Herbert Read, para la administración en una sociedad anarquista, hablaba de sistema equitativo, más que de un sistema legal, y al igual que éste demanda un arbitrio que no implique dominación; habría que dejar a un lado todo prejuicio legal y económico y recurrirá a los principios universales de la razón, determinados por la filosofía o el sentido común.
El anarquista Read apela a cierto idealismo en la gestión de la sociedad, rechaza un materialismo enconsertado en el que los hechos deban ajustarse a una teoría preconcebida. Ese idealismo demanda algo parecido a una religión, sin la cual considera Read que una sociedad no se mantiene demasiado tiempo. Las connotaciones negativas que implica el término «religión», con su demanda de subordinación al ser humano y su dogmatismo, no deben hacernos desestimar lo que este autor quiere decirnos. Por supuesto, el fenómeno de las religiones es analizable científicamente, es posible conocer su evolución y otorgarla una explicación, pero es importante igualmente darla a conocer como «actividad humana sensible». Read considera que si no se otorga una nueva «religión» a la sociedad revertirá inevitablemente hacia creencias antiguas, tal y como ocurrió en el socialismo implantado en Rusia. Además de la readmisión de la Iglesia Ortodoxa, el comunismo dio lugar también a cierta salida para las emociones religiosas: deificación del líder político, con su tumba sagrada, sus estatuas y sus leyendas. El nazismo introdujo un nuevo credo basado en el sincretismo y el fascismo italiano nunca se desvinculó de la Iglesia Católica. Read considera que es posible que de las ruinas del capitalismo pueda aparecer una religión nueva, tal y como el cristianismo surgió de las ruinas de la civilización romana, sin que vaya a ser el socialismo tal y como lo entendieron los materialistas seudohistoricistas.
Carl Gustav Jung habló de «arquetipos del inconsciente colectivo», consistentes en complejos factores sicológicos que dan cohesión a una sociedad, y Read apela en esa linea a una religión que implique una «autoridad natural» de gran vitalidad que actúe como árbitro, sin que acabe conviertiéndose en etapas posteriores en un nuevo «opio del pueblo». Hay que entender bien a Read, desprovistos de prejuicios ideológicos, ya que no pide la restauración de ninguna religión ni cree en ninguna en concreto, simplemente piensa que la religión es un componente necesario en cualquier sociedad orgánica. Por otra parte, demanda un mayor desenvolvimiento espiritual que puede aportar el anarquismo, el cual no se muestra exento de cierta «tensión mística» y puede ocupar el lugar de una nueva religión. Si observamos la religión únicamente como un fenómeno histórico a «abolir», si tenemos en cuenta todos los factores que mantienen al ser humano arrodillado y sujeto a cierta voluntad trascendente, se nos hace obviamente rechazable desde nuestra perspectiva libertaria; pero no hay que olvidar que el anarquismo, no solo pretende la transformación de la sociedad en un sistema más equitativo, demanda una moral y un espíritu infinitamente más poderosos que todas las creencias basadas en un plano trascendente y en una voluntad superior. Ahí radica tal vez lo que Read pide con un «mayor desenvolvimiento espiritual», al igual que pedimos una mayor horizonte para la razón lo demandamos también para la moral y la acción humanas.
Lo que desea Read es asentar una comunidad socialista que respete las leyes de progresión orgánica, y por lo tanto capaz de perdurar en el tiempo. Para ello, dentro de la visión anarquista, solo es posible que la industria, en manos de los trabajadores y lejos de cualquier centralización que la mantenga estática, se constituya en el seno de una federación de organizaciones colectivas que se gobiernen a sí mismas. Read hablaba de la posibilidad de una parlamento industrial, una especie de cuerpo diplomático regulador de las relaciones entre las diversas colectividades y organo decisor sobre cuestiones generales, pero sin llegar a ser un cuerpo legislativo o ejecutivo ni tener situaciones privilegiadas. La meta sería la desaparición del antagonismo entre productor y consumidor, propio del sistema capitalista, y la expansión del principio de solidaridad y de la ayuda mutua para crear estructuras en consonancia con ellas, en detrimento de las basadas estrictamente en la competencia. En estas ideas radica la simplicidad que pide Read, opuesta al monstruo estatal centralizado con sus numerosos conflictos producidos por el abismo abierto entre el productor y el administrador. Dentro de una economía descentralizada, a nivel local o regional, puede darse de manera más eficaz el bienestar de la comunidad basándose en la asociación y en la ayuda mutua. Read quería asegurar el espíritu emprendedor, fundado en esa búsqueda de máximo beneficio para la sociedad.
El problema de la interpretación de la equidad, recordaremos que Read prefería esta denominación a «administración de la justicia», quedará en manos de las organizaciones colectivas. Las tendencias peligrosas de ciertos individuos bien pueden ser sublimadas gracias a determinadas vías de escape inofensivas para las energías emocionales; Read habla del deporte en el que se pueden insertar esos instintos agresivos y tendencias competitivas de algunas personas para ser liberados de manera no dañina. El observar la sociedad como un ser orgánico, como una estructura viva con sus apetitos, instintos, pasión, inteligencia y razón, hace que el crimen sea un mal extirpable. Indagando en la génesis del crimen, como enfermedad social que nace en la pobreza, la desigualdad y las limitaciones emocionales de todo tipo, puede creerse verdaderamente que una sociedad puede ser liberada de esa enfermedad. Toda alternativa a esta visión, netamente anarquista, resulta en adaptar el mundo y la sociedad a alguna suerte de orden artificial producto de una voluntad autoritaria.
Pero, al margen de las exposiciones de Kropotkin, o de autores posteriores, que podrían actuar de guía, Read no desea enconsertar la organización de la sociedad. Sí cree que hay que volcar los esfuerzos en establecer los principios de equidad, de libertad individual y de autogestión, por parte de los productores, a partir de las necesidades y circunstancias locales. Para ello, puede hablarse de acción revolucionaria, aunque se recuerda a Stirner y a Albert Camus en la distinción entre revolución y rebeldía; es la diferencia entre un movimiento que apunta a un mero cambio de instituciones políticas y aquel dirigido contra el Estado que pretende acabar por completo con toda institución jerárquica. El gran arma de la clase trabajadora es la huelga, algo que Read consideraba que no se había empleado estratégicamente a fondo ni con la suficiente valentía, era necesario emplearla contra el Estado (fuerza antagónica de la sociedad). Para Read, pasaba por esta vía acabar con toda tiranía. El sentido de la justicia reclamado era incompatible con el sistema que imperaba ya en Europa y Estados Unidos a mediados del siglo XX y que había hecho ya que la iniquidad se instalara en el mismo desarrollo del capitalismo, por lo que Read deseaba una rebeldía espontánea y universal capaz de atraer lo mejor del hombre, de expandir la razón y la ayuda mutua. Décadas después, y lejos de cualquier tentación visionaria, es incluso más importante insistir en estos valores imperecederos del anarquismo.