobre sanidad y educación, comparados con otros países pobres. Todo lo negativo del régimen era, supuestamente, producto de las mentiras de la prensa burguesa capitalista (difícil de defender esto de manera plena con la revolución tecnológica de las comunicaciones que se ha producido en los últimos años y sin negar la confusión que puede seguir habiendo sobre cualquier parte del planeta).

Un clásico ha sido también aquellos que aseguraban que el foco negativo se colocaba siempre en países socialistas como Cuba, aunque lo cierto es que, si esto fue así, tengo la sensación de que lleva mucho tiempo sin serlo; es posible que el casi total silencio de nuestra prensa generalista esté motivado por todos aquellos inversores occidentales dispuestos a convertir el capitalismo de Estado actual en Cuba en capitalismo privado sin importar demasiado el bienestar de los propios cubanos. Los más viscerales opositores cubanos consideran, así se lo he escuchado a alguno, que figuras como Fidel Castro o el Che Guevara, lejos de ser encomiables líderes revolucionarios, no eran mejores que Hitler. Otra acusación habitual de estos, que poco o nada aporta, es espetar de manera cortante a quien sostenga algo bueno del régimen cubano algo así como «¡Vete a vivir allí!». Lo cierto es que todo ese maremágnum retórico no deja de encubrir una realidad, con un pueblo cubano en permanente crisis económica, con un régimen enrocado en medidas autoritarias y con perspectivas transformadoras bastante desalentadoras.

Anarquistas en Cuba

Echemos, en primer lugar, un rápido vistazo a lo que ha sido el movimiento anarquista en Cuba, partidario del socialismo autogestionario, con mayor peso del que se ha querido ver de manera oficial. En la lucha contra Batista, como es lógico, los ácratas tuvieron un papel activo. Muy pronto, con la llegada de Fidel Castro al poder, encontrarán una represión en sus filas; en sus publicaciones, advertirán sobre el autoritarismo, el centralismo estatal y la hegemonía del Partido Comunista y reclamarán democracia en los sindicatos. Los anarquistas, al igual que deberían hacerlo los marxistas al margen de doctrinas pseudocientíficas y finalidades “históricas”, apostaban por la autogestión y por la emancipación de los trabajadores. No obstante, la vía del Estado cubano derivó, con su falta de libertad y de iniciativa propia, en el totalitarismo y la dependencia del modelo soviético.

Al ser conscientes de este desastre, en 1960 los anarquistas hicieron una declaración de Principios mediante la Agrupación Sindicalista Libertaria; en ella, se atacaba al Estado, al centralismo agrario propuesto por la reforma del gobierno, así como al nacionalismo, al militarismo y el imperialismo. Los libertarios se mantenían fieles a su concepción de la libertad individual, como base para la colectiva, de su apuesta por el federalismo y de una educación libre. Las habituales acusaciones a los críticos de la revolución cubana, que de una forma u otra llegan a nuestros días, de estar a sueldo de Estados Unidos u otros elementos reaccionarios no tardarían en llegar. Después de aquello, la represión castrista hizo que el anarcosindicalismo no tuviera lugar al erradicarse la libertad de prensa y no pudiera hacer propaganda ideológica. Se inició el éxodo anarquista en los años 60, quedando pocos militantes en Cuba y sufriendo un miserable despotismo.

En aquellos primeros años de la revolución cubana, se crearon organizaciones en el exterior, como el Movimiento Libertario Cubano en el Exilio (MLCE), y hubo otros manifiestos libertarios criticando la deriva totalitaria. Una obra anarquista destacada es Revolución y dictadura en Cuba, de Abelardo Iglesias, publicada en 1961 en Buenos Aires. La posición anarquista, al menos por parte de la mayor parte del movimiento, estaba clara. La incansable actividad intelectual de algunos anarquistas cubanos hace que se exponga con claridad meridiana conceptos como los siguientes: «expropiar empresas capitalistas, entregándolas a los obreros y técnicos, eso es revolución»; «pero convertirlas en monopolios estatales en los que el único derecho del productor es obedecer, esto es contrarrevolución». A pesar de estos esfuerzos, a finales de la década de los 60, el castrismo parecía estar ganando la propaganda ideológica, lo que provocó que algunos medios libertarios, en Europa y en América Latina, tendían cada vez más a apoyar a la revolución cubana.

Un punto de inflexión para esta situación será la publicación en 1976 en Canadá del libro The Cuban Revolution: A Critical Perspective (La Revolución cubana: un enfoque crítico), de Sam Dolgoff, excelentemente distribuido y que «hizo un impacto demoledor entre las izquierdas en general y los anarquistas en particular». El libro constituyó un certero enfoque crítico del castrismo, recogiendo la lucha del MLCE (reiteradamente acusado de estar al servicio de la reacción) y propiciando su reconocimiento internacional; el impacto sobre el anarquismo internacional, e incluso sobre otras corrientes de izquierda, fue considerable. En los siguientes años, es destacable la publicación Guángara libertaria, a cargo del MLCE, iniciada en 1979 y que llegó hasta 1992. Merece la pena también mencionar que el sindicato anarco-comunista Sveriges Arbetares Centralorganisation (SAC), en Suecia, en colaboración con la revista Cuba Nuestra, editada en Estocolmo, fue un noble y solidario apoyo a finales de los 90 al renacimiento del anarquismo cubano.

Ya en el siglo XXI, destacó durante años el boletín Cuba libertaria, del Grupo de Apoyo a los Libertarios y Sindicalistas Independientes en Cuba, donde estaba nuestro compañero recientemente fallecido Octavio Alberola, cuyo primer número apareció en febrero de 2004. El Taller Libertario Alfredo López, llamado así en homenaje a una figura señera del anarcosindicalismo en Cuba, organizó las Jornadas Primavera Libertaria de la Habana casi de manera ininterrumpida desde 2013 hasta 2024, momento final en que apenas tuvo ya actividad; fueron años con múltiples actividades, en espacios afines y públicos fomentando el debate, la creación de un sello editorial y de diversas publicaciones. En 2018, gracias a la ayuda de libertarios de todo el mundo, pudo comprarse un espacio en La Habana para dar lugar a ABRA, el primer centro social anarquista en la isla después de décadas de ausencia. En 2016, se creó la Federación Anarquista de Centroamérica y el Caribe (FACC), de la cual hoy es difícil encontrar rastro más allá de un mínimo espacio de comunicación y coordinación entre diversas regiones. La llamada cuarta generación de anarquistas en Cuba fue una gran esperanza a través del Observatorio Crítico de La Habana, del mencionado Taller Libertario o de diversas asociaciones, de marcado carácter antiautoritario y autogestionario, promotoras de la pedagogía libertaria, de los derechos LGBTQi, del ecologismo o de la cultura africana. Desgraciadamente, todas estas iniciativas han desaparecido en la actualidad o tienen grandes dificultades para mantenerse.


Perspectivas del proceso revolucionario a día de hoy

Si algo ha alimentado el mito de la revolución cubana ha sido el criminal bloqueo o embargo de lo Estados Unidos, que llega hasta nuestros días a pesar de los vaivenes en la diferentes administraciones; Biden tuvo cierta continuidad con las relaciones diplomáticas iniciadas con Obama, pero Trump las ha acabado echando por tierra. Una vez más, me gustaría dejar claro que tan intolerable es ese bloqueo económico norteamericano como el que establecieron los Castro sobre la población cubana. Esa dicotomía Estados Unidos versus Cuba, como en tantas otras, esa elección entre lo malo y peor, tendencia tantas veces de la mentalidad humana, es pobre y falaz; lo malo sigue siendo malo, hay que trabajar por una vía que asegure la justicia y la libertad. Así han tratado de hacerlo históricamente los anarquistas, desde la época colonial hasta el actual sistema totalitario en el que la llamada cuarta generación mantiene la llama libertaria, aunque sea de forma muy debilitada debido a las grande dificultades. A pesar de la propaganda sobre la democracia interna del régimen y la participación popular, desgraciadamente, se ha dicho que los movimientos sociales han sido inexistentes en Cuba durante la llamada revolución, ya que la única representación política ha sido a través del Partido Comunista y de la Unión de Jóvenes Comunistas, y no parece que el régimen evolucione tampoco en lo que respecta a eso.

La revolución cubana se mostró doblemente perversa, por su condición intrínseca, suavizada por la magnificación de sus logros, y por arrogarse una autoridad moral fundamentada en su supuesta naturaleza transformadora y progresista, que hoy se ve ya como una caricatura. La caída del bloque soviético, del cual dependía económicamente a gran nivel, supuso un duro golpe para Cuba con el llamado periodo especial; en aquella década de los 90, comienzan algunos cambios, pero solo para levantar las excesivas prohibiciones que saturaban la vida de los cubanos y obligarles a numerosas prácticas sociales para su supervivencia. Se trataba de un enrocamiento permanente del régimen en el centralismo y en ese supuesto socialismo, que más bien habría que llamar capitalismo de Estado. Tras la muerte de Fidel Castro en 2016, el régimen tuvo continuidad con el liderazgo de su hermano Raúl, hoy todavía muy influyente según dicen a pesar de su avanzada edad, aunque la presidencia corresponda desde 2019 a Miguel Díaz-Canel. En cualquier caso, tras la desaparición de Fidel Castro, a pesar de algunas reformas internas aparentemente liberales (aunque asegurado el control estatal de la economía), se produjo una evidente política de continuidad. Ciertas reformas y aperturismo, que en cualquier caso nunca caminaron hacia efecto emancipador alguno y más parecían una vía similar a la del comunismo chino, constituyeron solo un espejismo. Tras sucesivas crisis, agravadas por la pandemia, una ola de protestas se produjo en la isla a finales de 2020 y comienzos de 2021, harta la gente de la carestía y penurias de todo tipo, ante lo que el régimen solo supo replegarse en una mayor represión. Transcurrido ya un cuarto del nuevo siglo, no es posible seguir apuntalando moralmente un régimen que, desde un punto de vista auténticamente social y revolucionario, no conduce a ninguna parte y mantiene a la población en una intolerable precariedad sin aportar soluciones y culpando, todavía, a factores externos de la situación económica.

En su momento, ante la vía autoritaria, centralista y burocrática, de la praxis marxista-lenininista en Rusia, los anarquistas advirtieron que iban a lograr que las personas acabaran odiando la palabra comunismo. En la actualidad, un reproche más que realizar a la supuesta revolución, ejemplos como el de Cuba ha llevado a que resulta difícil imaginar, para la mayor parte de los personas, ninguna solución a nivel económico que no sea la de la entrada en la isla de inversores privados; es decir, sustituir el capitalismo de Estado, insistiré en que no de otro modo podemos denominar al esclerotizado sueño “revolucionario” cubano, por un capitalismo libre de barreras para los que más tienen. Y es que, al margen de discursos y proclamas que a medida que pasan los años resultan cada vez más patéticos, la única realidad es que dicha Revolución jamás cumplió la promesa de acabar con la explotación, ni con las diferencias de clase y, al igual que en los países capitalistas, un abismo separa a las élites del pueblo. En lo que atañe a las libertades políticas, igualmente, esa insistencia del régimen cubano en llevar a cabo su propio proceso participativo de Partido único, que encubría obviamente formas netamente autoritarias, ha conducido a reclamar para la isla una homologación con las democracias liberales multipartidistas. Desde una mirada libertaria y auténticamente emancipadora, y como ya señalaron los compañeros del Taller Libertario, solo podemos exigir “todas las formas de autoorganización de quienes trabajan, conviven y crean en Cuba” sin imposiciones autoritarias de ningún tipo y con una libertad en todos los ámbitos vivenciales donde predomine la solidaridad. A pesar de la apatía y falta de organización de la clase trabajadora cubana, así como de la precarización de gran parte de la población, por décadas de subordinación y dependencia del Estado, es un deseo compartido por el conjunto de los libertarios por el que seguiremos apostando y apoyando en cualquier parte del planeta.

Capi Vidal

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